Cuando Pablo escribió este texto memorable: «Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», lo puso en conexión consigo mismo. Quisiera que notaseis con cuidado el contexto. Versículo doce: «Doy gracias al que me fortificó, a Cristo Jesús nuestro Señor, de que me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio: Habiendo sido antes blasfemo y perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia, porque lo hice con ignorancia en incredulidad. Mas la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.» Veis que el apóstol había hablado de sí mismo, y entonces fue cuando el Espíritu Santo le impulsó el escribir acerca de la gloriosa salvación, de que fue sujeto tan notable. En verdad que fue conexión oportuna y sugestiva en que colocar este glorioso texto evangélico. Lo que predicaba a otros habla de verse en él mismo.
Leyéndoos la historia de la conversión de Saulo suponed que concluyese haciendo esta observación « Palabra fiel que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.» Todos diríais: ‘Es verdad, y es la inferencia natural de la narración’. Tal observación habría servido como la moraleja de toda la historia. Es una inferencia clara y sencilla de tal conversión, que Cristo Jesús debe haber venido al mundo para salvar a los pecadores. Ves, pues, por qué Pablo la expresó en lugar particular. No podía dejar de presentar primero su propio caso; pero cuando lo presentó fue para añadir énfasis a su declaración de que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
Tengo la convicción de que nuestro Señor con sabiduría infinita quiere que sus ministros mismos sean pruebas de las doctrinas que enseñan. Si un joven, muy joven, se pone a deciros acerca de la experiencia de un cristiano anciano, diríais luego: «Puede ser muy cierto, pero usted no puede probarlo, porque usted mismo no es anciano.» Si uno, privilegiado por la providencia de Dios con las comodidades de la vida, se para a predicar de los consuelos del Espíritu en la pobreza, diréis: ‘Si, es muy cierto, pero no podéis hablar con experiencia.’ Por eso el Señor desea que sus siervos tengan una experiencia tal que su testimonio tenga apoyo en la vida. Quiere que sus vidas apoyen y expliquen sus testimonios. Cuando Pablo dijo que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, su propia conversión, su propio gozo en el Señor eran prueba positiva de ello. Testigo era que había gustado y probado la buena Palabra de vida de la cual daba testimonio.
Años ha que Pablo fue al cielo, pero su testimonio no es invalidado por eso, pues que a una declaración verdadera no afecta el lapso de tiempo. Si se hizo una afirmación ayer, es tan verdadera como si la estuvieseis oyendo hoy; y si fue hecha como ésta, hace mil ochocientos años, con todo, si fue cierta entonces (y nadie la disputó en tiempo de Pablo) es cierta ahora. Los hechos referidos en los Evangelios son tan reales ahora como entonces, y deben ejercer sobre nuestra mente la misma influencia que sobre la de los apóstoles. En este momento Pablo está tras de la afirmación de que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. «Aunque difunto aún habla.» ¡Oh!, vosotros, los cargados de pecado, quiero que veáis a Saulo de Tarso ante vosotros en este momento y que le oigáis decir con voz penitente en vuestra presencia: «El Señor Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.» No dudéis la afirmación, que el hombre es prueba de ella. Quien salvó a Pablo, salvaros puede; sí, quiere ahora manifestar su poder en vosotros. No seáis desobedientes al mensaje celestial.
Pero, amados, si Pablo no está en medio de nosotros para dar su testimonio personal, tenemos aún muchas pruebas vivientes, indisputables entre los que nos rodean, que «palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.» Podría citar en este púlpito a veintenas que eran literalmente los más negros transgresores, pero fueron lavados y santificados, siendo así argumentos vivientes del poder del Señor para Salvar. También hay ahora muchos presentes que no podrían ser contados por sus compañeros entre los primeros de los pecadores en ciertos aspectos del caso, con todo, con la mejor voluntad se califican a sí mismos de tales bajo otro aspecto, y dan hoy, como yo, su testimonio que Jesús puede salvar eternamente. Yo, que estoy ante vosotros, soy testigo viviente que Cristo Jesús puede salvar a los pecadores, y los salva aún. El Señor me ha perdonado y justificado, y he hallado gracia en sus ojos. En mi caso también, probado está que «palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero». ¡Oh, cómo quisiera que mis oyentes me creyesen! Muchos aceptaríais cualquier información que yo diese, ¿por qué no aceptáis ésta? No me juzgáis mentiroso, ¿por qué, pues, no creéis mi testimonio tocante a Jesús? Tan pronto está para salvar hoy como ayer. Listo está para salvarte a ti si quieres en Él confiar.
Consideraremos ahora, primero, quienes son los primeros pecadores; segundo, inquiriremos por qué Dios los ha salvado, y tercero, qué dicen cuando son salvos.
1. Primero, ¿QUIÉNES SON LOS PRIMEROS PECADORES? Pablo dice que él era el primero. Sin embargo, pienso que él sólo era uno del regimiento. Diferentes clases de pecadores hay, unos mayores, otros menores. Todos los hombres son en verdad pecadores, pero no todos los hombres son igualmente pecadores. Todos están en el lodo, pero no todos se han hundido en él a igual profundidad. Es verdad que todos han caído a una profundidad como para perecer en el pecado, a menos que la gracia de Dios lo impida; con todo, hay diferencia en los grados de culpa, y habrá diferencia en los grados de castigo.
Algunos son los primeros de los pecadores en el mismo sentido que el apóstol Pablo, porque han perseguido a la Iglesia de Dios. Pablo, llamado entonces Saulo, había dado su voto contra Esteban; y cuando Esteban fue apedreado, él guardaba las ropas de los que le mataban. Mucho tiempo después sentía esa sangre sobre su alma y lo deploraba. ¿No sentiríais, si hubieseis ayudado a matar a algún hijo de Dios, que estabais entre los primeros de los pecadores? Si hubieses sido ayudador voluntario, obstinado, malicioso, para quitar la vida a un varón de Dios como Esteban, ¿no te titularías a ti mismo pecador de los más viles? ¡Ah!, pienso que yo diría: «Dios puede perdonarme, pero nunca me perdonaré a mí mismo.» Parecería un horrible crimen sobre el alma de uno. Con todo, éste fue sólo un principio. Fue Saulo semejante a un leopardo que una vez probada la sangre, la quiere siempre. Su aliento mismo era amenazador, y su delicia era la matanza. Acosaba al pueblo de Dios, hacía gran estrago en los santos: los compelía, dice, a blasfemar; los hacía azotar en las sinagogas; los perseguía de ciudad en ciudad, y aun los hacía morir. Negra memoria debe haber quedado en su corazón aún después de recibir pleno perdón del Señor Jesucristo. Al saber, como Pablo supo, que era un hombre justificado por la justicia de Jesucristo, debe sin embargo haber sentido aflicción de corazón al pensar en estos inocentes corderos por él maltratados; por la única razón de ser amantes del Crucificado había deseado su sangre. Este asunto de la persecución mortal colocaba a Saulo por encima de otros pecadores; era ésta la piedra que remataba la pirámide de su pecado: «Porque perseguía la Iglesia de Cristo.» Gracias a Dios que no hay aquí ninguno que tenga sobre su conciencia esa forma particular de pecado por haber matado o participado en la muerte de algún hijo de Dios. Las leyes de nuestra patria felizmente os han impedido mancharos con tan vergonzosa ofensa, y bendigo a Dios por ello. Sin embargo, si hubiese tal persona entre los que oyen estas palabras, o entre los que algún día las lean, debo confesar que son en verdad contados entre los primeros de los pecadores, y ruego a Dios les conceda obtener misericordia como a Saulo.
Pero muy cerca podéis estar de esto: muy probablemente algunos lo habéis hecho. Ese marido que ha amenazado tan severamente a su esposa si obedece a su conciencia; ese hombre que ha despedido a su criado por la única razón de ser fiel a Cristo; ese propietario que ha arrojado a’ pobre de su casa porque tuvo allí un culto; ese hombre que premeditada y maliciosamente ha calumniado un siervo de Dios no porque le hizo algún mal, sino porque no pudo soportar el saber de un verdadero discípulo de Cristo: éstas son gentes que deben contarse entre los primeros de los pecadores. No han asesinado, pero han ido hasta donde se atreven a ir, y su corazón lleno está de veneno contra el pueblo de Dios: crimen grave es éste. Aunque parezca muy pequeña cosa contristar a un hijo piadoso, o vejar a una pobre mujer piadosa. Dios no lo cree así. Recuerda burlas y mofas dirigidas a sus pequeñuelos, y manda a los que a ellas se entregan que tengan cuidado. Mejor ofender a un rey que a uno de los pequeñuelos del Señor. Ese pobre que en el taller ha pasado ratos muy pesados con las chanzas y burlas, tiene un Amigo en los cielos. Ese otro que buscando al Señor ha encontrado la indiferencia en la sociedad, tiene un Abogado en las alturas que no le verá despreciado sin defender su causa. Puede parecer bagatela eso de hacer a un santo el blanco del ridículo, pero su Padre en los cielos no lo piensa así. Sé esto, que muchos hombres pacientes aguantarán mucho; pero si golpeáis a sus hijos, se les subirá la sangre y no lo tolerarán. Un padre no soportará que se maltrate a su hijo, y el Gran Padre arriba es tan tierno y amante como el que mas.
Habéis visto entre los pájaros y las bestias cómo usan todas sus fuerzas para defender a sus hijos: una gallina naturalmente tímida, pelearía por sus polluelos como un león. Algunos de los más pequeños animales, y de los de menos poder, llegan sin embargo a ser muy terribles cuando están cuidando a su prole; ¿y pensáis que el eterno Dios soportará que sus hijos sean difamados, calumniados, vejados por seguirle? ¿Es el Dios de la naturaleza sin afecto natural? Pienso que no. Lamentaréis el día, señor, en que levantéis armas contra el pueblo de Dios. Humillaos ante Dios por ello, de otro modo seréis contado entre el primero de los pecadores, y el primero de los castigos os alcanzará.
No dudo que haya algunos de ésos aquí; silos hay, ruego que por la gracia infinita sea en ellos repetida la historia de Saulo de Tarso. Que aun vayan a predicar el evangelio que ahora desprecian. No es novedad que el sacerdote se convierta a Cristo, ni que el adversario venga a ser abogado tanto mejor y más poderoso a causa del mal que antes hizo. ¡Oh, que el Señor torne sus enemigos en amigos! Dios lo haga. Por amor de Cristo, que lo haga ahora.
Además, entre los primeros de los pecadores debemos, por supuesto, contar los culpables de los más groseros y viles pecados. No me ocuparé de mencionarlos; vergüenza es aun hablar de ellos. Dios nos libre de la incontinencia y deshonestidad, de cualquiera de aquellos pecados censurables aun a juicio de la moralidad común, porque si no, si nos entregamos a éstos, por ellos ciertamente vendremos a ser contados entre los primeros de los pecadores. Sin embargo debo mencionar la blasfemia y el habla deshonesta, porque desgraciadamente son tan comunes. ¿Piensa un hombre que puede seguir condenando su propio cuerpo y alma con tales palabras y jamás provocar a ira al Señor? ¿Sueña en poder usar palabras impuras y obscenas y juramentos malvados, sin incurrir en pecado? Creo que estas cosas acarrean la más negra culpa sobre la conciencia; porque expresamente ha dicho Dios que no dará por inocente al que tomare su nombre en vano. Verdad es tratándose de cada pecado que Dios no dará por inocente al hombre que lo comete; pero se dice de éste especialmente, porque los hombres imaginan que las palabras no son de gran importancia, o que de ellas no hace caso Dios. Aun la repetición irreflexiva del nombre del Señor envuelve gran pecado, porque así se toma el sagrado nombre en vano.
Sin embargo, los hombres juegan con ese nombre en la conversación ordinaria, y eso con terrible frecuencia. No hay excusa para esta atolondrada maldad, porque no trae provecho ni placer al que así ofende. ¿A qué fin práctico puede servir? Como dijo ha mucho J. Herbert: ‘La concupiscencia y el vino alegan un placer, la avaricia, ganancia; pero el jurador, por su compuerta abierta deja por nada correr su alma sin temor. Si fuera yo un epicúreo, podría disminuir el jurar’. No puedo formular una excusa por el lenguaje profano: es inútil maldad voluntaria. Hablan los hombres de tal modo que nos horroriza: hielan de terror nuestra sangre, no sea que Dios les tome la palabra; y todo por nada absolutamente. Pluguiese a Dios que cada blasfemo aquí presente (si los hubiera, lo que no dudo) abandonase ese hábito vil, inexcusable, inútil, que degrada al hombre en la sociedad, lo mancha ante Dios y asegura su condenación.
El habla inmunda coloca a los culpables de ella entre los primeros de los pecadores, y ciertamente les alcanzará una terrible venganza en aquel día en que Dios maldecirá solemnemente a quienes tan fácilmente se han maldecido a si mismos. Terrible cosa será para el hombre que ha usado de imprecaciones profanas encontrar que al fin fueron oídas y serán contestadas sus oraciones. ¡Oh profano! ten cuidado, no sea que el Señor oiga tus oraciones para tu confusión eterna! Humíllate en este momento con profunda contrición, y llora pensando en las muchas veces que has desafiado al Dios de los cielos, y pronunciado palabras provocativas contra el Dios en cuyas manos está tu aliento. Aún no te ha abatido. ¡Oh maravilla! Ten cuidado de ti mismo. Sobre todo, maravíllate de que se haga mención de misericordia para uno como tú.
Ahora, queridos amigos, hay otros primeros entre los pecadores que no lo son por estos pecados más groseros. Permitidme mencionarlos porque en este grupo me tendré que colocar yo y muchos de vosotros. Están entre los primeros de los pecadores aquellos que han pecado contra ¡a mucha luz, y contra las influencias de la santa instrucción y del buen ejemplo. Hijos de padres piadosos que han sido criados e instruidos con el temor de Dios desde su juventud, están entre los primeros de los pecadores si se vuelven del camino de la vida. Cuando faltan, hay un gran peso en su falta, que no se encontrará en el pecado común de los vagabundos o de los árabes del desierto. La prole del degradado no sabe cosa mejor, pobres almas cuyas transgresiones son pecados de ignorancia pero aquellos que saben lo mejor, cuando transgreden, transgreden con exceso. Talento de plomo es su pecado; y colgará de sus cuellos como piedra de molino. Recuerdo cómo esto me impresionó el corazón cuando fui convencido de mi pecado. No me había entregado a ninguno de los vicios más groseros, pero no había sido tentado por ellos, sino cuidadosamente guardado de sus influencias viciosas. Pero lamenté haber sido desobediente a mis padres, de espíritu soberbio, olvidadizo de los mandamientos de Dios: sabía lo mejor; sabía lo mejor desde el principio, y esto me colocaba en mi propia estimación entre los primeros de los pecadores. Me había costado mucho hacer mal, porque había pecado contra la más clara luz. Especialmente es éste el caso cuando el conocimiento va acompañado de mucha delicadeza de conciencia. Hay algunos de vosotros, inconversos, que cuando hacéis mal sentís que habéis hecho mal, y lo sentís vivamente también, aunque nadie os reprenda por ello. No podéis ser injustos o irascibles, ni usar de lenguaje impropio, ni quebrantar el domingo, ni hacer algo prohibido, sin que os moleste la conciencia. Sabéis lo que es retirarse y estar despierto sufriendo después de alguna diversión cuestionable, o después de haber hablado con frivolidad. Delicada conciencia es la vuestra; no la violéis, que seréis doblemente culpables. Cuando Dios pone el bocado en vuestra boca, y tratáis de cogerlo entre los dientes y no os sujeta para nada, debéis hacer caso, porque podréis ser dejados para que os lancéis a la destrucción. ‘El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado: no habrá para él medicina.’ Entre los primeros de los pecadores están los hombres que contra la luz y contra su conciencia deliberadamente escogen el camino del mal, y dejan los mandamientos del Señor.
Especialmente es ofensa grave pecar contra la suave influencia del Espíritu Santo. ¿No habéis sido graves ofensores en este punto? Sentiste el otro domingo en la noche que si podías salir luego de la capilla y llegar a tu casa te arrodillarías en oración; pero no lo hiciste. Sin embargo, has sentido cosa igual muchas veces y has desechado el sentimiento; y ahora un sermón apenas te mueve; necesitaría estar lleno de truenos y relámpagos para hacerte volver el grueso de un cabello. Verdades que te hacían estremecer de pies a cabeza apenas te afectan ahora. Ten cuidado, te ruego, porque el que peca contra el Espíritu Santo puede encontrarse anegado por el pecado de tal manera que ya no pueda mover su barco hacia las playas de salvación. Nada endurece tanto como el evangelio cuando se juega mucho con él. Escuchar las verdades sin recibirlas en el corazón es destrucción segura. Morir en tierra santa es morir en verdad. Quiera Dios que no suceda así con ninguno de los presentes.
Con todo, si eres hoy el primero de los pecadores, no desesperes ni te vuelvas con ira porque vamos a decirte, en este momento, en el nombre de Dios misericordioso, que su hijo Jesucristo ha venido al mundo para salvar a los pecadores, aun al primero.
Pienso que debo poner entre los primeros de los pecadores a aquellos que han conducido a otros al pecado. ¡Ah!, éste es un asunto triste. Si habéis extraviado a otros, si habéis buscado al Señor y sois salvos, sin embargo no podéis salvarlos. Si son jóvenes los que habéis contaminado con el mal, no podréis quitar la vil mancha de su mente. Podéis dejar de sembrar la semilla del diablo, pero no recoger lo sembrado, ni impedir su crecimiento y madurez. El fuego se enciende fácilmente, pero no se extingue tan pronto cuando se ha apoderado del combustible. Es cosa terrible que pueda haber almas en el infierno enviadas por vosotros. Sabia oración penitencial de un convertido que había ejercido influencia para el mal era ésta: «Señor, perdóname mis pecados de otros hombres.» Cuando conducís a otros al pecado, sus pecados son en gran parte pecados vuestros. No dejan de ser pecados de quienes los cometen, pero lo son también de aquellos que los promovieron o sugirieron por el precepto o el ejemplo. Un mal ejemplo, una expresión obscena, una vida impura pueden ser los medios de conducir a otros a la perdición; y quienes a otros destruyen, y son así asesinos de almas, están entre los primeros de los pecadores. Quien usa el puñal o la pistola para herir el cuerpo es aborrecido; ¿ qué diremos de aquellos que envenenan las mentes humanas y hunden el puñal en el corazón de la piedad? Éstos son los más culpables entre los culpables. ¡Ay de ellos!
Debo especialmente colocar entre los primeros de los pecadores a aquel que ha predicado la falsedad, que ha negado la divinidad de Cristo, que ha minado la inspiración de las Escrituras, que ha luchado contra la fe, peleado contra la expiación, y hecho el mal que ha podido, difundiendo el escepticismo. Debe colocarse entre los cabecillas del mal diabólico; es un destructor maestro, un apóstol escogido del príncipe de las tinieblas. ¡Ojalá que por la gracia soberana sea puesto entre los primeros maestros de esa fe que basta aquí ha destruido! Pienso que en calidad de cristianos deberíamos orar más por cualesquiera que se hacen monótonos por su infidelidad. Si hablásemos menos amargamente contra ellos, y orásemos más por ellos, de ello resultaría bien. Argumentos buenos contra los ateos bastantes hemos tenido; llevemos el caso a corte superior, y aboguemos con Dios por ellos. Si usamos la magnifica artillería de los cielos por medio de la oración importuna, estaremos usando mejores armas que las comúnmente empleadas. Ayúdenos Dios a orar porque todos los falsos maestros sean convertidos a Dios y así despliegue la omnipotencia de su amor.
No diré más sobre este triste asunto, porque en verdad sólo he mencionado estos ejemplos con la esperanza de que alguno presente confiese: Siento decir que el predicador se refiere a mí. Bajo uno u otro punto de vista debo tomar mi lugar entre los primeros de los pecadores.
II. En segundo lugar, ¿POR QUÉ LOS PRIMEROS DE LOS PECADORES SON SALVOS TAN FRECUENTEMENTE? El Señor Jesucristo cuando fue a los cielos llevó consigo uno de los primeros pecadores en calidad de compañero: el ladrón moribundo entró en el paraíso el mismo día que nuestro Señor. Después de que nuestro Señor Jesús había subido al cielo, no salvó, hasta donde yo sé, más que una sola persona por su propia agencia directa; y esa persona fue este mismo apóstol Pablo que nos ha dado nuestro texto. A él personalmente habló nuestro Señor de los cielos, diciendo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Revelósele a él mismo por el camino, y llamó para que fuese su apóstol aun a este hombre que con verdad se titulaba a sí mismo el primero de los pecadores. Admirable pensar que así fuese; pero la gracia se deleita en tratar con el pecado grande y notorio, y en quitar los enormes crímenes de grandes ofensores.
El Señor Jesús no sólo salvó los primeros de los pecadores, sino que aun tenía parentesco carnal con algunos de ellos. Recorred la larga línea de la genealogía de nuestro Señor. Conocéis esa doctrina, reciente invención de Roma, respecto a la inmaculada concepción de María. Voy a deciros una doctrina que está tan apartada de ésa como lo está el oriente del occidente. En la genealogía de nuestro Señor encontramos los nombres de algunos de los primeros pecadores. Tres mujeres especialmente están en ella, que fueron notorias por su pecado. No se mencionan muchas mujeres, pero entre las primeras está Tamar, culpable de incesto. La otra es Rahab la ramera, y la tercera Bathsebah, la adúltera. Es un linaje perverso, un árbol genealógico cuyas ramas son más que nudosas y torcidas. Admirad la condescendencia del Señor al venir de tal tronco. Vino de pecadores, porque vino por los pecadores. Según la carne vino de los pecadores, para que los pecadores viniesen a él. Fue mezclada en las venas por don. de corrió su estirpe la sangre de Ruth la Moabita, una pagana, para que nosotros los gentiles viésemos cuán verdaderamente era Él hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. No digo que hubo mancha en su humanidad, Dios me libre, porque no fue engendrado como los hombres, de modo de ser así contaminado; pero digo, sí, que su genealogía incluye muchos grandes pecadores, para que veamos cuán estrechamente se unió con ellos, cuán completamente se encargó de su causa. Leed la lista de su estirpe: allí veréis a David que clamó: ‘A ti, a ti sólo he pecado’; a Salomón que amó mujeres extranjeras; a Roboam su hijo insensato; a Manasés que ‘derramó mucha sangre inocente’, y peores hombres que ésos, si peores pueden ser. Semejantes pecadores están en la genealogía del Salvador de pecadores. ‘Contado fue con los transgresores’. Fue llamado «amigo de publicanos y de pecadores». Se dijo de Él: «Éste a los pecadores recibe y con ellos come.»
Se deleita aún en salvar grandes pecadores. 10h amigo mío, le deleitará salvarte a ti!
¿Por qué lo hace? Dice el apóstol en el versículo 16: «Mas por esto fui recibido a misericordia, es a saber, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia.» Qué ¿es ésa su razón para salvar un pecador? Es para mostrar en ese pecador su clemencia, revelando su paciencia y perdón. En un gran pecador como Pablo, muestra toda su clemencia, no unos granos ni porciones de ella; sino toda su clemencia. ¿Quiere Jesucristo mostrar toda su clemencia? ¿Se deleita en revelar todo su amor? Sí; porque recordad que llama a «su misericordia». Yo no hallo que llame a su poder sus riquezas, sino que llama a su gracia sus riquezas: «en quien tenemos redención por su sangre, remisión de pecados por las riquezas de su gracia». Queridos amigos, el Señor que es rico en misericordia busca dónde poner sus tesoros; quiere un estuche para las sagradas joyas de su amor; y estos atroces criminales, estos grandes ofensores que a sí mismos se juzgan negros como el infierno, éstos son los mismos hombres a quienes les otorga las raras joyas de su bondad. Donde el pecado ha abundado, hay ancho campo para la misericordia infinita del Dios viviente. Si os encontráis grandemente culpables, ¿no os debe animar el que Dios se deleita en mostrar toda su paciencia salvando grandes pecadores? ¿No pediréis de una vez que en vuestro caso sea mostrada toda su clemencia? Creed en el Señor Jesucristo y será así.
¿Y que. dice luego Pablo? Que el Señor le salvó para ejemplo de los que habían de creer en El para vida eterna. Para ejemplo. Quiere decir para tipo o muestra. Pablo era prueba de primera clase. Las primeras pruebas de un grabado son claras y bien marcadas, y son por eso valiosas; muestran el poder productor de la plancha en su punto más culminante, antes de gastarse la superficie. Pablo fue una de las pruebas tomadas de la plancha en los primeros días y bajo las circunstancias más favorables para sacar cada línea de gracia. Toda la clemencia de Dios vióse en él para modelo. Plegue a Dios que podamos poner a algunos de vosotros bajo esa misma plancha grabada y sacar más impresiones en esta misma hora, porque la plancha no está gastada; el tipo que Dios usa es tan nuevo como siempre.
Cuando un impresor para su tipo, envía al autor un pliego para que vea el tipo que es, y a esto llama su prueba. Así Pablo fue prueba de Dios, una de las primeras tomadas por la maquinaria de la gracia, para dejarnos ver a todos lo que Dios tiene que decirnos respecto a su amor longánimo. La prensa está trabajando en este momento, está haciendo impresiones ahora, las más claras, bien marcadas y legibles. Plegue a Dios que algún gran pecador presente sea como el papel bajo el tipo para que tome la impresión de la gracia omnipotente. Una gran edición de la Obra del Amor fue publicada antes que el de Pablo fuese impreso y publicado; me refiero al tiempo en que Pedro predicó el día de Pentecostés. Desde aquel día se han hecho muchas espléndidas y grandes ediciones en esa prensa. Tengo delante de mí una grande biblioteca que Dios ha impreso en esta casa, las pruebas que Dios ha sacado en estos últimos años del viejo tipo parado; pero Pablo encabeza la lista como hermosa prueba primera de lo que Dios puede hacer.
Luego Dios puede salvarme. Llegué a esa conclusión hace un año, y poniéndola a prueba resultó verdad. Queridos compañeros pecadores, llegad a la misma conclusión. ¿Quiénes sois? No, no quiero que me digáis. No quiero saber. Dios lo sabe. Pero quiero que lleguéis a esta conclusión: «Si Pablo es muestra de salvados, ¿por qué, pues, no seré yo salvo? Si Pablo hubiese sido único, un producto de por sí, entonces justamente Podríamos haber dudado en lo que toca a nosotros; pero ya que es modelo, esperar podemos todos ver repetida en nosotros la clemencia del Señor.» En la actualidad nos mandan en paquetes postales muestras de todo, y compramos muchos artículos según la muestra. Cuando compráis según muestra, esperáis que los efectos sean iguales a la muestra. Dios así envía a Pablo como muestra de su gran misericordia para con los grandes pecadores. En verdad que decís: «esta es la clase de trabajo que hago. Tomo este material bruto y malo del primero de los pecadores, lo renuevo, y muestro toda misericordia en él. Es lo que estoy listo para hacer contigo.» Pobre alma, ¿no aceptarás la misericordia del Señor? Entra en este negocio de salvación con el Señor, para que tú, pecador como el apóstol, seas como él y obtengas la gloriosa salvación que hay en Cristo Jesús, que vino al mundo para salvar a los pecadores. Os estoy hablando muy clara y sencillamente; pero si amáis vuestra propia alma, mucho más os agradará escuchar. No os quiero entretener, quiero veros salvos. Fijad, os ruego, vuestra mente en este asunto, y aprended que hay esperanza para el peor de vosotros, si dama al Señor.
Por eso es que Jesús salva a aquellos que más gravemente han errado, para presentarlos como muestras de lo que su gracia puede hacer.
«Pero pertenezco a familia tan mala», dice uno. ¡Oh, sí!, y han sido salvados muchos que pertenecen a las más depravadas y degradadas familias. Han entrado en relación con Cristo y su propia condición vil ha sido sorbida en su gloria. Convertidos los hijos de los criminales, pertenecen a la familia de Dios. «A todos los que le recibieron, dióles poder de ser hechos hijos de Dios, esto es, a los que creen en su nombre.»
¡Oh, pero yo me he entregado a vicios tan horribles! » Triste confesión; pero no os condena a la desesperación, porque la sangre de Jesús limpia la peor inmundicia. Blasfemos, adúlteros, borrachos, ladrones, «esto», ¡oh, santos, «érais algunos de vosotros; mas sois lavados, mas sois santificados»! ¿Y por qué otros de carácter semejante no han de ser lavados también?
III. Debo concluir deteniéndome un poco en la tercera división, que es ésta: ¿QUÉ DICEN LOS PRIMEROS DE LOS PECADORES CUANDO SON SALVOS? Lo que dicen consta en el texto. Parece un himno: «Al Rey de siglos, inmortal, invisible, al solo sabio Dios, sea honor y gloria por siglos de siglos. Amén.» Tan luego como son salvos comienzan a alabar al Señor. No pueden transferirlo. Alguien les dirá: «Alabarás a Dios cuando entres al cielo.» «No», replica el alma,« voy a alabarle ahora. Ahora al Rey de siglos, inmortal, invisible, sea honor y gloria por siglos de siglos». Contenerse no puede el amor agradecido, es como fuego en los huesos. Reventaría de amor nuestro corazón si no hallase luego medios para expresarse.
Otra persona le dice al oído: «Cuando alabes a Dios no te entretengas tanto en ello. Sal tan pronto como le hayas alabado y adorado con moderación.» «No», dice el salvado, «no puedo acabar mientras la vida dure; a él sea honor y gloria por siglos de siglos». Expresión redundante que el entusiasmo se deleita en usar: indica una especie de doble eternidad. El pecador salvado nunca se cansará de glorificar al Señor, le alabará por toda la eternidad. Tan pronto como un pecador es salvo del pecado, se viste de alabanza. Nuevo canto es puesto en su boca, y debe cantarlo: no puede dejar de hacerlo. No hay quien lo detenga.
Notad los títulos que aquí amontona Pablo. Primero llama Rey al Señor Jesucristo. O aplicadlo al bendito Dios en su sagrada unidad si queréis: llama Rey al Señor, porque quiere darle el título más elevado, y tributarle el más humilde homenaje. Llámale Rey porque le ha hallado como tal; porque rey es el que reparte vida y muerte, rey que perdona rebeldes, rey que gobierna y reina sobre los hombres. Tanto así y más era Jesús para Pablo, y así necesita darle el título real: de él no puede hablar menos que de majestad. Si Jesús no es Rey para todo el mundo, lo es al menos para el hombre cuyos pecados han sido perdonados. Dice: «Al Rey de siglos sea honor y gloria por siglos de siglos.»
Ved qué más dice; « al Rey de siglos». No es un rey que perderá su reino; no un rey que cesará de reinar o abdicar; o morirá. ¡Oh, queridos hermanos!, el Rey que perdonó a Pablo es hoy un Rey igualmente poderoso para salvar. Rey es aún, después de mil ochocientos años de su obra de gracia para con el primero de los pecadores. Se sienta en el trono, con su gracia soberana, en el esplendor de su amor, en ¡a majestad de su poder perdonando la iniquidad, la transgresión y el pecado. ¿No os inclinaréis ante él? Aquí, en este momento, me detengo para hacerle reverencia. ¡Gloria al Señor Jesús, porque es el Rey eterno!
Llámale también Rey inmortal. Es el Rey que siempre vive por su propio poder, y puede por eso dar vida ¡a las almas muertas. Bendito el nombre del Salvador que murió por los pecadores, pero igualmente bendito sea su nombre porque siempre vive para interceder por ellos, y puede por eso salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios. El Espíritu vivificado, resucitado, dama: «Gloria al Rey inmortal, porque me ha hecho inmortal por el toque de su mano vivificadora.» Porque Él vive, nosotros también viviremos. Nuestra vida está escondida en Él, y con Él reinaremos por toda la eternidad.
Titulóle luego Pablo Rey invisible; porque aún no vemos sujetas a él todas las cosas, y su reino es percibido por fe más bien que por vista. Invisible es para ojos mortales el Señor Jesús, y por eso nuestro servicio debe ser tributado por el espíritu más bien que por los sentidos. En él debemos confiar si hemos de acercarnos a él, y de él debemos decir «a quien no habiendo visto amamos». Un señor invisible, a quien conocer puede sólo nuestra fe, nos ha salvado, y nos salvará por la eternidad. No tenemos un rey que hemos visto o tocado, o cuya voz hemos oído materialmente; el nuestro es Rey invisible, y con todo moviéndose de aquí para allá entre nosotros, poderoso para salvar. Gracias al Espíritu Santo, que nos ha dado los ojos de la fe para ver al invisible, y corazones para confiar y descansar en un Señor invisible.
Diga cada alma salvada: Al Rey de siglos, inmortal, invisible, sea gloria eterna. ¿No responderéis con inmediata alabanza? ¿No decís: «Despierta, gloria mía, despierta salterio y arpa»? Ojalá que el carbón encendido de serafín tocase mis labios tartamudos. Como pecador salvado por mi Señor y Rey, de buena gana derramaría mi vida en continua corriente de alabanza a mi Redentor.
Además nuestro apóstol habla del solo sabio Dios. Tan sabio es, que salva grandes pecadores para hacerlos ejemplos de su misericordia; tan sabio que toma fanáticos y perseguidores para tomarlos en apóstoles, tan sabio que hace que la ira del hombre le alabe, y usa la misma maldad del hombre para dar realce al resplandor de la gloria de su gracia. Al solo sabio Dios, suficientemente sabio para cambiar al león en cordero, para hacer de un pecador un santo, de un perseguidor un predicador, de un enemigo un amigo, a él sea gloria .¡Oh! La sabiduría de Dios en el plan de la redención es profunda, insondable. Con ella comparada no hay otra sabiduría, y se ve a Dios s«lo sabio».
A Él sea honor y gloria por siglos de los siglos. Amén. A Él sea gloria en la tierra y gloria en los cielos, honor de todos nosotros, seres pobres e imperfectos, y gloria de parte nuestra cuando seamos hechos perfectos para ver su rostro. Venid vosotros, salvos, y levantad vuestros corazones. Comenzad luego los cantos que jamás cesarán. Jamás acabarán de cantar los santos, porque recuerdan que fueron pecadores. ¡Ven, pobre pecador, de los profundos exalta a aquel que a los profundos por ti descendió! «Oh, todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed: venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.» «Buscad a Jehová, mientras se halla: llamadle, entre tanto que está cercano.» «Deje el impío su camino, y el varón inicuo su pensamiento, y vuélvase a Jehová el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será grande para perdonar.»
Vosotros, los primeros de los pecadores, adorad a Aquel que para vosotros es el primero entre diez mil, y todo El hermoso. ¡Vosotros, viles pecadores, que habéis ido hasta el mismo borde de la condenación por vuestros abominables pecados, levantaos hasta las más elevadas alturas de gozo entusiasta en Jesús vuestro Señor! Vuestra confianza poned en Jesucristo el Señor y todo pecado y blasfemia os serán perdonados; y al recibo de tal perdón romperéis en nuevas doxologías a Dios nuestro Salvador: «Venid pues, dirá Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, serán tornados como la lana blanca.» «Si quisiéreis, y oyéreis, comeréis el bien de la tierra. Si no quisiéreis, y fuéreis rebeldes, seréis consumidos a cuchillo; porque la boca de Jehová lo ha dicho.» A vosotros, los más culpables de los culpables os habla el apóstol Pablo, y está ante vosotros como el portador de la bandera parlamentaria de la misericordia de Dios. Rendíos al Rey eterno y habrá para vosotros perdón y libramiento de la ira venidera. «Por un momento breve te dejé: mas con grandes misericordias te recogeré.» Treinta y cinco años vivió Pablo en el pecado. Veinte años más tarde, cuando era más anciano que yo, escribió: Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.» ¿No hay aquí en esta noche, alguna persona de treinta y cinco años de edad que quiera volver la hoja? ¿No hay aquí alguna mujer de esa edad que ha cometido pecados más que suficientes? ¿No es tiempo de volver al Señor y de seguir una vida nueva y mejor? Conviértelos, Señor: conviértelos y se convertirán! Hazlos vivir y para ti vivirán por siglos sin fin. Amén y Amén
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