Un muchachito estuvo parado allí en la plataforma esperando el tren para irse a la escuela, sus brazos llenos de libros, bolígrafos, papeles y un pequeño caja de almuerzo.
Era hora punta de la mañana y la plataforma estuvo completamente lleno de gente.
Mientras el tren estuvo llegando a la estación, la gente empezó a situarse para entrar en las puertas. Cuando abrieron, hubo una estampida de personas tratando de subir al tren. Ellos aporrearon al pobre muchachito, quien perdió control de todas las cosas que tenía en sus brazos. Cayeron al cemento, siendo patadas en todas direcciónes.
El ejecutivo ocupado vio todo esto y el quiso ayudar, pero no pudo perder ese tren. Llegar tarde una vez mas pondría su trabajo en peligro, un trabajo que no podia permitirse el lujo de perder.
De una vez se recordó de su oración: “Señor, permite que alguien vea a Jesús en mí hoy.”
Sintiendo culpabilidad y deber, el hombre apretó sus dientes, puso su maletín en el piso, bajó con sus manos y rodillas en la plataforma y comenzó a recoger las pertenencias del muchachito… mientras que su tren salió de la estación.
El niño estuvo parado en asombro total, mirando a cada movimiento sin decir ni una palabra. Con cuidado y con todo arreglado muy bien, el ejecutivo devolvió los objetos a los brazos del niño. Con ojos que brillaron por la humedad, el muchachito asombrado por fin preguntó, “¿Señor, es usted Jesús?”
Contando la historia un tiempo despues, el ejecutivo ocupado dijo, “En ese momento, yo era.”
Como embajadores de Cristo, nosotros representamos a El en todo lo que hacemos, incluso las cosas que no tienen ningun beneficio para nosotros.
Con una mentalidad biblica, el estímulo y la compasión van mano en mano. En el hebreo y el griego, la palabra “compassion” es “un instinto para las necesidades de los demás”. Es el sentido del deber – “el más alto deber,” como William Barkley lo llama. Mientras tanto, el estímulo es el músculo que responde a la compasión.
La compasión es el diagnóstico, el estímulo es la medicina – el que siempre debió seguir al otro.
Sin embargo, con todos sus beneficios – y hay muchos – el estímulo no siempre es correspondido. A menudo el estímulo es una calle de sentido único, un vuelo solitario. Como dinero encontrado, quizás no estará devuelto.
De hecho, las Escrituras dan la impresion que no se le devolverá el estímulo:
- Durante los 40 años del exodo, la palabra estímulo esta mencionado solamente dos veces. Fue Moises quien estimuló al pueblo; ellos nunca le estimularon a el.
- Durante el liderazgo de David, las Escrituras mencionan el estímulo solamente dos veces: cuando Jonatán le estimuló a David y cuando David estimuló a Joab… quien estuvo conspirando para derrocar a David en ese momento.
- Job sentó en un montón de cenizas que aparentemente significaron una vida arruinada. Pronto sus amigos se unieron a él. No le animaron ni una vez durante su diálogo largo. Sin embargo Job, preocupado por su bienestar, estimuló a ellos.
- El ultimo viaje de Pablo fue un viaje agitado por una tormenta, un viaje a enfrentarse a su verdugo en Roma. Todos los 275 personas a bordo estuvieron mareados – presumiblemente también lo fue Pablo – sin embargo, el estimuló a todos.
- Jesús siempre estuvo animando a los demás, incluyendo sus discípulos que estuvieron profundamente deprimidos… apenas unas horas antes de que El iba a morir.
Aparentemente, si queremos animar a los demás, necesitamos estar listos para hacerlo solo.
Por el lado del pastor hubo una placa de bronce adjuntado al púlpito que sólo yo pude ver. Allí estuvieron las palabras de los griegos cuando dijeron a Felipe: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” Ese pequeño letrero era un recordatorio constante de la razon por la cual yo estuve en ese púlpito.
Se puede decir lo mismo sobre animar a otros. Es un acto desinteresado que describe al Salvador vívidamente. Es a través de estos actos que las personas preguntarán: “¿Señor, es usted Jesús?”
— Ron Walters