Camino a las duchas la primera mañana, usted pasa por el cuarto de él. La puerta está entreabierta y él acaba de arrodillarse para orar. Usted no puede resistir y se pregunta: ¿Cómo exactamente comienza sus oraciones un gigante de la fe?
Hace una pausa y se acerca más. ¿Orará por avivamiento? ¿Orará por los que tienen hambre alrededor del mundo? ¿Orará por usted?
Pero lo primero que oye es: «Oh Señor, te ruego con todas mis fuerzas en esta mañana, ¡por favor… bendíceme!»
Sorprendido ante esa oración tan egoísta e interesada, atraviesa el vestíbulo para ir a las duchas. Pero a medida que gradúa la temperatura del agua, un pensamiento lo golpea. Es tan obvio que no puede creer que no se le hubiera ocurrido antes.
Los grandes hombres de fe piensan de modo diferente del resto de nosotros.
Una vez que está vestido y se dirige al comedor para tomar el desayuno, ya está convencido. La razón por la que hombres y mujeres grandes de la fe se destacan entre los demás, es que piensan y oran de manera distinta a la de quienes les rodean.
He conocido a muchos cristianos fervorosos que toman como señal de inmadurez acariciar tales pensamientos. Suponen que serían muy descorteses y codiciosos si le piden a Dios demasiadas bendiciones.
Es probable que usted también piense de la misma manera. Si es así, quiero mostrarle que una oración así no es un acto tan egocéntrico como parece, sino una acción sumamente espiritual y con toda exactitud la clase de petición que nuestro Padre anhela oír.
Primero, echemos una mirada más detallada al relato de Jabes (1 Crónicas 4:9-10).
Hasta donde podemos decir, Jabes vivió en el sur de Israel después de la conquista de Canaán y durante la época de los jueces. Pero su historia en realidad comienza con su nombre: «Y su madre lo llamó Jabes, pues dijo: Porque lo di a luz con dolor».
En hebreo, la palabra Jabes significa «dolor». Una traducción literal podría ser: «El que causó, causa (o causará) dolor».
No suena como el comienzo de una vida promisoria ¿verdad?
Todos los bebés llegan al mundo con cierta cantidad de dolor, pero algo en el nacimiento de Jabes fue más allá de lo usual, tanto que su madre decidió recordarlo con el nombre de su hijo. ¿Por qué? El embarazo o el parto pueden haber sido traumáticos. O puede ser que el dolor de la madre fuese emocional, quizá el padre del niño la abandonó durante el embarazo; o tal vez murió; quizá la familia cayó en una estrechez económica tan grande que la perspectiva de otra boca para alimentar únicamente podía traer temores y preocupaciones.
La carga más pesada del nombre de Jabes tuvo que ver con la manera en que definía su futuro. Con frecuencia el nombre se consideraba como un deseo o hasta una palabra profética con respecto al futuro del niño. Por ejemplo, Salomón significa «paz» o «pacífico», y efectivamente fue el primer rey de Israel que gobernó sin recurrir a la guerra.
Un nombre que significaba «dolor» no le auguraba buen futuro a Jabes.
A pesar de tales perspectivas, Jabes halló un camino de salida. Al crecer oía del Dios de Israel que liberó a sus antepasados de la esclavitud, que les dio victorias sobrenaturales contra enemigos poderosos, y que los estableció en una tierra de plenitud total. En consecuencia, para el tiempo en que llegó a ser adulto, Jabes creía y esperaba fervorosamente en ese Dios de comienzos nuevos y de grandes milagros.
Entonces, ¿por qué no pedir uno? Y precisamente eso hizo. Pues pronunció la mayor e inverosímil de las peticiones posibles de imaginar: ¡Oh, si me bendijeras en verdad…! Cuánto amo la vehemencia, la sensibilidad de su ruego. En hebreo añadir «en verdad» a esta oración es como si se agregaran cinco signos de admiración, o como escribir la petición en mayúsculas y subrayarlas.
Me imagino a Jabes ante una puerta maciza, enorme, en un muro tan alto como el firmamento. Bajo el peso abrumador de su pasado y la monotonía de su presente, solo ve delante de sí la imposibilidad: un futuro taciturno y sin esperanza. Sin embargo, levanta las manos al cielo y clama: «¡Padre, oh Padre! ¡Por favor, bendíceme! Y lo que realmente quiero decir es… que me bendigas, pero en abundancia!»
Con la última palabra comienza la transformación. Oye un golpe tremendo. Luego algo como un gemido. Después un rechinar a medida que la formidable puerta oscila para apartarse de él en un arco muy amplio. Y allí, extendiéndose hasta el horizonte, hay campos de bendición.
Y Jabes avanza un paso a una vida completamente nueva.
Bendecir en el sentido bíblico quiere decir pedir o impartir un favor sobrenatural. Cuando suplicamos la bendición de Dios, no solicitamos más de lo que nos es posible conseguir. Clamamos por la ilimitada y maravillosa bondad que el único Dios tiene: el poder de conocer o damos. A esta clase de riqueza se refiere el escritor bíblico cuando dice: «La bendición del Señor es nuestra mayor riqueza; todo nuestro afán nada le añade» (Proverbios 22:10). Es indispensable notar un aspecto radical en cuanto a la bendición que pide Jabes: Él dejó por completo que Dios decidiera cuáles serían esas bendiciones y cuándo, cómo y dónde iba a recibirlas. Esta clase de confianza decisiva e incondicional en las buenas intenciones de Dios hacia nosotros, nada tiene en común con el evangelio popular según el cual se le debe pedir a Dios un automóvil de lujo, ingresos de seis cifras o algún otro signo físico materialista que indique que hallamos una forma efectiva de conectamos con Él. En vez de eso, la bendición de Jabes se enfoca, como un rayo láser, en nuestro deseo respecto a nosotros mismos de nada más o nada menos, sino exclusivamente en lo que Dios desea para nosotros.
Cuando buscamos la bendición de Dios como un valor concluyente en la vida, nos internamos por completo en el río de su voluntad, su poder y sus propósitos para nosotros. Todas nuestras necesidades vienen a ser secundarias ante lo que realmente queremos, que no es otra cosa que llegar a sumergirnos de modo total y absoluto en lo que Dios trata de hacer en nosotros, por medio de nosotros y alrededor de nosotros para su gloria.
¿Qué pasa si descubre que Dios pensaba enviarle veintitrés bendiciones específicas en el día de hoy, y apenas recibió una? ¿Cuál supone que haya podido ser el motivo de ello?
«Pide», prometió Jesús, «y se te concederá lo que pidas…» (Mateo 7:7). «No tenéis porque no pedís», dijo Santiago (Santiago 4:2). Aunque no hay límites para la bondad de Dios, si usted no le pidió ayer una bendición, no tuvo todo lo que se suponía que alcanzaría.
Esta es la trampa: Si no pide las bendiciones del Señor, perderá las otras que le deben llegar por pedir una sola. De la misma manera en que a un padre le honra tener un hijo que le ruega su bendición, nuestro Padre se deleita en responder generosamente cuando su bendición es lo que usted más desea.
Quizás piense que su nombre es simplemente otro sinónimo de dolor o problemas, o que la herencia que ha recibido a causa de sus circunstancias familiares no es más que una desventaja. Simplemente, no se siente como un candidato ideal para recibir bendiciones.
También es posible que sea uno de esos cristianos que creen que una vez que son salvos, las bendiciones de Dios vienen como una especie de llovizna sobre su vida a un ritmo predeterminado, no importa lo que haga. Sin que se requiera ningún esfuerzo adicional.
Tal vez se ha deslizado hacia una mentalidad de llevarle la cuenta a Dios. En su cuenta de bendiciones hay una columna para depósitos y otra para retiros. ¿Ha sido Dios extraordinariamente bondadoso en los últimos días? Por eso cree que no debería esperar, mucho menos pedir que le acredite a su cuenta. Quizá piense que Dios debería pasar por alto sus deseos y necesidades por un tiempo o incluso hacer un débito en su cuenta al enviarle algún problema a su vida.
La propia naturaleza de Dios consiste en que tiene bondad a tal grado de abundancia que sobrepasa la indignidad de nuestras vidas. Si piensa acerca de Dios en cualquier otro modo, le pido que cambie su manera de pensar.
¿Por qué no establecer el compromiso para toda la vida de pedirle a Dios que lo bendiga todos los días; y mientras Él lo *****ple, que la bendición sea abundante y generosa?
Solo nosotros limitamos la liberalidad de Dios, no son sus recursos, poder o voluntad para dar. A Jabes se lo bendijo simplemente porque rehusó dejar que cualquier obstáculo, individuo u opinión fuese mayor que la naturaleza de Dios. Esta, precisamente, es bendecir.
La bondad de Dios para registrar la historia de Jabes en la Biblia es un testimonio que demuestra que no cuenta quiénes seamos o lo que nuestros padres hayan decidido por nosotros, ni el futuro al que estemos «destinados». Solo cuenta conocer lo que queremos ser y pedirlo.
Con una simple y sencilla oración de fe, es posible modificar el futuro. Usted puede cambiar lo que sucede en un minuto a partir de ahora mismo.
Extraído de «La oración de Jabes», por Bruce Wilkinson, Editorial Unilit.