(Hebreos 13:15)
INTRODUCCIÓN: Una de las palabras que es tan fácil pronunciar, pero tan difícil de vivir, es la palabra “sacrificio”. Por regla general estamos prestos para hacer las cosas que no demandan mucho de nosotros, pero cuando se nos exige un sacrificio, buscamos la forma de eludir el compromiso. Sin embargo, la mayoría de los logros de la vida son el producto del sacrificio. Una persona que opte por ser un profesional debe transitar este camino, todo eso visto en muchas horas de estudios, investigación y cumplimiento de trabajos. Una persona que opta por ciertas disciplinas deportivas deberá someterse al rigor de las prácticas previas, de los entrenamientos señalados. ¿Qué decir de los que deciden rebajar de peso? Hay que reconocer que allí se requiere de un “extra” en los sacrificios, en especial el control de la comida, si se quiere mantener una buena forma.
Para el tema que nos asiste hoy, debemos reconocer que una cosa es adorar a Dios y otra muy distinta es ofrecer sacrificios de alabanza. Esto podemos verlo en la diferencia que existe entre hacer una contribución y cuando se da el todo. Esta fue la situación que pasó entre una conversación de una gallina y un cochino. Un día caminando por un mercado público la gallina, al ver los huevos y el jamón que se vendía allí, ponderó la forma como ambos eran tan útiles para la alimentación de la gente. Pero el cochino consciente de la parte de la gallina, dijo: “Sí, con la diferencia, que lo que para ti es una contribución, para mí es un sacrificio porque que tengo que poner mi vida”. En el contexto espiritual somos llamados no tanto a hacer una contribución sino hacer un sacrificio. ¿Por qué esto? Porque Dios ya se ha sacrificado por nosotros. Los sacrificios cruentos del Antiguo Testamento eran sombras de lo que fue el sacrificio de Cristo. De eso queremos hablar en este tópico, al referirnos a los “frutos de labios” del creyente.
I. HAY QUE OFRECER LA ALABANZA A DIOS
No a los ángeles, no a los hombres, no a la naturaleza, no a los astros, no a los ídolos; sólo a Dios. Cuando el hombre ofrece su alabanza a la criatura antes que el Creador, incurre en el pecado de la idolatría, el asunto que más aborrece Dios. Para el tiempo cuando los judíos traían los sacrificios delante del altar, había una variedad de ofrendas por las faltas cometidas. Algunas eran llamadas “ofrendas quemadas” u “ofrendas por el pecado”, todas ellas asignadas para borrar la transgresión. Pero había las llamadas “ofrendas de paz”, que también era conocidas como “ofrendas de amistad”. La intención de ellas era mantener una buena relación entre el oferente y el recibidor. Era una ofrenda que planteaba una estrecha amistad, y hasta una íntima comunión entre el creador y la criatura. Esas ofrendas tenían el elemento de la gratitud por los favores recibidos. Tales ofrendas eran presentas de una forma voluntaria, no había el elemento obligante. Cuando el escritor a los hebreos nos presenta el llamado de ofrecer sacrificios de alabanza a Dios, tiene en mente esa práctica. Ahora bien la exigencia del texto es que nuestra alabanza tenga como principal objetivo adorar a nuestro Dios.
La frase “fruto de labios” es un hebraismo que quiere decir lo que lo los labios producen; eso es, palabras. A lo mejor esta frase irá acorde con lo que Jesús dijo: “De la abundancia del corazón, habla la boca”. La alabanza a nuestro Dios expresada en la acción de gracias, en el canto, o aquella que se hace en la oración de nuestro corazón, es ese “fruto de labios”. Este es el tipo de alabanza que es hecha tomando en cuenta el nombre de Dios. El pueblo judío ha sido único en entender lo que significa el nombre de Dios. Ellos le conocieron en una revelación progresiva. El nombre “elohim”, por ejemplo, de donde nos viene la palabra “Dios”, junto con Jehová o “Jaweh”, que traduce “yo soy el que soy”, eran muy solemnes y dignos de reverencia para ser pronunciados a la ligera, o tomados en vano. Fue por eso que inventaron el nombre de “Adonai”, cuando tenían que hablar del excelso Dios. Esto a lo mejor tenía que ver con el concepto de la alabanza misma. La alabanza es el reconocimiento de todos los atributos y cualidades de Dios.
Así, pues, cuando nos disponemos ofrecer sacrificios de alabanzas, debemos considerar en primer lugar el nombre de Dios. Su nombre es santo tres veces. Así lo reconocen los ángeles (Is. 6:3; Apc. 4:8). Luego viene el resto: dignidad, poder, amor, misericordia, infinitud, grandeza, dominio… Ni los ángeles, ni la naturaleza, ni los animales se avergüenzan de exaltar a este Dios. ¿Deberíamos nosotros avergonzarnos de confesar su nombre? En esto es importante resaltar la palabra “sacrificios de alabanza”. Es fácil alabar al Dios cuando todo marcha bien, pero el sacrificio es cuando no sentimos deseos de hacerlo. El salmo 100 es una gran convocación para que entremos ante su presencia con alabanza. Dios se complace más en el sacrificio de alabanza, que en mi alabanza habitual. Si nuestra adoración no se la damos a Dios, se la daremos a cualquier otra cosa que se convierta en nuestro culto. ¿Es Dios el objeto de mi adoración?
II. HAY QUE OFRECER LA ALABANZA SIEMPRE
Ahora vemos el otro asunto en la alabanza: la duración. ¿Cuánto tiempo deberíamos gastar alabando al Señor? Un estudio de varios pasajes bíblicos nos hace ver la importancia que los hombres de Dios le daban a la alabanza, sea esta en la oración, el canto o en el simple reconocimiento de su grandeza. El salmista decía: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Sal 34:1) Note que el texto no dice ‘alabaré a Jehová en ciertos tiempos’, dice “en todo tiempo”. En el verano y en el invierno, en primavera y en el otoño. Cuando haya abundancia y cuando haya escasez. Cuando estemos sanos y cuando estemos enfermos. Cuando todo ande bien y cuando vengan los tiempos de mucha prueba. Le alabaremos en las ocasiones cuando el Señor “da” y en aquellas donde el Señor “quita”. En este sentido, la actitud del patriarca Job nos ayuda en esa alabanza: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21)
No se trata de una alabanza espasmódica y errática. El que sea en todo tiempo nos indica que será una alabanza aun en medio de algún intenso sufrimiento. Cuando David escribió este salmo estaba siendo perseguido por Saúl. Desde la “cueva del Adulan”, donde oía los rugidos de los cacharos de león, escribió toda esta obra que ha servido de tanta inspiración. Alabarlo siempre significa que no es una alabanza fácil y barata (que no cuesta nada). Que no es solamente una alabanza sentimental y que no es superficial ni vacía. La alabanza que se hace siempre exige un gran sacrificio. ¿Quién quiere alabar al Señor cuando un hijo pequeño muere y no se sabe por qué? ¿Quién quiere alabar al Señor cuando surge una enfermedad inesperada y el doctor dice que no hay esperanzas? ¿Quién quiere alabar al Señor cuando se pierde el trabajo? ¿Quién quiere alabar al Señor cuando un maremoto arruina todo lo que se ha tenido por vida, incluyendo seres amados? Alabar al Señor siempre significa, cuando es fácil hacerlo y cuando nos cueste hacerlo.
El mismo rey David, en la ocasión cuando pecó contra su Dios por haber sido inducido a censar el pueblo con el fin de demostrar el poderío militar que tenía, y después que el ángel del Señor destruía a los inocentes por esa mala acción, se propuso ofrecer sacrificios pero que le costaran. Cuando Arauna, el jebuseo, le ofreció gratuitamente todo para que sacrificara holocausto al Señor, dijo: “No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada” (2 Sa. 24:24) Alabarlo siempre, eso fue lo que hicieron Pablo y Silas cuando estaban en el fondo del calabozo. Dice que cantaban himnos al Señor y los presos lo oían. Pero les oía también Satanás y sobre todo, les oía Dios. ¿Qué sucedió esa noche? El Señor rompió las cadenas. Hubo milagros. Hubo conversión (Hch. 16:11-34) Cuando ofrecemos sacrificios de alabanza todo el tiempo tenemos que saber que algo va a pasar. Dios está viendo lo que hacemos; está oyendo el “fruto de labios”, por lo tanto oirá la alabanza.
III. HAY QUE OFRECER LA ALABANZA A TRAVÉS DE CRISTO
Ahora queremos tocar el medio para ofrecer el sacrificio de nuestras alabanzas. Nos adelantamos al decir que todo otro medio que hombre utilice para presentar su alabanza a Dios, a menos que sea a través de Jesucristo, será rechazado. ¿Por qué así? La primera verdad es porque Jesús es el verdadero “Pontífice” para llegarnos a Dios. Esta palabra literalmente significa “constructor de puentes”. Jesús es el único puente para ofrecer nuestras alabanzas a Dios. Jesús reúne la función de Intercesor, Mediador, Abogado y Consolador, por lo tanto es el único acceso a Dios; de allí la declaración “nadie viene al Padre sino a través de mí” (Jn. 14:6)
Aun en esto es importante saber que la oración que se hace al Padre debe ser hecha en el nombre de Jesús porque él es ese puente para nuestra adoración. Cuando revisamos la adoración que aparece en el libro de Apocalipsis, una especie de “salmos de los cristianos”, nos damos cuenta como la alabanza celestial está tan relacionada a la obra del Cordero y su sacrificio en la cruz por nuestros pecados. En el capítulo 4, los cuatro seres vivientes adoran, y de día y de noche no se cansan en decir: “Santo, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (4:8) Y, ¿quién es ese que ha de venir sino nuestro amado Salvador y Señor Jesucristo? ¿Por qué nuestra alabanza tiene que ser hecha a través de Cristo? En las visiones de Juan él vio a alguien sentado en el trono que tenía un libro sellado por dentro y por fuera por siete sellos (Apc 5). De repente un ángel preguntó con fuerte voz quién era digno de abrir y desatar los sellos. Y como no hubo alguien, Juan lloraba mucho.
Sin embargo uno de los ancianos le dijo que el León de la tribu de Judá, la raíz de David había vencido y él pudía abrirlo. Cuando el Señor tomó el libro se levantaron los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos y se postraron delante del cordero, tomaron sus arpas y cantaron un cántico nuevo, diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tu fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, reinaremos sobre la tierra” v. 9, 10. Pero el asunto no se quedó allí.
Después de la alabanza de los seres vivientes y los veinticuatro ancianos, Juan miró y oyó a millones de millones de seres, decir: “El cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que ellas hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” vv.11-13. La misma alabanza después se repite en los capítulos 7, 14, 19 y 21. La alabanza debe presentarse a través de Jesucristo. Esa es la alabanza que a Dios le agrada, porque Cristo satisfizo las demandas de la justicia divina al entregarse voluntariamente por nosotros.
CONCLUSIÓN: Al considerar el tema “sacrificios de alabanza”, surge la pregunta, ¿qué actitud debiera tener un adorador frente al excelso Dios de los cielos? Si fuimos escogidos “antes de la fundación del mundo”… para la alabanza de su gloria”, de acuerdo a lo que nos dice Efesios 1:4-6, lo que se espera menos de nosotros es que sacrifiquemos tales alabanzas. Tenemos que examinarnos para saber si tenemos un corazón de adorador. Tenemos que saber si nuestra alabanza es más que un ritual vacío, pura ceremonia, o tiene consigo el elemento del sacrificio. Para traer “sacrificios de alabanzas” a lo mejor tendremos que romper con la timidez, con el conformismo, con el orgullo, con la tradición y abrir más la boca para la alabanza. Esa alabanza tiene que traer el olor del sacrificio grato. Tiene que ser quemada en el altar de su presencia. Para todo esto, necesitamos hacer ese sacrificio. Pablo lo llama “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1)