Una vez en el templo, Jesús no pudo permanecer en un estado contemplativo sin reaccionar, por la forma como habían convertido la “casa de oración”. Lo que Jesús vio en el templo y lo que hizo, ha sido registrado por los cuatro evangelistas como uno de los más asombrosos relatos de su vida. ¿Cómo pudo un hombre solitario y desconocido desbaratar el “mercado” que se había instalado en la casa del Padre celestial? ¿Dónde estaba la guardia del templo que no actuó para detener aquel hombre “enfurecido?” ¿Qué pasó con los sacerdotes, por qué no actuaron? ¿Quién era Jesús y que estaba demostrando al usar su fuerza para limpiar aquel templo, donde la gloria de Dios había venido en el pasado? Allí él puso de manifiesto su coraje y valentía. Su fuerza física fue puesta al servicio de la justicia divina, sin importarle que allí pudo haber finalizado su carrera. Aquel fue el momento para que una gran profecía se *****pliera: “El celo por tu casa me consume” (Sal. 69:9 ) Pero, ¿qué fue lo que le desagradó a Jesús en el templo? ¿Qué despertó en él aquella ira santa? ¿Qué significado se encierra en su imperativo “quitad de aquí esto?”. Esta frase, dicha a todos los que habían hecho de la casa de su Padre “casa de mercado” v. 16, ocupará nuestra atención en el mensaje de esta ocasión.
ORACION DE TRANSICIÓN: ¿Que demostró Jesús con esta señal?
I. JESUCRISTO ES EL HIJO DEL DIOS PADRE
Hasta ese momento ningún hombre había tenido la pretensión de llamar el templo de Jerusalén, la “casa de mi Padre”. Jesús no pidió permiso a los judíos, y en especial a los sacerdotes para decirlo. No pensó que podía ofenderlos con esta declaración. Él sabía que el templo era para ellos como el corazón de su vida como nación. Jesús sabía del gran orgullo que ellos tenían por el templo, conocido por sus grandes glorias pasadas, y como una de las maravillas arquitectónicas de esos tiempos. De modo que en presencia de todos, puso de manifiesto su derecho sobre el templo Judío. Jesús observó como los hombres que podían mantener limpio el templo, la habían convertido en una “casa de mercado”. El “no hagáis de la casa de mi Padre” le daba la categoría de Hijo con una autoridad absoluta. Con esta escritura Juan nos sigue demostrando por qué Jesucristo es también Dios. El libro de Juan tiene ese propósito. Juan destaca las diferentes actuaciones de Jesús, para dejarnos verdades con una mayor profundidad teológica que otros. El habla de las “señales” que Jesús hizo y cada una de ellas fueron claras demostraciones que él era el Hijo de Dios. Esta es una de ellas. Como dice Josh Mcdowell : “Un hombre que hubiera sido sólo un hombre, y hubiera sido un gran maestro moralista. Hubiera sido, bien un lunático -del mismo nivel del hombre que dice que él es un huevo cocido-, o el mismo diablo del infierno. Uno tiene que decidir. Bien este hombre fue y es, el Hijo de Dios, o de lo contrario fue un loco o algo peor” (“ Mas que un Carpintero”, pág. 26) Como Hijo de Dios, revestido de toda autoridad sobre la casa de Dios, puede decir “quitad de aquí esto”. Lo dijo en el pasado y es necesario oírlo muy a menudo en este tiempo. Hay tantas cosas que seguir quitando de la casa de Dios. El no vendrá con un látigo, pero si vendrá con su palabra, para reargüir y corregir todo aquello que sigue haciendo de la casa de su Padre “casa de mercado”. Lo quiere hacer en el sentido material, pues hay modernos mercaderes que hacen del templo, un lugar para lucrarse con sus ventas. Lo quiere hacer en nuestras vidas como templo del Espíritu Santo. Si nuestros cuerpos han de *****plir con la función de ser morada del Espíritu, hay que “quitar” todo lo que le contrista o lo apaga. Debemos mantener en alto, el anhelo de Jesús: “Mi casa, es casa de oración… ” (Lc. 19:46)
II. SU CASA FUE HECHA PARA LA ADORACION
Una vez que Jesús entró al templo se dio cuenta que lo menos que la gente hacía era adorar a su Padre celestial. Había mucho ruido, muchas voces, mucho movimiento pero no se estaba adorando al Señor. Había bramido de bueyes y ovejas. Cantos de palomas enjauladas, pero allí no se estaba adorando a Dios. Es posible que el grito de los “cambistas”, cual mercado popular, era oído de esquina a esquina, pero allí no había adoración a Dios. Puede imaginarse que de la “casa de oración” salía una mezcla de olor que no era del todo grato. Lo que se quemaba en el altar se combinaba con los olores que salía de los animales fuera del templo. Toda una profanación de la casa del Señor. Y aquí encontramos una aplicación para todas las épocas. Cualquier cosa que se haga que no sea para la adoración de Dios, despertará el celo y la ira del Señor. El propósito de esta historia es que descubramos que sólo la presencia de Cristo conducirá a la adoración correcta que le presentemos al “ Padre nuestro”. La manera como adoramos a Dios no se medirá por los instrumentos que usemos, las canciones que presentemos, las oraciones que hagamos, las ofrendas que traigamos, los especiales que tengamos; e incluso, por los sermones que prediquemos. La adoración no irá más allá del lugar que ocupa el Señor en la vida de los adoradores. Una de las cosas que debe hacer cada creyente es examinarse para ver si en su corazón hay algún “mercado irreverente” que impide el acceso a una adoración sincera y legítima a su Dios. Hemos de dejar que el Señor a través de su palabra haga la limpieza necesaria en el templo de nuestras vidas. Solo así, ambas “casas” (el templo físico y el templo del Espíritu), quedarán aptas para ofrecer lo que en verdad agrada al Señor en lo referente a la adoración. No es necesario que hoy se vendan bueyes, ovejas y palomas para que se despierten su ira santa. El proceder con negocios fraudulentos, el utilizar el púlpito para promover la política o dinero que no sean para los fines sagrados, pervierte la adoración a Dios. De igual manera, el estar en la casa del Señor con algún rencor hacia un hermano, con alguna ofensa no arreglada, con pensamientos inapropiados; hablando o criticando, también son maneras de pervertir la adoración a Dios. Hemos de luchar contra todo esto para no ofender a un Dios santo y pervertir el propósito con el que dejó su casa. Unámonos al Señor en su celo por una adoración sincera. “Quitad de aquí esto”; este es el imperativo del Señor.
III. JESUCRISTO ES EL NUEVO TEMPLO DE DIOS
Jesús le dijo a la mujer samaritana: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn. 4:21) Esta fue la profecía que apuntaba no sólo hacia la destrucción del majestuoso templo de Israel, sino que a su vez planteaba el nuevo concepto sobre la adoración que no estaba limitada por un el espacio físico. Jesús dijo que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad..” ( v.23b) Note que el Señor hizo una limpieza total en el templo. Me imagino cómo sería aquello. Los dueños de los animales corriendo tras ellos. Las palomas siendo liberadas y volando en el cielo abierto donde vivían en libertad. Los cambistas recogiendo el dinero regado por todas partes. Y aquí es bueno acotar que allí había dinero de todas las naciones donde vivían los judíos. Cuando ellos venían a la fiesta era necesario cambiar su dinero por la moneda única que circulaba en el templo para el pago del impuesto. De modo que un látigo, unido a su fuerza y coraje produjo la limpieza total. Pero, ¿qué estaba mostrando el Señor con esto, además del “celo” por la casa de su Padre? ¿Qué señal según la teología de Juan se nos estaba revelando con la limpieza del antiguo templo? Ciertamente alguien más grande que el templo estaba allí presente. Todo ese sistema mosaico con tantos sacrificios, había llegado a su fin. Jesús como el Cordero de Dios vino para ser sacrificado una sola vez. La limpieza del templo, simbolizaba la limpieza que haría por los pecados. Note la pregunta de los discípulos: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?” v. 18b Jesús les dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” v.19. Es obvio, de acuerdo a la respuesta dada, que Jesús no se refería a la destrucción del templo de Jerusalén, por lo menos en esa profecía. Él estaba hablando de que su muerte y resurrección abriría el camino verdadero para conocer a Dios. Todas las cosas hechas en el templo, hasta ahora, no eran sino la sombra de lo venidero. De allí que lo primero que sucedió con la muerte de Cristo fue que el velo del templo, el lugar santísimo donde sólo el sumo sacerdote entraba una vez al año confesando los pecados del pueblo y el suyo, se rompió en dos partes. Hasta ese momento el templo fue figura de una realidad mayor que vino en la persona de Jesucristo. Pero el templo fue destruido en el año 70 d. C. Y desde allí, hasta el día de hoy, el templo no se ha levantado jamás. La última referencia que se hace del templo la menciona Juan en su Apocalipsis, pero solo para decirnos que en la nueva Jerusalén ya no aparece, pues Jesucristo hace esta función: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Ap. 21:22) Así, pues, cuando Jesús dijo: “Quitad de aquí esto” fue una declaración que fue más allá del “mercado” que existía. Ahora nosotros somos el templo donde él mora con su Espíritu Santo.
CONCLUSION: El v.22 de esta historia nos dice que después que Jesús resucitó los discípulos se acordaron de sus palabras, y creyeron a las Escrituras y a lo dicho por él. Apreciados hermanos, esto tiene que ser el fin de cada actuación de Jesucristo. Hoy día Jesucristo se vuelve acercar a nosotros y nos dice: “Quitad de aquí esto”. El desafío es el mismo. Lo que Dios espera de nosotros no cambia en su demanda. Hemos de creer a la Escritura, no sólo por el *****plimiento profético, pero si para dejar que ella limpia el “templo del Espíritu Santo”. Hoy también Jesús nos invita a que creamos en lo que nos ha dejado escrito. Vengamos a su presencia para que su sangre nos limpie de todo pecado, y así el templo de nuestras vidas quede apto para la adoración de Aquel que habita en “luz inaccesible”, pero que se nos ha dado a conocer por medio de nuestro Señor Jesucristo. Amén.