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Oye, Israel

(Deuteronomio 6:4-9)
Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor.

A la entrada de la casa de una familia judía se puede observar una pequeña cápsula, un pequeño estuche clavado en el marco de la puerta. Es posible observar cómo los integrantes de la familia, cuando entran a la casa, tocan ese estuche o incluso lo besan. Una costumbre asombrosa.
Quien haya tenido la posibilidad de observar a un judío cuando está orando, por ejemplo en un culto en la Sinagoga o en Jerusalén en el Muro de los Lamentos, habrá sido testigo de otra costumbre asombrosa. El que está orando lleva en el brazo un pequeño estuche atado a una cuerda y también lo lleva en la frente. Si se pregunta sobre el significado de estos estuches se puede escuchar la siguiente explicación: En estos minúsculos recipientes tanto en el marco de la puerta como en el brazo y la frente hay una tirita de papel donde están escritas frases centrales del Antiguo Testamento, y en primer lugar, la primera frase de nuestro Texto de predicación: «Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor.»

La costumbre religiosa judía ha aplicado desde hace siglos y siglos lo que dice nuestro texto: Lleva estos mandamientos atados a tus manos y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa.
Estas señales y símbolos tienen la función de mantener viva en la memoria aquello que es el fundamento de la existencia del creyente. El salmo 103 decía: «No olvides ninguno de sus beneficios». Es oportuna esta advertencia porque muchas veces tenemos muy corta memoria para las tantas bendiciones que recibimos de Dios y se hacen normales, naturales, se sobreentienden. Y a veces necesitamos alguna marca, alguna señal que nos lo recuerde. Como los estuches en las puertas, en los brazos y en la frente del judío piadoso.

Una de esas marcas es nuestro culto dominical y también la Santa Cena. Aquí recordamos lo que Dios hizo por nosotros y se renuevan nuestra fe, la esperanza y el amor.

Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor. Dos veces por día ora el judío piadoso y cada vez empieza con esta frase. Por la mañana recibe así el nuevo día y su vida de las manos de Dios y los pone bajo la guía y la protección del Señor, y por la noche los devuelve a su cuidado. Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor: esa es la oración que se dice a la hora de morir. Con estas palabras en los labios han ido muchos judíos a lo largo de la historia camino a una muerte violenta. Cuando en la Noche de los Cristales Rotos, el 8 de Noviembre de 1938 ardieron las Sinagogas en Alemania, se podía oír hasta la calle como los que estaban encerrados entre las llamas oraban estas palabras. Esta oración, entonces, no sólo fue dicha en días de abundancia y bienestar sino, y especialmente, en el sufrimiento y ante la muerte.

Es la certeza de que Dios se acerca incondicionalmente a nosotros, sin reservas está aquí, “tan cerca como el aire que respiro”, sí, más cerca que las prendas que nos visten. Recordemos que el libro de Deuteronomio refleja la existencia del pueblo de Israel en su caminata por el desierto después de la liberación milagrosa de Egipto. Dios lo ha adoptado como un hijo amado. De esta experiencia fundamental, crece en el Antiguo Testamento la certeza de que la vida humana no es una serie de hechos casuales, un destino ciego que actúa arbitrariamente. Toda la vida y hasta la muerte tiene que ver con ese Dios, no hay espacios vacíos de Dios. Y con temblor podemos decir que aún las cosas que no podemos comprender están sostenidas por las manos de Dios. Todo pasa por ahí. Y de esas manos hay que recibir confiadamente lo que manda.

El enfermo y atribulado Job lo dice con estas palabras: «Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?»
Aquí no se habla de Dios como del abuelo buenito, sino con una gran seriedad pero también con la confianza que detrás de la oscuridad brillan su amor y su fidelidad. Fidelidad, esto significa de que Dios no siente hoy así y mañana asá. Es perseverante en su cariño hacia los seres humanos.


Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas

Tres veces aparece la palabra todo. El ser humano es requerido en su totalidad. Así como Dios es todo amor, así debemos responder a ese amor con toda nuestra existencia.

1. “Con todo tu corazón”: Ama a Dios con todo lo que hay en tu corazón, con los sentimientos buenos y con los negativos. No dejes de lado tus sentimientos negativos cuando amas a Dios. Incluye en tu relación con Dios los sentimientos de bronca, de envidia, de discordia. Porque sólo aquí, en la presencia de Dios no pueden hacer daño. Dios es tan grande en su amor, que nuestros lados negativos no pueden asustarlo. Aquí, en el corazón de Dios hay lugar también para eso. Si incluís tus limitaciones y errores en tu amor hacia Dios, empieza el proceso de sanar esas emociones.

2. “Con toda tu alma”: La palabra alma significa la fuerza vital del ser humano. Dios es el autor de la vida. Este credo es totalmente opuesto a lo que hoy está tan de moda en las filosofías orientales que conquistan el occidente. Según esta filosofía o religión oriental (Sai Baba) el alma del ser humano es una porción de un espíritu universal que se encarna en el cuerpo. Su meta es que en alguna vida vuelva al alma universal de donde ha salido. Pero para eso tiene que purificarse y perfeccionarse. Para ese proceso de purificación no alcanza una sola vida, por eso se da en una serie de reencarnaciones. Si en esta vida actual el ser humano ha actuado de modo ético y se ha esmerado en mejorar, el alma tiene la posibilidad de encarnarse luego en una vida más santa. Si en esta vida actual ha desperdiciado su posibilidad, en la próxima tendrá que empezar de nuevo con el proceso de un difícil ascenso hacia el alma universal.

El concepto bíblico es totalmente opuesto a esto. Primero que Dios no recicla almas. Dios no hace copias. Dios sólo hace originales. Dios es un Dios totalmente creativo y ni las huellas digitales se repiten en dos personas. Y segundo: tenemos sólo esta vida para vivirla de acuerdo a los valores que Dios establece. Podemos aprovechar o desaprovechar esta oportunidad. Pero es la única que tenemos. “Amarás al Señor, tu Dios, con toda tu alma” Esa fuerza vital es un préstamo de Dios que en algún momento será devuelta a él.

El Rabino Ben Akiba decía antes de morir como mártir: “Durante toda mi vida he amado a Dios con todo mi corazón y con todas mis fuerzas. Ahora tengo la posibilidad de amarlo con toda mi alma, con toda mi vida. ¿No me habré de alegrarme por eso?”.

3. Y finalmente: “Ama al Señor, tu Dios, con todas tus fuerzas”. La palabra original en hebreo que traducimos con la palabra “fuerzas” significa: todo lo que puedes y todo lo que tienes. Ama al Señor, tu Dios, con tus capacidades y conocimientos; ama al Señor tu Dios con tu profesión, con el trabajo de tus manos y de tu mente; ama al Señor, tu Dios, con tu propiedad y tus bienes. Incluye en el amor a Dios tu monedero. También todo esto es un préstamo de Dios. Wernher von Braun, el muy conocido constructor de cohetes espaciales para la NASA dijo una vez: “No es suficiente orar pidiendo de que Dios esté a nuestro lado y sea nuestro protector, sino que nosotros debemos estar al lado de Dios también”.

¿Cómo se puede exigir el amor? Si entendemos estas palabras como una orden, sonamos. El amor, la alegría, la esperanza no responden a las exigencias. El amor a Dios que aquí se pide es una respuesta a su gran amor. Él nos amó primero. Debemos ser algo así como la luna: no tenemos luz propia pero iluminados por la luz del amor de Dios, la reflejamos.
Somos aprendices en esta materia. En nuestra profesión en algún momento debemos tener suficiente capacitación, no podemos ser eternos aprendices. Pero con Dios sí. Aprendices en responder a su amor. Él mismo es nuestro maestro.


El domingo que viene celebraremos la Santa Cena. El amor de Dios no quedó en palabras. Se hizo carne, ser humano en Jesucristo para que los humanos podamos ser hijos e hijas de Dios. Jesús se jugó totalmente por ese amor y le costó la vida. Y nosotros quedamos libres, reconciliados. La Santa Cena es la fiesta de la memoria del perdón perfecto, del recuerdo y del agradecimiento por ese sacrificio de Jesús. Es también alimento espiritual que nos consuela y fortalece en nuestro camino siguiendo sus huellas. Tenemos ahora una semana para prepararnos para la Santa Cena.

¿Cómo podemos prepararnos?

1. En primer lugar hagamos un examen de conciencia para descubrir si estamos en falta en algún ámbito de nuestras vidas. Debemos ser totalmente honestos frente a Dios y confesarle aquello que descubrimos como pecado. Si hay algo que nos separa de otra persona, tenemos la chance de pedir perdón y de perdonar. Cuando alguien nos ha herido profundamente, a veces es difícil llegar a perdonar. A veces es un proceso que toma su tiempo. Pero lo mínimo que debemos hacer es estar dispuestos a perdonar. Podemos participar de la Santa Cena sabiendo que nos cuesta, pero no podemos con buena conciencia participar si retenemos la bronca y si no estamos dispuestos a siquiera pensar en la posibilidad de soltarlo y entregar eso a Dios.

2. En segundo lugar hagamos un examen si realmente creemos que Jesús llevó a su cruz todos nuestros pecados. Él los asumió como si fueran los suyos propios. ¿Creemos esto?

3. En tercer lugar preguntémonos si estamos dispuestos a vivir en gratitud hacia Dios, tratando de hacer en obediencia su voluntad. La Santa Cena no es un premio para los perfectos que no tienen ningún pecado. Somos conscientes de que somos imperfectos en nuestra fe y en nuestras obras y que día a día necesitamos del perdón muchas veces. Pero: preguntémonos si nos apena esa condición porque ofende a Dios, o si lo tomamos a la ligera, excusándonos con que, en fin,“somos así” y no podemos hacer nada.

En estos tres pasos vamos a prepararnos, para que la Santa Cena sea realmente una señal de comunión con Cristo y con nuestras hermanas y nuestros hermanos. Jesús es el anfitrión que nos invita: “Gusten y vean que el Señor es bueno. Dichosos los que confían en él”. Amén