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OVEJAS RECONOCIDAS

El presente pasaje es parte del mismo contexto donde Jesús sanó a un ciego de nacimiento (Jn. 9:11) Ellos comprobaron que ese hombre había nacido ciego. Ellos sabían que un poder sobrenatural tuvo que haber traído esta sanidad. Sin embargo, volvieron a decir que Jesús tenía demonios y que esta era la razón por la que él hacía tales señales v. 20. Había entre ellos sentimientos encontrados. Algunos deducían que él era el Cristo, mientras que otros rechazaban este título porque Jesús era un “simple” hombre de Galilea. Fue esto lo que les llevó a hacer la pregunta: “¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” v. 24. Pero el problema era su incredulidad. Ellos no aceptaron el mensaje de Jesús, sino que se volvieron en contra de todo lo que él estaba haciendo. Tal incredulidad llevó a Jesús a pronunciarse en estos términos: “pero vosotros no creéis, porque no soy mis ovejas, como os he dicho” v.26. Con esta declaración, Jesús puso una línea divisora entre los que llegan a ser sus verdaderas ovejas. En los textos que siguen quedó demostrado que las “ovejas reconocidas”, no son necesariamente aquellas que reclaman tal derecho por pertenecer al pueblo de Israel, sino las que están preparadas para recibir su palabra y obedecerla. Al principio de este evangelio, Juan dijo: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:11, 12) Con esto el Señor nos dice que la salvación es un asunto que tiene que ver con la actitud del corazón y no por una herencia religiosa. El pueblo de Israel se jactaba de ser “hijos de Dios”, por tener a Abraham como padre. Pero Jesucristo les dijo que Dios podía levantar hijos aun de las mismas piedras (Mt. 3:9) Y es que las ovejas que él reconoce tienen características muy particulares. Un estudio detenido del presente pasaje nos ayudará a entender quiénes son los verdaderos salvos y por qué ellos perseverarán hasta el final. Nos mostrará que las ovejas que él reconoce como suyas son las que responden en verdadera obediencia.

ORACIÓN DE TRANSICIÓN: ¿De qué manera Jesús reconoce a una oveja auténtica?

I. JESÚS RECONOCE A SUS OVEJAS PORQUE LE OYEN v. 27a
En el anterior versículo Jesús les dijo a los judíos que ellos no eran sus ovejas debido a su obstinada incredulidad. Pero de inmediato comienza a trazar las características de las ovejas reales. De las que le pertenecen. De aquellas que van a tener su reconocimiento. En primer lugar él hace una declaración de propiedad: “Mis ovejas oyen mi voz”. Aquí tenemos el primer distintivo que nos indica si estamos o no en el rebaño correcto. En el contexto de este pasaje, Jesús se ha definido como el “buen pastor”. Hizo la aclaratoria que los que le habían precedido como supuestos “pastores”, no lo habían hecho con legitimidad, pues “ladrones son y salteadores; pero no los oyeron sus ovejas” v.9. La clave, entonces, es oír la voz del pastor. La gente oye hoy de todo. Hay una tendencia a oír las cosas más absurdas y hasta sin sentido, y prestarles atención. Es asombroso cómo la gente oye a tantos engañadores, pero no oye la voz del Señor. Las auténticas ovejas se identifican con la voz de su Señor. Esta fue la única manera cómo en el antiguo oriente, cuando todas las ovejas eran llevadas al abrevadero, eran sacas del resto de los rebaños. El pastor les había enseñado una manera particular de llamarlas, de modo que cuando ellas le oían, salían de inmediato al compás de la inconfundible voz. Los judíos no oyeron la voz de Jesús, por lo tanto, tampoco la reconocieron. Jesús dice que las ovejas que él reconoce como tal, aquellas que él llama “mis ovejas”, le oyen de una manera clara. Y es que la voz de Jesús, no solo es inconfundible, sino que despierta en un corazón sincero el deseo por conocerle y por buscarle. Aquellos corazones en quienes se evidencia una sensibilidad espiritual, llegan a ser los terrenos abonados para que al oír la palabra, la reciban con gozo, como fue el caso de la parábola del Sembrador (Lc. 8:15)

II. JESÚS RECONOCE A SUS OVEJAS PORQUE LE SIGUEN v.27b
El mismo texto nos da otra característica de una oveja reconocida. Jesús dice que sus ovejas no solo oyen su voz sino que también le siguen. Esta característica es esencial porque se da el caso del “que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:22) El oír y el seguir son un binomio de la salvación. Se cuentan por miles los que han oído la palabra del Señor, pero frente a sus demandas, han retrocedido. El joven rico vino a él de deprisa. Reconoció que Cristo era lo que él necesitaba. Admitió delante de él que no había vivido una vida disipada por el pecado; pero al oír las demandas del discipulado, las Escrituras nos dicen que: “Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Mt. 19:22) El seguir a Jesús plantea el compromiso de decidir qué lugar ocupará el Señor en mi vida. Cuando Jesús alimentó aquella multitud de cinco mil personas, se corrió de tal manera la voz que le buscaban donde Jesús fuera. Más sin embargo, Jesús sabía cuál era el propósito de la búsqueda. Querían llenar sus estómagos del pan que perece, más no estaban dispuestos a comer el pan espiritual que él les ofrecía. Cuando él, pues, les confrontó sobre sus verdaderas razones para seguirle, “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Jn. 6:66) Cuando Jesús vio la retirada de sus “seguidores”, confrontó también a sus más cercanos discípulos al preguntarles: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” v. 67. Con esto, el Señor estaba asegurando las verdaderas motivaciones que tiene la gente para seguirle. Y esto sirvió para que los discípulos, liderizados por Pedro, fijaran su posición al respecto. Esta fue su determinación: “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos! Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” v. 68, 69. Con semejante pronunciamiento quedó claro lo que el mismo Jesús había dicho, que sus auténticas ovejas le siguen de una manera incondicional. Aquí también es bueno apuntar la otra gran verdad del mismo versículo 27, cuando Jesús dijo “y yo las conozco”. En la confianza de nuestra salvación eterna, no solo es importante que conozcamos al Señor, sino que seamos conocidos por él. Fue el apóstol Pablo quien afirmó lo dicho por Juan, pero a su vez nos emplazó con las demandas del evangelio, al decirnos: “Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Ti. 2:19)

III. JESÚS RECONOCE A SUS OVEJAS DÁNDOLES SUS BIENES ETERNOS v.28
1. A sus ovejas reconocidas Jesús le da vida eterna v.28a Note quien es el dador de esta vida. Tenga en cuenta su posición con el Padre. El donante de tal vida tiene el poder para darla. Mire lo que él hizo para concederla. Evalué las dimensiones de su amor al entregarse para que ello fuera posible. Tome en cuenta, además, que esta vida es regala; eso es, gratuita. Jesús dijo, “yo les doy”. Es dada por la libre gracia del Señor. El Padre eterno concedió al Hijo para que diera a sus ovejas este bien eterno. La vida eterna no es un bien pasajero. En todo caso, será un bien que jamás se acabará. Las cosas de mayor valor en la tierra perecerán con los años. La sentencia para todo lo que vemos es la de un final en el tiempo y el espacio. Note, además, que esta vida eterna no es algo que comenzará en el futuro. La promesa de Jesús es de un regalo presente. De esta manera sabemos que la vida eterna no comenzará en el cielo. Ella comienza desde el mismo momento que sus ovejas oyen su voz y le siguen. La obtención de esa vida es por medio de la fe en Jesucristo (Jn. 3:16) No hay vida eterna fuera de él. La vida eterna tiene como fruto el servicio espiritual (Jn. 4:36) Ninguno que posea esta vida puede vivirla sin estar dando frutos. Esto es así, porque el propósito de la vida eterna es para que se conozca al Dios verdadero (Jn. 17:3) Así tenemos que el asunto más grande que el Señor quiere darnos es la vida eterna. Fue por eso que él dijo: «buscad primeramente el reino de los cielos». Si esto es primero, entonces, «todas las demás cosas os serán añadidas» (Mt. 6:33) La vida eterna equivale a la vida abundante de acuerdo a Juan 10:10. Quien tenga este bien eterno gozará de los demás bienes, incluyendo los temporales.
2. A sus ovejas Jesús les da una certeza eterna v.28b La garantía es que ellas jamás perecerán. Todo lo que está expuesto a nuestra vista un día perecerá. Las llamadas antigüedades les van cayendo el peso de los años. El envejecimiento no se oculta. Como se ha dicho, “los años no pasan en vano”. Es irónico que los seguros de vida que compramos son para usarlos después de la muerte. Son mis amados más cercanos los que disfrutarán de sus beneficios. El hombre sabe que va a perecer. Aun la práctica de la criogenia, que consiste en preservar un cuerpo mediante su congelamiento con la finalidad de resucitarlo en el futuro, tiene que saber que eso es un sueño ilusorio. Una vez que el alma sale del cuerpo lo que le espera es la descomposición, aunque permanezca congelado o momificado. ¡Todo, absolutamente todo, perecerá! Sin embargo, Jesús nos ha dicho que sus ovejas “no perecerán jamás”. ¡Qué garantía tenemos en Jesucristo! En un mundo que cambia todos los días. En un escenario donde la muerte galopa a sus anchas por toda la tierra, la garantía del Señor es la que debiera ser más oída y más buscada. En el mundo no tenemos garantía de nada. Lo que hoy tiene vida, mañana podrá estar muerto. Lo que hoy está vestido de gloria, mañana estará muerto y olvidado. Lo único que no perecerá jamás es lo que Jesús reconoce como exclusividad suya. Un alma redimida entra a la dimensión de la eternidad. Eso no cambia.
3. A sus ovejas Jesús les da una garantía eterna v.28c Jesús iba camino al calvario cuando pronunció esta promesa. Enemigos como la muerte, el pecado y Satanás no habían sido derrotados. Sin embargo, Jesús garantiza —como un hecho consumado—la imposibilidad de un poder mayor que el suyo que le pudiera arrebatar de sus propia manos las ovejas que ha reconocido como suyas. Y por si le faltara algo más a esta garantía de protección divina y eterna, Jesús dice: «Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre» v. 29. El Padre es más grande que todos sus enemigos juntos. Él es más grande que nuestras adversidades. Él es más grande que mis propias dudas y mis complejos. El Padre es más grande que toda la fuerza del infierno y de la tierra combinadas juntas. El Padre es más grande que el poder del pecado y de Satanás. El poder del Padre puede esconderle en su propia mano de donde nadie podrá arrebatarle. Note que Jesús habla de su mano y de la mano de su Padre. ¿Puede usted imaginarse alguna garantía mayor? ¿Puede usted vivir inseguro con semejante promesa? ¿Puede usted dudar de su salvación con tamaña declaración divina?

CONCLUSIÓN: El versículo treinta de este pasaje le pone a esta declaración de seguridad y garantía eterna, una especie de sello, como si tratara del do*****ento más valioso de toda la Biblia, Fue dicho por la persona más digna de crédito y expresada delante de una audiencia que tuvo todas las evidencias para reconocer a Jesús como el Mesías y Salvador, pero que lo rechazaron. En apenas tres versículos Jesús nos ofreció su más confiable doctrina sobre la perseverancia de los santos. Y en esta última parte pareciera resumir todo lo expresado, diciéndonos: mis ovejas verdaderas oyen mi voz y me siguen; al hacerlo, yo les doy vida eterna y no hay un poder superior que pueda quitárnosla de la mano de mi Padre ni de la mía. Todo esto, porque el Padre y yo somos una sola persona. ¿Tiene usted esta seguridad eterna? ¿Siente usted que es una oveja reconocida? ¿Tiene usted la seguridad de la salvación?