sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.”
La mayoría de cristianos creen en el poder del Señor Jesucristo y su victoria en la cruz del calvario hace aproximadamente dos milenios años. Es posible afirmar que casi nadie duda del poder infinito de Dios y de su capacidad de hacer cualquier cosa. Estas verdades son el ABC de la fe cristiana y no tiene caso profundizar mayormente en ellas. Una verdad menos conocida, pero ampliamente difundida en el pueblo cristiano es que la victoria de Cristo fue consumada, cronológicamente, hace más de dos milenios en la cruz y, espiritualmente, tiene aplicación hoy en nuestras vidas como cuerpo de Cristo, representando para muchos cristianos la garantía de que son más que vencedores, pues sus batallas no están siendo resueltas en estos días, sino que fueron resueltas en la cruz del calvario, en el tiempo y lugar específicos del sacrificio de Jesucristo (¡Cristo ya venció!). Falta mencionar a una gran cantidad de cristianos que aún no realizan esta victoria en sus vidas y siguen peleando la batalla con sus propias fuerzas, esperando que Dios les dará la victoria y cayendo sin darse cuenta al terreno de la esperanza mientras se alejan imperceptiblemente de la fe verdadera, aquella que en lugar de “esperar” sabe con certeza que su victoria ya ha sido consumada en la cruz por Jesucristo.
Asumiendo que estas verdades no necesitan de mayor profundización, el tema central de este ensayo es un error que ha afectado la vida de millones de cristianos alrededor del mundo y a lo largo de la historia de la iglesia. Este error no se proclama como doctrina y ni siquiera ha sido procesado racionalmente por el cuerpo de Cristo. Se trata de un error que tiene sus raíces en el corazón del hombre y sus consecuencias se expresan en una vida fracasada, derrota que abarca lo espiritual, social, moral y material. Este error puede ser expresado como la incomprensión de la verdadera naturaleza de la victoria de Jesucristo y la falta de aplicación de esta victoria a la vida del hombre. En otras palabras, un divorcio entre la victoria de Cristo y una vida victoriosa del hombre.
A continuación trataremos de formular el alcance y propósito del sacrificio de Jesucristo y la naturaleza de su victoria.
Alcance y propósito de la victoria del Señor Jesucristo
El alcance de la victoria de Cristo puede ser expresado como un triunfo completo sobre el pecado, la carne, la muerte, el mundo y satanás. La base bíblica de esta afirmación la encontramos en las epístolas de Pablo:
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Colosenses 2:13-15
“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” Gálatas 6:14
“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.” I Corintios 15:55-56
El conocimiento y aceptación de esta verdad es amplia en el pueblo cristiano y no necesita mayor profundización, cosa que no ocurre al momento de expresar el propósito de su sacrificio, el cual debe ser estudiado desde el momento de su encarnación: Dios-Hombre y su culminación en la cruz del calvario.
Propósito de la victoria de Cristo
Al abordar este tema, comenzaremos por afirmar que Dios nunca ha sido ni será vencido. Nuestro Dios todopoderoso tiene el poder, el reino, la autoridad y la victoria total desde siempre y para siempre.
Ninguna cosa creada, incluidos satanás y el hombre, han podido ni podrán poner en tela de juicio estos atributos de Dios. Es importante enfatizar estas afirmaciones, ya que se constituirán en la base y sustentación de todas y cada una de las afirmaciones y conclusiones que serán expuestas a continuación. Entonces, es indispensable preguntar al lector: ¿Está de acuerdo con esta afirmación? ¿Cree que Dios nunca ha sido vencido o su imperio puesto en tela de juicio?
La respuesta afirmativa a las preguntas anteriores conducen al cristiano a una pregunta de importancia crucial: Si Dios nunca ha sido vencido ni su imperio puesto en duda, ¿Porqué fueron necesarios la encarnación y sacrificio del Hijo de Dios? ¿Tenía que hacerse hombre y venir a derrotar a satanás en la cruz del calvario para ser El declarado vencedor? Si nuestra respuesta a las preguntas del párrafo anterior fue un sí, entonces nuestra respuesta a estas preguntas será un no.
Entonces, podemos afirmar que la necesidad de la encarnación y sacrificio de Cristo no tiene un origen divino, por lo que deberemos escudriñar las escrituras para establecer el origen de la necesidad de este acto de Dios.
Origen de la necesidad de la encarnación y sacrificio de Cristo
Para que sea posible vencer a un enemigo, es necesario que exista alguien que se opone a nosotros y no se encuentra en situación de derrota. ¿Tiene caso vencer al que está vencido?
Entonces deberemos escudriñar en las escrituras el momento de ocurrencia de la primera derrota y quién fue vencido.
De acuerdo a las escrituras, se pueden encontrar dos derrotas o caídas trascendentales: el primer derrotado que menciona la Biblia es satanás, al momento de la rebelión celestial y posterior expulsión del cielo.
Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.
Ezequiel 28:15-16
La segunda caída de la que hace mención la Biblia es la del hombre, tentado por satanás en el huerto del Edén:
“Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; 5ino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales.
Génesis 3:4-7
El apóstol Pablo se refiere a la caída del hombre en su carta a los Romanos:
“Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron” Romanos 5:12
De acuerdo a las Escrituras, satanás no tiene ninguna posibilidad de redención y su destino será el infierno eterno:
“Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.”
Apocalipsis 20:10
“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
Mateo 25:41
Por lo tanto, la victoria de Cristo –culminación gloriosa de su encarnación y sacrificio- solo puede tener un propósito: Darle la victoria al hombre (sobre el pecado, la muerte, la carne, el mundo y satanás) luego de la derrota sufrida en el huerto del Edén a través del pecado. Esta verdad es bien conocida y constituye uno de los pilares de la fe cristiana, pero la sustentaremos con la Palabra para dar un respaldo bíblico adecuado a la parte final de este ensayo.
“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.”
I Timoteo 1:15
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”
Juan 3:17
La conclusión lógica y natural del estudio de estas escrituras solo puede ser una: la encarnación y sacrificio de Cristo tuvieron un solo propósito: la salvación del hombre. Por lo tanto, la consecuencia directa de su encarnación y sacrificio, que es la victoria, tuvo también un único propósito: la victoria del hombre. Se debe ser cuidadoso al momento de expresar esta idea y también al momento de escucharla. La victoria fue para el hombre… La victoria fue del hombre… la victoria fue por el hombre. Todo esto a través de la victoria de nuestro Señor Jesucristo, verdaderamente Dios y verdaderamente Hombre, en la cruz del calvario.
Parafraseando el mensaje anterior: la victoria de Cristo es eminentemente humana, del hombre, para el hombre, por el hombre. Su victoria es mi victoria. Una victoria mía, muy mía, que pierde sentido si la separo de mí, hombre, y se pierde en una realidad celestial nebulosa que puede o no ser aplicada a mi vida. O la victoria de Cristo es mía, o la victoria de Cristo pierde su propósito, su verdadera razón de ser, que es “dársela al hombre”. A este respecto, un estudio de las escrituras nos conducirá a una verdad sorprendente: siempre que la Biblia utiliza la palabra victoria, lo hace incluyendo el verbo “dar”, en el contexto de “dar Dios la victoria al hombre”. A continuación se presentan los versículos más importantes que sustentan esta verdad:
“Y Jehová dio la victoria a David por dondequiera que fue.” I Samuel 8:6
“Tú, el que da victoria a los reyes” Salmos 144:10
“El caballo se alista para el día de la batalla; Mas Jehová es el que da la victoria.” Prov.21:31
“Él luchará contra los enemigos de ustedes y les dará la victoria.” Deuteronomio 20:1
“¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”
I Corintios 15:57
“…todo el que es hijo de Dios vence al mundo. Y nuestra fe nos ha dado la victoria sobre el mundo.
I Juan 5:4
Repasando: Dios todopoderoso y soberano no necesitaba venir a vencer a nadie para restaurar una autoridad que nunca había perdido. Dios se hizo hombre y se sacrificó en la cruz del calvario por una única razón: EL HOMBRE.
Entonces, la victoria de nuestro Señor Jesucristo toma todo su sentido si y solo si la vemos como nuestra victoria, una victoria eminentemente humana.
¡Cuantas veces nos hemos visto agobiados por las crisis, sumidos en dolorosas derrotas, y no hemos estado seguros de que Dios quiera darnos la victoria. Sabemos que puede, pero dudamos que quiera. Y es que no hemos realizado lo absurdo que es creer y confesar a un Dios vencedor y a la vez dudar que nos quiera dar la victoria! ¿Porqué? Sencillamente porque no tiene sentido la apreciación abstracta y contemplativa de una victoria divina sin aplicación a nuestras vidas, ya que la encarnación de Dios tuvo como propósito, además del sacrificio sustitutivo, “darnos” de su naturaleza, de su victoria… una victoria que, desde su sacrificio en la cruz del calvario, es una victoria del hombre (Dios-Hombre), por el hombre y para el hombre. ¡La victoria es nuestra! ¡La victoria es humana! Cualquier concepto abstracto de esta victoria denigra por completo la obra y sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz del calvario y crea cristianos derrotados!
En este punto, será bueno reflexionar sobre una de las implicaciones de la encarnación de Dios. En Salmos 40:6-8, el salmista escribe:
Sacrificio y ofrenda no te agrada;
Más me preparaste cuerpo (Versículo interpolado de hebreos 10:5)
Has abierto mis oídos;
Holocausto y expiación no has demandado.
Entonces dije: He aquí, vengo;
En el rollo del libro está escrito de mí;
El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado,
Y tu ley está en medio de mi corazón.
Salmos 40:6-8 y Hebreos 10:5
De acuerdo a la escritura anterior, cualquiera entiende que, debido a que Dios no se agradaba de los sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, dándose entonces la encarnación de Dios. Igualmente está claro que el Señor Jesucristo se agradaba de hacer la voluntad del Padre y Su ley estaba en medio de su corazón. Hasta allí, no se necesita de profundizar demasiado en la Escritura para llegar a semejantes conclusiones. Sin embargo, el autor de Hebreos ata la porción anterior con la siguiente:
“Este es el pacto que haré con ellos (Israel)
Después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en sus corazones,
Y en sus mentes las escribiré,”
Hebreos 10:16
Permítame hacer una comparación de dos versículos clave en el análisis de estas dos escrituras:
“Y tu ley está en medio de mi corazón” Salmo 40:8
“Pondré mis leyes en sus corazones” Hebreos 10:16
¡Aleluya! En el libro de Salmos nuestro Señor Jesucristo dice que la ley del Padre está en medio de su corazón (en el contexto de la encarnación de Dios) y en Hebreos el Padre dice que pondrá sus leyes en nuestros corazones….. Cada quien puede ver lo que desee en este paralelismo, pero yo creo que al momento de Dios hacerse hombre y dar su vida en la cruz del calvario, su corazón y el nuestro se entrelazan. Su ser y el nuestro se unen. La historia de Dios y la historia del hombre (por supuesto, de aquellos que han nacido de nuevo) llegan a coincidir en una comunión divina. La encarnación y sacrificio de Dios nos permite participar de su naturaleza divina…..su corazón, su mente, su victoria. Ver su encarnación y sacrificio como algo separado del hombre se convierte en un absurdo……. ¿Querrá Dios darme la victoria? ¿Querrá Dios sanarnos? ¿Querrá Dios darme la victoria en esta crisis? Es lamentable ver la cantidad de cristianos dudando de que la victoria del Señor les pertenezca. Hace meses fui a visitar a un amigo que tenía hospitalizado a su hijo de cinco años, en un estado de salud que no ofrecía ninguna esperanza de recuperación. Su respuesta a mi pregunta de si creía que nuestro Señor Jesucristo había sanado a su hijo en la cruz del calvario, fue: “Yo sé que Dios llevó nuestras enfermedades en la cruz del calvario, pero Él es soberano y su voluntad puede ser sanarlo o no sanarlo”. Mi corazón se entristeció y no tuve los argumentos para convencerlo de lo contrario. Al final, su hijo sanó milagrosamente y Dios hizo la obra por su gran misericordia, pero aquella situación me enseñó que es necesario enseñar al pueblo cristiano que no puede ver la victoria del Señor como algo que puede ser o no ser de ellos. ¡Precisamente se hizo hombre y murió en la cruz para darnos su naturaleza y su victoria! Repito, ¡Para darnos, hacer nuestra, que poseamos “como algo propio de nosotros” su victoria!
No creo que haya sido una casualidad que el autor de la carta a los Hebreos cite inmediatamente después del Salmo 40:6-8, la porción de Jeremías 31:33. Pareciera que desea revelarnos que la encarnación y sacrificio de Cristo tienen una consecuencia directa e inmediata en la vida del hombre: Lo que antes era inalcanzable porque era parte de una realidad divina inaccesible al hombre, ahora pertenece al hombre en la tierra, en su corazón, en su ser. Antes de ese momento, Cristo, en el cielo, tenía la ley del Padre escrita en su corazón y la profecía dice a Israel: “Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón” (Jeremías 31:33). ¿Cuándo deja este mensaje de ser una profecía y se convierte en una realidad? ¡Con la encarnación y sacrificio de Cristo! No fue antes, sino que ocurre como consecuencia directa de este acontecimiento (el nacimiento y sacrificio de Cristo). Esta verdad, tan conocida a nivel intelectual, no la hacemos nuestra en la vida diaria. Algo es cierto: Nosotros, los creyentes, somos el cuerpo de Cristo y no hemos tomado posesión de nuestra herencia: Cuando Jesús fue crucificado, yo fui crucificado; cuando resucitó, yo resucité; cuando se sentó en los lugares celestiales, yo me senté, cuando venció, yo vencí…… A este respecto, es impresionante la energía con que Pablo afirma estas verdades: “Nos dio vida juntamente con Cristo”… “juntamente con Él nos resucitó”… “Nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:5-6)…”…Somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó” (Romanos 8:37)
Una triste verdad en la mayoría de nuestras congregaciones es que hemos divorciado por completo la realidad de Dios y la realidad humana, olvidándonos del verdadero propósito del nacimiento y sacrificio de Cristo. Hemos perdido la capacidad de ver a Dios en el hombre.
¿Qué consecuencias tiene esta deformación religiosa? La escritura siguiente tiene implicaciones terribles e ilustra la gravedad de sus consecuencias:
“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” Mateo 25:41-46
Afirmo mi convicción que la falta de comprensión del verdadero propósito de la encarnación y sacrificio de Cristo tiene graves implicaciones para el cristiano: Primeramente, la derrota ante el pecado, la carne, la muerte, el mundo y satanás. Enseguida, el debilitamiento de su fe, ausencia de poder y consecuente falta de apropiación de su herencia como cuerpo de Cristo. Y por último, pero no menos importante que las anteriores, su incapacidad para ver a Dios en el hombre, ceguera que mermará su capacidad de amar a los hombres y compadecerse ante sus necesidades, colocándole en la terrible situación que describe nuestro Señor en Mateo 25.
Termino con una reflexión: De nada sirve tener conocimiento intelectual del sacrificio de Cristo en la cruz. De nada sirve saber que en esa cruz fue inmolado el Cordero de Dios. Este conocimiento no será vivo mientras el Espíritu Santo no me revele que yo estoy crucificado juntamente con Cristo; que la verdadera razón para este sacrificio fui yo, hombre. Igualmente, de nada sirve tener conocimiento intelectual de Su victoria. De nada sirve saber que Cristo venció el pecado, la carne, la muerte, el mundo y Satanás en esa cruz, si el Espíritu no me revela que cuando Cristo venció, yo vencí. Debo creerlo.
Debo apropiarme de esta realidad gloriosa por la fe. Es más, debo proclamar la buena nueva a las naciones: ¡Soy más que vencedor, en Cristo Jesús! ¡Serás más que vencedor si vienes a los pies de Cristo Jesús! ¡Las multitudes serán más que vencedoras si vienen a Cristo Jesús!
Quiera Dios que cuando proclamemos las buenas nuevas de salvación seamos capaces de ver a Dios en esas personas, en esas multitudes……porque cuando podamos ver a Cristo en esas personas, nuestro corazón se conmoverá y el amor de Dios nos moverá a ellos……entonces, “llamaremos a gente que no conocimos, y gentes que no nos conocieron correrán a nosotros” (Isaías 55:5)
Leonel Rosales Abascal
[email protected]
Guatemala, América Central