Ciertamente el cuerpo humano es una de las obras donde la ciencia tiene que comprobar que detrás de cada una de sus partes hay una mente maestra y sabia; un verdadero milagro de su «imagen y semejanza». Pero los milagros no solamente se circunscriben a aquellas cosas que son espectaculares. Algunos de ellos no tienen el elemento de lo portentoso o lo asombrosamente increíble, y sin embargo siguen ocurriendo cotidianamente. Desconocemos como se da el nacimiento de una planta, especialmente cuando su semilla pasa por el proceso de la muerte y luego emerge una singular y hermosa criatura llena de flores y frutos. El cosmos se mueve en una forma orbital entre unos seres con otros. Es inexplicable como ellos pueden sostenerse en el espacio sin que haya un cataclismo universal. Pero, ¿qué decir del milagro del nuevo nacimiento? La sicología le cuesta explicar el cambio que opera en un hombre quien habiendo sido un despojo social, ahora es alguien que está “vestido, sentado y en su juicio cabal”. Sin duda alguna, la salvación es el milagro más grande que le puede suceder a una persona, pues el mismo determina su destino eterno. En el pasaje que tenemos para hoy, hay un cuadro extraordinario donde se operó un milagro que dejó a todos los presentes “sobrecogidos de asombro”, pues según ellos, “habían visto maravillas” v.26. En el mismo no solamente vemos el elemento de lo increíble y un propósito intencional de parte del Señor, sino que además en ese milagro podemos ver ciertas condiciones para su ejecución. Esto es importante acotarlo porque Jesús no es un “curandero” que hace de la sanidad su propio fin, sino que se propone llevar a la gente a un pleno convencimiento de sus propios pecados aunque esté sanando su cuerpo; en esta historia estas son verdades vitales. Acerquémonos, pues, a este milagro para descubrir no solo lo extraordinariamente hecho sino también las condiciones que se dieron para que ocurriera. Recordemos que Jesús es el “mismo ayer, hoy y siempre”. Su mano no se ha cortado ni su poder se ha extinguido para obrar. Él lo hace todavía. Debemos seguir esperando y viendo sus milagros.
ORACIÓN DE TRANSICIÓN: Tracemos el curso de las condiciones para que se dé un milagro.
I. UN MILAGRO DEMANDA UNA FE CORRECTA
Note que no estamos hablando de una fe extraordinaria sino intrépida, puesta en acción. Jesucristo cada vez que habló de tener fe para que ocurrieran ciertas cosas, no siempre exigió una fe tan grande pero si un fe audaz. El bien conocido pasaje de tener fe “como un grano de mostaza” nos habla elocuentemente. Estamos en presencia de esa clase de fe.
1. Hay una fe que vence los obstáculos. Jesús estaba enseñando en una casa atestada de una multitud de curiosos, críticos y necesitados. Era imposible llegar hasta él atravesando la puerta a “causa de la multitud” v.19a. Aquí hay una verdad permanente, los obstáculos que se encuentran en el “camino del milagro” tienen como función desanimar y detener cualquier acción que nos impulse lograr nuestros objetivos. Nuestras más sinceras y genuinas motivaciones se van a encontrar con una “multitud” que nos hará frente para colocar delante del Señor lo que traemos para que él lo toque. La fe que busca el milagro es aquella que no se desanima y que no claudica cuando es puesta a prueba. Había casi un imposible para que aquellos hombres de fe llevaran al paralítico ante Jesús, pero no se detuvieron.
2. Hay una fe que buscará otra vía de acceso. La fe tiene la característica de creer y hacer cosas que humanamente son imposibles. Su definición bíblica está basada en esta afirmación: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1) Esta fue la fe de los cuatro amigos del paralítico. Para ellos la “puerta” de entrada no tenía acceso. Pero que bueno es saber que si una puerta se cierra, Dios puede conducirnos a otra. Es más, algunas veces la fe tendrá la misión y tarea de abrir puertas donde no hay ninguna; este fue el caso de estos hombres. Abrieron una puerta en el lugar menos posible. El interés porque este paralítico fuera sanado les llevó a una gran audacia y a una fe colectiva. Es posible que algún milagro estará por darse pero a lo mejor necesitamos otra vía de acceso para reclamarlo. Revisemos qué le podrá estar pasando a nuestra fe para que esto ocurra.
II. UN MILAGRO DEMANDA UNA COOPERACIÓN CORRECTA
En esta historia no podemos pasar por alto la actitud de estos cuatro hombres. No se nos dan sus nombres. No se nos dicen de donde eran. No sabemos que hacía cada uno de ellos. Pero una cosa si fue muy cierta, ellos llevaron al paralítico al Señor. Aquí hay una demostración de amor, de sensibilidad y de compasión por el necesitado, pero sobre todo de cooperación por el que está postrado. Esos hombres seguramente hablaron y se pusieron de acuerdo respecto a un caso cuya única esperanza para salvarse estaba en las manos del Señor. Con frecuencia queremos ver la obra del Señor en muchas vidas, sin embargo nuestra cooperación no va más allá de un simple anhelo. Si la salvación de una persona es un milagro divino, Dios espera que nosotros llevemos a ese perdido a sus pies. Los hombres no pueden salvarse por si solos. Aquí vemos a cuatros hombres trabajando para hacer esto. Seguramente atravesaron la gran ciudad de Carpenaum llevando al paralítico en sus hombros. No sabemos hasta donde eso era usual. Es muy común ver que cuatro hombres lleven a un ataúd para ser enterrado, pero no a un enfermo para ser sanado. ¡Cuántos curiosos se apostarían a las puertas de la casa para ver semejante escena! Pero allí habían hombres con un gran sentido de la urgencia y con una gran confianza en el poder de aquel carpintero de Nazaret. Apreciados hermanos, el principio de la cooperación sigue siendo el mismo. Hay muchos “paralíticos” por causa del pecado cerca de nosotros que aguardan porque se les conduzca hasta la presencia del Señor para ser sanados. ¿Cuántos de nosotros pagaremos el precio para que ocurra este milagro en sus vidas? El trabajo en equipo es el que más debe hacer la iglesia para traer a los perdidos a los pies del Señor. ¿Cuántos de nosotros nos arriesgaremos a hacerlo? Dios está listo para obrar nuevos milagros pero seguramente necesita de instrumentos humanos; a lo mejor un equipo de «cuatro hombres». ¿Seremos parte de ese equipo?
III. UN MILAGRO DEMANDA UN SANADOR CORRECTO
El mundo se ha llenado de “milagreros” y de “sanadores” del cuerpo. Algunos cobran por este oficio, mientras que otros lo utilizan como el medio para mantener llenos sus auditórium. Los hay desde los curanderos de pueblos hasta los sanadores electrónicos. Algunos hacen cosas asombrosas, de modo que acentúa la “credulidad” en los que buscan cualquier medio con tal de ser sanados. Pero los milagros auténticos; aquellos donde la intervención divina no deja dudas para ser comprobados, tienen su origen en un Señor correcto. Para aquellos cuatro hombres, el hombre llamado Jesús, era la persona correcta que podía hacer caminar al que ellos tenían que llevar. Lucas, quien era médico de oficio, no dudó en reconocer que había en Jesús una gracia especial para obrar milagros. Fue por eso que dijo: “y el poder del Señor estaba con él para sanar” v. 17b. Hay muchos poderes que están operando en el mundo para traer “sanidades, portentos y milagros». Jesús estuvo consciente que esto sucedería como parte de la antesala a su venida, cuando dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:22,23) Pero contrario a esto vemos que la obra que Jesús hace lleva el sello de la perfección. Lo que ha sido imposible para el hombre, él lo ha hecho, y lo ha hecho completo. Ciertamente él hizo a los cojos caminar, y no solo caminar sino saltar. Hizo a los ciegos ver, pero no solo ver sino tocar y reconocer. Hizo que los demonios salieran de las personas y los dejó bajo un estado consciente de su libertad total. A los leprosos los sanó y los sacerdotes tuvieron que reconocerlos sanos e incorporarlos a su comunidad. Lo mismo hizo con los muertos. Ellos se levantaron, anduvieron, comieron y glorificaron a Dios por lo sucedido. Un milagro auténtico tiene su raíz en una intervención divina, no bajo una presunción humana. Ningún ser humano puede hacer esto.
IV. UN MILAGRO DEMANDA UNA POSICIÓN CORRECTA
Jesús no le dijo al paralítico desde el principio «levántate y anda», sino: «Hombre, tus pecados te son perdonados» v.20. Esto desde luego sorprendió a los oyentes y dejaría a los cuatro hombres y al paralítico un tanto desconcertados. Sin embargo esta es la posición correcta. De alguna manera u otra Jesús supo que aquella enfermedad que le había venido a este hombre tenía que ver con el pecado. No sabemos que hizo en su vida para ello, pero por algo Jesús declaró el perdón de los pecados primeramente. Un dicho judío registrado en el Talmud, decía: «Ningún hombre enfermo es sanado sino hasta que sus pecados han sido perdonados». Con esto él dejó claro que la sanidad es un hecho integral. Él tiene mucho interés en sanar el cuerpo pero más lo tiene en sanar el alma. Es bien cierto que no todas las enfermedades vienen del pecado, pero ninguna sanidad divina puede estar desprovista de solicitar primeramente el perdón de los pecados. Santiago, el medio hermano de Jesús afirmó esto, cuando dijo: «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndoles con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (Stg. 5:14, 15) Mucha gente anda tras los sanadores del cuerpo pero son pocos los buscan los sanadores del alma. La historia de los diez leprosos nos recuerda eso. Jesús preguntó: «¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?» (Lc. 17:17) El evangelio que apunta solamente a la «sanidad del cuerpo» está golpeando severamente el mensaje de la Gran Comisión. Se hace vana la cruz de Cristo con aquella predicación que desconoce los meritos del calvario como principal fuente para perdonar los pecados. No toda la gente es sanada de sus enfermedades; abundan muchos enfermos en el mundo. Pero todos si pueden recibir el perdón de los pecados. Es por eso que lo primero que Jesús hace es confrontar a cada hombre con sus pecados. El Señor sabe que la raíz de todos los males en el ser humano tiene mucho que ver con su naturaleza pecaminosa. De esta manera el milagro de la conversión en una persona tiene que ser el asunto que más se busque. Es aquí donde vemos a Jesús manteniendo una posición correcta: los hombres necesitan el perdón de sus pecados mientras estén recibiendo la sanidad de su cuerpo. En la doctrina de Jesús una cosa no está divorciada de la otra. Aquel hombre se levantó de su cama pero también se levantó de sus pecados.
V. UN MILAGRO DEMANDA UN VEREDICTO CORRECTO
Los fariseos y los doctores de la ley, quienes acudieron a aquel lugar más para criticar que para creer, fueron confrontados sobre dos verdades que ameritaban un veredicto. Ellos sabían que el único ser que podía perdonar pecados era Dios v.21. Pero también sabían que el único que podía levantar a un paralítico, hasta salir «glorificando a Dios», tenía que ser también Dios. Jesús los encaró con una pregunta que por seguro les confundió totalmente: «¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?» v. 23. Perdonar los pecados no podía ser exteriormente confirmado o refutado, de modo que esto podría ser lo más fácil. Pero por otro lado, también era más fácil decirle al paralítico que se levantara, pues la gente llega a ser más receptiva a la salud del cuerpo que a la salud del alma. Como quiera que sea, Jesús hizo las dos cosas y esto desafió a los críticos religiosos a pronunciarse sobre su persona. O él era un loco, lunático y farsante, o era el verdadero Hijo de Dios. Ellos fueron testigos de un acto portentoso, de un milagro donde no quedó ninguna duda. Hubo un hombre que comenzó a caminar quien antes era llevado en hombros. La presente historia nos confirma que Jesucristo también es Dios. Solo él tiene la autoridad moral para perdonar los pecados. Pero solo él tiene la autoridad para levantar al que nunca ha caminado. El dilema de los hombres sigue siendo el mismo. Muchos son testigos del poder transformador del Señor en la vida de tantas personas pero no reconocen que Jesucristo es Dios. Al igual que los fariseos de antaño prefieren preguntarse: «¿Quién es éste que habla blasfemias?» v.21b. Pero sus milagros y sus obras no nos dan alternativas; o lo reconocemos como el Señor y Salvador cayendo de rodillas ante su nombre, o nos unimos a los fariseos en su asombrosa incredulidad. La actuación del Señor demanda un veredicto. No hay posibilidad para decir que él fue un hombre como todo los demás. En todo caso, él es el mismo Dios y también es e Hijo del Hombre v. 24. Usted también tiene que dar su veredicto sobre los milagros de Jesús.
CONCLUSIÓN: Este extraordinario milagro no se dio repentinamente. Más bien el Señor permitió que el mismo siguiera un proceso con ciertas condiciones. En él, Jesús elogia la fe audaz de los amigos del paralítico y el gran sentido de cooperación que manifestaron. Ellos tienen un gran crédito en este milagro. Se nos presenta el poder de Jesús para sanar, pero lo hace bajo una presentación correcta. Él sabe que antes de traer sanidad al cuerpo hay que traer sanidad al alma. El perdón de los pecados debe siempre preceder cualquier declaración de sanidad. Y finalmente, la actuación de Jesús por su poder extraordinario y por su naturaleza divina, capaz de perdonar pecados, invita a cada hombre a presentar su veredicto. La invitación, pues, es para que traigamos ante él todo aquello que necesita ser tocado. ¡Él todavía hace milagros!