Guardando el asunto en su corazón, no comenzó a hablar con otras personas de lo que podían hacer, ni diseñó un programa maravilloso sobre lo que se podría hacer si varios miles de personas se unieran en la empresa, pero se le ocurrió que podría hacer algo él mismo. Esta es la forma en que el hombre práctico inicia un asunto: El que no es práctico hará planes, arreglos y especulaciones acerca de lo que podría hacerse, pero el genuino y dedicado amante de Sion se plantea esta pregunta: «Qué puedes hacer? Nehemías, ¿qué puedes hacer? Vamos, hay que hacerlo, y tú eres el hombre que ha de hacerlo– por lo menos debes hacer tu parte. ¿Qué puedes hacer?»
Llegado a este punto, resolvió apartar tiempo para orar. Nunca tuvo el asunto fuera de su mente durante casi cuatro meses. Día y noche parecía tener escrito Jerusalén en su corazón, como si el nombre estuviera pintado en el globo de su ojo. Veía solo a Jerusalén. Cuando dormía soñaba con Jerusalén. Al despertar su primer pensamiento era Jerusalén: «¡Pobre Jerusalén!» y antes de dormirse su oración nocturna era por los muros derribados de Jerusalén. El hombre de una idea fija, vosotros sabéis, es un hombre terrible. Y cuando una sola pasión ha absorbido el todo de su humanidad, algo tendrá que venir como resultado. Tenedlo por seguro. El deseo de su corazón se convertirá en alguna demostración abierta, especialmente si plantea el asunto delante de Dios en oración. Algo surte de esto. Antes que transcurriera mucho tiempo, Nehemiás tuvo su oportunidad. Hombres de Dios, si queréis servir a Dios y no encontráis la ocasión propicia, esperad un tiempo en oración y vuestra ocasión irrumpirá sobre vuestro sendero como un rayo de sol. Nunca hubo un corazón verdadero y valiente que no lograra hallar una esfera adecuada en un lugar u otro para realizar su servicio. Todo obrero diligente hace falta en algún lugar de la viña. Puede ser que tengas que tardar, puede parecer que estás ocioso en el mercado, porque el maestro no te ha contratado, pero espera allí en oración, y con tu corazón ardiente con su propósito cálido, y aparecerá tu oportunidad. La hora necesitará su hombre, y si estás pronto, tú como hombre, no te quedarás sin tu hora. Dios dio a Nehemías una oportunidad. La oportunidad vino, es cierto, de un modo que era inesperado. Vino a través de su tristeza de corazón. Este asunto le ocupó la mente hasta que comenzó a verse sobremanera infeliz. No puedo decir si los demás lo notaran, pero cuando entró en el salón real con la copa, el rey al cual servía notó la angustia en el rostro del copero y le dijo: «por qué está triste tu rostro? Pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón.» Poco se daba cuenta Nehemías que su oración estaba brindándole la ocasión. La oración estaba registrada en su rostro. El ayuno estaba dejando huellas en su semblante, y aunque no lo sabía, de ese modo estaba preparándole la oportunidad para cuando estuviera en presencia del rey. Pero podéis ver que cuando se le presentó la oportunidad tuvo problemas, porque él dice: «Temí en gran manera.» Entonces el rey le pregunta qué es lo que pide. Por el modo de preguntarlo parece llevar implícita la seguridad de que quiere ayudarle aquí nos sorprende un tanto el notar que en vez de apresurarse a dar una respuesta al rey –la repuesta no es dada de inmediato– ocurre un incidente, se narra un hecho. Aunque era uno que últimamente se había dado por entero a la oración y al ayuno, ocurre este pequeño paréntesis: «Entonces oré al Dios de los cielos.» Mi preámbulo conduce a este paréntesis. Quiero predicar sobre esta oración. Según mi opinión aparecen tres pensamientos aquí, y sobre cada uno de ellos quiero extenderme un poco: el hecho de que Nehemías orara en ese momento preciso; el modo de la oración; y el excelente tipo de oración que utiliza.
I. EL HECHO DE QUE NEHEMIAS HAYA ORADO LLAMA LA ATENCION.
Su soberano le había hecho una pregunta. Se supone que lo correcto es responder. Pero no hace eso. Antes de responder oró al Dios del cielo. No creo que el rey haya notado la pausa. Probablemente el intervalo no haya sido lo suficientemente largo como para ser notado, pero tuvo la extensión necesaria para que Dios lo notara –suficientemente largo para que Nehemías buscara y obtuviera la dirección de Dios en cuanto a la repuesta que debía dar al rey. ¿No os sorprende encontrar un hombre de Dios que tiene tiempo para orar entre una pregunta y una repuesta? Nehemías encontró ese tiempo. Más nos sorprende su oración porque estaba tan perturbado que, en conformidad con el versículo dos, temió en gran manera. Cuando estás nervioso y desconcertado podrías olvidarte de orar. ¿No consideráis algunos de vosotros esto como una excusa válida para omitir vuestras devociones regulares? Sin embargo, Nehemías piensa que si está alarmado, ello es una razón para orar y no para dejar de orar. Tan habitualmente estaba en comunión con Dios, que tan pronto se encontraba en un dilema volaba a la presencia de Dios, al igual que la paloma volaría a refugiarse en las hendiduras de una roca.
Su oración fue más extraordinaria en esta ocasión, dado que se sentía apasionado por su objetivo. El rey le pregunta qué es lo que necesita, y pone todo su corazón en la reconstrucción de Jerusalén. ¿No te sorprende que no haya dicho de inmediato: Oh rey, vive por siempre. Anhelo construir los muros de Jerusalén. Concédeme toda la ayuda que puedas?» Pero no, aunque estaba ansioso por lanzarse sobre el objetivo deseado, retiene la mano hasta después que se dice: «Entonces oré al Dios de los cielos.» Confieso que lo admiro. Deseo imitarlo. Quisiera que cada corazón creyente pueda tener la santa precaución que no le permitió apresurarse insensatamente. «La oración y las provisiones ni impiden el viaje de hombre alguno.» Ciertamente cuando el deseo de nuestro corazón está muy cerca, frente a nosotros estaremos más seguros de que tomaremos el pájaro que estamos espiando entro los matorrales si nos detenemos silenciosamente, elevamos nuestros corazones y oramos al Dios del cielo.
Y es aun más sorprendente que haya orado deliberadamente en ese preciso momento, porque él ya había estado orando por los últimos tres o cuatro meses respecto de la misma materia.
Algunos de nosotros podría haber dicho: «Esto es aquello por lo que he estado orando; todo lo que tengo que hacer ahora es tomarlo y usarlo. ¿Qué necesidad de volver a orar? Después de todas mis lágrimas nocturnas y mis llantos de día, después de apartarme para ayunar y clamar al Dios del cielo, después de tan angustiosa conferencia, ciertamente ha llegado la respuesta. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino tomar el bien que Dios me ha provisto y regocijarme en ello?» Pero no. Vosotros siempre podréis encontrar que el hombre que ha orado mucho es el hombre que seguiría orando. «Al que tiene le será dado y tendrá más.» Con sólo conocer el dulce arte de la oración, tú eres el hombre que estará frecuentemente entregado a orar. Si estás familiarizado con el trono de la gracia, lo visitarás continuamente.
«Porque aquel que conoce de la oración el poder,
sólo desea entergarse a ese placer.»
Aunque Nehemías ha estado orando todo el tiempo, no obstante, debe ofrecer otra petición. «Entonces oré al Dios del cielo.»
Vale la pena recordar una cosa más, a saber, que El estaba en un palacio real, y en el palacio de un rey pagano, además; y estaba en el acto mismo de poner ante el rey la copa de vino. Estaba *****pliendo su tarea en la fiesta del estado, en medio del resplandor de las lámparas y el brillo del oro y la plata, en medio de los príncipes y pares del reino. O aun si fuera fiesta privada del rey y la reina solamente, los hombres se impresionan de tal manera en tales ocasiones con las responsabilidades de sus elevados cargos que fácilmente se olvidan de orar. Pero este israelita devoto, en ese lugar y en esa ocasión, cuando está a los pies del rey para sostenerle la copa de oro, se refrena de dar una respuesta al rey antes de haber orado al Dios del cielo.
II. He aquí el hecho, y creo que merece una mayor reflexión. Así que pasamos a observar– EL MODO DE ESTA ORACION.
Bien, muy brevemente, fue lo que podríamos llamar una oración espontánea–que es como si arrojara el dardo, y ya está. No era la oración que se para junto a la puerta de la misericordia a llamar, llamar y llamar. Es la concentración de muchos llamados en uno solo. Comenzó y terminó en un solo golpe. Quiero recomendaros esta oración como una de las mejores formas de oración.
Nótese que debió de ser muy breve. Fue introducida, deslizada –hecha un «sandwich»– entre la pregunta del rey y la respuesta de Nehemías; y, como ya he dicho, no creo que la haya tomando un tiempo apreciable, escasamente un segundo. Es muy probable que el rey no haya observado ningún tipo de pausa o vacilación, porque Nehemías estaba en el tal estado de alarma ante la pregunta que estoy convencido que no permitió que su demora ni su vacilación se hicieran evidentes, antes bien la oración debió de ser ofrecida como un rayo eléctrico, en forma verdaderamente rápida En cierto estado de extrema excitación es maravillosa todo lo que puede pasar por la mente en un tiempo muy breve. Como los hombres rescatados de ahogarse, al recobrarse han contado que mientras se hundían vieron toda panorama de sus vidas pasar ante sus ojos en breves segundos, así la mente es capaz de lograr mucho en un espacio de tiempo muy breve. Así la oración fue presentada como un abrir de ojos; fue hecha intuitivamente; sin embargo, fue hecha y demostró ser una oración que prevaleció con Dios.
Fue una oración de un tipo notable. Sé que fue así, porque Nehemías nunca olvidó que había orado. He orado centenares de veces, y miles de veces, pero no recuerdo ningún detalle en particular despúes en cuanto a la ocasión que me dispuso a la oración o a las emociones que me excitaron. Pero hay un par de oraciones que nunca podré olvidar. No las he anotado en mi diario, pero recuerdo cuando oré, porque ese tiempo era tan especial, la oración tan intensa y la respuesta a ella fue tan notable. Ahora, la oración de Nehemías nunca, nunca fue borrado de su memoria, y cuando estas palabras quedaron escritas para la historia lo hizo de la siguiente forma: «Entonces oré al Dios del cielo.»
III. Ahora hermanos amados, en tercer lugar paso a recomendarles ESTE EXCELENTE ESTILO DE ORACION.
Hablaré principalmente a los hijos de Dios, a vosotros que tenéis fe en Dios. Os ruego que con frecuencia, no, os pido que siempre uséis este método de la oración espontánea ruego a Dios, también, que algunos de los que están aquí y nunca han orado, quieran ofrecer una oración espontánea al Dios del cielo antes que salgan de este edificio, que pueda subir de vuestros labios una petición breve y ferviente, algo semejante a la del publicano en el templo: «Dios, sé propicio a mí, pecador.»
Entonces para tratar en forma práctica este asunto, es deber y privilegio de todo cristiano tener horas estables para orar. No puedo entender que un hombre pueda conservar la vitalidad de la piedad a menos que se retire regularmente para orar, por lo menos mañana y tarde. Daniel oraba tres veces al día y David dice: «Siete veces al día te alabo.» Es bueno para vuestros corazones, bueno para vuestra memoria, bueno para vuestra solidez para que dediquéis ciertas porciones de tiempo y digáis «Pertenecen a Dios. Tendré tratos con Dios a tal y tal hora, y procuraré ser tan puntual en mi horario con él como si hubiera hecho un compromiso para reunirme con un amigo.» Cuando Sir Thomas Abney era alcalde de Londres le molestaba tener que participar en banquetes, porque Sir Thomas siempre había tenido oración con su familia a una hora señalada. El problema era cómo salir del banquete para poder conservar el devocional familiar. Lo consideraba tan importante, que dejaba la silla, avisándole a su vecino de asiento que tenía un compromiso con un amigo querido al que no podía faltar. Y se iba, *****plía su compromiso con Dios, y regresaba a su lugar, ninguno más sabio, y siendo él el mejor por observar su acostumbrado hábito de adorar. La Sra. Rowe decía que llegado el momento de orar, no renunciaba a la oración ni aunque estuviera predicando el apóstol Pablo. No, decía, si estuvieran allí los doce apóstoles, y no pudiera haber otra ocasión de oírlos, ella no se ausentaría de su cámara de oración a la hora señalada.
Pero ahora, habiendo enfatizado la importancia del hábito piadoso de la oración privada, quiero que quedéis impresionados por el valor de otro tipo de oración, a saber las oraciones imprevistas, breves, rápidas, muy cortas y frecuentes, de las cuales Nehemías nos da una muestra. Y la recomiendo, porque no obstaculiza los compromisos y no ocupa tiempo. Podrías estar midiendo tus percalas, o pesando comestibles, o podrías estar sumando una cuenta, y entre un ítem y otro podráis decir: «Señor, ayúdame.» Podrías orar al cielo y decir «Señor, ayúdame.» No te quitará tiempo. Este modo de orar es una gran ventaja para personas que están presionadas por los negocios porque ni en el menor grado les incapacitará para atender los asuntos que tengan entre manos. No requiere que vayas a algún lugar especial. Donde estás puedes detenerte, si vas en coche, o caminas por la calle, seas el más bajo aserrador en su aserradero, o él más alto funcionario, puedes parar y hacer oraciones como ésta. Sin altar, sin iglesia, sin los así llamados lugares sagrados, sino dondequiera estéis este estilo de oración, pequeña oración, llegará al oído de Dios y recibirá una bendición.
Una oración de ese tipo se puede ofrecer en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia. En la tierra, en el mar, enfermo o en salud, en medio de pérdidas o en ganancias, en los grandes reveses o en los momentos de éxito, el creyente puede desahogar su alma dirigiéndose a Dios en sentencias breves y rápidas. La ventaja de esta forma de oración es que puede orar con frecuencia y puedes orar siempre. El hábito de la oración es bendecido, pero el espíritu de oración es mejor. Y el espíritu de oración es la madre de estas oraciones instantáneas, y a mí me gustan porque es una madre prolífica. Muchas veces en el día podemos hablar con Dios nuestro Señor.
Esta oración es sugerida por todo tipo de circunstancias. Recuerdo a un pobre hombre que una vez me hizo un *****plido, que valoré mucho en ese tiempo. Estaba hospitalizado, y cuando lo visité dijo: «Fui a oírle durante algunos años, y ahora, cualquier cosa que veo parece recordarme una u otra cosa que usted dijo, y acude a mi mente tan fresca como en el momento en que la oí.» Ahora bien, el que sabe orar instantáneamente encontrará que todo lo que lo rodea le ayuda en el sagrado hábito. ¿Está ante un paisaje hermoso? Dí: Bendito sea Dios que ha trazado para recrear la vista y alegrar el corazón.» ¿Estás en lúgubres tinieblas en un día brumoso? Dí: «Ilumina mis tinieblas, oh Señor.» ¿Estás acompañado? Te acordarás de orar: «Señor, pon guarda a la puerta de mis labios.» ¿Estás muy solo? Entonces dices: «no me dejes solo, sé tú conmigo, padre.» El ponerte la ropa, el sentarte a la mesa del desayuno, al subir al vehículo que te transporta, el caminar por las calles, al abrir tus libros de contabilidad, al cerrar el negocio, en fin, todo puede sugerirte que ores en la forma que he estado tratando de descubrir, si tan sólo tienes una actitud mental adecuada para ofrecerla.
Estas oraciones son recomendables porque son verdaderamente espirituales. Las oraciones con muchas palabras pueden ser también oraciones ampulosas. El orar por libro tiene muchos aspectos que nada tienen de recomendables. Cuando hayas descubierto el provecho que de un manual de conversación en francés haya tenido alguien que viaja por Francia sin conocer el idioma, entonces prueba cuánto bien puede hacerle un manual de oraciones a una pobre alma que no sabe pedir a nuestro Padre celestial una bendición o beneficio que necesita. ¡Un manual! ¡Manuales! ¡Bah! ¡Ora con el corazón, no con las manos! Si quieres levantar las manos en oración ¡que sean tus propias manos, no las de otro hombre! Las oraciones que salen saltando del corazón –la explosión de una emoción fuerte, de un deseo ferviente, de una fe viva–son verdaderamente espirituales; y ningún otro tipo de oraciones, sino las espirituales son las que acepta Dios.
Este tipo de oración está libre de cualquier sospecha de haber sido motivada en forma corrupta para agradar a los hombres. No pueden decir que estas oraciones disparadas secretamente por nuestra alma hayan sido presentadas para alcanzar elogios para nosotros mismos, puesto que nadie se da cuenta que estamos orando. Por lo tanto, os recomiendo esta oración y espero que abundéis en ellas. Hay hipócritas que han orado durante horas. Sin duda hay hipócritas que son tan regulares en sus devocionales como los mismos ángeles que están delante del trono de Dios, y no obstante no hay vida, espíritu ni aceptación instantánea –cuyo corazón habla con Dios– no es hipócrita. En ella hay realidad, fuerza y vida. Si veo que de una chimenea salen chipas sé que en el interior hay un fuego encendido, y estas oraciones instantáneas son como las chispas que salen desde un alma que está llena de ardientes brasas del amor a Jesucristo.
Estas breves oraciones disparadas nos son de gran utilidad, queridos amigos. Con frecuencia nos controlan. Persona de mal carácter, si oraras siempre un poquito antes de dejar que de tus labios salgan las expresiones de tu enojo, muchísimas veces dejarías de decir esas feas palabras. A una buena mujer le aconsejaron que tomase un vaso de agua y se dejara una cantidad de agua en la boca por cinco minutos antes de comenzar a reprender a su marido. Me atrevo a decir que no es una mala receta, pero si en vez de practicar esa pequeña excentricidad, hubiera hecho una corta oración, ciertamente hubiera tenido un mejor efecto y hubiera sido más espiritual. Puedo recomendar esta oración de urgencia como un receta valiosa para el irreflexivo y para el irritable; porque todos los que se ofenden fácilmente y son lentos para perdonar insultan y hieren. Cuando en los negocios estás por cerrar con una oferta que te ofrece cierta dudas, o sientes un escrúpulo positivo, una oración como «Guíame, buen Señor,» con frecuencia te impedirá hacer algo de lo cual más tarde te arrepentirás.
El hábito de ofrecer estas breves oraciones también impedirá que deposites confianza en ti mismo. Mostraría tu dependencia de Dios. Evitaría que te volvieras mundano. Sería como un delicioso perfume quemado en la cámara de tu alma para mantener alejada de tu corazón la fiebre de este mundo. Puedo recomendar enfáticamente estas oraciones breves, dulces y benditas. Quiera el Espíritu Santo dártelas.
Además, nos brindan bendiciones celestiales. Las oraciones hechas instantáneamente, como en el caso de Eliecer, el siervo de Abraham, como en el caso de Jacob, cuando dijo ya cerca de la muerte, «tu salvación esperé, oh Jehová»; oraciones como la que Moisés ofreció cuando no leemos que él haya orado, y sin embargo, Dios le dice: «¿Por qué clamas a mi?»
Oraciones como las que frecuentemente presentaba David son las que tienen éxito delante del Altísimo. Por lo tanto, abundad en ellas, porque Dios quiere estimular su uso y le agrada responderlas.
Y así podría seguir recomendando la oración imprevista, instantánea, pero diré una sola cosa más en su favor. Creo que es muy apropiada para algunas personas de un temperamento peculiar que no podrían orar por largo tiempo para salvar la vida. Sus mentes son rápidas y ágiles. Queridos amigos, el tiempo no es un elemento en el negocio. Dios no nos oye debido a la extensión de nuestras oraciones, sino por la sinceridad de ellas. La oración no se mide por metros ni se pesa por kilos. Es su poder y fuerza, la verdad y realidad de ella, la intensidad y energía de ella lo que vale. Si eres de una mente tan pequeña tan ligera que no puedes usar muchas palabras, o no puedes pensar tan largo rato una cosa, debiera ser para tu consuelo el saber que la oración espontánea es aceptable. Y podría ser, querido amigo, que estás en una condición física en que no puedes orar de otro modo. Un dolor de cabeza como el que afecta frecuentemente la mayor parte de su vida a algunas personas –estado del cuerpo que el médico puede explicarte– podría impedir que la mente se concentre por largo rato sobre un tema. Entonces resulta refrescante poder dirigirse a Dios una y otra vez, cincuenta o cien veces en el día, en oraciones breves, rápidas, estando el alma en todo su fervor. Este es un estilo bendito de oración.
Ahora concluiré mencionando solo algunas de las oraciones cuando creo que deberíamos recurrir a la práctica de la oración espontánea. El Sr. Rowland Hill era un hombre notable por su piedad, pero cuando en Woton-under-Edge pregunté por su estudio, aunque presioné por tener una respuesta, no obtuve una respuesta satisfactoria. Finalmente el buen ministro dijo: «El hecho es que nunca tuvo uno. El Sr. Hill tenía por costumbre estudiar en el jardín, en la sala, en la cama, en las calles, en los bosques, en cualquier lugar.» «Pero, ¿Dónde se retiraba a orar?» Dijeron que suponían que era en su cuarto, pero que siempre estaba orando –que no importaba dónde estuviera, el buen hombre siempre estaba orando. Parecía como si toda su vida, aunque la pasó en medio de sus semejantes haciendo el bien, la pasó en oración perpetua. Se sabía que había estado en la calle Blackfriar, con sus manos atrás, mirando una vidriera, y si se ponía atención pronto se podía percibir que estaba derramando su alma delante de Dios. Había llegado a estar en un estado constante de oración. Creo que es la mejor condición en que un hombre puede estar cuando está orando siempre, orando sin cesar, siempre acercándose a Dios con sus oraciones espontáneas.
Pero si he de daros una selección de momentos adecuados, debo mencionar momentos como estos. Cuando quiera que tengas una gran alegría, grita: «Señor, convierte esto en una verdadera bendición para mí.» No exclamas como los demás: «Soy un tipo con suerte,» sino, «Señor, dame más gracia y más gratitud, ahora que has multiplicado tus favores.» Cuando tienes entre manos una empresa ardorosa o un asunto pesado, no lo toques hasta que de tu alma haya una dificultad, y te sientes muy perplejo, cuando los negocios llegan a una encrucijada, o a una confusión que no puedes desentrañar u ordenar, ora. No es necesario que ocupes un minuto, pero es maravilloso darse cuenta cuantos nudos se puedan soltar después de una palabra de oración.
¿Los niños te resultan particularmente molestos, buena mujer? ¿Te parece que tu paciencia casi se ha agotado debido a las preocupaciones y las hostilidades? Es el momento de una oración insantánea. Los manejarás en forma más adecuada y soportarás sus malos comportamientos en forma más tranquila. En todo caso, tu propia mente estará menos perturbada. ¿Piensas que hay una tentación frente a ti? ¿Comienzas a sospechar que alguien está poniéndote asechanzas? Hay que orar: «Llévame por un camino llano a causa de mis enemigos.» ¿Estás trabajando en el banco, en un taller, en un almacén, donde tus oídos son asaltados por conversaciones obscenas, blasfemias y vergonzosas? Es tiempo de una breve oración. ¿Has notado que un pecado te asidia? Que te mueva a la oración. Estas cosas debieras recordarte que debes orar. Creo que el diablo no dejaría que la gente jurase tanto si el pueblo cristiano orara cada vez que oyeran un juramento. Entonces se daría cuenta que no le conviene. Las blasfemias de ellos se verían un tanto acalladas si provocaran súplicas por parte de los creyentes.
¿Sientes que tu corazón se está saliendo de los límites? ¿Empieza a fascinarte el pecado? Es tiempo de orar, de un clamor ardiente, sincero y apasionado: «Señor, ayúdame.» ¿Viste algo con tu ojo, y ese ojo está infectando tu corazón? ¿Te sientes como si tu pie fuera a resbalar, y tus pasos estuvieron próximos a deslizarse?» Es tiempo de orar: «Señor, sosténme con tu diestra.» ¿Ha ocurrido algo completamente inesperado? ¿Te ha tratado mal un amigo? Entonces, como David, di: «Señor, entorpece ahora el consejo de Ahitofel.» Ora en el momento. ¿Estás ansioso por hacer algún bien? Asegúrate de orar al respecto. ¿Quieres hablar a aquel joven esta noche, cuando salgas del Tabernáculo, acerca de su alma? Primero ora, hermano. ¿Quieres dirigirte a los miembros de tu clase y escribirles una carta sobre su bienstar espiritual esta semana? Ora sobre cada línea, hermano. Siempre es bueno que la oración siga fluyendo mientras estás hablando de Cristo. Siempre encuentro que puedo predicar mejor si oro mientras estoy predicando.
Y la mente es muy notable en sus actividades. Puede estar orando mientras se está estudiando. Puede estar mirando a Dios mientras conversamos con otro hombre. Puede estar con una mano leventada hacia Dios para recibir las provisiones de Dios, mientras la otra está entregando las mismas provisiones que a El le ha agradado dar. Ora mientras vivas. Ora cuando tengas gran dolor. Mientras más grande la herida, más urgente e importante debiera ser tu clamor delante de Dios. Y cuando las sombras de la muerte te rodean, y extraños sentimientos te sofocan o te llene de escalofríos, y claramente te dicen que está cercano el final de tu jornada, entonces ore. ¡Oh, ese es tiempo de orar breve y fervientemente! Oraciones breves y vigorosas como éstas: «No escondas tu rostro de mí, oh Señor;» o ésta, «No te alejas de mí, oh Dios,» serán adecuadas para ti. «Señor Jesús recibe mi espíritu,» fueron las emotivas palabras de Esteban cuando estuvo a la puerta de su fin; y «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu,» fueron las palabras de tu Maestro mismo, pronunciadas el momento antes de inclinar su cabeza y entregar su espíritu. Tú bien puedes tomar el mismo tono e imitarle.
Estos pensamientos están tan exclusivamente dirigidos a los hermanos santos y fieles en Cristo que os sentiréis inclinados a preguntar: «¿No hay algo que se pueda decir al inconverso?» Bien, todo lo que ellos han oído decir lo pueden usar en su propio beneficio. Pero, permitidme que me dirija a vosotros, mis queridos amigos, tan deliberadamente como me sea posible. Aunque no seáis salvos, no debéis decir: «Yo no puedo orar.» Pero, si la oración es tan fácil, ¿qué excusa podéis tener para descuidarla? No requiere un espacio de tiempo medible. Oraciones como estas serán oídas por Dios y todos vosotros tenéis la capacidad y la oportunidad de pensarlas y expresarlas, si solamente tenéis esa fe elemental en Dios que cree que «le hay y que es galardonador de los que le buscan.» Creo que Cornelio se encontraba así tan lejos cuando el ángel le amonestó a que mandase a buscar a Pedro, el cual le predicó la paz por medio de Cristo para la conversión de su alma. ¿Hay en el Tabernáculo esta noche un hombre o mujer, un ser tan extraño que nunca ora? ¿Cómo os amonestaré? Podría tomar un pasaje de un poeta actual, vivo, que aunque no ha contribuido con nada a nuestros himnarios, ha canturreado una nota tan a propósito con mi objetivo, y tan agradable a mi oído, que deseo citarlo:
La oración obra más cosas
que las que el mundo pueda soñar.
Así que eleva tu voz como una fuente
que fluye día y noche sin cesar.
Porque, ¿en qué a ovejas y cabras superar
puede el hombre que en su cerebro
una vida ciega alimenta si sus manos,
conociendo a Dios, en oración no eleva?
Porque con cadenas de oro,
todo camino de este mundo
a los pies de Dios está unido.
No sospecho que haya aquí alguna criatura que nunca ora, porque la gente ora generalmente a uno u otro ser. El hombre que nunca ora a Dios las oraciones que debiera, ora a Dios las oraciones que no debiera hacer. Es terrible que un hombre le pida a Dios que lo condene; sin embargo, hay personas que lo hacen. Supón que te oye: El es un Dios que oye la oración. Me dirijo a un profano blasfemo, y me gustaría que esto quedara muy claro para él. Si Dios te hiciera caso, si tus ojos fueran cegados y tu lengua quedara inmóvil y tú mudo mientras pronuncias una salvaje imprecación, podrías soportar el jucio repentino sobre tu impío hablar? Si algunas de tus oraciones te fueran respondidas en ti mismo, y algo de lo que has ofrecido, en tu pasión, para tu esposa y para tu hijo se *****plieran dañándolos y distrayéndote, ¡qué terrible sería! Bueno, Dios responde la oración, y uno de estos días él podría responder tus oraciones para tu vergüenza y confusión perpetua. Ahora, antes que dejes tu asiento, ¿no sería bueno que oraras? Dile: «Señor, ten misericordia de mí; Señor sálvame; Señor, cambia mi corazón; Señor, dame que pueda creer en Cristo; Señor, dame interés ahora en la preciosa sangre de Jesús; Señor, sálvame ahora.» ¿No queréis, cada uno de vosotros, hacer una oración como esa? Que el Espíritu Santo te guíe a hacerlo, y si una vez comienzas a orar en forma correcta, no tengo miedo que vayas a abandonar alguna vez, porque hay algo que sostiene firme, al alma en la verdadera oración. Las oraciones fingidas, ¿qué tienen de bueno? Pero las súplicas verdaderas del corazón, el alma que conversa con Dios, una vez que comienza nunca termina. Tendrás que orar hasta que cambies la oración por la alabanza, y pases del trono de la gracia abajo, al trono de Dios arriba.
Quiera Dios bendeciros a todos, a todos vosotros; todos los que sois mis amados en Cristo, y cuya salvación anhelo. Que Dios bendiga a todos y cada uno, por amor de nuestro querido Redentor. Amén.
***