Hay considerable ventaja en la libertad de que se disfruta en el mensaje inaugural. Puede adoptar la forma metódica de un sermón, o puede revestirse de modo más cómodo y presentarse en la forma familiar del discurso. Ciertas libertades que no se conceden a un sermón, se me permiten en esta plática discursiva. Poned a mi charla el nombre que queráis cuando haya terminado; pero será un sermón, pues tengo en mente un texto definido y claro, y me atendré a él con bastante regularidad. No estará de más que lo anuncie, pues as! dispondréis de una clave para ver lo que pretendo deciros. Hallaréis el pasaje en la Primera Epístola a Los Corintios en los versículos primero y segundo del capítulo cuatro:
«Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel».
El apóstol anhelaba ser tenido por lo que era, y hacía bien; pues los ministros no suelen ser correctamente apreciados; por regla general, los demás, o se glorían en ellos, o los desprecian. Al principio de nuestro ministerio, cuando lo que decimos es nuevo y nuestras energías rebosan; cuando ardemos y lanzamos destellos, y pasamos mucho tiempo en preparar fuegos artificiales, las personas son propensas a tenernos por seres maravillosos; y entonces se necesita la palabra del apóstol: «Así que, ninguno se gloríe en los hombres» (I Corintios 3:21). No es cierto, como insinúan los aduladores, que en nuestro caso los dioses hayan descendido en la semejanza de hombres; y seremos idiotas si lo pensamos. A su debido tiempo, las ilusiones estúpidas serán curadas por los desengaños y entonces oiremos la desagradable verdad, mezclada con censuras injustas. El ídolo de ayer es hoy el blanco de las pullas. Sean nueve días, nueve semanas, nueve meses, o nueve años; tarde o temprano, el tiempo produce el desencanto, y cambia nuestra posición en el aprecio del mundo. Pasó el día de las primaveras, y han venido los meses de las ortigas. Cuando ha pasado el tiempo de que las aves canten, nos aproximamos a la estación de los frutos; pero los niños no están tan contentos con nosotros como cuando paseaban por nuestros exuberantes prados, y hacían coronas y guirnaldas con nuestras flores. En nuestros años maduros, la congregación echa de menos las flores y el verdor. Quizá nos estamos dando cuenta de ello. El hombre maduro es sólido y lento; mientras que el joven cabalga en alas del viento. Es evidente que algunos tienen una idea exagerada de lo que somos; otros la tienen demasiado mezquina; sería mucho mejor si todos ellos pensaran sobriamente que somos «ministros de Cristo». La Iglesia saldría ganando, nosotros seríamos beneficiados, y Dios sería glorificado, si nos pusieran en el lugar que nos corresponde, y nos mantuvieran allí, sin apreciarnos en demasía, ni censurarnos injustamente, sino considerándonos en relación con el Señor, y no en nuestras propias personalidades. «Téngannos los hombres por ministros de Cristo».
Somos MINISTROS. Esta palabra tiene un sonido muy respetable. Ser ministro es aspiración de muchos jóvenes. Quizá si la palabra del original se hubiera traducido de otro modo, se enfriaría su ambición. Los ministros son siervos: no son invitados, sino criados; no son amos, sino servidores. La misma palabra ha sido traducida «remeros», y exactamente los que mueven los remos del banco inferior. Remar en una galera era trabajo duro, aquellos rápidos movimientos consumían las fuerzas vitales de los esclavos. Había tres hileras de remeros: los del banco superior tenían la ventaja del aire fresco; los que estaban debajo de ellos se hallaban más encerrados; pero supongo que los remeros del banco inferior desmayarían de calor, además de quedar agotados por el penoso trabajo. Hermanos, contentémonos con gastar nuestras vidas aun en la peor de las posiciones, con tal de que con nuestra labor podamos ser instrumentos para que nuestro gran César acelere su venida, y que podamos ayudar al avance del trirreme de la Iglesia en que 11 ha embarcado. Estamos dispuestos a ser encadenados al remo, y a trabajar durante toda la vida para que su nave hienda las olas. No somos capitanes, ni propietarios de la galera, sino tan sólo remeros de Cristo.
Recordemos que somos siervos en la casa del Señor. «El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo». Estarnos dispuestos a ser la alfombra a la puerta de la entrada de nuestro Maestro. No busquemos honra para nosotros, sino pongamos honra en los vasos más débiles mediante nuestros cuidados. En toda casa bien arreglada, como ya os recordé, es un hecho que el «bebé es el rey», a causa de su debilidad. Que en la Iglesia de nuestro Señor los pobres, los débiles, los afligidos tengan el lugar de honor, y los que estamos fuertes llevemos sus flaquezas. El que se humilla es ensalzado; el que se hace menos que el más inferior, es el más grande. «¿Quién enferma, y yo no enfermo?», decía el gran apóstol. Si hay algún escándalo que soportar, mejor sufrirlo que permitir que aflija a la Iglesia de Dios. Ya que somos, por nuestras funciones, siervos en un sentido especial, llevemos alegremente la parte principal de la abnegación y las labores penosas de los santos.
Sin embargo, el texto no nos llama simplemente ministros o siervos, sino que añade «de Cristo». No somos siervos de los hombres, sino del Señor Jesús. Amigo, si crees que porque contribuyes a mi sostenimiento, estoy obligado a seguir tus indicaciones, te equivocas. Es cierto que somos «vuestros siervos por Jesús»; pero, en el sentido más elevado posible, nuestra única responsabilidad es ante Aquél a quien llamamos Maestro y Señor. Obedecemos órdenes superiores; pero no podemos ceder a los dictados de nuestros compañeros de servicio, por más influyentes que sean. Nuestro servicio es glorioso, porque es el servicio de Cristo: nos sentimos honrados al permitírsenos servir a Aquél cuyos zapatos no somos dignos de desatar.
Se nos dice también que somos «MAYORDOMOS». ¿Qué es el mayordomo? Esa es nuestra función. ¿Qué se requiere el mayordomo? Éste es nuestro deber. No estamos hablando ahora de nadie de los que están fuera, sino de vosotros, hermanos, y de mi mismo; por lo tanto, hagamos una aplicación personal de todo lo que se dice.
1. Primeramente, un mayordomo es tan sólo un siervo. Quizá no siempre se acuerda; y es cosa lamentable que el siervo empiece a pensar que es el amo. Es una lástima que los siervos, cuando son honrados por su amo, sean tan propensos a tener ínfulas.
¡Qué ridículo puede llegar a ser el mayordomo! No me estoy refiriendo a los mayordomos y lacayos, sino a nosotros mismos. Si nos engrandecemos a nosotros mismos, llegaremos a ser despreciables; y no engrandeceremos ni a nuestra función ni al Señor. Somos siervos de Cristo, y no señores sobre su heredad.
Los ministros son para las iglesias, y no las iglesias para los ministros. Trabajando entre las iglesias, no podemos osar considerarlas como fincas a explotar en beneficio propio, ni jardines para cultivar según nuestro propio gusto. Algunos hombres hablan de una forma de gobierno liberal en su iglesia. Que sean liberales con lo que es suyo; pero que un mayordomo de Cristo se jacte de ser liberal con los bienes de su Maestro es cosa muy distinta. Como mayordomos, somos tan sólo siervos de categoría; . ¡ojalá que el Señor mantenga en nosotros un espíritu de cordial obediencia! Si no tenemos cuidado en mantenernos en nuestro debido lugar, el Maestro no dejará de amonestarnos y de humillar nuestro orgullo. ¡Cuántas de nuestras aflicciones, fracasos y depresiones, proceden de que nos sentimos demasiado orgullosos! Estoy seguro de que ninguno de los que han sido honrados por Dios públicamente es del todo extraño a los castigos administrados a puerta cerrada, que impiden que la carne soberbia se exalte indebidamente. ¡Cuántas veces he orado: «No me apartes de tu servicio, Señor»!, pues un mayordomo despedido es objeto de conmiseración entre los siervos de su Señor. En otros tiempos era grande y poderoso, y cabalgaba en el mejor caballo; pero cuando está despedido, cuenta menos que el más insignificante de los vaqueros. ¡Ved cuán contento está de ser recibido, como agradecido huésped, en las humildes casitas de aquellos que en otros tiempos le miraban con especial respeto, cuando representaba a su Señor! Cuidad de no ser exaltados sobremanera, no sea que seáis aniquilados.
2. El mayordomo es un siervo de tipo especial, pues tiene que supervisar a los demás siervos, lo cual es difícil. Un antiguo amigo mío, que está ahora con Dios, dijo en una ocasión: «Siempre he sido pastor. Durante cuarenta años fui pastor de ovejas, y durante otros cuarenta fui pastor de hombres, y el segundo rebaño era mucho más pusilánime que el primero». Este testimonio es verdadero. Creo haber oído decir que la oveja tiene tantas enfermedades como días hay en el año; pero estoy seguro de que el otro tipo de oveja es capaz de tener diez veces más enfermedades. El trabajo del pastor es agobiador. Nuestros compañeros de servicio son asediados por toda clase de dificultades; y es lástima tener que decir que los mayordomos poco sabios causan muchas más de las que serían necesarias, debido a que esperan la perfección en los demás, aunque ellos no la poseen. Después de todo, nuestros compañeros de servicio han sido sabiamente seleccionados; pues Aquél que los puso en Su casa sabía lo que hacía; de todos modos son escogidos por é1, y no por nosotros. No es a nosotros a quienes corresponde hallar defectos en lo que el Señor ha escogido. Es cosa muy común en algunos injuriar a la Iglesia; pero dado que la Iglesia es la esposa de Cristo, es bastante peligroso criticar a la amada del Señor. Me siento, con respecto a la Iglesia, un poco como David respecto a Saúl; no me atrevo a levantar la mano contra el ungido del Señor. Mucho mejor será que encontremos los defectos que hay en nosotros en vez de hacerlo en nuestra congregación, si hay algo malo en ella.
Aun así, los miembros de nuestra iglesia son seres humanos, y el mejor de ellos es tan sólo humano, aún en el mejor sentido; dirigir, instruir, consolar y ayudar a tantos espíritus diferentes, no es tarea fácil. El que gobierna entre los hombres. en el nombre de Dios, debe ser hombre; y lo que es más, debe ser hombre de Dios. Debe estar dotado de la gracia, debe ser de estirpe real, y debe sobrepasar a sus compañeros por la cabeza y los hombros. Los hombres acatarán la verdadera superioridad, pero no las pretensiones oficiales. La posición superior ha de estar sostenida por aptitudes superiores. El mayordomo ha de saber más que el labrador y el peón. Debe tener inteligencia. superior a la del guardabosques y el carretero, y un carácter más eficiente que María y Juan, que han de recibir órdenes de él Como mayordomos, es preciso que tengamos gracia abundante, pues de lo contrario no *****pliremos nuestros deberes, ni alcanzaremos una buena graduación.
Los demás siervos se regirán por lo que hagamos. El mayordomo apático, inerte y lento, tendrá a su alrededor un equipo de siervos lentos, y los negocios de su amo irán bastante mal. Los que viajan deben haber notado que los criados de un hotel se parecen mucho al propietario del mismo; cuando el amo es animoso, atento y cortés, todas las doncellas y camareros participan de su carácter; pero si os mira agriamente y os trata con indiferencia, descubriréis que el establecimiento entero tiene un aire desdeñoso. Un ministro pronto se ve rodeado de personas como él: «A tal cura, tales feligreses». ¡Ojalá que siempre seamos despiertos y fervorosos en el servicio del Señor Jesús, para que nuestra congregación sea también despierta! He leído de un teólogo puritano que estaba tan rebosante de vida que su congregación decía que vivía como si se alimentara de cosas vivas. ¡Ojalá que nuestra vida sea sustentada por el pan vivo!
A menos que nosotros mismos seamos llenos de la gracia de Dios, no seremos buenos mayordomos en la dirección de nuestros compañeras de servicio. Debemos ser para ellos un ejemplo de celo y ternura, constancia, esperanza, energía y obediencia. Es preciso que practiquemos personalmente la constante abnegación, y seleccionemos como parte nuestra del trabajo lo más difícil y lo más humillante. Hemos de elevarnos por encima de nuestros compañeros mediante un desinterés superior. Encarguémonos de ir a la cabeza de las empresas peligrosas, y de llevar las cargas más pesadas. El archidiácono Haer daba una conferencia en el Trinity College cuando se oyó el grito de «¡Fuego!» Sus alumnos salieron corriendo, y formaron cadena para pasarse los cubos de agua desde el río hasta el edificio en llamas. El catedrático vio a un estudiante tísico metido en el agua hasta la cintura, y le gritó: «¡Cómo! ¿Tú en el agua, Sterling?» La respuesta fue: «Alguien debe estar en ella, ¿y por qué no yo, tanto como otro?» Digámonos a nosotros mismos: «Es preciso que algunos hagan las labores penosas de la Iglesia, y trabajen en los lagares más duros, ¿y por qué no hemos de ser nosotros los que ocupemos tal puesto?» El Señor ascenderá a los que no escogen por sí mismos, sino que están dispuestos a cualquier cosa y a todas las cosas. El que ha vencido su miedo en la hora del peligro tendrá como recompensa el privilegio de poder demostrar aún mayor valor. El que es fiel sobre poco, será escogido para un puesto de trabajo más difícil y prueba más severa; éste es el ascenso a que aspiran los siervos leales de nuestro Rey.
3. A continuación, recordemos que los mayordomos son siervos bajo las 6rdenes más inmediatas del gran Maestro. Hemos de ser como el mayordomo que va todos los días a las habitaciones privadas de su señor para recibir órdenes. Juan Labrador nunca estuvo en el salón del patrono, pero el mayordomo suele ir allí. Si dejara de consultar al patrono, pronto cometería errores, y se vería envuelto en graves responsabilidades. i Cuán a menudo deberíamos decir: «Señor, muéstrame lo que quieres que haga»! Dejar de mirar a Dios para aprender y practicar Su voluntad, sería abandonar nuestra verdadera posición. ¿Qué se hará a un mayordomo que nunca comunica con su amo? Darle su salario y que se vaya. El que hace su propia voluntad y no la de su señor, no tiene valor alguno como mayordomo.
Hermanos, es preciso que estemos continuamente esperando órdenes de Dios. Es preciso cultivar el hábito de ir a Él en busca de órdenes. .¡Qué agradecidos debiéramos estar de que nuestro Amo esté siempre al alcance de nuestra voz! é1 guía a sus siervos con sus ojos; y junto con su dirección, da también el poder necesario. Él hará que nuestros rostros brillen ante los ojos de nuestros compañeros si tenemos comunión con él. Nuestro ejemplo ha de alentar a otros a estar a las órdenes del Señor continuamente. Ya que nuestra ocupación es decirles el pensamiento de Dios, estudiemos muy cuidadosamente ese pensamiento. Confío en que no estoy hablando a un sólo hombre que haya caído en el descuidado hábito de salir a su trabajo sin haber tenido antes comunión con su Señor; pues persona tan desdichada, al estar sin contacto con su Señor, ejercerá una influencia perniciosa sobre el resto de la casa, haciéndola ociosa, indiferente o insatisfecha, cuando no carente de espíritu. Si el mayordomo no siente interés por los asuntos de su amo, o si es obstinado y quisiese alterar o invertir las órdenes de su amo si se atreviera; o si de alguna manera se entremete en cosas que no debe, como hizo el mayordomo injusto de la parábola, entonces los siervos que están a sus órdenes aprenderán a ser desleales. Podría señalar cuánto se hace en esta tendencia en ciertas iglesias, pero me abstengo. El Maestro vendrá pronto, y ¡ay del mayordomo que al rendir cuentas sea hallado «el!
4. Asimismo, los mayordomos están constantemente dando cuenta. Sus cuentas se dan sobre la marcha. Un propietario eficiente exige la cuenta de salidas y entradas cada día. Hay mucha verdad en el antiguo proverbio que dice que «las cuentas cortas hacen amistades largas». Si tenemos cuentas cortas con Dios, tendremos larga amistad con Él. Me pregunto si alguno de vosotros lleva la cuenta de sus faltas y defectos Quizá entonces emplearéis mejor el tiempo en esfuerzos constantes para servir a vuestro Amo y aumentar su finca. Cada uno debe preguntarse a sí mismo: «¿Qué consigo con mi predicación? ¿Es lo que conviene que sea? ¿Estoy dando prominencia a aquellas doctrinas que mi Señor quiere que presente ante todo? ¿Tengo por las almas el interés que Él desea que yo tenga?». Es buena cosa repasar así toda la propia vida, y preguntarse: «¿Concedo tiempo suficiente a la oración privada? ¿Estudio las Escrituras tan intensamente como debo? Voy corriendo a muchas reuniones; pero, ¿estoy en todo ~ *****pliendo las órdenes de mi Maestro? ¿No es posible que me esté dando satisfacción a mí mismo con la apariencia de hacer mucho, mientras que en realidad haría más si fuera más cuidadoso en la calidad del trabajo que en su cantidad?» ¡Ojalá vayamos a menudo al Señor, y tengamos siempre correctas y claras nuestras cuentas con él!
5. Viniendo al punto principal: el mayordomo es el depositario y administrador de los bienes de su amo. Todo lo que tiene pertenece a su amo, y es custodio de tesoros especiales, no para que haga con ellos lo que guste, sino para cuidar de ellos. El Señor nos ha confiado a cada uno ciertos talentos, los cuales no nos pertenecen. Los dones del conocimiento, el pensamiento, el habla y la influencia, no son nuestros para que nos gloriemos en ellos, sino que los tenemos en depósito para administrarlos para el Señor. La libra que gana cinco libras es Suya.
Deberíamos aumentar nuestro capital. ¿Hacen esto todos los jóvenes hermanos? ¿Estáis creciendo en dones y capacidad? Hermanos, cuidad de vosotros mismos. Observo que algunos hermanos crecen, y otros están estancados y se convierten en enanos sin desarrollo. Los hombres, a semejanza de los caballos, causan muchos desengaños; los buenos potros se vuelven cojos de repente, o adquieren un vicio que nadie les había sospechado. Lástima que haya tantos jóvenes que destruyen nuestras esperanzas; son extravagantes en sus gastos; se casan desatinadamente, caen presa del malhumor, buscan opiniones novedosas, ceden a la pereza v a la relajación, o dejan de progresar de alguna otra manera. Empero la labor más necesaria y provechosa es precisamente la que dedicamos a mejorar mental y espiritualmente. Hagáis lo que hagáis cuidad de vosotros, y de vuestra doctrina. Los que descuidan el pensar para poder estar continuamente charlando, Pon muy necios; se parecen al mayordomo que no hace nada en la granja, pero habla extensamente de lo que tendría que hacerse. Los perros mudos no pueden ladrar, pero los perros prudentes no están siempre ladrando. Estar siempre dando, y nunca recibiendo, tiende a la vacuidad.
Hermanos, somos «mayordomos de los misterios de Dios»; se nos ha «confiado el Evangelio». Pablo habla del glorioso Evangelio del Dios bendito que fue confiado a su cuidado. Espero que ninguno de vosotros haya tenido jamás la desgracia de ser hecho fideicomisario. Es una función ingrata. Al desempeñarla, hay poco margen para la originalidad; nos vemos obligados a administrar nuestro depósito con exactitud rigurosa. Uno desea recibir más dinero, el otro desea alterar una cláusula en la escritura; pero el fiel administrador se atiene al do*****ento, y lo obedece. Cuando le atosigan, le oigo decir: «Lo siento, yo no redacté el do*****ento; no soy más que administrador de un depósito, y estoy obligado a *****plir las cláusulas». El Evangelio de la gracia de Dios necesita grandes reformas, es lo que me dicen; pero sé muy bien que no tengo por qué reformarlo; lo que tengo que hacer es obrar conforme a lo que dice. Sin duda muchos quisieran reformar a Dios mismo borrándolo de la faz de la tierra, si pudieran. Reformarían la expiación hasta que no existiera. Se nos pide efectuar grandes cambios, en nombre del «espíritu del siglo». Desde luego, se nos advierte que el mismo concepto del castigo del pecado es una reliquia bárbara de la edad media, y es preciso abandonarlo, y con él la doctrina de la sustitución, y muchos otros dogmas pasados de moda. Nosotros no tenemos nada que ver con esas exigencias, tenemos que predicar el Evangelio tal como lo encontramos. Cómo depositario, si se disputa mi proceder, me atengo a la letra de la escritura; y si algunos están en desacuerdo, tienen que llevar sus reclamaciones al tribunal correspondiente, pues yo no tengo poderes para alterar el texto. Somos simples administradores; y si no se nos permite actuar, llevaremos el asunto entero a la Cancillería celestial. La disputa no es entre nosotros y el pensamiento moderno, sino entre Dios y la sabiduría de los hombres. Dicen ellos: «Es que es absurdo seguir machacando esta antiquísima historia». No nos importa lo antigua que sea; puesto que vino de Dios, la repetimos en su Nombre. Llamadla como queráis, está en el Libro del que nosotros sacamos nuestra autoridad. «Pero, ¿es que no tenéis juicio propio?» Quizá lo tenemos, y tanto como los que se nos oponen; pero nuestro juicio no se inventa nada, nos guía simplemente a administrar lo que nos ha sido confiado. Los mayordomos tienen que atenerse a las órdenes recibidas, y los administradores tienen que *****plir las condiciones que les han sido impuestas.
Hermanos, en esta hora presente «somos puestos para la defensa del Evangelio». Si hay hombres que han sido llamados a este cargo, somos nosotros. Estamos en tiempos de inseguridad: los hombres han levado anclas y están siendo llevados por vientos y corrientes de tipo diverso. En cuanto a mí, en esta hora de peligro, no solamente he echado el ancla grande de proa, sino que además he echado cuatro anclas en popa. Quizás esto no sea lo acostumbrado; pero en nuestros tiempos es necesario estar bien anclado. Los razonamientos escépticos quizá me hayan movido en otros tiempos, pero no ahora. ¿Nos piden nuestros enemigos que guardemos las espadas y dejemos de luchar por la fe antigua? Nosotros contestamos como los griegos dijeron a Jerjes: «Venid y tomadlas». Hace poco tiempo, los pensadores avanzados iban a barrer a los ortodoxos para echarlos al limbo; pero hasta ahora, hemos sobrevivido a sus asaltos. Son unos jactanciosos que no conocen la vitalidad de las verdades evangélicas. No, el glorioso Evangelio no perecerá jamás. Si hemos de morir, moriremos luchando. Si hemos de desaparecer personalmente, nuevos evangelistas predicarán sobre nuestras tumbas. Las verdades evangélicas son como los dientes del dragón que Cadmo sembraba: producen hombres completamente armados para la batalla. El Evangelio vive por la muerte. Sea como fuere, en esta lid, si no somos victoriosos, seremos por lo menos fieles.
6. El trabajo del mayordomo consiste en distribuir los bienes de su amo según el objeto a que están destinados. Ha de sacar cosas nuevas y viejas, ha de ofrecer leche a los niños y carne sólida a los hombres, dando a cada uno su porción oportunamente. Me temo que en algunas mesas los hombres fuertes han estado esperando mucho tiempo la carne. y hay pocas esperanzas de que aparezca; lo que abunda más es la leche con agua. El domingo pasado alguien fue a oír a cierto predicador, se quejó de que no predicaba a Cristo. Otro contestó que quizá no era el momento adecuado; pero el momento adecuado para predicar a Cristo es cada vez que se predica. Los hijos de Dios están siempre hambrientos, y no hay pan que los satisfaga, excepto el que viene del cielo.
El mayordomo prudente ha de mantener la proporción verdadera. Sacará cosas nuevas y viejas; no siempre doctrina, no siempre práctica, y no siempre experiencia. No siempre predicará el conflicto, ni siempre la victoria; no presentando un solo aspecto de la verdad, sino una especie de vista estereoscópica que hará que la verdad «destaque por su evidencia». Gran parte de la preparación de los alimentos espirituales consiste en la correcta proporción de los ingredientes. Uno usaba la palabra que no debía al decir que en sus sermones ponía tres partes de calvinismo y dos de arminianismo; queriendo decir, según después me enteré, que predicaba un Evangelio completo y al mismo tiempo gratuito: en sus intenciones, estoy de acuerdo con él. Demos una buena porción de experiencia, sin olvidar aquella vida superior que consiste en una creciente humildad espiritual. Demostrar a fondo nuestro ministerio exigirá mucha discriminación; pues la falta de proporción eri lo que se predica ha causado graves daños a muchas iglesias La senda de la sabiduría es tan estrecha como el filo de la navaja, y para seguirla necesitaremos la sabiduría divina. No se toca el arpa usando una sola cuerda. Los siervos de nuestro Amo murmurarán si no les damos más que «conejo caliente y conejo frío». De la despensa del Maestro hemos de sacar una gran variedad de alimentos, adecuada para el desarrollo de la virilidad espiritual. El exceso en una dirección, y el defecto en otra, pueden producir mucho mal; por lo tanto, usemos el peso y la medida, y busquemos dirección.
Hermanos, cuidad de usar vuestros talentos para vuestro Amo, y sólo para 91. Desear ser pescadores de almas para que piensen que lo somos, es deslealtad al Señor. Es infidelidad al Señor aun predicar doctrina sana si es con objeto de que se nos tenga por sanos, u orar fervientemente con el deseo de ser conocidos como hombres de oración. Hemos de buscar la gloria del Señor con ojo sencillo, y de todo corazón. Es preciso que usemos el Evangelio del Señor, la congregación del Señor, y los talentos del Señor, para Él y para nadie más.
7. El mayordomo debe ser también el guarda de la familia de su amo. Cuidad de los intereses de todos los que están en Cristo Jesús, y que todos sean tan caros para vos-otros como vuestros propios hijos. En tiempos antiguos, los criados solían estar tan unidos a la familia, y tan interesados en los asuntos de sus amos, que hablaban de nuestra casa, nuestras tierras, nuestro coche, nuestros caballos, y nuestros hijos. Así es como el Señor quiere que nos identifiquemos con sus negocios santos; y especialmente quiere que amemos a sus escogidos. Nosotros, más que nadie, debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Debido a que pertenecen a Cristo, los amamos por causa de Él. Confío que cada uno de nosotros pueda decir de todo corazón:
«No hay cordero en Tu rebaño
que desdeñe apacentar.»
Hermanos, amemos de corazón a todos aquellos a quienes Jesús ama. Especialmente a los probados Y a los sufridos. Visitad a los huérfanos y a las viudas. Cuidad de los débiles y desmayados Soportad los melancólicos y desesperados. Tened presentes a todos los de la casa, y así seréis buenos mayordomos.
8. Terminaré con este cuadro cuando os haya dicho que el mayordomo representa a su amo. Cuando el amo está lejos, todos vienen al mayordomo para recibir órdenes. El que representa a un Señor como el nuestro necesita portarse bien. El mayordomo debe hablar mucho más cuidadosa y prudentemente cuando habla por su señor que cuando lo hace por su cuenta. A menos que sea precavido en lo que dice, su señor puede verse obligado a decirle: «Harías mejor en hablar por tu cuenta: no puedo permitirte que me representes de manera tan falsa». Amados hermanos y compañeros de servicio, el Señor Jesús es mal representado por nosotros si no guardamos su camino, declaramos su verdad, y manifestamos su espíritu. Por el criado los hombres deducen quien será el amo; ¿no es justificado que así lo hagan? ¿No debe actuar el mayordomo a la manera de su maestro? No podéis separarlos, ni al amo de su mayordomo, ni al Señor de su representante. A un puritano le dijeron que era demasiado cuidadoso; pero él replicó: «Sirvo a un Dios cuidadoso». Hemos de ser bondadosos, pues representamos al bondadoso Jesús. Hemos de ser celosos, pues representamos a Alguien que se envolvía en el celo como en una capa. Nuestro mejor guía, cuando no estemos seguros de lo que hemos de hacer, se hallará en la respuesta a la pregunta «¿Qué haría Jesús?» Al deliberar sobre si ir a un lugar de esparcimiento, podéis poner fin a las dudas diciendo: «Voy a ir si sé que mi Amo hubiera ido». Si os sentís movidos a hablar acaloradamente, cuidad que sea sólo con el calor que habría mostrado vuestro Señor.
Si quieren que habléis de vuestros propios pensamientos más que de la verdad revelada, seguid a Jesús, que no hablaba de sus propios pensamientos, sino de los del Padre. De este modo actuaréis como debe hacerlo un mayordomo. En esto estriba vuestra sabiduría, vuestro consuelo y vuestro poder. Cuando alguien acusó a un mayordomo de locura, fue para él suficiente poder replicar: «Decid lo que queráis de lo que hice, pues yo estaba siguiendo las órdenes de mi señor». Quisquillosos, no censuréis al mayordomo. Ha hecho conforme a lo mandado por su superior; ¿qué otra cosa queríais que hiciese? Nuestra conciencia está limpia, y nuestro corazón en reposo, cuando nos damos cuenta de que hemos tomado la cruz, y hemos seguido las huellas del Crucificado. La sabiduría es justificada por sus hijos. Si no hoy, a la larga se verá que la obediencia es mejor que la originalidad, y la capacidad para ser enseñado más de desear que el genio. La revelación de Jesucristo vivirá más que las especulaciones humanas. Nos damos por satisfechos, más aún, sentimos anhelo por no ser considerados como pensadores originales y hombres de inventiva; deseamos dar a conocer los pensamientos de Dios, y terminar la obra que Él está obrando en nosotros poderosamente.
La segunda parte de mi mensaje tratará de NUESTRAS OBLIGACIONES COMO MAYORDOMOS. «Se requiere de los mayordomos, que cada uno sea hallado fiel». No se requiere que cada uno sea hallado ingenioso, o agradable a sus asociados, ni siquiera que sea hallado eficiente. Todo lo que se requiere es que sea hallado fiel,- y en verdad que no es cosa de poca importancia. Será necesario que el Señor mismo sea nuestra sabiduría y nuestro poder, pues de lo contrario fracasaremos. Muchas son las maneras en que podemos fallar en este punto, por muy sencillo que parezca ser.
1. Podemos dejar de ser fieles actuando como si fuéramos jefes en vez de subordinados. Surge en nuestra iglesia una dificultad que podría arreglarse fácilmente con indulgencia y amor, pero nos «plautamos en nuestra dignidad»; y entonces al criado le queda pequeña la librea. Podemos ser muy elevados y poderosos si queremos; y cuanto más pequeños somos, tanto más fácilmente nos hinchamos. No hay gallo más imponente en la pelea que el enano; y no hay ministro más dispuesto a contender por su «dignidad» que el hombre que no tiene dignidad. ¡Qué aspecto tan necio el nuestro cuando nos hacemos «grandes»! El mayordomo cree que no ha sido tratado con el debido respeto, y va a hacer «que los criados se enteren de quién es». El otro día, su amo fue insultado por un inquilino enojado y no hizo caso, pues tenía demasiado sentido común para molestarse por asunto tan insignificante; pero su mayordomo no pasa nada por alto, y se inflama por todo: ¿debiera ser así? Me parece ver al bondadoso amo poner la mano sobre el hombro del furioso criado y oírle decir: «¿No puedes soportarlo? Yo he soportado mucho más».
Hermanos, el Señor «sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo», ¿y nos cansaremos y desmayaremos en nuestros espíritus? ¿Cómo podemos ser mayordomos del bondadoso Jesús si nos portamos altivamente? No nos demos demasiada importancia, ni tratemos de señorear sobre la heredad de Dios; pues ZI no lo quiere así, y no podemos ser fieles si cedemos al orgullo.
También fracasaremos en nuestros deberes como mayordomos si empezamos a especular con el dinero del Señor. Quizá podemos disponer de lo nuestro, pero no del dinero del Señor. No se nos ha dicho que especulemos, sino que nos «ocupemos» hasta que venga. Comerciar honradamente con sus mercaderías es una cosa; pero lanzarse a jugar y correr riesgos ilícitos es muy diferente. No pienso especular con el Evangelio de mi, Señor, soñando que puedo mejorarlo por medio de mis propios y profundos pensamientos, o echando a volar en compañía de los filósofos. Aun tratándose de salvar almas, no vamos a hablar de otra cosa que del Evangelio. Aunque pudiese crear una gran conmoción enseñando doctrinas novedosas, aborrecería tal pensamiento. Provocar un avivamiento suprimiendo la verdad es obrar falsamente; es un fraude piadoso, y el Señor no desea ningún beneficio que pueda venir por medio de semejantes transacciones. Nuestra parte consiste en usar simple y honradamente las libras del Señor, y entregarle el beneficio obtenido en los negocios justos.
Somos mayordomos y no señores, y por ello es preciso que negociemos en nombre de nuestro Amo y no en el nuestro propio. No corresponde a nosotros el fabricar una religión, sino proclamarla; y aun esta proclamación ha de hacerse, no por nuestra autoridad propia, sino que ha de estar siempre basada en la de nuestro Señor. Somos «coadjutores juntamente con é1». Si un hermano se establece por su cuenta, lo estropeará todo, y en breve tiempo quebrará espiritualmente. Su crédito pronto se agotará cuando desaparezca el nombre de su Señor. Nada podemos hacer en nuestra mercadería espiritual sin el Señor. No tratemos de actuar por nuestra propia cuenta, sino conservemos nuestro puesto cerca del Jefe en toda humildad espiritual.
2. Es posible que lleguemos a ser desleales a lo que se nos ha encomendado si actuamos para agradar a los hombres. Cuando el mayordomo estudia el modo de agradar al labrador o de satisfacer los caprichos de la sirvienta, las cosas han de ir necesariamente mal, pues todo está desplazado. Influimos unos sobre otros, y somos influidos también recíprocamente. Los más grandes son afectados inconscientemente en cierto grado por los más insignificantes. El ministro ha de ser influido de manera abrumadora por el Señor su Dios, de modo que las demás influencias no le aparten de la fidelidad. Tenemos que recurrir continuamente al cuartel general, y recibir la Palabra de la boca del Señor mismo, para poder ser continuamente guardados en la rectitud y la verdad; de lo contrario, pronto seremos parciales, aunque no nos demos cuenta de ello. No ha de haber reservas que tengan por objeto agradar a otra persona, ni carreras apresuradas para satisfacer a algunos, ni el más mínimo desplazamiento para satisfacer incluso a la comunidad entera. No hemos de tocar cierta nota para obtener la aprobación de tal partido, ni tampoco silenciar una doctrina importante para evitar ofender a determinado grupo. ¿Qué tenemos que ver con los ídolos, sean muertos o vivos? ¡Si os proponéis complacer a todo el mundo, menudo trabajo os espera! Las labores de Sísifo y los trabajos de Hércules no son nada en comparación con esto. Es preciso que no adulemos a los hombres. Si agradamos a los hombres, desagradaremos a nuestro Dios; de modo que el éxito en la tarea que nos hemos impuesto sería fatal para nuestros intereses eternos. Tratando de agradar a los hombres, no lograremos ni siquiera agradarnos a nos9tros mismos. Agradar al Señor, aunque parezca muy difícil, es una tarea más fácil que agradar a los hombres. Mayordomo, ¡mira sólo a tu Amo!
3. No seremos hallados mayordomos fieles si somos ociosos y malgastamos el tiempo. ¿Conocéis ministros perezosos. He oído hablar de ellos; pero cuando los veo con mis ojos, mi corazón los aborrece. Si os proponéis ser perezosos, hay muchos campos en que no os querrán; pero, por encima de todo, no se os quiere en el ministerio cristiano. El hombre que encuentra que el ministerio es una vida fácil encontrará también que va a traerle una muerte difícil. Si no somos laboriosos, no somos verdaderos mayordomos; pues hemos de ser ejemplos de diligencia para la casa del Rey. Me gusta el precepto de Adam Clarke: «Mataos trabajando y luego resucitad a fuerza de oraciones». Nunca *****pliremos con nuestro deber para con Dios o los hombres si somos holgazanes.
Con todo, algunos que siempre están ocupados pueden, a pesar de ello, ser infieles, si todo lo que hacen es hecho de manera deslabazada y perdiendo el tiempo. Si jugamos a predicar, hemos escogido un juego terrible. Echar los textos como quien echa naipes y hacer ensayos literarios con temas que mueven cielo y tierra es vergonzoso. Tenemos que ser serios como la muerte en trabajo tan solemne. Hay chicos y chicas que siempre están en risoteos pero nunca ríen de veras; son la imagen misma de ciertos predicadores que siempre están bromeando. Me gusta reír de veras; el verdadero humor puede ser santificado, y los que pueden mover a los demás a sonreír también pueden moverlos a llorar. Pero aun este poder tiene límites que el necio puede sobrepasar. Sin embargo, no hablo ahora del excéntrico convencido. Los hombres en que estoy pensando son sardónicos y sarcásticos. Un hermano fervoroso comete una equivocación en gramática, y lo observan con desprecio; otro devoto creyente yerra en una cita clásica, y esto también les proporciona un gran placer. El fervor y la devoción no cuentan; o mejor dicho, son la razón secreta del desprecio en estos críticos superfinos y superficiales. Para ellos el Evangelio no es nada; su ídolo es la inteligencia. En cuanto a sí mismos, su preocupación principal es descubrir lo que más les honrará dentro de la escuela filosófica a que pertenecen. No tienen ni convicciones ni creencias, sino tan sólo gustos y opiniones, y todo ello es un juego del principio al fin. Os ruego que, sobre todo, no os acerquéis a la silla de los escarnecedores ni al asiento de los que pierden el tiempo. Sed seriamente fervorosos. Vivid como hombres que tienen algo por lo cual vivir; y predicad como hombres para quienes la predicación es la más sublime actividad de su ser. Nuestro trabajo es el más importante que existe debajo del cielo o, de lo contrario, es pura falsedad.
Si no sois fervorosos en obedecer las instrucciones de vuestro Señor, Él dará su viña a otro; pues no tolerará a los que convierten Su servicio en algo sin importancia.
4. Cuando hacemos mal uso de lo que pertenece a nuestro Amo, somos desleales a lo que se nos ha confiado. Se nos ha confiado cierto grado de talento, fortaleza e influencia y hemos de usar este depósito con un sólo propósito. Nuestro objetivo es fomentar la honra y la gloria del Maestro y Señor. Hemos de buscar la gloria de Dios, y nada más. Sea como sea, que todos usen la máxima influencia en el bando justo en política; pero ningún ministro tiene libertad para usar su posición en la iglesia para favorecer los fines de un partido. No censuro a los que trabajan en pro de la templanza; pero aun este admirable movimiento no ha de ocupar el lugar del Evangelio: espero que nunca lo haga. Sostengo que ningún ministro tiene derecho a usar su capacidad o su cargo para ofrecer meras diversiones a la multitud. El Maestro nos ha enviado a pescar almas; todo lo que tienda a ese fin está dentro del campo de lo que se nos ha encomendado; pero lo que lleva directa y claramente a dicho fin es nuestro trabajo principal. El peligro estriba actualmente, en usar el teatro, el semi-teatro, los conciertos, etcétera. Hasta que yo vea que el Señor Jesús ha usado un teatro o preparado un auto sacramental, no pensaré en emular a la escena o competir con las sala-, de conciertos. Si me ocupo en mis negocios, predicando el Evangelio, tendré bastante que hacer. Para la mayoría de los hombres basta un objetivo: un como el nuestro es suficiente para cualquier ministro, por muchos que sean sus talentos y por muy polifacético que sea su espíritu.
No uséis los bienes de vuestro Amo indebidamente, no sea que seáis culpados de abuso de confianza. Si vuestra consagración es verdadera, todos vuestros dones son del Señor, y sería una especie de desfalco usarlos para otra cosa que para tí. No tenéis que hacer fortuna para vosotros mismos; no creo probable que la hagáis en el ministerio bautista. No habéis de tener un segundo fin u objeto. «Sólo Jesús» ha de ser el motivo y lema de vuestra carrera vitalicia. El deber del mayordomo es estar consagrado a los intereses de su patrono; y si olvida esto a causa de algún otro objeto, por muy laudable que el tal pueda ser, no es fiel. No podemos permitir que nuestras vidas vayan por dos canales; no tenemos suficiente fuerza vital para dos objetivos. Es preciso que seamos e corazón sencillo. Hemos de aprender a decir: «Una cosa hago». En todos los departamentos y detalles de la vida, ha de verse la señal de la consagración, y no debemos permitir que sea ilegible. Vendrá día en que todos los detalles serán examinados en la audiencia final; y a nosotros corresponde como mayordomos tener en cuenta el escrutinio del Señor en todos los aspectos de nuestra vida.
5. Si deseamos ser fieles como mayordomos, es preciso que no descuidemos a ninguno de la familia, ni ninguna parte de la finca Me pregunto si practicamos la observación personal de nuestros oyentes. Nuestro amado amigo, el señor Archibald Brown, tiene razón cuando dice que Londres necesita, no sólo las visitas casa por casa, sino habitación por habitación. En el caso de nuestra congregación tenemos que ir más lejos y practicar las visitas alma por alma. Ciertas personas sólo pueden ser alcanzadas por el contacto personal. Si tuviese ante mí cierto número de botellas, y tuviese que llenarlas en una manguera, mucha agua se perdería; si quiero estar seguro de llenarlas, debo tomarlas una por una y echar dentro el líquido cuidadosamente. Tenemos que velar por nuestras ovejas una por una. Esto ha de hacerse no sólo mediante la conversación personal, sino por medio de la oración personal.
El doctor Guthrie relata que visitó a un enfermo que fue de gran consuelo para su alma, pues le dijo que tenía la costumbre de acompañar a su ministro en sus visitas. «Mientras estoy acostado, le seguiré a usted en sus visitas Recuerdo sin interrupción casa tras casa en mis oraciones, y oro por el marido, su esposa y sus hijos, y todos los que viven con él». Así, sin dar un paso, el santo enfermo visitaba a Macfarlane, a Douglas y a Duncan, y a todos los demás a quienes su pastor iba a ver. Así deberíamos recorrer nuestro campo y visitar las congregaciones, sin olvidar a nadie, sin desesperar de ninguno, llevándolos a todos en el corazón ante el Señor. Pensemos especialmente en los pobres, los extravagantes, los desesperados. Que nuestros cuidados, como las va.11as de un redil, rodeen todo el rebaño.
Vayamos a la caza de localidades descuidadas, y procuremos que ninguna comarca quede sin los medios de la gracia. Esto no sólo se aplica a Londres, sino también a los pueblos, aldeas, y pequeños grupos de casas en el campo. El paganismo se esconde en los lugares solitarios tanto como en las barriadas superpobladas de las grandes ciudades. ¡Qué todos los terrenos reciban la lluvia de la influencia del Evangelio!.
6. Hay otra cosa que conviene no pasar por alto; para ser fieles, es preciso que nunca tengamos connivencia con el mal. Esta recomendación será bien acogida por ciertos hermanos cuyo único concepto de lo que es podar un árbol es cortarlo. Hay jardineros que cuando se les dice que los arbustos están un poco demasiado crecidos contestan: «Me ocuparé de el1tos». A los pocos días, paseando por el jardín, veis la especie de venganza que han llevado a cabo. Algunos no pueden aprender lo que es el equilibrio de las virtudes; no saben matar un ratón sin prenderle fuego al granero. ¿Has dicho: «Fui fiel, jamás tuve connivencia con el mal?» Bien está; pero ¿ no ocurrirá que, por un arrebato, hayas producido peor mal que el que has destruido? «Haga callar al niño», dice la madre a la enfermera, y ésta al instante lo arroja por la ventana. Ha obedecido a su señora, haciendo callar eficazmente al niño; pero no será muy alabada. De modo que cedéis a un arrebato, y «le dais su merecido» a la congregación por el hecho de que no son lo que debieran ser: ¿sois vosotros todo lo que debiérais ser? ¿Decís: «Van a enterarse de que aquí el amo soy yo»? ¿Es así? ¿Eres el amo?
Pero quizá os sintáis movidos a decirme: «¿No es cierto que usted ocupa una posición elevada en su propia iglesia?» Así es; pero, ¿cómo la he alcanzado? No tengo otro poder que el que la afabilidad y el amor me han dado. ¿Cómo he usado mi influencia? ¿He buscado la preeminencia? Preguntad a los que me rodean. Mas dejémos1p y volvamos a lo que estaba diciendo: no debemos permitir que el pecado quede sin reproche. Ceded en todos los asuntos personales, pero estad firmes en lo que toca a la verdad y la santidad. Hemos de ser fieles, para no incurrir en el pecado y el castigo de Elí. Sed honrados para con los ricos y los influyentes; sed firmes para con los vacilantes; pues su sangre os será demandada. Necesitaréis toda la sabiduría y la gracia que podáis alcanzar para *****plir vuestros deberes como pastores. Parece que ciertos predicadores carecen de aptitud para gobernar a los hombres, aptitud reemplazada por la capacidad de pegarle fuego a una casa, pues esparcen las brasas y los carbones encendidos dondequiera que van. No seáis como ellos. No combatáis contra carne y sangre; empero no hagáis muecas amistosas al pecado.
7. Algunos descuidan sus obligaciones como mayordomos de Cristo olvidando que el Señor viene. «Aún no», susurran algunos; «hay muchas profecías que *****plir; e incluso es posible que ni siquiera venga, en el sentido corriente del término. No hay prisa especial». ¡Ah, hermanos! es el siervo infiel, quien dice: «Mi señor tarda en venir». Esta creencia le permite aplazar las tareas y labores. El criado no limpiará la habitación como deber diario, porque el Señor está lejos; y el siervo de Cristo piensa que puede tener una buena limpieza, en forma de avivamiento, antes que llegue su Señor. Si cada uno de nosotros se diese cuenta de que cada día puede ser nuestro último día, seríamos más intensos en nuestra labor. Mientras predicamos el Evangelio, cualquier día podemos ser interrumpidos por el son de la trompeta y el clamor: «He aquí viene el Esposo; salid a recibirle».
Esta esperanza contribuirá a acelerar nuestros pasos. Los días son cortos; el Señor está a la puerta; es preciso que trabajemos con todas nuestras fuerzas. No hemos de servir al ojo, excepto en el sentido de que trabajamos en la presencia del Señor, dado que 121 está tan cerca. Estoy impresionado por la rapidez con que huye el tiempo, la veloz aproximación de la gran audiencia final. Estas Conferencias Anuales vuelven muy aprisa: a algunos de nosotros nos parece que sólo ha pasado un día o dos desde la reunión del año pasado y la que será la última de ellas se acerca apresuradamente. Pronto estaré dando cuentas de mi mayordomía; o bien, de sobrevivir aún cierto tiempo, otros de entre vosotros podéis ser llamados a reuniros con vuestro Señor; pronto iréis a la casa del Señor si Él no viene pronto a vosotros. Es preciso que sigamos trabajando hora tras hora con la mirada puesta en la audiencia a que nos dirigimos, para que no seamos avergonzados de lo que estará registrado de nosotros en el volumen del libro.
Deberíamos orar mucho acerca de esta fidelidad en la mayordomía, porque el castigo de la. infidelidad es terrible. En el palacio de los Dogos de Venecia hemos visto los retratos de aquellos potentados, alineados en prolongada fila en torno a una gran sala; uno de los espacios cuadrados destaca por no haber nada en él. Aunque no mires atentamente ninguno de los retratos, inevitablemente fijas la vista en aquel espacio y preguntas: «¿Qué significa esto?» Allí están los Dogos en todo su esplendor, y allí se ve el espacio vacío. Marino Faliero deshonró su cargo y el gran Consejo de la ciudad ordenó que su efigie fuera pintada de negro. ¿Será ésta la porción de alguno de los mayordomos presentes? ¿ Seremos inmortales en la desgracia? ¿Se nos medirá eterna vergüenza y desprecio como traidores a nuestro Redentor? Recordad las palabras del Señor Jesús cuando dice del siervo infiel, que su Señor «le cortará por medio, y pondrá su parte con los hipócritas: allí será el lloro y el crujir de dientes». ¿Puede alguno de vosotros sondear ese abismo de horror?
La recompensa de todos los mayordomos fieles es sobremanera grande: aspiremos a ella. El Señor hará que el hombre que fue fiel en pocas cosas sea puesto sobre muchas cosas. Es extraordinario el pasaje en que nuestro Salvador dice: «Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá». Es maravilloso que nuestro Señor ya nos haya servido; pero, ¿cómo podemos comprender qti<.- va a servirnos nuevamente? ¡Pensad en Jesús levantándose de su trono para servirnos! « i Mirad! » exclama Él, «aquí viene uno que me sirvió fielmente en la tierra; abridle camino, vosotros los ángeles, dominios y potestades. Este es el hombre a quien el Rey se deleita en honrar». Y, con sorpresa por nuestra parte, el Rey se ciñe y nos sirve. Nos disponemos a clamar: «No sea así, Señor». Pero Él debe y quiere *****plir su palabra. Este honor inefable lo concederá a sus verdaderos siervos. ¡Feliz el hombre que, después de haber sido el más pobre y despreciado de los ministros, es ahora servido por el Rey de reyes! ¡Ojalá seamos del número de los que siguen al Cordero dondequiera que va! Hermanos, ¿podéis perseverar en vuestra firmeza? ¿Podéis beber de su copa, y ser bautizados con su bautismo? Recordad que la carne es débil. Las pruebas de la época actual son especialmente sutiles y graves. Clamad al Fuerte pidiendo fortaleza, y poneos en manos de su amor todopoderoso.
Es preciso que vayamos adelante, cueste lo que cueste, pues no podemos retroceder; no tenemos armadura que cubra nuestras espaldas Creemos haber sido llamados a este ministerio, y no podemos ser desleales al llamamiento. A veces se nos acusa de decir cosas terribles acerca del infierno. No vamos a justificar todas las expresiones que hemos usado, pero aún no hemos descrito jamás una desdicha tan profunda como la que esperará al ministro infiel. ¡El futuro de los perdidos sobrepasa toda idea, si lo consideramos a la luz de las expresiones usadas por el Señor Jesucristo mismo! Las figuras casi grotescas que dibujó el Dante, y los horrores descritos por los predicadores medievales, no exceden a la verdad enseñada por el Señor cuando hablaba del gusano que nunca muere, y el fuego que jamás se apaga. Ser echado a las tinieblas de afuera, anhelar en vano una gota de agua fría, o ser cortado por medio, son horrores sin igual. ¡Y los hombres corren ese riesgo! i Sí, y mil veces lástima que cualquier ministro se arriesgue as!; que cualquier ser mortal suba al pináculo del templo y desde allí se eche al infierno! Si he de ser un alma perdida que lo sea como ladrón, blasfemo o asesino, y no como mayordomo infiel al Señor Jesucristo. Esto es ser un Judas, un hijo de perdición.
Recordad que si alguno de vosotros es infiel, gana una condenación superflua. No fuistéis forzados a ser ministros. No fuistéis obligados a entrar en tan sagrado oficio. Estáis aquí por vuestra propia elección. En vuestra juventud aspirasteis a tan santo servicio, y os considerasteis felices alcanzando vuestro deseo. Si nos proponíamos ser infieles a Jesús, no había necesidad de trepar a esta sagrada roca con objeto de multiplicar los horrores de nuestra caída final. Podríamos haber perecido suficientemente en los caminos ordinarios del pecado. ¿Qué necesidad había de ganar una mayor condenación? Terrible será el resultado si esto es todo lo que sacamos de nuestros estudios en el Colegio Teológico, y nuestras velas de medianoche adquiriendo conocimientos. Mi corazón y mi carne tiemblan mientras considero la posibilidad de que alguno de nosotros sea hallado culpable de traición a lo que nos ha sido encomendado, y de deslealtad a nuestro Rey. Que nuestro buen Señor esté de tal manera con nosotros que, finalmente, seamos limpios de la sangre de todos. Será glorioso oír al Maestro decir: «Bien, buen siervo y fiel».
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