Sediento vengo a estar de tus raudales,
que la fragua del mundo me ha quemado,
y se me abrasa el pie en los arenales,
y se me abrasa el pie con el pecado.
Dime, Padre de luz, delicia mia,
do encontrare tu sombra deliciosa
en el fatal ardor de mediodia,
que marchita mi edad cual debil rosa;
hasta que el declinar la tarde triste
de mi vida infeliz, rotos mis lazos,
en medio de la gloria que te asiste,
merezca reposar entre tus brazos.
Que en ti se halla, Señor, la fuente clara
de la felicidad y bienandanza,
gozada sobre el sol, viendo tu cara,
gozada bajo el sol, en tu esperanza.