Se condena la realización de los deberes religiosos con el fin de atraer la atención de la Gente. En busca de la recompensa de honor, admiración y alabanza.
Muchas veces hemos observado a personas que estan sentadas en las bancas de una iglesia, pero su mente no está allí. Esa es la costumbre de tal persona. Sin embargo, cuando le corresponde estar al frente y dirigir una parte del servicio, tal persona empienza a danzar, gritar y provocar a los demás allí reunidos para que alaben y se regocigen.
Me pregunto ¿Qué hizo que tal persona cambiara tan rápido de estado de ánimo? ¿Por qué esa persona no tenía el mismo espíritu cuando estaba en la banca? Pues se trata de que ahora está de frente a los demás, ahora quiere impresionar, está bajo el juicio de los presentes y quiere presentarse a ellos como una persona espiritual.
Una persona que realiza sus deberes religiosos para ser visto por la gente, es una persona que necesita palmaditas y palabras de elogio para seguir adelante, sino se detiene. Muchos dicen «no vale la pena que me esfuerce tanto en la evangelización, o cualquier asunto eclesiástico, pues al fin y al cabo, no me reconocen mi trabajo. No me dan un certificado de honor. No vale la pena trabajar para esta iglesia».
Hace unos años estaba preparando un joven para el ministerio, y este ya se creía capacitado porque podía preparar un sermón *****pliendo ciertos requisitos homiléticos, y podía también hacer galas de conocer reglas de interpretación bíblica, y algunos asuntos casuíticos para resolver problemas que se les podrían presentar. Pero yo sabía que todavía había que continuar trabajando con su carácter. Al llegar la Convención del Concilio, este muchacho esperaba una recomendación para una promoción, y de esta manera pasar de un laico a un Líder reconocido de la Organización. Pero al no ser recomendado dijo: «con usted no se puede trabajar, pues no da promoción».
Los que buscan rango y posiciones de los hombres, realizan sus deberes religiosos para ser visto por ellos. Pues estan bajo su vigilancia y supervisión. De ahí que se escuchan las quejas «yo tengo tantos años aquí y todavía no se me ha reconocido como Exhortador, Licenciado predicador, o Ministro Ordenado» y así están estos hombres tratando de agradar a los que de una u otra manera tienen que ver con su promoción. Trabajan mucho, son grandes activistas, pero no para Dios, sino para los hombres, para ser vistos por ellos y le premien. Muchos están saltando de una organización a otra que le reconozca, no importando la doctrina, lo que importa es el rango que puedan alcanzar.
Es por ello que en consonancia con la Iglesia primitiva, en nuestra Iglesia no se usan los rangos, aquí no hay títulos, para nosotros la palabra «ministro» no es un sustantivo, sino un verbo, no es un titulo dado a algunos, sino una obra de todos los cristianos. La Biblia habla de ancianos y diáconos, esos son los oficios de los dirigentes en la iglesia, personas que dirigen el servicio, unos principalmente encargados de la Palabra y la Oración, y los otros de los asuntos de ayuda. No tenemos rangos entre los Ancianos, tampoco entre los Diáconos. Todos somos iguales, lo que nos diferencia es el don particular a que cada uno es llamado y dotado por Dios.
El asunto enseñado aquí es que este servicio se lleva a cabo en nombre de Dios y para Dios. ¿Qué cosa nos ayuda a seguir adelante en el momento en que los hombres no reconocen nuestro trabajo?: que estamos sirviendo a Dios, no a los hombres.
¿Que recompensa estás buscando? ¿Te agradan los títulos dados por los hombres?
¿Depende tu servicio en los deberes cristianos a la posición que ocupe en una determinada organización?
¿Te gusta que te llamen reverendo, ministro, etc.?
Si busca la recompensa de los hombres no recibirá nada del Padre celestial, ellos te han pagado.
Tres Expresiones de Justicia
Dar limosna
Dice William Hendriksen en su comentario al Nuevo Testamento que en el tiempo de Cristo la ayuda a los necesitados la proporcionaba la comunidad religiosa, imponiéndole una contribución a cada ciudadano según su capacidad. Esta cantidad la suplementaban las donaciones voluntarias. El asunto es que los hipócritas anunciaban públicamente sus donaciones en las sinagogas y en las calles, allí donde vivían amontonados los probres. Presentaban sus dádivas para que la gente diga !Que buenos son!. Pretendían dar, cuando realmente la intención de ellos era recibir la honra de los hombres.
Hoy muchos cristianos cometen el mismo error. Anuncian sus contribuciones. Una persona debe guardar su contribución voluntaria en secreto ante los demás y aún él mismo en su corazón no debe decir !Que bueno soy! Así hacen los políticos, dan para luego buscar del pueblo.
La oración.
Aquí se condena la oración obstentosa con el fin de ser visto y horado por el pueblo, para que la gente nos tenga por piadosos. Oraciones aprendidas, ensayadas para ofrecerlas en público, para que vean que piadoso soy y cómo me entrego de corazón al Señor.
Ora en secreto. Esto no condena la oracion pública, pero sí la que públicamente se presenta de manera obstentosa, aprendida, para impresionar a los oyentes.
Jesús da un modelo de Oración. No que repitamos esas mismas palabras, se trata de un modelo a usar. Las caracteristicas de esa oración nos muestra cuál debe ser la característica de nuestras oraciones.
El Ayuno.
Aquí se refiere al ayuno como una expresión de humillación, de pesadumbre por nuestros pecados. Los fariseos lo hacían para presentarse ante el pueblo como hombres piadosos. Dice el Señor que esta observancia voluntaria sea lo menos notoria posible. Debe ser un acto de sincera devoción a Dios y para El solamente.
El ayuno es un beneficio espiritual, se debe observar a fin de que la mente y el corazón se puedan concentrar no en las cosas materiales sino en Dios. Por lo que el mismo debe ser un momento de oracion, meditación y contemplación espiritual. Esta costumbre de ayunos caminando de aqui para allá, trabajando, jugando, entretenidos en diferentes menesteres, sin una concentración, sin separarse en la oracion, meditacion, y contemplación espiritual, es mas bien pasar hambre, o hacer alarde de que se ayuna.
Conclusión
Concluimos diciendo que sea cual fuere la manera en que nosotros realizamos nuestros deberes religiosos debemos hacerlo como que estamos ante la presencia de Dios. No para buscar recompensa de los hombres. Dios paga mejor. Oremos para que aunque deseemos ser recompensados, ejerzamos nuestros deberes por amor a Dios y a nuestro prójimo, por agradar a Nuestro Dios y Salvador. Amen.
Autores: Felipe Rincón Vásquez