Así lo explica Juan: “Para juicio he venido a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados» v.39. La ceguera espiritual pareciera ser peor que la misma física, pues mientras los unos pudieran tener luz en su alma, en los otros hay una oscuridad en sus conciencias. Tuve la bendición de conocer a un hermano invidente. Él fue diácono, maestro y predicador de una gran iglesia en Venezuela. Su testimonio era muy elocuente. Los alumnos no querían otro maestro que no fuera él. Como diácono, fue orientador y consejero. Y como predicador, había que sentarse y oírlo. Siendo pastor en la ciudad de Caracas lo invité en varias ocasiones para que nos predicara. Uno quedaba asombrado de la hermenéutica y la homilética que usaba para explicar y exponer cada uno de sus sermones. Su esposa, quien también era ciega, fue poetisa y ella preparaba sus propias obras. Esa paraje, aunque ciega, veía. Estaban impedidos por su condición física, pero eran felices en el servicio al Señor. Casos como los de ellos son los que inducen a pensar que los ciegos espirituales. Los fariseos de esta historia tenían «ojos para ver», pero se les había oscurecido el entendimiento para que no les resplandeciera la luz de Jesucristo. El asunto es que este tipo de personas pudieran hacer gala de su tradición religiosa o algún conocimiento espiritual, pero su condición no es menos que la de cualquier otro pecador, y las consecuencias de su ceguera los puede conducir a una eternidad sin Cristo. Tracemos el curso de las consecuencias de la ceguera espiritual
I. LA CEGUERA ESPIRITUAL IMPIDE VER EL CAMBIO EN OTRA PERSONA
La forma como Jesús curó a este ciego de nacimiento ha sido motivo de curiosidad y hasta extrañeza para algunos. Este método rompió con las demás formas hechas. En la mayoría de los casos, Jesús se limitaba a dar una orden y cada uno era sanado. Con este ciego Jesús hace un trabajo médico cuando usó saliva, barro y el lavado en el estanque de Siloé. La extrañeza de este método se plantea porque es la única vez que el Señor lo hizo, y todas las explicaciones que se han dado al respecto se reducen a meras conjeturas. Se ha dicho que la saliva tenía propiedades curativas y que era muy común usarla. Que el hecho de mezclarla con barro, de donde fuimos formados, hacía ver el señorío que Cristo tenía sobre todo lo creado, recordándoles a los hombres que fue él quien les hizo del polvo de la tierra. Y que también con esto Jesús estaba demostrando que él puede seguir creando vida aun del polvo. Pero es obvio que lo más importante aquí no es el método que se usó para sanar sino el resultado. Solo se deduce que tal procedimiento requirió de una gran fe tanto de parte del ciego como los que le ayudaron a llevarlo hasta el estanque y lavarse. Aquella curación provocó una reacción colectiva. Entre los que le conocían, hubo una división de pensamiento. Unos pensaban que «él era»; otros menos incrédulos decían a él se parece». Mientras que el que había sido curado enfáticamente afirmaba yo soy» v.9. Los fariseos, representando a los ciegos espirituales, fueron más allá. Sometieron a los padres a un interrogatorio indagatorio con el fin de buscar alguna pista o indicio que les permitiera echar por tierra el milagro que estaba a la vista. Sin embargo, como se podía negar lo evidente? Quién puede descalificar o desmentir lo que está a la vista como una prueba indubitable? De qué manera se puede negar lo que todo mundo comenta en materia de transformación? Pero la ceguera espiritual no acepta, sea por prejuicio o por orgullo, el milagro que se puede dar en la vida de una persona. Son tantos los que prefieren mantener su corazón endurecido que aceptar el testimonio del cambio y la transformación en otros. Abundan testimonios de hijos quienes después de haber recibido la salvación, sus padres se han opuesto para que no siga esa vida. Qué decir de los esposos o las esposas quienes llegan a tener una evidencia viviente en su casa de cómo puede cambiar una persona, pero se niegan a aceptarlo tan solo por el prejuicio religioso o por una arrogancia que no tiene sentido. La Paradoja de las religiones es que en lugar de haber traído bien le han hecho un gran daño a la humanidad. Hay personas religiosas en cuya mente no cabe la posibilidad de un milagro.
II. LA CEGUERA ESPIRITUAL PREFIERE MANTENER LA TRADICION EN LUGAR DE ACEPTAR LA RENOVACION
Es una cosa incomprensible como la ceguera espiritual puede preocuparse más por guardar una tradición que aplicar la misericordia. Los fariseos no pudieron ver a un hombre que quiso ver, saber y conocer los colores de la naturaleza, por ejemplo. No pudieron ver el gozo de alguien que quiso distinguir cómo eran sus padres, quienes eran sus hermanos o de qué forma se vestían sus amigos. Ellos no calcularon el dolor, la tristeza y la frustración que puede llevar en la vida una persona que la falta la vista. Un ciego podrá sentir pero le será difícil opinar sobre lo que otros pueden ver. La preocupación de los fariseos era que aquel hombre llamado Jesús no procedía de Dios porque no guarda el día de reposo». Cuando los hombres hacen de la religión un fin en si mismo, se pierde toda sensibilidad para ayudar a otros. Jesucristo condenó esta actitud. Fue por eso que dijo: El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo» Mr. 2:27,28. Con mucha frecuencia los hombres son confrontados sobre el amor de Dios y su regalo de la vida eterna, pero se niegan a recibirlo porque el evangelio de Cristo trastoca sus creencias o sus tradiciones. Hay los que llegan afirmar que el evangelio es otra cosa. Que sí hay poder para cambiar a una persona y que sí vale la pena seguir a Cristo, pero ellos no pueden cambiar su tradición por una nueva relación. Y es aquí donde la ceguera espiritual se acrecienta en muchas personas. Es terrible pensar que alguien se esté perdiendo por la eternidad, porque prefiere mantener su tradición en lugar de aceptar la renovación que Cristo da. Son muchos los que todavía se niegan a que se les quebrante su día de reposo» antes de dar cabida a la obra de cambio y transformación que se encuentra en nuestro Señor Jesucristo. El gran problema para algunas personas de recibir a Cristo es porque presuponen un cambio radical en la forma como se les ha enseñado y llevado en sus vidas. Algunos temen más a la ira de los hombres que al juicio divino. Pero en algún momento de mi vida yo necesito confrontar la realidad acerca de dónde pasaré la eternidad. Debo saber si mi tradición o lo que ha sido mi creencia me asegura esto. Si no es así, responsablemente debo venir a evaluar y considerar en manos de quién estará mi destino eterno. A esto tenemos categóricamente que decir que el destino eterno no puede estar en las manos de los hombres. Que no está en la religión de mis pasados o en la tradición heredada, sino que está en las manos de Dios. Jesucristo dijo estas palabras: Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna.. Jn. 10:27. La vida eterna está en sus manos. No permitamos que la ceguera espiritual rechace, por guardar una tradición, la salvación ofrecida de forma gratuita. No seamos parte de esa generación ciega e indiferente.
III. LA CEGUERA ESPIRITUAL PREFIERE SEGUIR A MOISÉS QUE SEGUIR A JESUS
Jesús había dicho que el «vino nuevo» en «odres nuevos» debería ser echado Mt. 9:17. Esto lo dijo para criticar la actitud de incredulidad de los fariseos. Llama la atención que en estos dos capítulos el grupo de opositores de Jesús, prefieren remitirse a las enseñanzas de sus pasados, que aceptar el mensaje nuevo de Jesucristo, quien fue anunciado con una precisión profética a quienes los fariseos veneraban. En el capítulo anterior habían dicho que su padre era Abraham y ahora dicen que son discípulos de Moisés v. 28. Y la verdad es que ni eran hijos de Abraham ni eran discípulos de Moisés, sino que eran hijos y discípulos de la condenación. Si ellos en verdad hubiesen sido discípulos de Moisés habrían leído que un profeta mayor que Moisés sería levantado. Si hubiesen sido discípulos de Moisés habrían reconocido que fue el mismo que estuvo en el monte de la transfiguración para corroborar que Jesucristo no solo era mayor que él, sino que había venido del seno del Padre como el Hijo amado en quien tengo contentamiento». Pero la ceguera espiritual no hace que la gente lea y entienda acerca de quién es Jesucristo como viniendo del cielo y siendo respaldado por el elemento profético. Estos hombres, como si estuvieran dando coses contra el aguijón, procuraban por los sofismas de su dogmática, arrancar una confesión distinta a su conciencia. Como ciegos espirituales se jactaban de saber mucho pero un ciego curado les dice, una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo» v. 25b. Es sumamente interesante la forma como este nuevo vidente puede guiar a los invidentes espirituales. El tuvo la capacidad de ver que Jesús era un profeta v.17, mientras que sus acusadores lo venían como pecador v.24. El se dio cuenta que en esta gente no solo había «ceguera espiritual» sino «sordera espiritual», pues desesperadamente querían oír otra cosa contraria a su testimonio v. 27. Los versículos 30 al 33 son el clímax de la evangelización que hiciera este hombre. Sin embargo la ceguera espiritual prefiere seguir a Moisés que aceptar la obra de Jesús. La humanidad no ha cambiado mucho desde aquel entonces para acá. El odio y el menosprecio de parte de los «ciegos espirituales», hacia los que han recibido la luz, es notorio por el prejuicio. Tanto así que es capaz de llevarles al menosprecio de decir: Tú naciste del todo en pecado, y nos enseñas a nosotros? v. 34. Son muchos los que menosprecian a los hijos de Dios y los califican de muy poca cosa, pero la evidencia de una vida transformada exige un veredicto y eso es lo que la ceguera espiritual no quieren aceptar.
IV. LA CEGUERA ESPIRITUAL CONDUCE AL JUICIO DIVINO
Jesús dice en este pasaje que para juicio había venido a este mundo v.39. Con esto no contradijo lo que ya había mencionado en el capítulo 3:17. En otra ocasión también dijo, «yo no he venido para traer paz, sino espada» (Mt. 10:34); y con esto tampoco contradijo sus otras palabras, «mi paz os dejo, la paz os doy…» (Jn. 14:27). En estos planteamientos, y otros similares, descubrimos la honestidad y transparencia del mensaje y la misión de Cristo. Jesús vino para poner una especie de «crisis» en el corazón de cada persona. Su juicio en este contexto es producido por la forma como cada persona recibe su mensaje. Cuando el dijo «para los que no ven, vean», estaba anunciando que hay corazones sensibles, humildes y dispuestos a oír su voz, tales como el hombre de esta historia. Ellos llegan a experimentar la «luz de la vida», que no es otra cosa sino la salvación eterna. Pero las palabras «y los que ven, sean cegados», es la otra cara de la moneda. El juicio del Señor contra tales personas se basa en el hecho de que ellos cierran su corazón frente a la demostración del poder de Dios. Para esos que «ven», la palabra misma se constituye en piedra de tropieza o de «escándalo» como lo dice la traducción original del texto. La historia del Faraón y Moisés nos ilustra lo que Jesús está aquí diciendo. Este hombre en lugar de arrepentirse y humillarse frente a toda la demostración del inmenso poder de Dios, su corazón de endureció aun más todavía. Tal fue la actitud de este gobernante egipcio que el mismo Dios se encargó de endurecerlo, para demostrar con mayor grandeza su gloria en medio de ese país pagano. Es esto lo que precisamente sucede a alguien, como el caso de los fariseos, al rechazar la obra del calvario y con ello la salvación de sus almas. El último versículo de este capítulo explica lo que Jesús quiso decir con el juicio que había traído. Los «ciegos sin pecados» y los «pecados de los que ven» v.41, es una forma de decir que la actitud de aceptar todo lo que Jesús hizo para sanar y salvar a este hombre, es la que debe tenerse para conocer la salvación y la vida eterna. Los que dicen que «ven» pero rechazan, en ellos, el «pecado permanece». La ceguera espiritual trae el juicio divino según este contexto.
CONCLUSIÓN: Me llama la atención que el hombre quien recibió el gran beneficio de su vista después de haber sido ciego desde su nacimiento, fue expulsado de la sinagoga. Es obvio que la ceguera espiritual llega hasta el extremo de no importarle lo que puede pasar en una persona en materia de transformación y cambio, con tal de mantener alguna tradición o creencia. La insensibilidad es la característica más notoria de los «ciegos espirituales». Pero la verdad de esta historia es que Jesús tiene el poder para cambiar y transformar al hombre. Que el tiene sus brazos abiertos para recibir a aquellos que pueden ser echados de la «sinagoga». De allí que Jesús es digno que le digamos como aquel hombre sanado: «Creo, Señor». Y como él, adorarle y servirle v.38.