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HA LLEGADO LA HORA

Con esto en mente, Jesús pronuncia una de las últimas oraciones antes de ofrendar su cuerpo. Fue una oración sencilla y a la vez profunda. De esta oración dijo Luthardt, un prominente comentarista bíblico del siglo pasado, lo siguiente: “No hay en la escritura, ni en las literaturas de los pueblos, nada que iguale la sencillez y la profundidad, la grandeza y la intimidad de esta oración”. Hay varios elementos que rodean la presente oración. Algunos creen que fue hecha después que él comió la pascua y luego instituyó la Santa Cena. Si esto fue así, la ocasión no pudo ser mejor para pronunciarla. Juan, quien es el único de los evangelistas que la presenta, tuvo que haberla conservado en la misma dimensión como la oyó de Jesús. Se nos dice que Cristo levantó sus ojos al cielo v.1; esto habla de un cambio de postura con relación a la oración que hizo en el Getsemaní. Allí estuvo de rodillas, luchando por comprender y hacer la voluntad de su Padre. Pero ahora está de pie y con sus ojos abiertos. No fue una oración de dolor como las que hizo en el Getsemaní o en el Gólgota. Fue la Oración Sacerdotal como ha sido llamada, pues Jesús se va a ofrecer como una oblación santa. Ninguna oración estuvo tan llena de intercesión por los discípulos y por los que iban a creer en él, a través de ellos, como esta v. 20. Esta oración tuvo que haberse pronunciada en voz alta, de manera que los discípulos la oyeran para que se llenaran de confianza al momento que iban a quedar solos y hasta dispersos. Es una oración hecha al Padre. Nadie más conocía su alma, y nadie más podía darle consuelo. Con ello Jesús nos recuerda a quien debe dirigirse nuestra oración, y la confianza que trasmite el Dios-Padre. Pero la oración tiene una ocasión; Jesús dijo: “Padre, la hora ha llegado…”. Esta declaración constituye el corazón de nuestro tema. La «Hora de Jesús» fue la hora para salvar a la humanidad.

ORACIÓN DE TRANSICIÓN: ¿Qué significó para Jesús aquella particular Hora?

I. AQUELLA FUE LA HORA DE LA CULMINACIÓN DEL TRABAJO v. 4b
Jesús ha sido el único ser —de quien se tenga conocimiento—, que vino a la tierra para *****plir con un programa de trabajo, en el que invirtió tres años exactos. Al comienzo de su ministerio leyó lo que haría en ese tiempo. Sabiendo que en ese momento se *****plía lo que de él dijo el profeta Isaías, leyó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuando me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18-19) Dicho plan fue concebido en la eternidad, pero fue ejecutado en el tiempo y el espacio. El suyo fue un trabajo extraordinario. Cada parte de su tiempo contó con una administración adecuada. No se conoció desperdicio en su tiempo. Cada actividad hecha, tuvo el sello de la disciplina. Tan consciente estuvo de ese trabajo que les decía a sus discípulos: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9:4) Para él, hasta los días de reposo fueron días de trabajo. Esto no lo hizo en abierta oposición a lo establecido en la ley, sino por el legalismo en el que los fariseos lo habían convertido, porque pretendían que “El día reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr. 2:27) En la ocasión en que sanó al paralítico de Betesda, hecho que también ocurrido un día de reposo, afirmó la importancia de la tarea encomendada, al decir: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn. 5:17) De esta manera observados que la obra que él vino a hacer nadie la detuvo. No fue interrumpida ni por el diablo ni por ningún otro de sus enemigos. Su obra no terminó sino hasta que llegó el tiempo establecido por el cielo. Es por eso que esta oración, y como si tratara de presentar su reporte al Padre, menciona la que corresponde al trabajo culminado; así oró: “He acabado la obra que me diste que hiciese” v. 4b. Estas palabras son solemnes. Jesús fue la perfección de la obediencia. Toda la instrucción recibida de su Padre acerca del trabajo entre los hombres, fue fielmente ejecutada. Note que todavía no había ido a la cruz y habló de una obra consumada. ¡Y así fue! Jesús concluyó su obra en la tierra. Ahora está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, esperando que cada hombre tome en cuenta para su salvación, el trabajo realizado.

II. AQUELLA FUE LA HORA DE LA REDENCIÓN DEL MUNDO v. 2, 3
En el plan de salvación para la humanidad, Dios no tuvo muchos “salvadores”. Ese trabajo fue competencia de su Hijo Unigénito. Jesucristo recibió potestad sobre toda carne para *****plir con tan grande y sagrada misión. La tarea de salvar a este mundo no podía ser conferido a alguien que tuviera que ver con el pecado. Se requería de un sacrificio perfecto. De una ofrenda sin mancha y sin contaminación. Sólo el Hijo de Dios calificó, de acuerdo a la justicia divina, para el trabajo de la redención. Desde que Adán y Eva desobedecieron, la humanidad entera ha sido corrompida por la obra del pecado. El pecado, cual cáncer indetenible, ha invadido la carne, los pensamientos, las emociones y la voluntad en el hombre. En el primer tiempo, la corrupción del pecado fue tal que Dios destruyó a la humanidad en agua, porque vio “que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era continuo solamente el mal” (Gn. 6:5) Pero la naturaleza de la humanidad no cambió por eso. La desobediencia y la impiedad siguieron su curso. Más adelante el profeta Isaías vio tal degradación, esta vez en el propio pueblo de Dios, que dibujó un cuadro lúgubre de lo que hace el pecado en la vida, y por qué es urgente que el hombre se vuelva a Dios en total arrepentimiento; así habló: “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podría llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is. 1:5b, 6) Y el mismo profeta, cuando habló de Jesús como el único que podía redimir a la humanidad de su condición, dijo: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6) Así, pues, cuando Jesús dijo “la hora ha llegado”, estaba declarando el fin del dominio del pecado sobre toda la humanidad y la derrota del poder de Satanás. Aquella era la hora de la redención. La que fue escogida antes de la fundación del mundo. La hora que el Padre celestial había puesto en su calendario eterno. Y la redención consistió en perdonar a los hombres sus pecados, dándoles vida eterna. De acuerdo a la definición de Jesús, la vida eterna consiste en llegar a conocer a Dios, pero también a su Hijo. La esencia de la salvación, que conduce a la vida eterna, se basa en conocer a Dios a través de Jesucristo. Dios debe ser conocido como «Dios verdadero». Los dioses de este mundo son falsos. Sólo hay un Dios verdadero. Pero también, sólo hay un Mediador verdadero, y su nombre es Jesucristo. La hora de redimir a la humanidad era la hora de conocer al Padre y al Hijo. Nadie puede obtener vida eterna sin conocer al Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo.

III. AQUELLA FUE LA HORA DE LA EXHALTACIÓN A LA GLORIA v. 1
Este pasaje está lleno de las palabras «gloria… glorifica… glorifique… glorificado… glorifícame», todas ellas para destacar que aquella también fue la hora de la exaltación. Para los enemigos de Jesús, la cruz era el fin de sus pretensiones. Pero para Jesús aquel era el momento de retornar a su gloria. Jesús se presenta delante de su Padre con esta petición: «glorifica a tu Hijo». Ningún ser humano, por su misma condición, podrá acercarse a Dios con semejante petición. Sin embargo, Jesús tenía todo el derecho de hacerlo. Veamos los diferentes aspectos de esta exaltación.
1. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique v.1b Jesús hace su pedido al Padre no con una petición egoísta, sino con el objeto de poder glorificar a su Padre. Es extraordinario pensar en esto. La gloria que el Padre da al Hijo tiene una sola misión, traer gloria al Padre. Aquí estamos hablando de su total obediencia. Satanás antes de convertirse en lo que es, quiso sentarse en el lugar que le correspondía sólo a Cristo, pero no para dar gloria al Padre, sino para alimentar su orgullo y su plan de rebelión celestial. En el caso de Jesús la forma como el Padre le glorificaría consistió en llevarlo a la cruz. Ese fue el camino de su exaltación. Para Dios, no hay gloria sin que primero haya una cruz.
2. Yo te he glorificado en la tierra v.4ª. Jesús vino y habló muy bien de su Padre. Nadie pudo tildarlo de haber hecho cosas contrarias a las establecidas por Dios. Sus enemigos no encontraron nada que reprocharle, sino en aquello cuando el se declaró como Hijo de Dios. Toda su vida y obra fue orientada a glorificar a Dios en la tierra. Cada una de sus obras despertaba admiración, elogios, reconocimientos; pero sobre todo, los hombres glorificaban a Dios por ello. Cada milagro hecho arrancaba las «glorias» al Padre eterno.
3. Glorifícame tú al lado tuyo… v.5 Un asunto es muy notorio en este texto. Jesús existió «antes que el mundo fuese». Esto habla de su preexistencia. Ahora plantea al Padre el ser reestablecido a la gloria que siempre tuvo con Él. Jesús compartía completamente las mismas perfecciones divinas y toda la felicidad del cielo antes de venir. Y esto es lo que va a suceder. El apóstol Pablo en su gran capítulo dos de la carta a los filipenses, explica cómo Jesús fue glorificado otra vez al lado del Padre: «Haya, pues, en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, par gloria de Dios Padre» (Fil.2:5-11) De esta manera, la humillación de Jesús, llevándole a la vergonzosa cruz, fue la forma como el Padre le «exaltó hasta lo sumo». Ahora Jesús está en su completo estado de gloria, aguardando para manifestarla cuando venga por segunda vez.