Alguien se anima: “Yo quiero una” y otro más le sigue, y en cuestión de horas todos tienen su propia “piedra de la felicidad”. Es así como en menos de dos semanas no hay hogar donde no se exhiba una, y ansían que llegue el atardecer para sentarse en torno al altar que le han construido.
–Es eficaz– comentan sin dejar de sonreír porque esa es la misma actitud que vieron en el notario, en el tendero y en el único médico del poblado.
Sin embargo un día cualquiera uno de los parroquianos comenta que la piedra no ha traído mayores cambios a su familia, salvo que para comprarla, vendió todas sus propiedades y ahora le toca redoblar esfuerzos para conseguir el sustento.
–Ya no soy feliz—admite–. Creo que era más feliz cuando podía hacer las cosas que antes–,y aleja de su rostro todo asomo de sonrisa porque está cansado de fingir lo que no siente.
Sus frases son corroboradas por otro, y otro más, y pronto –como en una romería– decenas de personas van camino del basurero a arrojar las piedras, las que antes de llegar la noche se convierten en un montón y se erigen como el monumento a una insaciable búsqueda de la realización personal.
De regreso a la cotidianidad, alguien comparte:– Me dijeron que en un pueblo cercano encontraron la fórmula para la felicidad–. Y comienza de nuevo el ciclo casi con iguales características que experimentaron cuando renunciaron a todo lo que poseían para comprar la piedra…
Una búsqueda personal
Este breve relato que conservo desde cuando cursaba teología en el Seminario, me llevó a reflexionar en la incesante búsqueda de realización que acompaña a decenas de personas.
Ese afán tiene varios nombres. Para algunos es la “felicidad”, para otros “paz espiritual”, hay quienes le pusieron el rótulo de “buenas relaciones con Dios” y otros más “alcanzar metas en la vida”.
Cualquiera que sea la etiqueta, expresa la ansiedad que nos despierta ver transcurrir los días sin que nada extraño ocurra para despertar un día y descubrir, aterrorizados, que poco a poco nos hacemos viejos sin que hayamos hecho algo que valga la pena o que al menos deje huellas en los demás. Eso es tanto como transitar por la existencia sin “Pena ni gloria”.
Esta condición se refleja en la vívida descripción que hace Job cuando escribe:” El minero ha puesto fin a las tinieblas: hurga en los rincones más apartados, busca piedras en la más densa oscuridad. Lejos de la gente cava túneles en lugares nunca hollados; lejos de la gente se balancea en el aire. De sus rocas se obtienen zafiros, y en el polvo se encuentra oro. Abre túneles en la roca, y sus ojos contemplan todos sus tesoros. Anda en busca de las fuentes de los ríos, y trae a la luz cosas ocultas.”(Job 28:3, 4, 6, 10, 11. Nueva Versión Internacional).
El protagonista del relato bíblico encarna a muchos de nosotros, ocupados tal vez en hallar algo que le otorgue sentido a la vida. Sin embargo tropezamos con una enorme desilusión al descubrir que aquello en que creíamos encontrar la fuente de la paz, la realización personal o lo que muchos denominan “felicidad”, no es más que un espejismo.
En mi vida he acompañado como espectador a decenas de condiscípulos que dijeron en algún momento: “Ahora sí encontré el camino que debo seguir”, y comenzaron el sendero para hallarlos, después de algún tiempo, dando vueltas en el mismo lugar, sin que hayan logrado nada extraordinario salvo que se esforzaron sin resultados.
Ahora ¿Qué sigue?
Leí hace pocos días la historia de un evangelista en China que tras dedicar sus esfuerzos a predicar, caer prisionero y fruto de las torturas quedar casi inválido, oraba a Dios en medio de su desesperación para reclamarle que lo había engañado. “Me prometiste una vida plena y mírame como estoy”, repetía en la soledad de su celda. ¿Cuándo vio la respuesta? El día en que dejó de hacer las cosas a su manera y se sometió a Dios. Fue en ese instante cuando abrió el corazón al mover del Señor. Y las cosas cambiaron.
Igual situación comparten millares de seres humanos que consideran resueltas sus dificultades una vez aceptan al Señor Jesucristo. Desean una transformación rápida, como si estuvieren preparando un café instantáneo y no sujetos a la realidad de que experimentan el proceso de transformación propio de una vida en la que –con ayuda de Dios—deben producirse cambios.
En su desconcierto son semejantes a quien expresa desolado: ”Pero, ¿dónde se halla la sabiduría? ¿Dónde habita la inteligencia? Nadie sabe lo que ella vale, pues no se encuentra en este mundo. «Aquí no está», dice el océano; «Aquí tampoco», responde el mar. No se compra con el oro más fino, ni su precio se calcula en plata.”(vv.12-15).
¿Por qué tropezamos con un enorme muro en nuestro propósito de cambio? Por dos razones elementales. La primera, aspiramos cambiar a fuerza de voluntad. Y segundo, queremos una transformación con nuestros métodos y no sometiéndonos al tratamiento de Dios, el cual no entendemos fácilmente pero resulta más eficaz que cualquier otro.
Dios nos muestra el camino
A Pablo lo encontré nuevamente el fin de semana en una iglesia en la que prediqué. Nos conocimos hace un buen tiempo cuando él cursaba estudios en el Seminario católico de Santiago de Cali mientras que yo avanzaba mi formación en el Seminario evangélico.
–Pensé encontrarte en una parroquia pero no aquí—le dije sin ocultar la sorpresa que me despertó verlo alabando a Dios y con una Biblia.
–Yo también pensé que algún día sería párroco, pero cuando busqué a Dios con el corazón y no con las emociones, me cambió la ruta—respondió. Está próximo a recibir la ordenación pastoral en la Alianza Cristiana y Misionera.
Sus palabras me quedaron sonando: ”… busqué a Dios con el corazón y no con las emociones …”. Igual con usted y conmigo. Si volvemos la mirada a Dios encontraremos un sendero diferente, el que nos lleva a la auténtica realización, al equilibrio personal, a encontrarle sentido a nuestra existencia. A este aspecto se refería el célebre pensador y matemático Blas Pascal al decir: “Es el corazón el que experimenta a Dios y no la razón”.
El texto que pudimos apreciar hoy en el capítulo 28 del libro de Job, dice que Dios “Cuando él establecía la fuerza del viento y determinaba el volumen de las aguas, cuando dictaba el decreto para las lluvias y la ruta de las tormentas, miró entonces a la sabiduría y ponderó su valor; la puso a prueba y la confirmó. Y dijo a los *mortales:«Temer al Señor: ¡eso es sabiduría! Apartarse del mal: ¡eso es discernimiento!»”(versículos 25-28).
Observe que transcurrieron veintiocho versículos antes de hallar la verdadera fórmula hacia la plenitud del género humano “Y dijo a los *mortales: «Temer al Señor: ¡eso es sabiduría! Apartarse del mal: ¡eso es discernimiento!»”(versículo 28).
Si está peregrinando en la búsqueda de un sentido para vivir, lo felicito. Sólo cuando despertamos a la realidad podemos admitir errores y coincidir en el hecho de que transitar el sendero equivocado no lleva más que a la frustración.
Pero sus días pueden ser diferentes. Basta que le abra las puertas al Señor Jesucristo y le permita que obre en su ser. El dijo:” Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo.”(Apocalipsis 3:20).
Hoy puede comenzar
Si está dispuesto a permitir que Cristo tome control de su existencia y emprender así el camino hacia el cambio personal, le invito para que repita conmigo esta oración: “Señor Jesús, reconozco mis pecados y que moriste por mi en la cruz para darme una nueva oportunidad. Entra a mi corazón, toma control de mi ser y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Si hizo esta oración lo felicito. Ahora le sugiero tres cosas. La primera, que comience a hablar cada día con Dios mediante la oración. La segunda, que aprenda más de El en la Biblia leyendo algunos versículos diariamente. Y la tercera, que comience a congregarse en una iglesia cristiana.
No dudo que experimentará transformaciones en su existencia. Si le asalta alguna inquietud, escríbame ahora mismo:
Ps. Fernando Alexis Jiménez – Website www.demiami.org/mensajesdepoder