Reflexionó en su vida. Siempre había deseado cambiar, pero justo cuando creía que había avanzado, de nuevo recaía. No le provocaba siquiera regresar a casa y menos, ir al templo.
“Soy un fracasado” se repetía una y otra vez mientras trataba de poner en orden algunos papeles en el escritorio. Sin duda la lucha por ser alguien diferente no era fácil. Al principio lo creyó cuando leyó a Pablo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”(2 Corintios 5:17).
Al revisar cuidadosamente los acontecimientos de las últimas horas, razonó que no era nada fácil. Si bien es cierto ahora era una nueva criatura, seguía luchando con su naturaleza inclinada a la intolerancia y al genio descontrolado.
Alguien que iba camino a otra oficina y, con quien regularmente se encontraba en el templo, le sacó de su ensimismamiento: —Dios te bendiga, hermano—le dijo sonriente.
“¿Cómo puedo llamarme cristiano si no he cambiado?”, se preguntó mientras respondía al saludo con el movimiento de su mano.
Cambiar sí es posible, pero con ayuda de Dios y no en nuestras fuerzas. Nuestro amado Señor está dispuesto y anhela ayudarnos en ese proceso…
Dios es eternamente misericordioso
Cuando reconocemos que nuestra vida espiritual es un caos o quizá pensamos que no hay salida para nuestra situación, es probable que nos sintamos en el borde del abismo y que nada ni nadie nos podrán perdonar y ayudar a cambiar. Sin embargo estamos equivocados. Hay alguien que se interesa por nosotros. Es Dios.
Tal como lo describe el rey David justo cuando atravesaba por un difícil período, luego de incurrir en adulterio con Betsabé e incluso, haber propiciado la muerte de su esposo (2 Samuel 12:1-15), es posible encontrar el perdón divino. “Ten piedad de mi, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones”(Salmo 51, versículo 1).
Observe que el autor sagrado enfatiza en la misericordia de Dios pero también en su capacidad ilimitada de apiadarse de nuestra condición. El sabe que, tal como lo describe el propio rey David “…en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”(versículo 5).
¡Pero yo he reincidido en pecar!
De acuerdo. Usted como todos los creyentes, libra una enorme lucha con su naturaleza humana. Esa misma naturaleza que le llevó a David a expresar: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra”(versículo 4).
Ahora que usted reconoce su pecado, ha dado un paso agigantado en el proceso de cambio porque admite que sus actuaciones le separan de Dios. Lo grave ocurre en la vida de quienes no quieren aceptar que fallan y que, progresivamente se van distanciando de su Creador.
¿Qué hacer?
Como lo anotábamos y está respaldado en las propias palabras del rey David, es necesario admitir el pecado. “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mi”(versículo 3).
Ahora, un segundo paso es volver la mirada a nuestro amado Señor bajo el convencimiento de que es El y nadie más que El quien, además de perdonarnos, puede conducirnos al crecimiento espiritual y a una vida de permanente cambio. “Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”(versículo 2).
En nuestras fuerzas es difícil y casi imposible cambiar. La naturaleza pecaminosa estará a la puerta, como la sombra no deja de acompañarnos cuando nuestra figura es proyectada por la luz. Por esa razón tenemos que convencernos de que sólo en Dios encontraremos la fuerza para cambiar: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve. Crea en mi, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi”(versículos 7 y 10).
¡Comience ahora!
Hoy es el día apropiado para comenzar de nuevo. No importa que otrora haya cometido muchos pecados, incluso más de los que usted cree que nadie pudiera perdonar. Humanamente no es posible, pero sí es posible para Dios.
Ha llegado el momento de que se reconcilie con el Señor, le pida y perdón y comience una nueva vida. ¡Sus días serán diferentes!
Sin embargo es probable que me diga: “Eso está bien para quien conoce a Jesucristo. ¿Y qué de mi que no lo conozco aún”. Pues es lo más oportuno que puede haber pensado. ¡Es hora de que conozca al Señor Jesús como su único y suficiente Salvador!
¿Cómo hacerlo? Con una sencilla oración Dígale: “Señor Jesús, reconozco mis pecados y que tengo necesidad de ti para cambiar. Perdóname y, por tu obra redentora en la cruz, permíteme comenzar hoy una nueva vida. Te recibo en mi corazón. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
La decisión que ha tomado es la mejor. Ahora le aconsejo que comience a hablar cada día con Dios mediante la oración; que aprenda más acerca de Su voluntad leyendo la Biblia, y tercero, que se congregue en una iglesia cristiana. ¡Su vida no será la misma!.
© Fernando Alexis Jiménez. Pastor del Ministerio de Evangelismo y Misiones “Heraldos de la Palabra”. Email: [email protected]