EL VERDADERO DUEÑO
Un cuento para reflexionar:
Era un pueblo con pretensiones de ciudad. Las calles y avenidas estaban casi todas asfaltadas pero en los pequeños barrios parecían no existir.
Los vecinos en verano salían a la puerta de la casa a sentarse bajo algún árbol de gran sombra, con su equipo de mate y torta frita en algunos casos, con facturas otros, galletitas los que tenían menos poder para elegir y por último, estaban los que secaban la yerba usada, para volver a matear al día siguiente.
Era un pueblo típicamente argentino y tenía defectos y virtudes como toda estructura humana.
Al alcalde o intendente se lo conocía por el nombre.
Don Ramón. El jefe de policía era el Comisario Lopez. Tenía un grupo voluntario de bomberos, una sala de emergencias y primeros auxilios. Pero también estaba el Gran Hospital. Así se llamaba. La alcaldía tenía a su cargo la seguridad, asistencia médica, la educación en general. En fin el bien público.
Algo faltaba en esta ciudad, la que se llamaba “Maravillas”, me olvidé de contarles. Discúlpenme.
Decía que algo faltaba en este lugar, eran los abogados. No había grandes conflictos en realidad. Nadie se había detenido a decir “voy a estudiar abogacía para defender las causas justas”. No era necesario. Todo se resolvía cuando se convocaba a una asamblea ciudadana, luego de plantear los problemas en los pequeños barrios y con votación de la mayoría, se solucionaba cualquier inconveniente.
En medio de la ciudad había un templo, donde todos los domingos se rendía culto a Dios y se realizaban estas reuniones ciudadanas, los días sábados o cuando resultara necesario.
Había asistencia veterinaria. Pero el médico ya era muy viejito para cuando yo llegué al pueblo, (atraído por un aviso de lugar de fin de semana), y un día murió y nadie tomó su lugar.
Algo que me extrañó desde ese entonces era que muchos animales domésticos y no tanto, empezaron a aparecer en las calles. Perros, aves de varias especies, gatos, hámsteres, alguna que otra nutria, entre otros.
Un día, de golpe y porrazo aparecieron esos mismos animales esparcidos por las veredas y caminos; muertos, sin razón aparente. Sólo habían sobrevivido los perros.
Con motivo de este suceso tan extraño salió todo el pueblo a buscar una solución y plantearse el por qué de ello. Qué había sucedido con estos animales abandonados y luego con su muerte y el espectáculo desagradable de su descomposición, atentaba contra la salud del lugar.
Qué había sucedido?.
No me pregunto qué sucedió con los animales. Me pregunto que sucedió con los habitantes del pueblo. Por qué permitieron que esto pasara así como así?
En la reunión del sábado, en la iglesia, se planteó como algo fuera de lo común.
Se buscaban causas fuera de la ciudad, fuera de la responsabilidad de sus habitantes. Cómo no encontraron nada afuera, entonces buscaron adentro.
Entonces, dijeron: “Quién tiene la culpa?
“La culpa la tiene el alcalde”; “la culpa la tiene el veterinario que se murió”. “La culpa la tiene la invasión de animales al pueblo, que no sabemos de dónde vinieron y ahora están contaminando esta hermosa ciudad”, “la culpa la tiene Dios”.
Miles de excusas se escucharon, peores a éstas.
“Debemos ponerle un coto a esto. Un hasta aquí para evitar que nosotros también muramos”. “Los bomberos deben encargarse de levantar toda la podredumbre y llevarla al monte y quemarla allí” “Es imposible, son miles de animales muertos, ni los perros que han sobrevivido pueden comer esa carroña”.
Los perros, se había acordado de los perros. Había otro problema más. Qué había que hacer con los perros, cómo era que se habían salvado de tal final?.
“Debemos atrapar a los perros y matarlos antes de que se sumen al colapso”
“No. Debemos adoptarlos, un por cada hogar, quizás dos, cuidarlos y ver si podemos hacerles hacer estudios en el hospital para ver si el hecho de que vivan tiene incluida la solución. Si ellos no se contagiaron de esta supuesta enfermedad, nosotros también nos salvaremos”.-
Esto último lo dijo un niño de 12 años llamado Matías que se encontraba sentado con sus padres en la última fila de bancos.
“Eso depende de ti, niño. Yo voto por matar a todos los perros”
“Señores pasemos a votación todos los temas: Forma de limpiar la ciudad. Analizar cuál puede haber sido la causa y/o la enfermedad que mató a todos estos animales. Los perros se matan también o se adoptan como mascotas y analizamos el por qué sobrevivieron: Etc., Etc., Etc.”
Se pasó a votación. Las discusiones se pronunciaron aún más durante la elección de medidas a tomar. Este lugar nunca había pasado por situaciones tan extrañas en las que hubiera fervientes discusiones y tan dispares que no se pudieran conciliar inmediatamente. No se lograba quórum para ninguna respuesta.
“Señores, conciudadanos, hermanos, estamos en un lugar donde cada domingo elevamos nuestro clamor a Dios para que nos dé su bendición en todos los órdenes de nuestra vida, para que nos guíe y nos ampare y nos muestre cuál es su perfecta voluntad, y el camino para seguirle. Por qué entonces no oramos a El y le pedimos una vez más a El que seguramente tendrá la perfecta solución?”
Esto lo dijo otro niño, Waldo. Que se hallaba en la primera fila de los asientos del templo, también junto a su familia.
“Si oremos”. Dijeron todos al unísono.
Cuando terminaron de orar, una jovencita de escasos 15 años comenzó a cantar a capella, y los demás le siguieron. El reverendo comenzó a dar gracias.
Cuando hubieron terminado se abrazaron unos con otros y comenzaron a salir de la capilla sin decir palabra. Nadie hablaba. Pero parecía que sabían qué es lo que debían hacer.
Yo miraba a todos y no entendía.
Quería saber para colaborar, para ofrecer la ayuda que necesitaran. Pero veía que un abogado cada vez era menos necesario en aquellos lugares.
Ví que cada uno tomó herramientas de labranza que tenía en sus tierras o jardines y las llevaron a los caminos y calles asfaltadas plagadas de animales muertos. Cada poblador se encargó de un despojo.
Lo levantaban con pala, lo llevaron donde había tierra sin cultivar, hacían un pozo bastante profundo, como si fuera un cementerio en construcción, y allí, los enterraron.
No había quedado nada. Los que no hicieron las inhumaciones, se encargaron de lavar las veredas y calles infestadas de olor y suciedad con artículos de limpieza hogareña.
Los niños y jóvenes más grandes fueron en busca de los perros, perro viejo o cachorro eran llamados por ellos y se les ofrecía comida y se les colocaba un collar improvisado y se los conducía a cada uno de sus hogares.
Pero quedó un perrito sin recoger. Un desnutrido y triste perrito en medio de todo. Uno de los bomberos dice dirigiéndose al animal: Hola amigo, si no te adoptan deberemos disponer de ti de alguna otra forma. Todos han llevado a su mascota y tu … dónde irás a parar?
A quién perteneces?
Desde lejos se venía acercando Matías y dice: “Ese amigo, es mío, yo lo llevaré para mi casa.
Poco a poco nos habíamos ido olvidando que todos teníamos animales en casa y los dejamos de atender. Nos olvidamos que cuidábamos de ellos y buscando las calles encontraron la muerte por causa de la tristeza y la falta de un hueso para raer.
Cómo pudimos olvidarnos del amor que teníamos por éstos amigos tan fieles. Los perros son los únicos que no murieron porque son aquellos que siempre esperan a que le demos una caricia, unas migajas caídas de la mesa, siempre nos siguen con la mirada a donde vayamos, dependiendo de nuestro estado de ánimo y de que le pongamos un trapo dónde poder echarse, verdad?
Los otros animales no conocen esto. No tuvieron esperanza y murieron. No tenían dueño. Los perros si”
Matías alzó a su antiguo amigo y lo envolvió en un retazo y le dió algo de comer. Se alejó y nos dejó al bombero y a mí, sin tener nada para decir.
El pueblo, ante mis ojos había cambiado. Aún más me convencía que había llegado la hora de partir. Pero el bombero, hombre de muchos años, Don Carlos, me dijo algo que añadió aún más mis dudas sobre el irme o el quedarme.
Me dijo:” Quién lo espera a Ud., allá en la Gran Ciudad. Cuántos juicios pueden solucionar su vida. Un solo juicio puede acabar con ella. Mire lo que nos pasó a nosotros. Habíamos perdido la memoria de los afectos.
Habíamos olvidado lo felices que éramos teniéndolo todo. Gracias a Dios y nuestra unidad, pudimos encontrar la solución. Quédese.
No hay oficio tan difícil que no pueda darle el sustento necesario a Ud., y su familia. El Señor adiestra nuestras manos para que se *****pla su propósito en nuestras vidas”.
Me dio un abrazo y me condujo a su puesto y me explicó cómo se lleva la administración de las emergencias y de las consultas hospitalarias.-
De esto hace ya, diez años y aún sigo aquí, en “Maravillas”. Trabajo en el Centro de Consultorios y atenciones médicas y sanitarias.
En una carta invité a mi amigo Pedro a venir a visitarnos con su familia y hace cinco años que es el nuevo veterinario del lugar. Mi familia y yo esperamos que esa nueva tierra a la que se refiera la Biblia, se parezca a “Maravillas”.-
P.D.: Dicen que la Nueva Tierra es mucho mejor, pero aquí ya estamos practicando para cuando nos toque ir hacia allá.-
Autor: Espíritu Santo de Dios.-
BENDICIONES. BEATRIZ.-