El que tiene una idea bíblica del púlpito y del evangelio deseará predicar como Richard Baxter ‘como un mensajero de otro mundo’, o como M’Cheyne quien, como dijo uno de sus oyentes, ‘predicaba como si se estuviera casi muriendo por convertirte’.
Siempre que la predicación haya dejado de exigir una respuesta individual y siempre que los oyentes se quedan con la impresión de que no hay un mandato divino que exija su arrepentimiento y fe, el cristianismo genuino se ha marchitado. La presentación del cristianismo como una serie de hechos, sin ningún intento de aplicar dichos hechos a la conciencia, y sin una invitación a confiar en Jesús como Salvador poderoso, está lejos de ser una predicación apostólica. Cuando dos predicadores evangélicos londinenses de tiempos pasados, Matthew Wilks and John Hyatt, se estaban despidiendo en el lecho de muerte de Hyatt, Wilks preguntó, ‘Bueno, John, ¿podrías confiar ahora tu alma en las manos de Jesucristo?’ ‘Sí,’ fue la respuesta ferviente, ‘¡un millón! ¡un millón de almas!’ Esta es la persuasión que es esencial en la predicación del evangelio.
NECESIDAD DE DISCUSION
En las páginas que siguen, pues, no se discute si está bien invitar a los hombres a que vayan a Cristo. Este punto debería resultar indiscutible para todos los que creen en la Escritura. Tampoco está abierto a discusión en evangelismo si hay que insistir en la responsabilidad del hombre de arrepentirse y creer. Como ya hemos dicho, si no hay tal insistencia no hay evangelismo en el sentido bíblico de la palabra. Nuestra discusión se refiere a otro punto, a saber, si es conveniente para el evangelismo al concluir un sermón, invitar a pasar al frente a aquellos que quieran recibir a Cristo.
Si el sistema de invitación, como se puede llamar dicha práctica, se puede demostrar que se basa en lo que la Biblia dice acerca de la venida de Cristo, o en lo que se puede deducir legítimamente de la doctrina de la responsabilidad del hombre, entonces se puede afirmar con razón que oponerse a ese sistema es oponerse a la Biblia. Pero hasta que no se demuestre esto, no se podrá sacar la conclusión de que los que no hacen ‘la invitación’ están menos preocupados por el evangelismo que los que la hacen. Ante todo hay que discutir el punto de si dicha práctica tiene base bíblica. No se puede ser más evangélico que el Nuevo Testamento.
Es probable, sin embargo, que algunos de los que defienden el sistema de invitación, no pretendan tener pruebas bíblicas en favor del mismo. Se contentarían con decir que es un método útil y fructífero en el *****plimiento de un objetivo bíblico conducir a las personas a una decisión personal. Y, también se podría preguntar, por ser simplemente un problema de método, ¿vale la pena debatirlo y discutirlo? A esta última pregunta contestamos que la práctica misma exige el debate, y esto por lo menos por dos razones.
Primero, si bien por más de cien años, el evangelismo en Gran Bretaña ha ido a veces acompañado de contactos después de las reuniones, o de tarjetas que las personas han de firmar como afirmación de fe, la práctica de invitar a las personas a pasar al frente como el punto culminante natural de un mensaje evangélico y como parte integral de un servicio evangelístico ha sido relativamente escasa. Pero la prominencia dada a la ‘invitación’ en las cruzadas de los últimos años, acompañada de exhortaciones encarecidas por parte de evangelistas para que los ministros sigan el mismo método, ha venido conduciendo a todas las congregaciones evangélicas a examinar su omisión. Si, como se dice, el llamamiento a pasar al frente es el punto culminante de un sermón evangelístico, ¿pueden las iglesias evangélicas sentirse satisfechas de continuar sin dicha práctica? Y esta pregunta es tanto más urgente, cuando el éxito numérico que acompaña al empleo de ‘la invitación’ se compara con el resultado escaso que acompaña a la mayor parte de la predicación de hoy. En las condiciones contemporáneas de necesidad espiritual, el testimonio que líderes bien conocidos dan en favor del valor de la invitación’, por necesidad ha de producir discusión entre los que están preocupados por dichas condiciones. No se debería censurar a los cristianos por querer discutir más antes de aceptar una práctica que no forma parte de la tradición evangélica de este país. Aunque a algunos evangélicos les puede resultar irresistible el argumento pragmático en favor de adoptar de inmediato el sistema de invitación (a saber los resultados numéricos que han acompañado su empleo en las cruzadas modernas), hay otros que creen que un examen más minucioso y bíblico de la innovación es necesario antes de que se acepte. Lo que es importante es que cada hombre esté convencido de su práctica.
En segundo lugar, como Leighton Ford, uno de los últimos exponentes del sistema de invitación, nos re cuerda, es esencial en el empleo de la invitación que el evangelista dé instrucciones claras que se entiendan. Hay que evitar toda idea vaga: ‘La invitación’ no debería ser, «Si hay alguien aquí presente que quisiera pasar al frente, puede hacerlo, o también puede esperar a verme después.» Ha de ser: «Dios está llamando a que vengan a El ahora. Vengan.»(1) Con todo, a pesar de la publicidad que se le ha dado en estos últimos años, creemos que se puede poner en discusión si aun ahora todo está claro lo qué se les pide a aquellos que pasen al frente. ¿Es el pasar al frente una declaración externa de una decisión salvífica interna que el oyente ya ha hecho en su banco, como un simple ‘testimonio externo’? ¿Por qué se les dice, pues, que ‘pasen al frente’ para recibir a Cristo? ¿Qué relación tiene ‘recibir a Cristo’ con el pasar al frente.» ¿Hay alguna relación? La descripción más popular de ‘la invitación’ como ‘acto de entrega a Cristo’, deja estas preguntas sin respuesta, y a no ser que el sistema quiera refugiarse detrás de la imprecisión que dice evitar, hay ciertas consideraciones muy fundamentales que se deben aclarar.
Antes de escribir las páginas que siguen traté de entender las razones que se presentan en favor de ‘la invitación’, tanto con la lectura de lo que sus defensores dicen como con la asistencia a reuniones en las que se hace un llamamiento público a pasar al frente. No quiero presentar mal este tema. Esto conduce, sin embargo, a una dificultad. Cubrir con el anonimato las citas que daré sería tanto irritante para el lector como contrario a los intereses de una discusión honesta. La discusión de un tema controvertido exige citas refrendadas con do*****entos. Por otra parte, el peligro es que una vez se citan nombres, el interés se transfiere del aclarar las ideas a la persona cuyas ideas se examinan. Si fuera posible presentar los argumentos en favor del sistema de invitación con palabras de personas ya fallecidas, este peligro podría en cierto modo eludirse, pero no conocemos ningún predicador evangélico de otras épocas que haya usado ‘la invitación’ en la forma exacta en que se utiliza hoy día. Si bien ciertas afirmaciones de Finney y Moody podrían resultar interesantes a este respecto, no podrían tomarse como las razones más persuasivas que existen en favor del empleo moderno del sistema. Tengo que concluir, pues, que la única forma de presentar en forma adecuada los argumentos empleados en favor del sistema es citar directamente al portavoz contemporáneo más elocuente que lo utiliza, a saber, Billy Graham. Sólo me queda esperar que el lector preferirá esto a una crítica velada e indirecta de una posición que el evangelista americano sostiene, y que se tendrá presente que lo que se examina no es un problema de personalidades.
Durante la «Cruzada del Gran Londres» en 1966, todas las reuniones concluyeron con una invitación» pública y una breve explicación del por qué se hacía. El propósito de la ‘invitación’ era, según se decía, muy sencillo. Se decía a los oyentes que no hace falta mucho conocimiento y nada de emoción para responder: es un ‘acto de entrega a Cristo’, expresado en la acción de dejar el asiento para ir a reunirse con otros frente a la tarima del predicador. El carácter de apremio de la acción de pasar al frente no se transmite por medio de suscitar emociones sino de razones que el predicador da para impulsar al inconverso a responder. En un grado mayor o menor el sermón ya ha demostrado la necesidad de cambiar a aquellos que no conocen a Cristo y la importancia de ‘la invitación’ se basa en que se presenta como la oportunidad para que se produzca tal cambio. Se le dice al oyente que lo que necesita es ‘dejar que Cristo entre en su corazón’, palabras que significan ‘(1) arrepentirse, (2) recibirlo por fe’, a lo cual Graham suele añadir palabras como éstas: «Lo vamos a hacer así, levántense ahora mismo y pasen al frente.»(2) Curtís Mitchell, dice que las palabras que Graham emplea al hacer el llamamiento varían poco y nos da el siguiente ejemplo típico:
‘Les voy a pedir que pasen al frente. Los de allá arriba, los de abajo -quiero que pasen al frente. Vengan ya- rápido. Si van con amigos o parientes, los esperarán. No permitan que la distancia los mantenga separados de Cristo. Hay que andar mucho, pero Cristo anduvo más hasta la cruz porque los amó. Claro que pueden caminar estos pocos pasos para entregarle la vida…'(3)
A los que vacilan, Grahan les agrega: ‘Dios les está hablando. Levántense y vengan ya… una voz les dice, «Debería ir a Cristo». ¡Vengan enseguida! Quizá no vuelvan a tener la oportunidad. Han de venir por fe. Necesitan a Cristo, levántense y vengan…’ En todo esto no hay presión alguna que vaya más allá de la insistencia solemne que los que deseen recibir a Cristo deben pasar al frente.
Cuando, después de unos momentos de silencio, ya hay muchas personas reunidas frente a la tarima, las implicaciones espirituales de lo que está ocurriendo se vuelven a subrayar. Dirigiéndose a los que han respondido a la invitación, Graham dice, ‘Esta noche se han entregado a Jesucristo, han venido a recibirlo en su corazón’, o ‘Entreguen su vida a Dios. Háganlo ahora’. Y con la esperanza de que así lo hayan hecho, Graham les asegura: ‘El los recibe; murió por ustedes; dice, «Tus pecados son perdonados.» Acéptenlo. El pasado está perdonado, Dios perdona… Ni siquiera ve sus pecados. Acepten por fe que venga a su corazón.’ Luego sigue una oración que se pide a los que han pasado al frente que repitan en voz alta después del predicador: ‘Oh Dios, soy pecador. Me arrepiento de mis pecados. Quiero apartarme del pecado. Recibo a Cristo como Salvador. Le confieso como Señor. De ahora en adelante quiero seguirlo y servirlo en la comunión de su Iglesia.’ Antes de que los que hayan pasado al frente, salgan del servicio, Graham les hace algunas exhortaciones prácticas finales, tales como, ‘Lean la Biblia… Oren… Den testimonio… Vayan a la Iglesia para adorar a Dios,’ y con estas palabras se da por sentado el cambio en los que han respondido. ‘Van a ser tentados, pero son sus hijos, levántense…’
Ahora pasamos a examinar las razones que se dan para demostrar lo correcto que es hacer esta invitación’ al final del mensaje. Graham repitió muchas veces dos razones a sus oyentes en el auditorio de Earls Court, y hay una tercera. Estos son:
1. Cristo siempre llamó a los oyentes en público y esta afirmación se corrobora con textos como Sígueme’, o ‘A cualquiera que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.’
2. ‘Salir al frente,’ dicen, lo fija, lo rubrica.’ No oímos que desarrollarán este punto pero el significado implícito parece ser que una decisión hecha pública es más probable que sea decisiva e irrevocable. ‘Hay algo en el pasar al frente y pararse. Es una expresión externa de una decisión interna.(4)
3. Según la biografía autorizada de Graham escrita por John Pollock, la invitación tiene valor como demostración visual para los no comprometidos. Pollock menciona que el efecto que tiene una reunión televisada con su correspondiente invitación y respuesta ante miles de televidentes es más valioso que un sermón de Graham televisado desde un estudio: ‘Cuando el americano medio, honrado, de buena reputación, ve al Dr. Graham en un estudio que le dice que necesita «nacer de nuevo», su primer impulso será hacerlo pasar por fanático. Pero si el televidente ve a miles de personas normales y respetables que escuchan y asienten a todo lo que él mismo está oyendo, y luego ve a centenares que voluntariamente se levantan y pasan al frente en respuesta a una invitación sin presiones, comenzará a pensar en el mensaje y la situación con cierto interés sincero y honesto. Es mucho más fácil decirle a un solo orador que está equivocado que desacreditar la convicción y decisión de miles.(5)
LA INVITACION Y LA BIBLIA
De las tres razones que se han dado, sólo la primera pretende basarse directamente en la Biblia. Tenemos, por tanto, que considerar, en primer lugar, si los textos que se citaron son decisivos ya sea a favor o en contra de la práctica que estamos examinando. El mandato de Jesús, ‘Sígueme’, dado a sus futuros apóstoles y a otros contemporáneos, se dice que justifica el invitar a las personas a que pasen al frente porque Jesús exigió una identificación externa consigo mismo por parte de aquellos que serían sus discípulos. Pero ¿Qué significa ‘Sígueme’ o ‘venid a mí’ en los labios del Hijo de Dios? ¿Se trata de instrucciones que requieren primordialmente movimiento físico? Que a veces incluya el aspecto físico (como cuando Zaqueo bajó del árbol) parece claro en los relatos evangélicos, pero incluso en tiempo de Cristo el sentido fundamental de esas palabras era claramente una identificación espiritual con El por medio del arrepentimiento y la fe. Una vez que Cristo ya no estuviera físicamente presente, no podrían tener ningún otro sentido. Nadie puede ir a Cristo andando, e incluso cuando vivió en la tierra, ir a El de este modo no se consiguió como se dice que consiguen aquellos que pasan al frente. No hay equivalencia entre el llamamiento moderno y las palabras del Señor, y con todo el llamamiento se presenta como si Cristo mismo respaldara la invitación del evangelista a ‘levantarse ya’. ‘Fue a la cruz para morir, sangrando por usted; también usted puede dar unos pasos por El en este hermoso estadio’. ‘Vengan, si no lo reciben morirán en pecado, pasen al frente…’ Y luego a los que se reúnen al frente los tratan como los que obedecen al mandato de Cristo. Mitchell presenta la siguiente conversación típica entre Charles Riggs (director de consejeros en la Cruzada del Gran Londres de 1966) y alguien que inquiría
«Ha pasado al frente para recibir a Cristo.
¿Cómo sabe que esto es lo que debe hacer?»
«Bueno, así lo dice la Biblia.»
«Entonces lo dice Dios, ¿no es así?»
«Sí, eso creo.
«Y no hay mayor autoridad que Dios,
¿no es cierto. No, claro que no.
Entonces acepta la Palabra de Dios, ¿verdad?
Cuando la respuesta a la última pregunta es afirmativa’, Mitchell prosigue, como suele ser el caso, Riggs lo resume todo para el novicio- «Véalo así,» dice, «Dios lo dice. Por fe usted lo cree. Y esto es todo.»(6)
Como trataremos de exponer luego, todo este razonamiento se basa en el presupuesto de que pasar al frente equivale, si no es idéntico al acudir a Cristo. Solamente cuando existe confusión en la mente de algunos se puede citar un texto como ‘Sígueme’ como prueba de lo acertado en la práctica.
Pasamos ahora al segundo texto que, según dicen, prueba que la ‘invitación’ pública está en armonía con el mandato de Cristo, ‘Cualquiera que me confiese delante de los hombres…’ (Mateo 10:32). Lo que hay que resolver respecto a este texto es evidente: ¿Dice Cristo que con un acto de confesión nos hacemos cristianos o enseña que una señal indispensable de los que son cristianos es que viven una vida que en forma manifiesta lo confiesa? ¿No es acaso el llamamiento evangelístico moderno de confesar a Cristo por medio del pasar al frente a fin de recibirlo por medio de la fe, una inversión del orden que establece el Nuevo Testamento? Confesar a Cristo es el deber espiritual del cristiano. En ninguna parte del evangelio se dice que el *****plir ciertos deberes externos nos ayuden a hacernos cristianos. Sin embargo todo el sistema de invitación inevitablemente da la impresión de que «confesar a Cristo» pasando al frente es necesario para la conversión. Graham dice bien claramente que la confesión que se le pide en «la invitación» de pasar al frente o de pararse es para aquellos que hasta ese momento no han sido cristianos. J.C. Pollock menciona el hecho de cómo, al predicar en Berlín en 1954, Graham, una vez llegado al final del mensaje, dijo: «los que quieran seguir a Cristo, que se pongan de pié,» el intérprete empleó palabras que para un alemán significaban «¿desea confesar a Cristo?» Decenas de millares se pusieron de pie: Diáconos, pastores, laicos que se creían discípulos. Billy dijo, «No, no, no me entienden». Volvió a explicar el significado del arrepentimiento, de la fe, de la primera decisión por Cristo, del nuevo nacimiento. John Bolton está «absolutamente seguro» de que los asistentes entendieron la segunda traducción. Algunos se quedaron sentados, una gran cantidad se pusieron de pie.(7)
Si este confesar a Cristo por medio de la respuesta a un llamamiento no es para los cristianos, es imposible ver cómo Mateo 10:32 se puede emplear en apoyo de tal práctica. Sólo se puede hacer si se interpreta la confesión (a la que Jesús promete recompensar) en una forma que no va de acuerdo con la analogía de la escritura. Si este texto fuera, en efecto, una guía en cuanto a la forma en que los pecadores han de ‘decidirse por Cristo,’ significaría una interpretación radicalmente nueva de un número considerable de textos del Nuevo Testamento. Textos que los cristianos evangélicos han entendido siempre en el sentido de que ofrecen las características de aquellos que verdaderamente han nacido de nuevo, no la forma en la que este nacimiento ocurre. Por ejemplo, Juan 8:31 no enseña que el permanecer fieles a la palabra de Cristo nos hace verdaderos discípulos, ni tampoco Juan 15:8 dice que el llevar fruto sea el proceso por medio del cual nos volvemos verdaderos cristianos, si bien estos textos (y muchos otros) se podrían forzar para darles ese significado. La distinción que hacemos aquí no es más que la antigua distinción protestante que decía que las obras son pruebas necesarias de la salvación, no una condición para la salvación.
En este debate, desde luego, no se discute si un acto inicial de confesar a Cristo lo exigieron los apóstoles de aquellos que, al recibir el evangelio, eran recibidos en la iglesia. Tal confesión iba incluida en el bautismo. Pero antes de que alguien sacara la conclusión de que ‘la invitación’ no es más que cambiar el modo en que se hace la confesión, se ha de decir que el bautismo nunca ocupó el lugar que el sistema de invitación ocupa actualmente en el evangelismo. El lugar que ocupa la ordenanza del bautismo en el trabajo misionero de la iglesia es el de sellar a aquellos que han profesado a Cristo como resultado de la enseñanza (Mat. 28:19), y antes de que esa confesión se pudiera hacer, (era una forma que en adelante identificará públicamente a los convertidos con las iglesias y con Cristo) los que ocupaban puestos de responsabilidad y disciplina en la iglesia, tenían que estar convencidos de que las personas hacían una profesión aceptable y estaban instruidos en la fe. Por algunos ejemplos que se encuentran en Hechos se puede argüir que a esta convicción se puede alcanzar en un plazo de tiempo muy breve. Pero la experiencia de las iglesias después de su constitución inicial por parte de los apóstoles, demostró lo contrario; de ahí surgió esa clase de personas a las que se llamaba ‘catecúmenos’, quienes no eran recibidos de inmediato como miembros plenos de la iglesia por medio de la profesión pública apenas hubieran indicado interés por el evangelio.
Principios bíblicos generales tales como el de no imponer las manos sobre nadie en forma precipitada, que han sido confirmados a lo largo de la historia de la iglesia, demuestra que la profesión pública de Cristo hecha en forma repentina por parte de personas cuya experiencia no se ha podido comprobar ni con el tiempo ni por medio de la observación por parte de los pastores, termina casi siempre en desastre. Por esta misma razón no conocemos ningún ministro evangélico que estaría dispuesto a bautizar de inmediato a personas que ‘responden’ al final de un servicio.
El bautismo y el pasar al frente son dos cosas esencialmente diferentes. El primero es un acto que confirma las promesas de salvación hechas a los creyentes, el segundo es una estratagema que tiene como fin ayudar a los hombres a hacerse creyentes. El uno da testimonio de la salvación, el otro se dice que de hecho consigue algo encaminado a nuestra salvación. El primero es un acto que Cristo mandó, mientras que el segundo no.
C.G. Finney (1792-1875), quien al parecer fue el primer evangelista que invitó a las personas a pasar al frente durante un servicio para ocupar lo que él llamaba ‘el banquillo de inquietud’, defendió dicha práctica por considerarla que respondía al propósito que el bautismo tuvo en tiempo de los apóstoles. El profesor Dod de Princeton hizo el siguiente comentario respecto a esta razón: ‘aunque supone que el banquillo de inquietud ocupa «el puesto preciso» que el bautismo ocupó en otro tiempo, de ninguna forma podemos aceptarlo como equivalente. El bautismo era, en realidad, una prueba de carácter, ya que significaba obedecer o desobedecer a un mandamiento divino; pero el banquillo de inquietud no puede considerarse así, a no ser que se apropie una autoridad semejante.(8)
Antes de dejar de lado este examen de la supuesta prueba bíblica en favor del sistema de invitación podemos también notar una cierta inconsecuencia entre aquellos que están en favor de dicha práctica. Por ejemplo, Harold J. Ockenga, de Boston, al dirigirse al Congreso Mundial de Evangelismo (reunido en Berlín bajo la presidencia de Billy Graham, Otoño, 1966), dijo que era lícito usar o no usar ‘la invitación’ porque han ocurrido conversiones en ambos casos: ‘debemos concluir que no podemos ser exclusivos en nuestra metodología, ni tampoco podemos juzgar a aquellos que usan una metodología diferente en evangelismo.'(9) Ockenga parece argumentar que tanto el uso como el no uso de ‘la invitación’ son aceptables, ya que Dios bendice ambos ministerios. Pero si la decisión del evangelista de emplear ‘la invitación’ es opcional, no puede haber pruebas bíblicas que la exijan, porque en ese caso el predicador evangélico tendría obligación y no estaría en condiciones de elegir. Si hay autoridad bíblica en favor de la práctica, el que no la usa está fallando aunque Dios pueda bendecir su ministerio a pesar de esa deficiencia. Por otra parte, si no hay autoridad bíblica, el argumento de que ‘Jesús siempre invitó a las personas públicamente’ debe dejarse de usar.
La falta de certeza de aquellos que emplean el sistema de invitación en cuanto a las pruebas bíblicas no carece quizá de relación con la importancia que dan a argumentos subsidiarios a los cuales nos referimos a continuación.
EL ARGUMENTO SICOLOGICO
El segundo argumento que se emplea en defensa de la invitación se expresa con las siguientes palabras: ‘hay algo en el hecho de pasar al frente que lo justifica.’ Estamos evidentemente ante una alusión a lo que se considera como interpretación justificada de la personalidad humana. La falta de determinación del inconverso se considera como el problema espiritual básico: el Espíritu sale al paso de este problema por medio del convencimiento de pecado. Cuando este convencimiento se presenta, el individuo experimenta desconsuelo, ‘y este desconsuelo produce presión en su voluntad para que trate de resolverlo’. Frente a esta situación el evangelista debe intervenir con una invitación que ofrece, Graham cree, ser el escape emocional adecuado para aquellos que se encuentran en esta condición de turbación. Tratando de defender la práctica, argumenta en esta forma: ‘muchos sicólogos dirían que es sicológicamente acertado. Una de las razones por las que nuestras películas y dramas de televisión suelen producir un efecto malo es porque mueven las emociones hasta una intensidad grande pero no ofrecen ningún escape práctico para las mismas.'(10)
Ford presenta el mismo argumento en forma más completa: ‘estoy convencido de que hacer alguna clase de invitación pública de venir a Cristo no es solamente teológicamente correcto, sino también emocionalmente adecuado. Las personas necesitan tener esta clase de oportunidad para expresarse. La decisión interna de aceptar a Cristo es como clavar un clavo en una tabla. La declaración externa de esa decisión es como doblar el clavo por el otro lado, de forma que no se pueda sacar fácilmente. Impresión sin expresión puede conducir a depresión. El profesor William James(11) dijo, «Cuando alguien se ha decidido es bueno que se comprometa; que se imponga a si mismo la necesidad de hacer algo más, la necesidad de hacer todo lo posible. Si el caso lo permite, que se comprometa públicamente. Que envuelva su resolución con todas las ayudas posibles.»(12)
Estas citas resumen el argumento psicológico en favor de ‘1a invitación’. Se considera que el consentimiento de la voluntad del hombre es el objetivo principal que hay que alcanzar; se supone también que una respuesta que implica alguna acción frente a los demás comprometerá a la voluntad de las personas con más seguridad que si se les dejara que cada uno buscara individualmente a Cristo en privado. Por esto Ford, relacionando el supuesto argumento bíblico con el psicológico, insiste en la ventaja de la invitación de pasar al frente ‘como medio de obedecer el mandato de Cristo de confesarlo delante de los hombres, y como paso que ayudará a llegar a una decisión bien concreta y definida’. Es tal la debilidad de la voluntad, y se identifican (se supone) tan íntimamente las operaciones del espíritu con el procedimiento utilizado en las reuniones, que no ofrecer ‘1a invitación’ en el momento decisivo es correr el riesgo de interrumpir la ‘presión’ y en consecuencia la posible pérdida de almas que pueden volver a caer en el estado anterior de indecisión o falta de voluntad. La gran necesidad, pues, es comprometer en forma inmediata y abierta a la voluntad, y cuanto más pública sea la acción menos probable es el volver a caer. Parece que por esta razón, incluso cuando el lugar en el cual se tiene la reunión hace difícil el pasar al frente, el sistema de invitación está en favor de levantar la mano o de agitar un pañuelo antes de no hacer nada público en absoluto.
Esta forma de razonar, que por primera vez empleó en evangelismo Charles G. Finney allá por 1830, pretende ser sicológicamente acertada. Parece ser más o menos lo que Graham quiere decir cuando afirma que una respuesta publica resuelve el caso del individuo. El siguiente incidente quizá sirva para ilustrar el punto. Hace unos pocos años Graham predicaba en Londres un domingo por la noche. Al final del sermón a las 8.30 p.m. se comenzó de inmediato una media hora de himnos de forma que no pudo hacer la invitación hasta que la transmisión terminara. La respuesta fue desalentadora y Graham explicó que se debió al hecho de que el llamamiento no siguió de inmediato al sermón. En otras palabras ‘la presión’ se había eliminado después de los treinta minutos pasados entre el final del sermón, y el efecto de la invitación perdió consiguientemente fuerza.
Algunos interesados en sicología, y que por otra parte no pretenden ser evangélicos, no han dejado, sin embargo, de observar que el hecho mismo de que un sistema de invitación armonice con ciertos rasgos de nuestra forma de ser sicológica lo hace vulnerable a objeciones serias. Estos críticos arguyen que la forma en que las conversiones se producen bajo este sistema, por medio de presión sobre la voluntad, difiere muy poco de la forma en que ocurren ‘conversiones’ que no tienen nada de cristianas. La ‘manipulación’ de una gran masa de personas en un ambiente controlado, con métodos de sugestión persuasiva que conducen a la necesidad de una respuesta pública -descarga emocional- es sicológicamente infalible, dicen, en cuanto a conseguir resultados prescindiendo de si la multitud se ha reunido en nombre de religión, distracción o política. Siquiatras modernos como William Sargant han analizado algunos de los procesos fisiológicos que lo demuestran, y oponentes a las cruzadas como George Target, basados en esto, han sometido, al sistema de invitación a un escrutinio incómodo: ‘se les dice a todos los presentes que oren, se les instruye que cierren los ojos e inclinen la cabeza, y las palabras toman la forma auto -sugestiva de que centenares de personas ya están pasando al frente, encontrando felicidad, paz, amor, a Dios… Los consejeros dispersos por todo el auditorio son los que empiezan a pasar al frente, crean el sentido de que lo que se está diciendo es verdad incluso cuando muy a menudo no lo es… quizá todo sea verdad, quizás esas personas han conseguido una paz indefinible… la tensión aumenta hasta un punto insostenible y va todavía más allá… Lo sorprendente es que de hecho tan pocos obedezcan.'(13)
La Organización Billy Graham ha negado repetidas veces en años recientes la utilización en las reuniones de elementos emotivos que pudieran influir en la voluntad para que obre cuando se da el llamamiento, y a menudo se señala que el himno, ‘Tal como soy… heme aquí,’ que se solía cantar mientras se daba la invitación, ya no se usa. Pero esto prescinde del hecho de que la presión principal sobre la gente para que pase al frente era, y es, la idea que el predicador constantemente transmite de que el pasar al frente es de gran importancia espiritual. Unido a esto está la implicación clara de que el no responder en la forma que se les pide es una negativa consciente a obedecer a Dios. Este simple hecho es suficiente para explicar la tensión. Dijo Mitchell, amigo de Graham, respecto a la invitación: ‘su invitación quizá se exprese con palabras suaves pero va envuelta de repente de un apremio eléctrico.’ El himno quizá ya no se cante pero la enseñanza de que aquellos que se levantan vienen de hecho a Jesús, todavía está claramente implícita en la invitación.
No citamos a Target porque creamos que su sicología sea acertada cuando se trata de entender los caminos sobrenaturales que Dios emplea para dar vida a los pecadores muertos, pero sí creemos que como el pensamiento de Graham es defectuoso en este punto concreto, su práctica queda abierta a acusaciones que no se podrían hacer si su evangelismo fuera más bíblico. Con todo Graham no solamente no resuelve esas acusaciones en forma satisfactoria, sino que parece inconsciente del peligro que se corre cuando se trata de justificar la invitación, o la misma conversión, recurriendo a la sicología. En un sermón acerca de la conversión en su obra Los Que Pasan Al Frente, el evangelista recurre al testimonio de sicólogos para demostrar la necesidad que el hombre tiene de conversión: ‘Un psicólogo de Chicago dijo en cierta ocasión, esta generación necesita la conversión más que cualquier otra generación en la historia». ‘Un famoso psicólogo británico dijo recientemente, «nuestra constitución sicológica es tal que necesitamos conversión, y si la iglesia no acierta a convertir a la gente, nosotros los sicólogos tendremos que hacerlo.» Así que incluso la sicología reconoce la necesidad de que el hombre se convierta.
‘La Biblia enseña que uno debe convertirse para entrar al cielo. El siquiatra enseña que uno debe convertirse a fin de poder vivir la vida en forma plena.'(14)
Se podrían pasar por alto estas afirmaciones considerándolas como simplemente incautas, pero ¿qué diremos de la explicación siguiente del llamamiento a pasar al frente al final del sermón? La da el autor del libro mencionado antes, a quien el mismo Graham describe en el Prefacio como alguien que ha estado en una posición única para observar su obra: ‘Donde quiera que esté, si uno pasa al frente, ya sea de hecho o en espíritu, el resultado es un cambio.'(15)
‘¿Qué ocurre?’ Sicólogos, siquiatras, teólogos y evangelistas, todos ellos han tratado de explicarlo.
‘Gordon Allport, famoso psicólogo, dice: «La religión para el hombre es la propuesta audaz que hace de vincularse a sí mismo a la creación y al Creador. Es su esfuerzo final de ampliar y completar su personalidad hallando el contexto supremo al cual con todo derecho pertenece.»
‘Entonces quizá la conversión es el paso espiritual definitivo hacia ese fin.'(16)
Creemos que ya se ha dicho lo suficiente para demostrar que el defender ‘la invitación’ en nombre de la sicología es un procedimiento peligroso que puede en último término conducir a desacreditar por completo la experiencia evangélica genuina. Cuando se trata de las cosas de Dios la sicología moderna es una caña quebrada, pero si, en lugar de aceptarla como tal, la tratamos como autoridad, al evangelismo le espera su juicio. Las prácticas bíblicas no necesitan el sello de la sicología moderna. Y si bien necesitamos defender la verdad ante un mundo incrédulo, no es parte de nuestra responsabilidad justificar prácticas que no son bíblicas con el método precario de recurrir a la opinión de sicólogos.
La verdad es que en toda predicación, y sobre todo cuando intervienen grandes multitudes, habrá resultados que se pueden explicar en una forma puramente natural. David Hume, el filósofo del siglo 18 que ridiculizó el evangelio, cita un ejemplo vistoso de esto ocurrido estando él presente en una inmensa reunión al aire libre en la que George Whitefield predicaba. La multitud era tan grande que los que se hallaban en las últimas filas no podían ni oír al predicador. Sin embargo Hume dice que caminando por el perímetro de la congregación se sorprendió ante las pruebas de emoción con las que se encontraba a cada paso. ‘Se detuvo por bastante tiempo al lado de una mujer que lloraba piadosamente, y preguntó:
-«Buena mujer, ¿por qué está llorando?».
-«¡oh señor! por el sermón del predicador.»
-«A Pero puede oír lo que el predicador dice?».
-«No, señor.» – «¿Ha oído algo de lo que ha dicho?’
-«No, señor.
-«Por favor, pues, ¿por qué llora?».
-«¡oh señor! ¿no ve ese balanceo santo de su cabeza?»(17)
La burla de Hume contiene parte de razón. A algunas personas les afecta la multitud. No cabe duda de que si los predicadores evangélicos del siglo 18 hubieran hecho un ‘llamamiento,’ habrían conseguido que muchas personas como esa mujer pasaran al frente. Al preferir no atribuirse ni a sí mismos ni a su ministerio el mérito de vidas cambiadas, quitaron de raíz el fundamento a toda crítica que un llamamiento público le hubiera dado a Hume (antecesor de muchos sicólogos modernos), si hubiera observado a personas como esta mujer pasar al frente. Y también se ahorraron la necesidad poco edificante de tener que demostrar cuántos de los que públicamente ‘aceptaron a Cristo’ que perseveraban.
Se podría muy bien afirmar que ‘el argumento psicológico,’ lejos de refrendar la validez del sistema de invitación, incita más bien a dudar del mismo. La sabiduría del mundo, ya sea en la forma de filosofía o sicología, nunca resultará ser en último término aliado del evangelio.
LA INVITACION COMO DEMOS TRACION VISUAL
El tercer argumento en favor del sistema de invitación, expuesto en la biografía autorizada de Graham escrita por Pollock, se podría pasar por alto, porque no es una razón formal que dé el evangelista mismo del por qué los oyentes deben pasar al frente. El argumento de centenares o millares de personas que pasen al frente es una demostración visual para el resto de los indecisos, demostración que viene a confirmar la verdad de lo que ha sido predicado. Si bien Graham quizá no haya dicho que desea que ‘la invitación’ produzca este efecto, tanto el enfoque de la cruzada(18) como sus propias palabras van dirigidos a este fin. ‘¡hay muchas personas que vienen a Cristo en este auditorio esta noche, que se acercan por todos los pasillos,’ afirmaba durante La Gran Cruzada de Londres de 1966 a aquellos que escuchaban el servicio que les era transmitido en otros centros. La información tenía la intención bien clara de ayudar a las personas que formaban parte de los auditorios invisibles en otras partes del país a hacer su ‘decisión,’ y se les decía que pasaran al frente como lo estaban haciendo las multitudes en el auditorio donde predicaba el evangelista. En forma parecida, cuando esa misma cruzada estaba llegando a su fin, Graham al dar ‘la invitación,’ urgió a otros a que respondieran y lo hizo usando palabras como ‘decenas de millares habrán venido a conocer a Cristo’ – parece ser alusión a los miles que habían pasado al frente en las semanas anteriores. Las estadísticas de los que responden parece, pues, que se usan para reforzar el argumento visual. El llamamiento público tiene como fin producir un cierto efecto en los indecisos que están u observando u oyendo a aquellos que pasan al frente.
Es difícil entender el pensamiento de Graham a este respecto. Si bien la respuesta externa se presenta como ‘decidir por Cristo,’ Graham sabe que el pasar al frente por sí mismo no salva a nadie. También’ sabe -como indicó en cierta ocasión en una entrevista de televisión con Kenneth Harris- que ‘conseguir que un grupo pequeño de personas verdaderamente crean’ es más bíblico que esperar la conversión simultánea de grandes multitudes. Pero si las multitudes de hecho no se convierten noche tras noche, tal como se les hace creer a los que están viendo, ¿por qué persistir en este método de invitación después de todo? Los que se hallan bajo la acción salvadora del Espíritu de Dios no sufrirían por la ausencia de este método, y podrían ponerse en contacto con otros cristianos sin que se les pidiera públicamente que pasaran al frente antes de que finalizara el servicio La única conclusión a la que se llega, como Pollock ha afirmado, es que se considera que el método de invitación posee un valor evangelístico tal que debe retenerse. En otras palabras, la acción es importante, no tanto para la persona que pasa al frente (quien quizá más adelante demuestre ser espurio,) sino para producir la impresión total que la acción común de un grupo grande causa en el resto de la asamblea – impresión que Graham considera altamente deseable.
IMPLICACIONES DOCTRINALES
Como vemos, esto nos conduce al punto básico de la presente exposición. La convergencia de muchas personas ante el púlpito del ‘predicador puede ser muy impresionante, pero ¿puede realmente desempeñar algún papel en la conversión de los que están observando? Nuestra respuesta a esa pregunta depende de la doctrina que profesemos acerca de la naturaleza humana y del nuevo nacimiento. El problema, pues, viene a parar en ciertos interrogantes acerca no simplemente de métodos evangelísticos sino más bien de creencias teológicas. ¿Qué es la conversión y cómo ocurre? ¿Cuál es la acción del espíritu en la regeneración? ¿En qué forma la acción general del Espíritu, por medio de la cual habla a las conciencias de los todavía no regenerados por la Palabra, difiere de su acción especial y salvadora? ¿Hizo Dios o no más por Mateo que por otros publicanos que oyeron a Cristo predicar y no se convirtieron? ¿Hizo o no más por Saulo de Tarso que por otros fariseos que conocieron la verdad y no respondieron? ¿Por qué algunos creen ante la predicación del Evangelio y otros no?
Un examen de estas preguntas demostrará que la diferencia entre los que usan y no usan la invitación’ es mucho más honda que una simple cuestión de metodología. Harold J. Ockenga, quien como se dijo antes, considera que la diferencia es sólo de método, da pruebas de lo contrario al afirmar lo siguiente en cuanto a la creencia que sostiene, el sistema: ‘Algunos teólogos reformados,’ dice, ‘enseñan que la regeneración por obra del Espíritu Santo precede a la conversión. La posición evangélica es que la, regeneración depende del arrepentimiento, de la confesión y de la fe. Esta simple creencia estimula el evangelismo.'(19) Pasamos por alto la forma en que se hace esta afirmación, aunque resulta extraño el uso de la palabra ‘evangélica’ en relación con un punto de vista que no se puede encontrar en ninguna de las grandes confesiones y catecismos de las eras de la ‘Reforma’ ‘y puritana. Lo que afirma Ockenga es que un acto del hombre debe preceder a la acción salvadora del Espíritu de regeneración. Esto no quiere decir que no haya una actividad anterior del Espíritu: la Biblia dice bien claramente que el Espíritu Santo asiste la predicación de la Palabra y capacita al pecador para aceptar a Jesucristo como Salvador.’ La palabra clave es capacita. El Espíritu Santo, según este punto de vista, da una ayuda general a todos los que oyen el evangelio pero la decisión final depende del individuo; la ‘decisión que termina en la salvación o la reprobación’ la hace el individuo. Si los hombres son conducidos a la decisión, su regeneración se seguirá. Este es el orden de salvación según el sistema de invitación y se pretende que enseñar algún otro orden es quitarle al evangelismo todo estímulo. Ciertamente estamos dispuestos a conceder que el punto clave en cuanto al llamamiento público viene a reducirse a la cuestión de si este orden de salvación es acertado o equivocado. Si está equivocado debería descartarse la invitación,’ lo cual, desde luego, es completamente diferente que decir que hay que descartar el evangelismo.
Pasemos ahora a ver cómo la creencia que se dice ser la posición evangélica’ se relaciona con la práctica de la invitación.’
Al dar la invitación’ Graham puede decir, ‘Sólo pueden venir cuando el Espíritu los impulse.’ Con esto evidentemente quiere decir que cuando la persona está dispuesta, el Espíritu Santo está actuando. Pero ¿cuál es esta acción que se atribuye al Espíritu? No es su acción regeneradora, porque en esta situación Graham trata a los hombres como si estuvieran fuera del reino hasta que hagan el acto decisivo de ‘recibir a Cristo’: ‘Tienen la capacidad de elegir, se encuentran en la encrucijada, quizá nunca más vuelvan a estar tan cerca del Reino, creo que su corazón está especialmente preparado… Levántense y pasen al frente.’
Por el momento pasamos por alto este punto de una acción general y capacitadora del Espíritu – acción a la que pueden verse sometidos tanto los que por fin se salvan como los que se pierden. ¿Cómo entiende el oyente esta exhortación de Graham? La impresión que recibe es que la disposición que necesita es la disposición de pasar al frente, y cuando la persona que ha respondido en público se sienta con el consejero se le dice de nuevo que todo lo que necesita es disposición. Dice Charles Riggs: ‘cuando alguien está dispuesto a verse como pecador y está dispuesto a entregar su vida a Jesucristo por fe, lo puede hacer simplemente abriendo su vida al Salvador. A este respecto queremos explicar este punto con toda claridad y sencillez. Es como invitar a la propia casa a un huésped; uno invita a Jesucristo a entrar en su propia vida por fe. En Apocalipsis 3:20 se nos describe a Jesucristo de pie frente a la puerta del corazón, de la emoción, inteligencia y voluntad. No puede forzar la entrada pero entrará si se le invita, y cuando se le invita dice, «entraré.»
Riggs añade luego la oración típica en la que el individuo ‘recibe a Cristo’ (citada ya en las propias palabras de Graham) y, una vez dado ese paso decisivo, se le dice al consejero: ‘es necesario mostrar a la persona, basándose en la autoridad de la Palabra de Dios, lo que ha ocurrido. Hágale saber que Cristo entró (Ap. 3:20). He aquí una pregunta práctica que hay que proponerle a la persona que acaba de orar para pedir a Jesucristo que entre en su corazón:
«¿Dónde está Cristo ahora?» Si ha explicado con sencillez lo que la persona ha hecho y la persona lo ha entendido, debería responder: «Está en mi corazón.»(20)
Todo esto se basa en el supuesto de que si se conduce a los hombres a un estado de buena voluntad, se ha llegado a un punto que en cualquier momento se puede decidir. Se presupone además que ‘la buena voluntad’ en una persona inconversa es prueba de que el Espíritu ha preparado al individuo para la salvación, porque no cabe duda de que el pecador por sí mismo no tendría la buena voluntad de ir a Cristo. El argumento, pues, es el siguiente:
Premisa mayor: sólo los hombres a los que prepare el Espíritu están dispuestos a recibir a Cristo y ser salvos.
Premisa menor: los hombres dispuestos a recibir a Cristo pasan al frente.
Conclusión: los que pasan al frente para recibir a Cristo ya tienen la seguridad de ser salvados.
Pero tanto la premisa mayor como la menor contienen falacias. La premisa mayor presume falsamente que la buena voluntad que el inconverso posee es una disposición que lo prepara para la conversión y el nuevo nacimiento. La Palabra de Dios, sin embargo, indica bien claramente que puede haber una buena voluntad temporal y un consentimiento mental también temporal en el inconverso que por un tiempo lo dispone a profesar a Cristo en tanto que la enemistad natural de su corazón hacia Dios todavía subsiste. (Mt 13:20). Y las tortuosidades del corazón humano y la ceguera natural del hombre ante las cosas que conciernen a su propia alma son tales que no es necesario creer que esta clase de respuesta no salvadora solamente ocurre cuando hay hipocresía consciente. Por el contrario se puede ser muy sincero. El principio de interés propio en el corazón humano basta para explicar este tipo de respuesta al mensaje del evangelio, sobre todo si esa respuesta ha sido presentada como medio para alcanzar satisfacción, paz, como solución de problemas agobiantes, y cosas parecidas.
Podemos incluso ir más allá, basados en la Escritura, y decir que donde quiera que se predique la verdad habrá una especie general de convicción que el Espíritu produce y que perturba las conciencias de los hombres y los dispone a buscar alguna clase de alivio. Sin embargo, hasta que el Espíritu con su llamamiento y acción especiales los haya empujado hacia la vida nueva, no recibirán el alivio que Dios ha querido que se reciba viniendo a Cristo; más bien actuarán basados en ese principio que está en la raíz de toda religión natural, la creencia de que el hombre puede hacer algo para conseguir la amistad con Dios. Así Herodes, con la conciencia turbada ante la predicación de Juan Bautista, parecía dispuesto a hacer muchas cosas (Marcos 6:20). En Herodes había buena voluntad junto a una actitud básica de hostilidad hacia un Dios Santo. La Escritura nunca quita importancia al hecho de que la conciencia del hombre natural lo puede conducir a actividades ‘religiosas’ en tanto que su naturaleza sigue sin cambiar. El peligro es que imaginemos dicha actividad como fase inicial en el proceso de conversión y digamos a la gente que se encuentra en dicha condición, como Graham lo hace, que pasar al frente es el ‘primer paso’ y que cuando lo damos Dios hará el resto. Esto es recurrir al principio falso de las obras mencionadas anteriormente (que el hombre natural siempre ha considerado cierto) y no sorprende que responda. No basta contestar que, como se le dice bien claramente a la gente que debe pasar al frente ‘por fe,’ no puede haber peligro de una clase de salvación por obras en el sistema de invitación. En una predicación inadecuada del evangelio, en la que sólo se enfatiza el deber del hombre de arrepentirse y creer y se pasa por alto, su necesidad de nacer de nuevo para producir esta respuesta, es muy fácil que los oyentes confundan su propio consentimiento mental con una fe que no nace en nosotros sino que es ‘don de Dios’ (Ef. 2:8).
Harold J. Ockenga responde a la última objeción basada en la cita de Efesios con una negativa rotunda. Dice: ‘La fe se atribuye falsamente a Dios como don (véase Ef. 2:8 donde «don» es neutro y «fe» es femenino. Salvación es el antecedente de don). Al hombre se le manda arrepentirse, creer, convertirse. La Biblia sitúa estos actos dentro de la capacidad de la voluntad del hombre.'(21) Esta afirmación pone bien al descubierto la situación. No se debe hablar de la fe como producto de la gracia salvadora porque esta dentro del ámbito de la capacidad de cualquier hombre. Pero para demostrar esto hace falta mucho más que una traducción nueva de Efesios 2:8. No pocos comentaristas competentes para distinguir entre un neutro y un femenino han sostenido la exactitud de la traducción común. En este caso concreto, la fe la que se considere como don de Dios ya sea la salvación toda, de la cual la fe es sólo una parte, el tenor general de la enseñanza del apóstol está bien claro: la fe es del ‘poder de Dios’ (Col. 2:12); ‘a vosotros os es concedido a causa de Cristo,… que creáis en El’ (Fil. 1:29). El tono general del argumento de Ockenga no depende de un versículo en particular sino del supuesto de que un mandato bíblico implica capacidad por parte de aquellos a los que va dirigido. A menudo se ha demostrado que este supuesto se basa en la ecuación engañadora de responsabilidad con capacidad. Una parte del pecado del que el hombre es responsable es la incapacidad espiritual. No había falta de lógica en que Jesús acusara a los Judíos incrédulos de irresponsabilidad e incapacidad al mismo tiempo: ‘¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Aunque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el Diablo…’ (Juan 8:43).
Lo que está en juego aquí no es simplemente un matiz en la fe teológica. Nuestra acusación es que el sistema de invitación conduce inevitablemente al peligro de empujar a hombres inconversos a confesar su ‘fe’. Respecto a esto las palabras y experiencia del difunto Lewis S. Chafer son dignas de notar. Chafer, evangelista americano bien conocido, utilizó el sistema de invitación por un tiempo antes de llegar a ver la razón para abandonar dicha práctica. Entre las consideraciones que lo condujeron a descartar el invitar a los oyentes a pasar al frente menciona la siguiente:
‘Debido a la ceguera satánica ante el Evangelio de Gracia (2 Cor. 4:3,4), el hombre inconverso no puede comprender la base genuina de la salvación, y por ello está siempre dispuesto a hacer lo mejor que puede y sabe. Esto lo conduce a tratar de resolver su situación frente a Dios con sus propios esfuerzos. Esta tendencia natural a hacer algo de mérito induce a muchos a responder al llamamiento del evangelista… Cualquier líder de personalidad atrayente (y todo evangelista con éxito debe poseer esta característica en grado sumo) puede conseguirse la reacción pública de muchos, cuando lo que se propone es algo que tiene mérito religioso. Bajo tal impresión, una persona seria puede ponerse en pie en una reunión sin tener ni idea de lo que significa apoyarse por fe en la Roca que es Cristo Jesús; o se le puede persuadir a que abandone su timidez natural sin llegar a saber nada de abandonar su tendencia satánica de hacer las cosas por sí mismo, y apoyarse por fe en lo que Cristo ha hecho por él. La base de seguridad en los convertidos de esta clase, si se les hacen las preguntas adecuadas, se verá que no es otra cosa que el convencimiento de que han seguido las instrucciones que les fueron dadas.’
Si bien no es necesario que el predicador del evangelio siempre enfatice la verdad que se contiene en las palabras del Señor de que los hombres no pueden llegar a El a no ser que reciban un llamamiento especial del Padre (Juan 6:44,65), nunca es lícito dar a entender que un inconverso puede hacer lo que la Escritura afirma que no hará (1Cor. 2:14; Juan 5:40; Rom. 8:7, etc.). Algunos quizá refuten esta objeción basados en el hecho de que Billy Graham, y otros que emplean el método de invitación, afirman creer que el hombre es incapaz sin el Espíritu de Dios, y en la necesidad de la moción divina. Pero de lo que aquí se trata no es de si Graham acepta los textos que enseñan esto -como debe hacerlo todo aquel que cree en la Biblia-; el problema está en el significado de estos términos. El evangelista americano cree en una influencia general del Espíritu que acompaña a la Palabra y que capacita al hombre para responder. Pero hasta que no llega la respuesta siguen siendo inconversos: ‘recibimos la vida por medio de la confianza en Cristo.’ Estas son sus palabras, y confirma este orden -primero nuestra entrega, luego nuestro nuevo nacimiento- con su propio testimonio: ‘mientras cantaban la última estrofa del cántico pasé al frente. Este primer paso fue el más difícil que he dado en mi vida. Pero una vez dado, Dios hizo el resto.'(22) El ‘resto’ es el nuevo nacimiento. Graham nunca enseña que sólo cuando quita ‘el corazón de piedra’ e implanta una nueva naturaleza, se puede ejercer la verdadera fe. Para El, el Espíritu Santo da un poder general por medio del cual el hombre inconverso puede *****plir con una condición necesaria para su nuevo nacimiento. Su método evangelístico está de acuerdo con esta convicción. En contraste con este punto de vista, nosotros creemos que las Escrituras distinguen entre la acción general de convicción por parte del Espíritu -como la que hizo llorar a Esaú y temblar a Félix- y el llamamiento especial que da vida, otorgado por la gracia de un Dios soberano a aquellos a los que El ha escogido. Sólo los que están predestinados reciben este llamamiento y se dice bien claramente no que sigue a la fe justificante sino que la precede (Rom. 8:30; Hechos 13:48, etc.) y que produce el consentimiento de aquellos a los que es dado (Juan 6:36,37; Ef. 2:1-8-). Los que nacen de nuevo son los que ‘ven el Reino de Dios’ y con ello creen en el evangelio.
Pasamos ahora a la premisa menor del silogismo: Los hombres dispuestos a recibir a Cristo pasan al frente.
Sin duda que si a una persona que está bajo la acción salvadora del Espíritu un predicador cristiano le dice con autoridad que debe pasar al frente, lo más probable es que lo haga así por respeto por lo que cree ser mandato de Dios. Y si a dicha persona se le dice más tarde que su respuesta a la invitación fue el punto vital para su nuevo nacimiento, lo creerá así hasta tanto no descubra otras ideas. Ni por un momento queremos afirmar que cuando se emplea el sistema de invitación nadie se convierte, sino que el sistema no posee, en realidad, conexión alguna con el nuevo nacimiento. Se convierten a pesar del sistema, y no debido a él.
Pero, ¿qué diremos de la otra clase de personas, de aquellos que están dispuestos a pasar al frente, y a quienes se ha hecho creer que con esta acción vienen a Cristo? En este caso la premisa es falsa porque muchos no dispuestos a recibir a Cristo -en el sentido bíblico del término- están dispuestos a pasar al frente. El sistema de invitación en realidad no tiene aplicación alguna para esta clase de personas. El razonamiento de este sistema es como sigue: ‘si no están dispuestos no pasarán al frente; si están dispuestos deben ser salvados -argumento que se basa exclusivamente en la ecuación de que ‘venir a Cristo’ es lo mismo que pasar al frente, y que supone que si los hombres tienen la disposición suficiente para hacer lo segundo también pueden hacer lo primero. El pasar al frente y el recibir a Cristo se consideran como dentro del ámbito de la capacidad humana, como si no hubiera diferencia esencial entre la capacidad para pasar al frente en una reunión evangelística y el poder que saca a los pecadores de las tinieblas para colocarlos en la luz.
Nótese también a este respecto como el sistema de invitación ha afectado el vocabulario que se emplea para proclamar a los pecadores el llamamiento evangélico. Las palabras ‘creer’ y ‘arrepentirse’ ya no se suelen usar; en su lugar se emplean otros términos como ‘entregar la vida a Cristo,’ ‘abrir el corazón a Cristo, ‘hacerlo ahora,’ ‘entregarse por completo,’ ‘decidir por Cristo,’ etc., y a aquellos que se han convertido, a menudo se los describe diciendo que se han ‘rendido.’ Para Graham esta cuestión de vocabulario carece de importancia. Hablando de la conversión dice: ‘llámela como quiera. Llámela dedicación. Llámela entrega. Llámela arrepentimiento. Llámela gracia. Llámela como quiera.'(23) Pero hace bastantes años el profesor Albert Dod de Princeton indicó que la fraseología empleada para hacer que las personas se entreguen públicamente a Cristo durante un servicio es significativa. Comentando acerca de la frase favorita de Charles Finney, ‘rendirse a Cristo’ (a la que Finney unía siempre el pasar al frente), Dod observaba:
‘No nos es difícil entender por qué Mr. Finney presenta el deber del pecador en esta forma. Parece que es más fácil alcanzar por medio de un solo acto mental (la sumisión) que algunos otros deberes, y también parece más posible alcanzarla de inmediato. Si se invitara al pecador a arrepentirse, pareciese que se le quisiera decir que debería dedicar algún tiempo a pensar en sus pecados, y en el Ser al que ha ofendido; o si se le dijera que creyera en el Señor Jesucristo, quizá pensaría que no pudiera ejercer esta fe hasta que no hubiera repasado en su mente las consideraciones adecuadas para mostrarle su condición perdida, y lo adecuado del Salvador que se le ofrece. El arrepentimiento y la fe, por tanto, no responden tan bien a su propósito. Pero con la sumisión, puede inducir al pecador a *****plir de inmediato con el deber que tiene… En las tinieblas mentales, creadas por esta presentación no bíblica de su deber, y bajo la presión y excitación del ambiente, el pecador va a *****plir con el doble deber de someterse, y de decir que se ha sometido. ¿Quién puede dudar que, bajo estas circunstancias, se ha inducido a multitudes a realizar un acto mental diciéndose, «ya, ya está hecho», y luego a levantar la mano para decirle al predicador que se han sometido, en tanto que sus corazones siguen como antes, excepto, de hecho, que ahora van cerniéndose sobre ellos las brumas de la desilusión religiosa? Si este sistema hubiera sido planeado para guiar al pecador, en una forma admisible, al autoengaño, ¿En qué aspecto importante se hubiera podido adaptar mejor de lo que ahora lo está para conseguir este propósito?'(24)
CONCLUSIONES
1. El sistema de invitación, al presentar la respuesta exterior como vinculada con el ‘recibir a Cristo,’ crea una condición para la salvación que Cristo nunca designó.
2. Como la invitación a pasar al frente se da como si fuera un mandato divino, se les hace creer a los que responden que hacen algo digno de mérito delante de Dios, mientras que a los que no responden se les da la impresión de que desobedecen a Dios.
3. Al tratar dos elementos distintos, ‘venir a Cristo’ y ‘pasar al frente’ como si fueran uno solo, la tendencia de la invitación es desorientar al inconverso con respecto a su deber. El factor verdadero como se afirma en Juan 6:29 es, ‘Esta es la obra de Dios, que creáis en el que El ha enviado.’ El elemento falso es, ‘Levántense y pasen al frente.’ ‘Se sigue pues,’ dice R. L. Dabney, ‘una confusión inevitable de conciencia. Si la persona tiene dignidad y sentido común, probablemente se negará a pasar al frente, y entonces la tendencia del sistema es hacerle pensar que con ello se ha rebelado contra Dios y ha agraviado al Espíritu Santo; de ahí se sigue una confusión abrumadora. Si es más crédulo, y pasa al frente, se le da a entender que ha llevado a cabo una acción salvadora. De nada sirve que lo nieguen; porque el sentido común lo dice, «¿Por qué tanto apremio, si lo que proponen no fuera verdaderamente eficaz para conseguir algo?»(25)
4. La disposición de pasar al frente por parte del inconverso se puede deber por varias razones -un amor natural por si mismo y que lleva a buscar la felicidad, una conciencia perturbada que busca alivio por medio de un acto religioso, la influencia condicionadora de una asamblea grande donde otros responden, y así sucesivamente. Como esta clase de disposición de la que el hombre inconverso es capaz, no puede (por la naturaleza misma del sistema de invitación), distinguirse de la disposición de aquellos que, por la regeneración, han visto eliminada del corazón la enemistad natural para con Dios. Se hace creer a muchos de los no regenerados que su disposición natural (que los hace pasar al frente) es lo único que se necesita para hacerse cristianos. Los consejos y oraciones públicas que se les dan antes de abandonar la reunión sirven para confirmarlos en esta idea.
5. Como el sistema de invitación mismo impide la posibilidad de distinguir entre personas durante un servicio público, la respuesta externa sincera de los que todavía son inconversos viene a producir mayor incredulidad y dureza de corazón cuando caen en la cuenta de que no ha habido ningún cambio verdadero en su vida. ‘Sienten que los ministros y amigos del cristianismo han hecho un fraude cruel de su inexperiencia al empujarlos, en una hora de confusión, a posiciones falsas.. Están conscientes de que sus ansiedades religiosas y sus resoluciones eran perfectamente serias en ese tiempo, y que se sentían conmovidos y extraños. Sin embargo, una experiencia amarga y mortificante les ha enseñado que su nuevo nacimiento y religión experimental fueron cuando menos un engaño. ¿No sería natural sacar la conclusión de que también lo fueron los de otros? Dicen: «la única diferencia entre mí mismo y estos cristianos fervorosos es que ellos todavía no han descubierto el engaño como yo lo he descubierto.»(26)
6. Hay razón para creer que el número de personas que *****plen con la formalidad de ‘recibir a Cristo’ después de un llamamiento, y que luego se retiran por completo, no es insignificante. ‘Este hecho es tan bien conocido,’ escribió un observador del siglo pasado, que en muchas regiones el público espera fríamente que alrededor de cuarenta y cinco de cada cincuenta, o quizá una proporción mayor, en último término apostaten.'(27) En ciertas partes de América, donde el sistema de invitación se ha venido practicando durante muchos años, se ha hecho necesario anotar ‘las decisiones secundarias, ya que una cierta cantidad de los que responden ya lo habían hecho antes. Esto desacredita la verdad evangélica a los ojos del mundo.
7. Los que de verdad llegan al conocimiento de Cristo en los servicios evangelísticos no perderían nada si se omitiera la ‘invitación,’ en tanto que el apremiarlos a que realicen un acto público, con su notoriedad inevitable, puede muy bien llegar a ser contraproducente. Archibaid Alexander, uno de los fundadores de la gran escuela de preparación de predicadores evangélicos en Princeton, New Jersey, quien tuvo grandes experiencias de avivami