¡Qué bueno que esa ayuda foránea no se ha hecho esperar! La humanidad no es tan insensible para permanecer callada ante el dolor ajeno. Un terremoto de esta magnitud nos muestra que nadie está preparado ni puede detener la fuerza descomunal con que la tierra manifiesta sus «dolores de parto». Ni las casas mejores construidas ni los edificios mejores fundados; todos llegan a ser como «hojarascas» tiradas de un sitio para otro cuando la tierra se mueve. Por otro lado, los terremotos le recuerdan a la humanidad cuan frágil es, y a su vez le advierte que fenómenos como estos llegarían a ser la antesala de la segunda venida de Cristo. En cuando al nuevo retorno de Cristo se nos reitera cualquier cantidad de veces la necesidad de prepararnos porque no sabemos cuando será, así como nadie sabe cuando ocurrirá un fenómeno natural de esta naturaleza. En la parábola que tenemos para hoy, Jesús nos muestra algo así como el «ministerio de la vigilancia». Nos habla de estar despiertos en las vigilias más avanzadas; o sea, donde el sueño puede vencernos más. Para el creyente la vigilancia no es un tema optativo; ciertamente es el asunto de más apremio y demás constancia. A ella debe dedicarse a tiempo completo.
ORACIÓN DE TRANSICIÓN: Tracemos el orden de actuación de este imperativo bíblico.
I. EL CREYENTE DEBE VIGILIAR BAJO UNA POSTURA ADECUADA v.35
Los llamados «serenos» o vigilantes nocturnos tienen, por naturaleza, que estar despiertos toda la noche. A la mayoría se les entrega una arma reglamentaria y un uniforme para que hagan honor a su investidura, pero también para que defiendan los intereses de la empresa o familia que los contratada. Muchos de ellos se han enfrentado a todo tipo de peligros, y en algunos ocasiones su función les ha costado la vida. En todo caso ese «vigilante de valores perecederos» mantiene una postura adecuada para la que fue llamado. Al creyente se le ha entregado la inigualable tarea de ser el único «vigilante de los valores eternos»; algo así como «el guardián de los tesoros celestiales». Por lo tanto su postura como vigilante supera la de cualquier otra en la tierra. Y en ese imperativo de vigilar lo imperecedero se nos da la orden de: «Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas». La Nueva Versión Internacional traduce: «Manténganse listos, con la ropa bien ajustada y la luz encendida». Las túnicas al cinto indicaban que estaban listos para cualquier actividad. Y la lámpara encendida ilustraba el sentido de la espera. Así, pues, al creyente se le ordena vivir con la «ropa puesta» y con su «vida iluminada». Sobre su postura con respecto a «ceñirse sus lomos», se le recomienda: «Vestios de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo» (Ef. 6:11), «despojaos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos…y vestios del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (EF. 4:22, 24). Con relación a su lámpara, debe estar equipaba con «aceite», puesta en un lugar visible, y nunca debe ser apagada. La lámpara oriental era como una mecha de algodón flotando en un recipiente de aceite. La mecha tenía que estar siempre recortada y la lámpara bien llena para que la luz no se apagara nunca. Así es la naturaleza y la postura del creyente. La parábola de las «diez vírgenes» ilustra esto. Todas fueron dominadas de un gran sueño mientras esperaban la llegada del esposo, pero cinco de ellas, quienes eran «prudentes», lograron tener sus lámparas encendidas porque habían hecho la previsión del aceite. Pero cinco de ellas, conocidas como «insensatas», se quedaron fuera cuando el esposo llegó porque sus lámparas no tuvieron aceite (Mt. 25:1-13) El creyente debe vigilar con una postura adecuada; su vestido y su lámpara deben estar siempre listos, como si se tratara de un vigía durante toda una noche. El creyente tiene la ventaja que el Espíritu Santo llega a ser su «aceite» para que su vida ilumine, pero también le da el vestido de su santidad para que siempre esté prepado.
II. EL CREYENTE DEBE VIGILAR EN LAS HORAS MÁS AVANZADAS v.38
En la parábola hay un elogio para los «siervos vigilantes». Se les llama «bienaventurados», especialmente cuando han podido soportar las horas más avanzadas de la noche. Para el tiempo en que vivió Jesús, los que tenían a cargo las vigilias de la noche sabían que las horas más pesadas eran aquellas a quienes el Señor llama «la segunda» y «la tercera» vigilia, o sea la media noche o la madrugada. Los que hemos participado en vigilias de oración sabemos que esos son los tiempos más críticos para permanecer despiertos. El sueño es pesado y domina con frecuencia a esa hora. Me llama la atención que Jesús precisamente destacara este hecho en la vigilancia cristiana. Aquí hay sabiduría. En la vida espiritual llegan las «horas más avanzadas». Aquellas donde podemos ser sorprendidos sino estamos preparados y vigilantes. Una enfermedad puede llegarnos de repente. Las pruebas y tentaciones pueden venir a esas «horas avanzadas», y mover los cimientos de nuestra fe. Nadie sabe cuando puede venir un desánimo, un infortunio, una tragedia natural, etc. De modo que si logramos permanecer despiertos en esas horas de la vida, «bienaventurados somos». Cuando Jesús presentó esto a sus discípulos seguramente estaba pensando en la noche del Getsemaní. Allí él se enfrentaría a esa «hora de la media noche». Su mente iba a ser asaltada por la tentación de rehusar la cruz del calvario, hasta pensar en la posibilidad de pedir al Padre que usara otro instrumento para salvar a los hombres. Ninguna noche fue tan larga y donde Jesús necesitara estar tan despierto como aquella. La agonía de aquel tipo de muerte que se le avecinaba y el deseo de hacer la voluntad de Dios, le llevó a una feroz batalla en aquella inigualable noche hasta convertir su sudor como «grandes gotas de sangre». Fue por eso que les pidió a los soñolientos y cansados discípulos: «Orad y velad para que no entréis en tentación». La pregunta hecha no pudo ser más elocuente: «¿No habéis podido velar ni hora?». El descuido en las horas más críticas de la vida cristiana son tremendas oportunidades para que el tentador gane terreno. «Por tanto, no durmamos, como los demás, sino velemos y seamos sobrios» (1 Tes.5:6)
III. EL CREYENTE DEBE VIGILAR COMO SI HOY FUERA EL DIA v.40
1.Esperando para cuando «el señor regrese de la boda» v. 36b. Eso habla de expectativa, de responsabilidad, y de esperanza. La boda es símbolo de fiesta, de festejo, de celebración. Cuando Jesús se refirió a su segunda venida lo hizo en forma de un gran una gran boda. De hecho habló del «novio y la novia». Se refirió a la iglesia como estando «ataviada para su marido». Y en la consumación de las edades se habla, por inspiración profética, de las «bodas del Cordero». La esperanza del creyente no es incierta. Él sabe que alguien viene. El creyente sabe que su Señor viene y que lo hará con su toque de trompeta anunciando con ello su triunfo final. Como no se sabe el día ni la hora en que regresará el «señor de la boda» la vigilancia debe ser más notoria. No hay lugar para el «sueño» en esta espera. El descuido espiritual es la peor condición para esperar al Señor.
2. Esperando para «que cuando llegue y llame, le abran en seguida» v. 36c. En la primera venida Jesucristo vino a «buscar y a salvar lo que se había perdido». En su segunda venida él viene a llamar y a despertar los que ya han sido salvos. Es por eso que frente a su retorno todos los creyentes debemos estar preparados para cuando él llegue, se le abra. Él es cual novio a quien su novia espera con la expectativa de la noche nupcial. No hay un anuncio previo. No hay tal cosa como tarjetas de invitación que indiquen el día, la hora y el lugar.
3. Esperando «porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá» v. 40. Ningún asunto ha mantenido a la humanidad bajo una expectativa tan grande como la Segunda Venida de Cristo. A través de la historia se han elaborado programas escatológicos. Hay escuelas que han diseñado hasta un orden profético sobre los sucesivos eventos que anticipan la segunda venida. De hecho hay ciertas sectas que se han formado al amparo de «programas proféticos». Eventos como la guerra que ahora libran los israelíes y los palestinos; los terremotos y la erupción de volcanes; la violencia incontrolada de algunos países, así como la abundancia de la maldad en todos los órdenes, nos hace pensar que la venida de Cristo no espera más. Y en este sentido el texto nos dice «a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá». Jesús ilustró esto en la sorpresiva y sin aviso como cuando aparecen los ladrones v.39. Nadie sabe la hora en que minarán la casa. De allí la importancia de estar preparados.
CONCLUSIÓN: El apóstol Pedro llegó a ser un abanderado del tema de la segunda venida, a tal punto que dedica casi su segunda carta para abordarlo. El no solo urge a la importancia de la vigilancia para ello como un imperativo para el que no hay opciones, sino que insta a sus lectores a vivir una vida cristiana de acuerdo a la magnitud de ese evento. Vea lo que el dijo en 2 Pedro 3:8-14. ¡Preparémonos, pues, porque en cualquier momento veremos la señal en los cielos, y al Hijo del Hombre descender con sus santos de millares de ángeles, así como los redimidos de todos los tiempos para tomar sus cuerpos cuando se dará la resurrección de los muertos! ¡Que estén nuestros «lomos ceñidos» y nuestras «lámparas encendidas» para cuando esto ocurra! Amén.