Fue una conversación rápida, azarosa, de esas que jamás deseamos tener porque nos embarga la íntima convicción de que aquellas pueden ser las últimas palabras que cruzamos con nuestro interlocutor. Y así fue. Un mes y una semana después, Raúl inició ese viaje largo, tranquilo y eterno que algún día emprenderemos usted y yo.
Y aunque lamenté no haber estado en sus últimos momentos, o al menos durante las exequias, me invade la tranquilidad de saber que Raúl llegó a ese estado de equilibrio en el que encontramos sentido a la existencia…
¿Usted ya tiene una vida plena?
Alcanzar la plenitud en la vida ha sido por años una de las preocupaciones de todo ser humano. Es una inquietud que asalta a quienes están cansados de tener tropiezos con todo el mundo, de mantener unas relaciones deterioradas con su prójimo, y de enfrentar un vacío espiritual que nada puede colmar.
Esta es quizá su situación. Por momentos desearía salir caminando sin rumbo fijo. Siente que las cosas no funcionan bien. El matrimonio es un caos, su lugar de trabajo un infierno, pero lo más alarmante: usted experimenta un desasosiego permanente. No le permite vivir en paz.
¿Cuántas veces ha añorado despertar una mañana y llenarse de alegría con el sol que golpea su ventana, de entusiasmo con el saludo amable de quienes le rodean, y de optimismo con el buen desarrollo de sus actividades cotidianas?
¿Se da cuenta que se trata de una aspiración válida? Nos asiste a todos los seres humanos…
¿Dónde encontrar esa placidez?
El apóstol Pedro, tras revisar los textos antiguos acudió a unos cuantos versículos de los Salmos y plasmó su respuesta en la primera carta que dirige a los creyentes de Asia y regiones vecinas. El plantea: “En efecto, «el que quiera amar la vida y pasar días felices, guarde su lengua del mal y sus labios de proferir engaños.”(1 Pedro 3.10. Nueva Versión Internacional).
La perspectiva que tiene es clara: se requiere de cambiar nuestras actitudes en las relaciones que mantenemos con el prójimo. Y el primer paso es desechar la maldad y la mentira. Esas dos inclinaciones son sumamente perjudiciales, pero a la vez, muy sutiles para tomar fuerza en nuestro comportamiento.
Al respecto es importante que revisemos hasta qué punto engañar y diseminar maldad se han constituido en hábitos que incorporamos a nuestro diario vivir. Con ayuda de Dios—en sus fuerzas y no en las nuestras—es necesario vencer esa inclinación.
La radicalidad en nuestras decisiones
Con demasiada frecuencia nos debatimos entre la disposición de cambiar y la tendencia a seguir haciendo lo mismo que hasta hoy, así nos haya traído desilusiones y desavenencias. Sabemos que nuestro comportamiento no el más indicado, sin embargo, seguimos ahí, como atados al sillón, sin poder movernos a uno u otro lado.
En circunstancias así cobra vigencia la exhortación de Pedro cuando escribe: “Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala.”(versículo 11. Nueva Versión Internacional ).
Apartarse amerita una decisión. Y cuando usted y yo tomamos una determinación, si es para el bienestar, debemos ser radicales. Las ambivalencias no llevan más que al fracaso y a la frustración.
Dios es quien nos otorga las fuerzas necesarias para permanecer firmes en esa decisión de cambio.
Dios respalda el anhelo de transformación
Alguien me decía: “Deseo cambiar, pero sí que es difícil”. Y me identifico con esa persona. Es difícil cuando nos proponemos esas modificaciones en los hábitos y actitudes fundamentados en las buenas intenciones o las capacidades que nos asisten en todos los órdenes. En condiciones así, siempre tropezaremos con una pared difícil de superar.
Para responder al interrogante de ¿Qué hacer? El apóstol Pedro escribe: “Porque el Señor mira con buenos ojos a los justos y sus oídos están atentos a sus oraciones, pero mira con indignación a los que hacen el mal.» (versículo 12. Nueva Versión Internacional).
Dios conoce sus luchas. El conoce la batalla que libra en esa disposición de avanzar en el crecimiento personal y espiritual. Y como lo leemos en el texto: “… sus oídos están atentos a sus oraciones… ”.
Nada determina que usted no pueda cambiar. Por el contrario, todo apunta a que puede avanzar en ese propósito. Si lo hacemos, como si escaláramos una montaña, ascenderemos en ese propósito de alcanzar placidez en la vida.
¿Pudo darse cuenta? El asunto está en ese crecimiento que se produce cuando mejoramos las relaciones con Dios y con quienes nos rodean. Es el punto de equilibrio. El estado hacia el que debemos llegar y al que, sin duda, llegaremos con la ayuda de nuestro amado Señor Jesucristo.
Ps. Fernando Alexis Jiménez – Website www.demiami.org/mensajesdepoder