Fuese donde fuese que estuviese aquella roca de la que bebían las tribus de Israel, todos bebieron de la misma; no hubo dos rocas a la vez; todos ellos bebieron de la misma roca que los seguía, fuese cual fuese de las dos rocas; y aquella roca, refiriéndose a cualquiera de las dos, era Cristo. Tanto si consideramos la primera roca de Horeb, o la segunda de Cades, ambas eran tipo de Jesucristo. Algunos pueden deducir que si hubo dos rocas, puede que haya dos Cristos. En absoluto, amigos.
Cada Día de la Expiación había un nuevo chivo expiatorio, pero esto no implica que deba haber un nuevo Cristo cada año. Se debía ofrecer un cordero cada mañana y otro cada tarde, pero ¿quién inferiría de eso que debía haber tantos Cristos como corderos? Podemos decir, tanto de la roca de Refidim como de la roca de Cades, «y la roca era Cristo». Comprended esto, habla dos roces, pero no dos rocas a la vez; y por ello, todos bebieron la misma bebida espiritual que manaba de la misma roca espiritual, «y la roca era Cristo».
Nuestro objeto será mostraron que las dos rocas eran tipos destacados de nuestro bendito Señor Jesucristo, que, siendo golpeado, da agua para el refrigerio de su pueblo, y que los sigue por todo el desierto con sus refrescantes corrientes. Permitid que os pida que vayamos al primer pasaje, que trataremos de explicar, en el capítulo 17 de Éxodo. No me detendré W por un momento a señalar las varias perspectivas de Jesucristo en las que él pudiese ser considerado como una roca, como siendo inmutable, permaneciendo constantemente en la misma posición, como refugio frente al turbión y a la tempestad, o como el lugar donde todos los que le aman tienen refugio de las tempestades de la justicia vindicadora. Éstos no son los temas a los que invito ahora a que prestéis vuestra atención. El tema que tocamos no es Cristo como una roca, sino Cristo como una roca en el desierto, de la que mana el agua.
Permitid que os pida una atenta lectura del siguiente pasaje de las Escrituras:
«Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para beber. Y Moisés dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Así que el pueblo tuvo sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matamos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés a Jehová, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán. Y Jehová dijo a Moisés: Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y ve. He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel. El llamó el nombre de aquel lugar Masah y Meriba, por la rencilla de los hijos de Israel, v porque tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?» Éxodo 17:7-7.
LA PRIMERA ROCA ERA CRISTO EN SU PERSONA
En primer lugar observamos que la roca de Refidim, u Horeb, era un notable tipo de Cristo POR EL HECHO DE SU NOMBRE. Se llama Horeb; y al consultar el diccionario de nombres encontraréis que la palabra «Horeb» significa «sequedad»; también se llama Refidim, que significa «lechos de reposo». Ahora bien, es de destacar que estos dos nombres deban pertenecer a una roca; pero ambos títulos pueden bien aplicarse a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Primero, él era la Roca de Horeb: o sea, él era una roca en tierra seca y yerma. Isaías profetizó de él que sería «raíz de tierra seca», y así lo fue. Provino de una familia que, aunque había sido regia, estaba casi extinguida. Su padre y su madre eran del común del pueblo, de la clase menestral. Las glorias de la línea regia de David habían quedado olvidadas entre el pueblo; sin embargo, de ella provino Jesucristo, el hombre «escogido de entre el pueblo», para que fuese exaltado como gobernante sobre el Israel escogido de Dios. Isaías dijo: «No hay apariencia en él, ni hermosura como para que le miremos, ni atractivo como para que nos deleitemos en él.» Si alguien hubiese contemplado las empinadas y agrestes laderas de Horeb, cubiertas de espinos y zarzales, nunca hubiese soñado que escondido en una roca tan dura hubiese un manantial de agua suficiente para suplir las necesidades de la multitud. Hubiera levantado las enanos atónito, y exclamado: «¿Será posible? Se puede cavar buscando agua en la yerma arena, pero no puedo suponer que ni el mismo Dios pueda sacar agua de esa roca diamantina.» De esta manera los judíos, mirando a Jesús, dijeron: «¿Puede ser él el Salvador tan largamente predicho para introducir la era de oro? ¿Puede él ser el Mesías? ¿Él, el hijo del carpintero? ¿Puede ése ser el que viene a redimirnos de nuestros opresores, y a fundar un reino que nunca verá fin? ¿Es éste el Jesús que debe descender como lluvia sobre la hierba segada, y como chubasco para regar la tierra?» No podían prever salvación de parte de él. Parecía una roca yerma, y no podían admitir que él llegase a ser el Salvador de una nación poderosa; que él fuese uno de cuyo costado traspasado saliesen corrientes sanadoras de sangre y agua para lavar y purificar a sus hijos.
Observemos también el otro nombre: Rehdin, o lechos de reposo. ¿No se aplica este dulce título al Señor? Aunque él sea ciertamente como Horeb para sus enemigos, ¿no es sin embargo un verdadero Refidim para sus amigos? Él mismo nos dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os daré reposo.» Y él nos da reposo. Poco podríamos esperar reposar sobre una roca, pero no hay reposo en ninguna otra parte. Podríamos reposar sobre el suave plumón de la tierra, pero encontraremos que será duro para nuestras cabezas en el día del juicio. Podemos amontonarnos mansiones señoriales de nuestras propias obras, y esperar hallar reposo en ellas; pero no hay otro reposo excepto el que queda para el pueblo de Dios. Jesús es nuestro único reposo: el único que necesitamos, y el único posible. Mis queridos amigos, ¿consideráis a Cristo como Horeb, o sea, desolación y sequedad? ¿O podéis contemplarle como vuestro Refidim, vuestro reposo? ¿Podéis decir: «Señor, tú has sido por refugio de generación en generación»? ¿Puedes tú, como Juan, reclinar tu cabeza junto al seno del Señor Jesús? ¿Puedes tú decir que has creído y que has entrado en el reposo? Si es así, entonces eres un verdadero hijo de Dios, y puedes regocijarte de que aquel que no tenía apariencia ni hermosura es hermoso para ti; y que aquel que parecía ser todo menos lo que esperaban los hombres, es para ti toda tu salvación y todo tu deseo.
Puede que sea fantasioso apoyarse en estos nombres, pero prefiero descubrir demasiado en la palabra de Dios que demasiado poco. Los nombres me parecen extremadamente significativos, y, por ello, los he mencionado ambos como aplicables a Jesucristo.
Observemos, a continuación, que esta roca, lo mismo que nuestro Salvador, NO DIO AGUA HASTA QUE FUE GOLPEADA. Nuestro Señor Jesús no fue Salvador hasta que fue golpeado, porque no podía salvar a los hombres excepto por Su muerte. Es cierto que los patriarcas ascendieron al cielo antes que muriese nuestro Salvador, pero ello fue por la previsión de su muerte. Si cualquiera de nosotros quiere tener el privilegio de contemplar la ciudad del Altísimo en gloria, sólo Podremos entrar en ella por sus agonías. No puedo tener confianza para mi salvación en el simple hombre Cristo Jesús, o ni siquiera en Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre. No es Cristo, que es mi salvación, a no ser que añada su cruz; es Cristo en el Calvario quien redime mi alma. Si él se hubiese quedado aún en el cielo, sentado en Su sublime trono, nunca podría haber sido el redentor de la raza humana. Con todo el poderoso amor de su corazón, no habría podido redimir: sólo siendo «azotado de Dios y afligido». Él fue nuestro Salvador antes que el mundo existiese, así considerado en el pacto eterno; pero así fue porque era contemplado como el Salvador azotado, inmolado antes de la fundación del mundo. No hay esperanza para ti, amigo mío, fuera del golpeado Jesús. Puedes inclinarte a adorar su cabeza exaltada, pero esta cabeza exaltada no puede salvarte aparte de su frente coronada de espinas. Puedes acudir al Cristo que sostiene el cetro, pero, recuerda, Cristo con el cetro no podría ser tu Salvador a no ser que hubiese sido primero Cristo enclavado. Puedes allegarte a Cristo, cuyo ropaje son nubes de gloria, pero recuerda, Aquel que está revestido de esplendor no hubiese podido ser tu Redentor si primero no hubiese estado vestido de la escarlata del escarnio, y sacado fuera con aquel infame Ecce Homo, «He aquí el hombre». Es Cristo el sufriente quien nos redime. La roca no da agua hasta que es golpeada, y por ello el Salvador no da salvación hasta que es inmolado. Aprende entonces, creyente, en todas tus contemplaciones del Salvador, a considerarle como el Golpeado, porque es así, menospreciado y afligido, con las cicatrices de la venganza sobre él, que llega a ser tu Redentor, y el dador de salvación hasta lo último de la tierra.
Observemos también que esta roca debe ser golpeada de una manera peculiar: ha de ser GOLPEADA CON LA VARA DEL LEGISLADOR, o no saldrá agua. Así nuestro Salvador Jesucristo fue golpeado con la espada del legislador en la tierra, y con la vara de su gran Padre, el legislador en el cielo. Nadie sino Moisés podía golpear la roca, porque él era rey en Jesurún, y como Dios en medio del pueblo. Así es con nuestro Salvador. Es cierto que el Romano le clavó en el árbol. Es cierto que el judío lo arrastró a la muerte; pero es igualmente cierto que el Padre lo hizo todo. Es una gran realidad que el hombre mató al Salvador, pero es una gran realidad que fue su Padre quien le dio muerte. ¿Quién fue el que dijo: «Despierta, oh espada, contra mi pastor, y contra el hombre compañero mío»? Esto nos lo contesta el profeta cuando añade, «dice Jehová de los ejércitos». Fue Dios quien entregó a su Hijo por todos nosotros, y quien también ahora con él nos dará libremente todas las cosas. Cristo no hubiese sido Redentor si su Padre no le hubiese golpeado. No habría habido sacrificio aceptable, aunque el Judío lo hubiese arrastrado a la muerte, o si el Romano hubiese traspasado su costado, a no ser que el azote del Padre hubiese caído sobre sus hombros, a no ser que la espada del Padre hubiese traspasado su bendito corazón. Fue la espada del legislador la que golpeó a Jesucristo, e hizo de él nuestro aceptable sacrificio. Creyente, contempla este magno hecho; te ayudará a adorar a Dios Padre e Hijo de la manera más solemne. Recuerda, fue el Padre quien golpeó al Salvador. Recuerda, fue el Hijo quien sobrellevó el azote del Padre. No fue el cruel flagelo; no fue la corona de espinas; no fueron sólo los clavos los que hicieron de Cristo el Salvador: fue el clamor, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» No fue Herodes, ni fue Pilato, los que le dieron muerte como a nuestro Salvador; ellos le dieron muerte como a un malhechor; pero fue Dios quien lo entregó para morir por nosotros. Su Padre dijo: «Tomadle, que muera.» Fue del cielo que vino la orden de ejecución. Fue de parte de Dios que cayó el golpe. Y si no hubiese sido de parte del Padre, todos hubiésemos sido condenados, aunque hubiese muerto un Salvador. Era necesario que fuese la vara del legislador la que golpease a esa Roca de la Eternidad, para hacer manar de ella abundantes corrientes de agua, trayendo perdón y paz a almas moribundas.
Luego observemos que cuando la roca fue golpeada, LO FUE EN PUBLICO. Leemos en el versículo 5: «Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara.» No fue hecho en secreto, en un rincón oscuro de la tierra, sino que se hizo delante de los ancianos. Igualmente nuestro Salvador, cuando fue muerto, no fue ejecutado en privado, sino que fue llevado a la cima del monte Gólgota, y allí, en medio de la multitud que se había reunido, entre escarnios y burlas, menosprecio y oprobio, murió. Los ancianos del pueblo estaban allí; el hombre rico estaba allí, en su orgullo y pompa, mirando al falleciente Salvador, y escarneciéndole por su humilde origen. Los pobres estaban allí, gritando con voces malvadas: «Crucifícale, crucifícale», señalándole con el dedo, y meneando las cabezas contra el poderoso Príncipe que entonces expiraba. El sabio estaba también allí, el hombre del Sanedrín, el representante de la filosofía y sabiduría de la tierra, el cual decía: «Si él es el Cristo, descienda ahora de la cruz.» El iletrado estaba también allí; también él se reía del Salvador escarneciéndole, y le sacaba la lengua en ignorante y zafio gesto. El justo estaba también allí, justo en su propia consideración, con la filacteria entre sus ojos; con la ancha franja de su manto. El mayor de los pecadores estaba también allí, porque allí colgaba el salteador, expirando en un madero. Todo tipo de personas contemplaron al golpeado Señor. Los judíos estaban congregados multitudinariamente; también los romanos, tomando parte destacada como representantes de la raza gentil. De hecho, siendo que era el tiempo de la Pascua, estaban reunidos griegos, partos y medos, elamitas y los moradores de Mesopotamia. Gentes de todas las naciones, de pie como representantes de toda la tierra, vieron morir al Salvador, mientras los ancianos estaban allí como representantes de todas las tribus de Israel.
Hay otra cosa que no podemos pasar por alto. Esta roca, golpeada, y que por ello representaba la humanidad de nuestro Salvador ofrecido por nuestros pecados, tenía también DIVINIDAD ENCIMA DE ELLA; porque observaréis lo que dice en el versículo 6: «He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña de Horeb.» Aunque era una roca seca, y representaba con ello la condición de humillación de Cristo; aunque era una roca golpeada, y por ello representaba su humanidad sufriente; sin embargo, sobre aquella roca resplandecía la luz brillante de la Shekiná. Dios, con las alas extendidas de los querubines, estuvo sobre la roca, y el pueblo le vio; hubo una manifestación de su deidad sobre la roca de Horeb. Y lo mismo en el Calvario. Aunque fue Cristo quien murió, verdadero hombre, había sin embargo lo suficiente de la deidad en la roca golpeada del Calvario para mostrar que Dios estaba allí. Hubo la negra noche del mediodía; hubo el cubrimiento del sol en nubes de negrura; hubo el hendimiento de las peñas, el desgarramiento en dos del velo del templo, el despertar de los muertos, el terror de las multitudes. Dios estaba ahí: estaba la deidad además de la humanidad. «He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña Horeb.» Creo que Dios se reveló así para mostrar que Cristo la Roca era divino además de humano. ¡Ah, qué dulce es contemplar la compleja persona de nuestro querido Redentor!; contemplarle como verdadero hombre padeciendo por nosotros, y sin embargo verle como verdadero Dios, sentado sin padecer en el cielo más sublime. Recuerdo lo que dice Harrington Evans de manera tan entrañable, que cometemos un gran error cuando deificamos la humanidad de Cristo, y que cometemos un error semejante cuando bajamos la deidad de Cristo al nivel de su humanidad. Debemos recordar que la naturaleza humana de Cristo era tan humana como la nuestra; que sufrió, fue tentada y probada, como la nuestra. No debemos suponer que la divinidad de Cristo ha restado en absoluto en el menor grado su humanidad; pero, al contemplarle como hombre peregrino, lleno de dolores, y experimentado en quebranto, no debemos olvidar que era Dios de Dios al mismo que era verdadero hombre. Aunque su humanidad se veía con la mayor evidencia, sufriendo por el pecado del hombre, había también suficiente resplandor en la nube para dejar que los hombres viesen que Dios estaba allí. Y, aunque la muerte se asió del hombre, sin embargo Dios se mostró el más poderoso de todos, venciendo por nosotros. Dios estuvo en aquella primera roca para mostrarnos que Cristo era divino, además de humano.
Apenas si me será necesario indicar la otra razón por la que esta roca es como Jesús, esto es, que CUANDO FUE GOLPEADA BROTÓ EL AGUA de una manera abundante, suficiente para todos los hijos de Israel, y fue siguiéndoles a lo largo de sus jornadas, hasta que le plugo a Dios pararla, para abrir otra fuente, para damos otra exhibición de Cristo en otra forma.
Cristo golpeado, amados míos, mana agua para todas las almas sedientas, dando suficiente para cada hijo de Israel. De Cristo golpeado mana una corriente que no es que fluya hoy, o mañana, sino para siempre; y así como esta corriente sirvió para los israelitas allí donde fuesen, así Jesucristo, en virtud de su expiación y su gracia, sigue a sus hijos allí donde peregrinan. Si son llevados al desierto de Sin, o a las regiones de Cades, Cristo les seguirá; la eficacia de su sangre, la luz de su gracia, el poder de su evangelio, les acompañará en todas sus decenas de millares de peregrinaciones, por muy difíciles que sean sus caminos por los que les lleve el pilar de nube. ¡Oh, bendito Jesús!, tú eres ciertamente un dulce antitipo de la roca. Una vez mi sedienta alma clamaba por alguna cosa para satisfacer sus necesidades; estaba hambriento y sediento de justicia; miré a los cielos, pero eran como de bronce, porque un Dios airado parecía mirarme ceñudo el ceño; miré a la tierra, pero era árida arena, y mis buenas obras me habían fallado. No tenía justicia propia; todos mis pozos estaban cegados, y cuando los legisladores cavaron el pozo con su varas y cantaron, «Sube pozo», no salía agua, con todo. Pero bien recordaré cuando mi alma desmayaba dentro de mí, y Dios dijo: «Ven aquí, pecador, te mostraré dónde puedes beber», y me mostró a Cristo en su cruz, con su costado traspasado y sus manos clavadas. Pensé que oía el grito al expirar en la muerte: «Consumado es.» Y cuando lo oí, ¡mira!, vi una corriente de agua, en la que apagué mi ardiente sed. Y aquí estoy.
«Un monumento de la gracia,
Pecador por la sangre salvado;
Las corrientes de amor remonto
Hasta aquella fuente: Dios;
Y en su poderoso pecho veo
Pensamientos de eterno amor para mí.»
Pero esto sé: si nunca hubiese visto la fuente abierta, nunca habría vivido; si no hubiese contemplado aquella poderosa corriente manando allí, nunca habría apagado mi sed. Y ahora aquella agua siempre atrae mi alma, y cuando quiero calmar mi renovada sed, de nuevo me precipito a aquella fuente, como el ciervo sediento. A1 Dios encarnado huyo: aquí puedo apagar mi ardiente sed y nunca morir. ¡Oh pecadores!, ¿queréis el agua de vida? Cristo os la da. ¡Oh maravilla de maravillas!, aquel que dijo: «tengo sed», dice también: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.» Aquel que no tuvo ni una gota de agua para humedecer sus labios, dijo sin embargo: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.» Un. 7:38). Venid a Cristo, almas sedientas; venid a Jesús, los sedientos, porque escrito está: «A todos los sedientos: Venid a las aguas; y a los que no tienen dinero: Venid, comprad y comed. Sí, venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.»
Veis entonces, amados, que esta roca es un tipo de Cristo personalmente, es un tipo de él como muriendo, azotado por nuestros pecados. He sido breve acerca de estos puntos en particular, porque quiero mostraron cómo estas dos rocas eran tipo de Cristo, y puede que sea cosa algo instructiva que lo haga así.
II
Ahora debo pediros que prestéis atención a otra escena en Números 20:1-13. «Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada. Y porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traemos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun de agua para beber. Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló Jehová a Moisés, diciendo: toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, v hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, v les sacarás aguas de la pella, v darás de beber a la congregación v a sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés v a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les fue dado. Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y con las que él manifestó su santidad.»
De esta segunda roca se puede decir: «Y aquella roca era Cristo.» Ahora bien, creo que la primera roca era Cristo personal; creo que
LA SEGUNDA ROCA ERA EL CRISTO MÍSTICO
Sabéis lo que quiero decir por el Cristo místico. Ya sois sabedores que en la Escritura la palabra «Cristo» denota a menudo la iglesia de Cristo, todo el cuerpo del pueblo de Cristo, a Cristo la cabeza, y a todos los miembros. La primera roca era el mismo Cristo, el Hombre-Dios, azotado por nosotros; la segunda roca es Cristo la iglesia, Cristo la cabeza y todos los miembros juntos; y de la iglesia, y sólo de la iglesia, ha de manar siempre todo lo que necesita el mundo. Nunca se darán ningunas bendiciones al mundo excepto por el cuerpo místico de Jesucristo. Así como el perdón y la paz solas manan a través de la persona del Cristo crucificado y golpeado, del mismo modo las bendiciones dadas a este mundo sólo pueden fluir a través de Cristo la gran cabeza y de su cuerpo, la iglesia. Ahora voy a mostraros los paralelos aquí.
Primero, observaréis EL LUGAR donde estaba situada esta roca. Se mencionan dos nombres al inicio del capítulo, justo al principio. «Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades.» A ésta se le llamó la roca de Cades. Cades significa santidad, y es ahí donde mora místicamente Cristo. Místicamente, Cristo puede ser siempre conocido por su santidad. Podemos distinguir la iglesia de Cristo por el hecho de estar separada del mundo. Mora en Cades. Parece que esto estaba en el desierto de Sin, o Zin, que significa «adarga», y «frialdad». Es cosa cierta que la iglesia de Dios se mantiene en una doble posición. Se mantiene en frialdad e indiferencia con respecto al mundo, y se mantiene también segura, como en una adarga, con respecto a su bendito Dios. Observad el nombre, porque es significativo; la segunda roca no era Horeb, sequedad, como lo era Cristo personalmente, sino santidad, Cades, como es Cristo ahora en su iglesia. Porque la iglesia es una iglesia santa, justificada por medio de la justicia de su bendito Señor; una iglesia santa, santificada por la influencia del Espíritu Santo, y liberada del pecado. Podéis conocer a la iglesia de Dios, aunque mora en las tiendas de Cedar y habita entre pecadores, porque es siempre distinta, y levanta su tienda en Cades, siendo santa, santificada para el Señor.
Ahora, amados, habiendo sólo dado unas indicaciones acerca del nombre, quiero mostraros el paralelo aquí. Podéis observar la manera en que el agua debía ser sacada de la segunda roca. No debía serlo GOLPEANDO, sino HABLANDO: Ésta era la voluntad revelada de Dios. Quería que esta roca bendijese al pueblo no volviendo a ser golpeada, sino hablándosele. Así, amados, es la voluntad revelada de Dios que Cristo bendiga místicamente al mundo por la palabra. La iglesia de Cristo envía corrientes de agua viviente cada día hablando. Es por la locura de la predicación que Dios salva a los que creen. Hace de la iglesia una corriente, derramando crecidas de vida y de verdor sobre todas las tierras estériles de este mundo, que si no hubiesen sido entregados, como los desiertos del Sahara, a la sequedad. Él hace de la iglesia, o quiere hacerla, una bendición por la palabra. ¿Cómo puedo bendecir el mundo? Hablando, y sólo hablando. ¿Cómo puede cada cristiano bendecir el mundo, y la iglesia en general llegar a ser bendición para el Universo? Sólo hablando. Dios ha ordenado el sencillo medio de testimoniar del evangelio de la gracia de Dios para hacer que las crecidas vivientes de la gracia divina se derramen sobre el mundo. Si alguien quiere vida de Cristo, debe conseguirla oyendo la palabra de Dios. Y si alguno de nosotros desea conferir una bendición a sus semejantes, debe hacerlo hablándoles la bendita palabra de Jesucristo.
Pero ahora observad que así como era la voluntad revelada de Dios que Cristo bendijera místicamente al mundo hablando, sin embargo, por el pecado de Moisés, LA ROCA NO DIO AGUA POR HABLARLE, SINO POR GOLPEARLA. La roca fue golpeada dos veces. Ahora bien, tenemos. aquí un paralelismo significativo. La iglesia de Cristo fue dada por Dios en su voluntad revelada para que bendijese al mundo sólo hablando. Pero los malvados de este mundo han vuelto a golpear a Cristo en su iglesia. Han perseguido al pueblo de Dios, y los principales beneficios que la iglesia da ahora al mundo, hablando en general, provienen de los golpes de la persecución. Moisés golpeó la roca no una, sino dos veces, para mostrar que si era posible, el pueblo de Cristo sería aún más perseguido, atormentado y acosado que su conductor. La golpeó dos veces; el agua no salió al principio: para mostrar que una persecución prolongada sería necesaria para bendecir al mundo, y que los malos de este mundo iban de cierto a golpear a la iglesia una y otra vez, antes que el mundo recibiese una plena bendición.
Pero aunque el golpe fue un acto pecaminoso, EL AGUA BROTÓ, para mostrar que mediante la persecución la iglesia ha sido hecha una bendición para el mundo. Los túmulos funerarios de Smithfield han esparcido chispas por toda esta nación, y han encendido mil fuegos. El golpe dado a la roca del evangelio de Dios, la iglesia, ha esparcido gotas de preciosa agua a tierras donde de modo contrario nunca habría manado. Ha sido por la persecución que se han esparcido las semillas de la vida, como las semillas que son impelidas por los vientos, procedentes de plantas que en caso contrario habrían quedado sin descendencia. La persecución saca las palabras de los hijos de Dios, y las dispersa por todas partes. Nunca se llevó a cabo un acto más significativo que el de exhumar los restos de Wycliffe y echar sus cenizas en el río, de donde fueron llevadas al mar, y luego a las costas de todas las tierras. Así es ahora místicamente con Cristo; ha de ser esparcido por todas partes, y sus cenizas han de ser echadas a los vientos del cielo, para que dé vida a naciones distantes, y para que todos los hombres oigan la verdad.
Veis lo que he intentado; espero que me he hecho entender. Esta segunda roca es un tipo no de Cristo de manera personal, sino de Cristo en su iglesia. El Salvador del mundo en sentido instrumental, no mediador. No era la voluntad revelada de Dios que su iglesia debiera ser la salvadora del mundo recibiendo golpes, sino por la palabra. Los hombres malos han ido en contra de la voluntad divina, y han golpeado la iglesia. Sin embargo, se ha encontrado que golpear la iglesia produce los mejores efectos. El agua brota. Cuanta más persecución, cuantas más aflicciones ha de soportar la iglesia, tanto más poderosas son las corrientes de agua que de ella brotan, dirigiéndose al ancho mundo. Creo, hermanos, que no hay nada mejor en el mundo para un hombre, o para la iglesia, que un poco de persecución. ¿Qué hubiera sido de nosotros, si no hubiese sido por las calumnias, los insultos y los agravios de continuo amontonados sobre nuestras cabezas? Creemos que nuestra prosperidad se debe en no poca medida a nuestros enemigos. No nos habrían conocido, a no ser que nos hubiesen calumniado. No se habría oído de nosotros, a no ser que nos hubiesen querido abatir; pero no nos pueden abatir por mucho que digan. Cuanto más intenten oprimirnos, tanto más nos multiplicamos; y, a semejanza de los hijos de Dios en Egipto, cuanto más quieran destruirnos bajo diversas opresiones, tanto más Dios nuestro Padre nos multiplica y hace abundar. ¡Ah, hermanos míos, nunca os avergoncéis de la persecución! Recordad que debéis ser golpeados. Es cierto que Dios no tuvo la intención -la tuvo en sus consejos secretos, pero no según su voluntad revelada- que fueseis golpeados; nunca se agrada de los que os golpean. Dijo que debíais bendecir al mundo hablando. Moisés erró, y un mundo malvado ha errado. Es cosa innegable que Dios decretó que Moisés golpease la roca, aunque Moisés lo hizo pecaminosamente. Así Dios ha decretado que seáis golpeados, para que tengáis alguna utilidad para los demás. El higo no madura sino es golpeado. Y timo habrías madurado si no hubieses sentido la vara. Las fuentes de la honda tierra nunca enviarían sus aguas excepto que se horadase hasta el mismo fondo. Igualmente el cristiano ha de ser horadado con aflicciones para que pueda dar agua de vida. Se dice que la ostra no tendrá perlas a no ser que sufra una irritación. De la misma manera es cierto que el cristiano no tendrá perla alguna si no tiene algunas pruebas y aflicciones. La roca ha de ser golpeada; y si recibe un golpe doble, no tengáis miedo, porque la roca fue golpeada dos veces, y brotaron las aguas.
Pero quiero que observéis que la roca, aunque golpeada erróneamente, FUE GOLPEADA CON LA VARA DEL LEGISLADOR. Esto me fascinó cuando pensé por primera vez en ello, que la misma roca, que es místicamente Cristo, fue golpeada con la mismísima vara que golpeó a la primera roca, al mismo Cristo. Si yo sufro por Cristo, mis padecimientos son los padecimientos de Cristo. Y aunque sean ocasionados por el hombre como causa segunda, sin embargo surgen verdaderamente de Dios. «La vara de los injustos no reposará sobre la heredad de los justos»; y cuando los malos nos golpean, ignorándolo no nos golpean con su propia vara, sino con la vara de Dios. Dios mide nuestras pruebas y nuestras aflicciones, y, haga lo que haga el enemigo contra mí, no puede golpearme con nada más que con la vara de mi Padre. Mi Padre hace incluso de la vara del Rabsacés la vara de justicia para Ezequías, pero el Rabsacés no puede golpear con su propia vara. Es la vara de Dios la que cae sobre sus hijos. Ningún hijo de Dios es nunca golpeado con ninguna vara sino la de Dios. Puede que pensemos que viene del infierno, pero en realidad proviene del cielo. Aunque Judas traicionó a su Señor, leemos que «fue a esto destinado». Y si nuestro amigo más íntimo levantase su talón contra nosotros, incluso entonces es Dios quien le ha dado al perro permiso para ladrar. Ningún león devorador ruge contra los lujos de Dios hasta que Dios abre su boca. Ningún fiero leopardo emerge de su guarida para ir contra un heredero del cielo a no ser que Dios lo saque fuera. El mismo diablo deviene un siervo de Dios. No puede golpear al hijo de Dios más que con la vara de Dios. Tuvo que acudir y pedir permiso a Dios para oprimir a uno de los hijos de Dios; tuvo que pedir autorización para afligir a Job, e incluso entonces Satanás no pudo afligir al mismo Job, pero rogó a Dios diciendo: «Extiende ahora ttt mano.» Fue la mano de Dios la que tuvo que golpear a Job, aunque pareciese que Satanás fue su instrumento. Así, amado, aunque seas golpeado por una vara, es la misma vara la que cayó sobre la espalda de Cristo.
Observaréis una vez más, vosotros, los que gozáis persiguiendo a los hijos de Dios, que aunque grandes resultados surgieron de golpear a la roca, sin embargo Moisés FUE CASTIGADO por hacerlo. Moisés jamás entró en la Tierra Prometida, por haber golpeado aquella roca. Era el emblema del Cristo místico, e incluso golpear el emblema tenía significación. A Moisés le había sido mandado hablar, no golpear. Golpeó con atolondramiento y rebeldía, y fue por ello castigado. ¡Observa esto, perseguidor! Serás castigado por tu persecución, tanto si es de palabra como de obra. Todo lo que hagas contra un hijo de Dios te valdrá una terrible retribución en tu propio serio. «Al que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, irás le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno, y que le hundieran en el fondo del mar.» Os digo, hombres y mujeres, que hay perdón para toda clase de pecados contra el Hijo de Dios, incluso para la persecución; pero si hay algo que Dios, cuando castiga, visita con Lu1a terrible venganza, es ésta. ¿No recordáis cómo Herodes, el orgulloso perseguidor, fue comido por los gusanos? ¿Nunca habéis oído de la suerte de Antíoco Epifanes, que dio muerte a los gloriosos Macabeos, a los testigos de la verdad? ¿Nunca habéis oído cómo murió el Obispo Bonner, que había perseguido a los hijos del Señor? ¿No sabéis que raras veces los perseguidores mueren en sus lechos, o que, si lo hacen, mueren como si las llamas del infierno estuviesen encendidas a su alrededor, antes de entrar en él? Ser un perseguidor es ciertamente algo horrible. Un pecador de cualquier clase ha de ser condenado, si muere inconverso, pero un perseguidor ha de ser hundido en lo más hondo del abismo sin fondo. Temblad, vosotros los calumniadores, escarnecedores y ridiculizadores, los que oprimís al pueblo de Dios; recordad que su Hacedor es poderoso. Ellos no pueden vengarse a sí mismos. Y no desean hacerlo. Pero recordad: «Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor.» Puede ser con algunos de vosotros que sois perseguidores de los hijos de Dios, que haya salido ya la sentencia; y si es así, oh hombre, nunca entrarás en la tierra prometida, porque has golpeado aquella roca. Pero, aunque seas perseguidor, escucha la verdad de Dios. Pablo dijo: «Yo era perseguidor e injuriador, pero fui recibido a misericordia, porque lo hice con ignorancia, en incredulidad.» ¿Lo has hecho en ignorancia? ¿Ha estado alguno de vosotros persiguiendo a los hijos de Dios, no creyendo que fuesen de él, sino suponiendo que eran hipócritas? ¡Escuchad esto! Volved, perseguidores, volved, vosotros que habéis pecado voluntariosamente contra Dios. En él hay plena redención. Él puede borrar vuestras transgresiones, y limpiaros de vuestros pecados; sí, él pasará por alto vuestras iniquidades, os recibirá en su gracia, y os amará abundantemente, si clamáis a él de todo corazón. ¡Ah, creedme!, no hay pecado que pueda condenar a nadie si tiene fe en Cristo. No hay crimen, por negro que sea, que pueda excluir a un hombre del cielo, si tan sólo cree en Jesucristo; pero si sigues hasta tu tumba como encanecido pecador contra Dios, ¡cuán terrible será tu suerte cuando los feroces leones de la venganza quiebren tus huesos, o cuando llegues al fondo del foso en el que esperabas poder destruir a Daniel! Le verás liberado a él, y tú mismo serás echado en medio de demonios más fieros que lo que jamás hayas podido imaginar, y en medio de las llamas más horrendas que lo que jamás hayas soñado. Sí, tiembla: «Besad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían.»
¡Que Dios bendiga todo lo que he dicho, para vuestras almas, por amor de Jesucristo!
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