Se oían voces que gritaban : «¡No mires abajo! ¡Trata de subir!» Su única esperanza estribaba en subir hasta alcanzar lo más alto. Subir era terrible, pero bajar significaba perecer. Ahora bien, queridos hermanos, todos nosotros nos encontramos en situación semejante. Por la ayuda de Dios, nos hemos abierto camino hasta ciertas posiciones de servicio; descender significa la muerte. Para nosotros adelante es hacia arriba; y por lo tanto, vayamos adelante y hacia arriba. Mientras orábamos esta mañana, nos hemos comprometido irrevocablemente. Lo hicimos de todo corazón cuando por primera vez predicamos el Evangelio y declaramos públicamente : «Soy del Señor, y Él es mío». Entonces pusimos la mano en el arado; gracias a Dios, aún no hemos mirado atrás, y nunca debemos hacerlo. E1 único camino abierto para nosotros es arar en línea recta hasta terminar el surco, y no pensar nunca en abandonar el campo hasta que el Señor nos llame a Su presencia. Mas esta mañana os habéis dedicado de nuevo al trabajo del Señor; no conferisteis con carne y sangre, sino que sin vacilación renunciasteis a todo por Jesús; y, a menos que seáis reprobados, os habéis alistado en Su servicio para el resto de vuestras vidas. Sois los siervos sellados de Cristo, y lleváis en vuestros cuerpos Sus marcas. No sois libres de servir a otro: sois soldados juramentados del Crucificado. Adelante es vuestro único camino; estáis obligados a recorrerlo. No tenéis armadura para vuestras espaldas; y cualquiera que sea el peligro con que os enfrentéis, detrás vuestro tenéis diez mil otros. Se trata de adelanta– o ser deshonrados, adelantar o morir.
Anoche, en el elocuente discurso de Mr. Gange, se nos comparaba al pequeño ejércilo de Sir Garnett Wolseley marchando hacia Coomassie; y el paralelo fue trazado maravillosamente en todos los aspectos. Compañeros de armas: somos pocos, y tenemos una lucha desesperada en perspectiva; por lo tanlo es preciso que cada uno rinda el máximo provecho, y sea esforzado hasta el límite de su resistencia. Es de desear que seáis la flor de la Iglesia, más aún, del universo entero, pues nuestra era exige los tales; por lo tanto, estoy especialmente interesado en que seáis vosotros precisamente los que avancéis. Es preciso que adelantéis en cuanlo a aptitudes personales, creciendo en dones y en gracia, en capacidad para la obra de Dios, y en semejanza a la imagen de Jesús. Los puntos de los cuales hablaré empiezan de abajo arriba
I. Primeramente, amados hermanos, creo necesario decirme a mí mismo y a vosotros que hemos de ADELANTAR EN NUESTRAS ADQUISICIONES INTELECTUALES.
Nunca será bueno que nosotros nos presentemos continuamente delante de Dios indignamente. Aún presentándonos con nuestras mejores obras, no merecemos que Él nos oiga; pero, de todos modos, que la ofrenda no sea mutilada y empañada por nuestra ociosidad. «Amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón» es, quizá, más fácil de obedecer que amarle con toda nuestra mente; sin embargo, debemos darle nuestra mente tanlo como nuestros afectos, y esa mente debe estar bien equipada, para que no le ofrezcamos un frasco vacío. Nuestro ministerio exige intelecto. No insistiré en aquella frase tan oída en nuestros días: «Las luces de la época» ; pero no obstante, es bien cierto que hay mucho progreso educacional en todas las clases, y que habrá mucho más de él. Pasó la época en que era suficiente que el predicador supiera hablar, aunque fuese con poca gramática. Aun en un pueblo donde según la tradición « nadie sabe nada», el maestro suele salir de casa, y la falta de preparación pondrá impedimentos, que antes no existían, en el servicio del predicador pues cuando el orador desee que sus oyentes recuerden el Evangelio, ellos, por otra parte, recordarán sus expresiones poco gramaticales, y las repetirán como motivo de chistes, cuando tu que desearíamos es que hubiesen repetido el Evangelio de Jesucristo unos a otros con solemne fervor.
Queridos hermanos, es preciso que nos cultivemos hasta donde nos sea posible, y que lo hagamos, primeramente, adquiriendo conocimientos para que podamos llenar el granero ; luego, adquiriendo discriminación para poder aventar tu recogido; y finalmente, ejerciendo firme retención intelectual que preserve el grano aventado en el almacén. Estos tres puntos quizá no tengan exactamente la misma importancia, pero son necesarios para un hombre cabal.
Es preciso, digo yo, que ante todo hagamos grandes esfuerzos para adquirir información, especialmente la de tipo bíblico. No debemos limitarnos a un solo tópico de estudio, pues no ejercitaríamos toda nuestra virilidad mental. Dios hizo el mundo para el hombre, a hizo al hombre con una mente destinada a ocupar y usar todo el mundo; el hombre es el arrendatario, y la naturaleza es por un tiempo su casa; ¿por qué abstenerse de entrar en alguna de sus habitaciones? ¿Por qué negarse a saborear algunos de los manjares limpios que el gran Padre ha puesto sobre la mesa? Nuestro negocio principal sigue siendo estudiar las Escrituras. El negocio principal del herrero es herrar caballos; que procure saber hacerlo, pues aunque pudiera ceñir a un ángel con un cinto de oro, fracasará como herrero si no sabe hacer y colocar una herradura. Poco importa que sepáis escribir las más brillantes poesías, si no podéis predicar un buen sermón convincente, que tenga el efecto de consolar a los santos y convencer a los pecadores. Queridos hermanos, estudiad la Biblia a fondo, con todas las ayudas que podáis obtener. Recordad que los medios que ahora están al alcance de los cristianos ordinarios son mucho más extensos que en tiempos de nuestros padres, y por lo tanto es preciso que seáis eruditos bíblicos si pretendéis enfrentaros debidamente con vuestros oyentes. Familiarizaos con toda clase de conocimientos ; pero, sobre todo, meditad día y noche en la ley de Jehová.
Sed bien instruidos en teología, y no hagáis caso del desprecio de los que se burlan de ella porque la ignoran. Muchos predicadores no son teólogos, y de ello proceden los errores que cometen. En nada puede perjudicar al más dinámico evangelista el ser también un teólogo sano, y a menudo puede ser el medio que le salve de cometer enormes disparates. Hoy día oímos a los hombres arrancar, de su contexto, una frase aislada de la Biblia y clamar: «¡Eureka! ¡Eureka!» como si hubieran hallado una nueva verdad ; y, sin embargo, no han descubierto un diamante, sino tan sólo un pedazo de vidrio roto. Si hubiesen podido comparar lo espiritual con lo espiritual, si hubiesen entendido la analogía de la fe, y si hubiesen estado familiarizados con la erudición santa de los grandes estudiantes de la Biblia de épocas pasadas, no se habrían apresurado tenlo en jactarse de sus maravillosos conocimientos. Estudiemos las grandes doctrinas de la Palabra de Dios, y seamos poderosos en la exposición de las Escrituras. Estoy seguro de que ninguna predicación durará tanto tiempo o edificará una iglesia de modo tan excelente como la expositora. Renunciar enteramente a los discursos exhortatorios para reducirse a los expositorios sería ir a extremos descabellados; pero puedo aseguraros sin excesivo fervor que si vuestro ministerio ha de ser útil durante largo tiempo, tenéis que ser expositores. Para ello, tenéis que entender la Palabra por vosotros mismos, y así poder comentarla de modo que el pueblo pueda ser edificado por ella. Hermanos, dominad vuestras Biblias; sean cuales sean las demás obras que no hayáis escudriñado, familiarizaos completamente con los escritos de los profetas y de los apóstoles. «La Palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia».
Habiendo tenido en cuenta esta prioridad, no descuidéis ningún campo de conocimiento. La presencia de Jesús en la tierra ha santificado la naturaleza ; y lo que Dios limpió, no lo llaméis inmundo. Todo lo que vuestro Padre ha hecho es vuestro, y debéis aprender de ello. Podéis leer el diario de un naturalista, Q la narración que un viajero hace de sus singladuras, y hallar provecho en ello. Sí, a incluso un herbario antiguo, o un manual de alquimia puede, a semejanza del león muerto de Sansón, daros miel. Hay perlas en las ostras, y frutos dulces en las matas de espinos. Los senderos de la verdadera ciencia, especialmente la historia natural y la botánica, destilan grosura. La geología, hasta donde se ocupa de hechos, y no de ficción, está llena de tesoros. La historia, con las maravillosas visiones que hace desfilar ante vosotros, es eminentemente instructiva; ciertamente, todas las porciones de los dominios de Dios en la naturaleza rebosan de preciosas enseñanzas. Familiarizaos con toda suerte de conocimientos, según el tiempo, la oportunidad y las facultades peculiares de que dispongáis; y no vaciléis en hacerlo por aprensión de que podáis educaros demasiado. Cuando la gracia abunde, la erudición no os hinchará, ni perjudicará vuestra simplicidad en el Evangelio. Servid a Dios con la educación que poseéis, y dadle gracias por soplar a través vuestro si sois un rústico cuerno; pero si hay la posibilidad de que lleguéis a ser una trompeta de plata, escoged lo segundo.
Decía que, asimismo, es preciso aprender a discriminar siempre entre las cosas que difieren; y en este tiempo en particular, es necesario insistir muy enfáticamente en este punto. Muchos corren tras las novedades, encantados de todas las cosas nuevas; aprended a juzgar entre la verdad y las falsificaciones de la misma, y no seréis llevados al extravío. Otros se adhieren a las antiguas enseñanzas, como las lapas se adhieren a la roca; mas puede tratarse tan sólo de errores antiguos, por lo cual, « examinadlo todo» y «retened lo bueno». El empleo del tamiz y del aventador es muy encomiable. Un hombre que ha pedido al Señor le dé vista clara por medio de la cual vea la verdad y discierna su sentido, y que por el constante ejercicio de sus facultades no obtenido un discernimiento exacto, es apto para ser líder en el ejercito del Señor; pero no todos los ministros están calificados hasta este punto. Es lamentable observar cuántos abrazan cualquier causa si se les presenta fervorosamente. Tragan los medicamentos de cualquier charlatán espiritual que tiene suficiente desfachatez para parecer sincero. Os digo, como Pablo escribió a los corintios : «Hermanos, no seáis niños en el sentido» ; poned a prueba todo lo que aspira a vuestra fe. Pedid al Espíritu Santo que os dé la facultad de discernir entre el bien y el mal, de modo que conduzcáis a vuestros rebaños lejos de los prados venenosos y los llevéis a pastos a cubierto de peligros.
Mas entonces, si tenéis el poder de adquirir conocimientos, y también de discriminar, buscad a continuación la capacidad de retener y preservar firmemente lo que habéis aprendido. Lástima que en estos tiempos ciertos hombres se glorían en ser veletas: no sostienen nada; de hecho, no tienen nada que valga la pena sostener. Creyeron ayer, pero no lo que creen hoy, no lo que creerán mañana ; y el que fuese capaz de decir lo que creerán para la luna llena próxima, sería mayor profeta que Isaías, pues están cambiando constantemente, y parecen haber nacido bajo la égida de la mencionada luna, y participar de sus variaciones. Estos hombres pueden ser tan sinceros como afirman ser, pero, ¿cuál es su utilidad? A semejanza de los buenos árboles trasplantados a menudo, quizá sean de naturaleza noble, pero no producen nada; su fortaleza se gasta en echar raíces repetidamente, no les queda savia para el fruto. Aseguraos de que poseéis la verdad, y entonces aseguraos de retenerla. Sed abiertos para recibir más verdad, si lo es ; pero sed muy cautelosos en suscribir la creencia de que ha sido descubierta una luz mejor que la del sol. Los que pregonan una verdad nueva por la calle, como hacen los vendedores con una nueva edición del periódico vespertino, no suelen ser mejores de lo que debieran. La hermosa doncella de la verdad no se pinta las mejillas ni se pone diadema en la cabeza como Jezabel, siguiendo todas las nuevas modas filosóficas; se contenta con su propia belleza nativa, y en su aspecto es la misma ayer, hoy y por los siglos.
Cuando los hombres cambian a menudo, lo que generalmente necesitan es ser cambiados en el sentido más enfático. Nuestro «pensamiento moderno» es representado por gentes que están haciendo daños incalculables a las almas de los hombres. Las almas inmortales se están condenando, y estos hombres siguen hilando teorías. E1 infierno abre sus fauces de par en par, y traga miles de miles, y los que debieran publicar las nuevas de salvación están «siguiendo nuevas líneas de pensamiento». Los refinados asesinos de almas descubrirán que su pretendida «cultura» no será excusa en el día del juicio. Por el amor de Dios, sepamos cómo han de ser salvos los hombres y pongámonos manos a la obra ; estar siempre deliberando en cuanto a la mejor manera de hacer pan cuando una nación está muriendo de hambre, es una burla detestable. Es hora de que sepamos qué hay que enseñar o, de lo contrario, que renunciemos a nuestra función. «Siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad», es el lema de los peores, y no el de los mejores entre los hombres. ¿Han de ser modelos nuestros? «Cada semana doy forma a mi credo», era la confesión que me hizo uno de estos teólogos. ¿A qué asemejaré tales inconstantes? ¿No es cierto que son como aquellas aves que frecuentan el Cuerno de Oro, y que se ven desde Constantinopla, de las cuales se dice que siempre están volando, y nunca reposan? Nadie las vio jamás posarse en el agua o en tierra, están perpetuamente en el aire. Los nativos las llaman a almas perdidas», buscando descanso sin hallarlo; y se me antoja que los hombres que no tienen descanso personal en la verdad, si son salvos, es por lo menos improbable que sean ellos medio de salvación para otros. E1 que no tiene una verdad segura que contar no debe extrañarse si sus oyentes conceden poca importancia a lo que dice. Es preciso que conozcamos la verdad, la comprendamos, y no se nos escape de la mano, pues de lo contrario no podremos ser útiles a los hijos de los hombres. Hermanos, os exhorto a que procuréis saber, y sabiendo, que discriminéis; y habiendo discriminado, os exhorto a que «retengáis lo bueno». Laborad constantemente en los tres procesos de llenar el granero, aventar el grane y almacenarlo en los alfolíes ; de esta manera adelantaréis intelectualmente.
II. También necesitamos ADELANTAR EN APTITUDES ORATORIAS.
Estoy empezando por abajo; pero todas estas cosas son importantes, pues es lástima si los pies de esta imagen son aún de barro. Nada es de poca importancia si puede ser de utilidad para nuestra grandiosa meta. Sólo por la falta de un clavo, el caballo perdió su herradura, quedando así inútil para la batalla; aquella herradura no era sino una insignificante llanta de hierro que tocaba el suelo, y no obstante el corcel lleno de fuego era inútil sin ella Un hombre puede quedar irremisiblemente arruinado en cuanto a utilidad espiritual, no por un fallo en el carácter o el espíritu, sino por un derrumbamiento mental a oratorio; y por lo tanto, insisto nuevamente en que debemos mejorar la manera de expresarnos.
No todos nosotros podemos hablar como algunos, y aun estos pocos no pueden hablar conforme a su ideal propio. Si hay algún hermano aquí que cree sabe predicar tan bien como debiera, le aconsejaría que lo abandonara totalmente. Si lo hiciese, actuaría con la misma prudencia que el gran pintor que rompió su paleta, y volviéndose a su esposa, dijo: «Han terminado mis días de pintor, pues estoy satisfecho de mí mismo, y por lo tanto estoy seguro de que he perdido el poder». Por más que haya perfecciones que se puedan alcanzar, estoy seguro que el que cree haber alcanzado la perfección en oratoria confunde la volubilidad por la elocuencia, y la verborrea por la argumentación. Sepáis lo que sepáis, no podéis ser verdaderamente ministros eficaces si no sois «aptos para enseñar». Todos probablemente conocéis ministros que han errado su vocación, y que evidentemente no tienen dones para la predicación; aseguraos de que nadie piense lo mismo de vosotros. Hay hermanos en el ministerio cuyo hablar es, intolerable; o bien os importunan hasta la muerte, a os hacen dormir. Ninguna droga puede compararse con sus discursos en cuanto a propiedades soporíferas. Ningún ser humano, a menos de estar dotado de paciencia infinita, podría soportar por mucho tiempo el escucharles, y la naturaleza hace bien en liberar alas víctimas por medio del sueño. El otro día oía a alguien decir que cierto predicador no tenía más dones para el ministerio que una ostra, y a mí juicio esto era una calumnia para la ostra, pues ese digno bivalvo despliega una gran discreción en abrirse, y también sabe cuándo cerrarse. Si algunos hombres fueran sentenciados a oír sus propios sermones, sería un justo juicio para ellos; pero pronto clamarían con Caín: «Grande es mi iniquidad para ser perdonada». No caigamos en semejante condenación por algún defecto de nuestra predicación que nosotros podamos subsanar.
Hermanos, hemos de cultivar un estilo claro. Cuando un hombre no me hace entender lo que quiere decir, es porque él mismo no sabe lo que quiere decir. El oyente medio, que no puede seguir el curso de los pensamientos del predicador, no debe preocuparse, sino echar la culpa al predicador, que tiene la responsabilidad de presentar las cosas claramente. Si miráis en un pozo, y está vacío, parecerá muy profundo; pero si en él hay agua, veréis su brillantez. Creo que si muchos predicadores son «profundos», es sencillamente porque son como pozos en los cuales no hay nada excepto hojas secas, unas cuantas piedras, y quizás uno o dos gatos muertos. Si hay agua de vida en vuestra predicación, podrá ser muy profunda, pero la luz de la verdad le dará claridad. Sea como sea, esforzaos en ser sencillos, de modo que las verdades que enseñáis puedan ser fácilmente recibidas por vuestros oyentes.
Es preciso que cultivemos un estilo convincente al mismo tiempo que claro ; es preciso que seamos poderosos. Algunos se imaginan que esto consiste en hablar con voz fuerte, pero puedo asegurarles que están equivocados. Las tonterías no se corrigen vociferando. Dios no nos exige que gritemos como si estuviésemos hablando a tres millones de personas cuando sólo nos estamos dirigiendo a trescientas. Seamos impetuosos debido a la excelencia de nuestro asunto, y a la energía del espíritu que ponemos en pronunciarlo. En una palabra, que nuestro hablar sea natural y vivo. Espero que habremos abandonado los trucos de los oradores profesionales, el esfuerzo en lograr efectos, el clímax estudiado, la pausa premeditada, el amaneramiento teatral, el hablar afectado, y qué sé yo cuántas cosas más, que podéis ver en ciertos teólogos pomposos que sobreviven todavía sobre la faz de la tierra. Ojalá que tales predicadores lleguen a ser especies extinguidas dentro de breve tiempo, y que todos nosotros aprendamos una manera viva, natural, sencilla, de predicar el Evangelio; pues estoy persuadido de que es probable que Dios bendiga semejante estilo.
Entre muchas otras cosas, hemos de cultivar la persuasión. Algunos de nuestros hermanos tienen gran influencia sobre los hombres, y sin embargo otros, con mayores dones, carecen de ella. No parecen acercarse a las personas, no pueden influir en ellas y hacerles sentir algo. Hay predicadores que, en sus sermones, parece como si tomaran a sus oyentes uno a uno por la solapa y metieran la verdad en sus almas, mientras que otros generalizan tanto, y son tan fríos, que se diría están hablando a los habitantes de algún planeta remoto, cuyos asuntos no les importan mucho. Aprended el arte de argüir con los hombres. Esto lo haréis bien si veis al Señor a menudo. Si no recuerdo mal, la antigua historia clásica nos dice que cuando un soldado estaba a punto de matar a Darío, su hijo, que había sido mudo desde la infancia, exclamó, súbitamente sorprendido «¿No sabes que es el rey?» Su lengua silenciosa se soltó por amor a su padre, y bien puede la nuestra hablar fervorosamente cuando vemos al Señor crucificado por el pecado. Si hay palabras en nosotros, esto las despertará. E1 conocimiento del «pavor de Jehová» debe también animarnos a persuadir a los hombres. No podemos hacer otra cosa que argüir con ellos para que se reconcilien con Dios. Hermanos, fijaos en aquellos que ganan a los pecadores para Jesús, buscad su secreto, y no descanséis hasta que alcancéis el mismo poder. Si los encontráis muy sencillos y llanos, aunque los veáis realmente útiles, decíos a vosotros mismos: «ese método me servirá» ; pero si, por otro lado, escucháis un predicador muy admirado, y al preguntar descubrís que no hay almas convertidas para salvación bajo la influencia de su ministerio, decíos a vosotros mismos: «este estilo no es para mí, pues yo no busco ser grande, sino ser verdaderamente útil».
Que vuestra oratoria, por tanto, mejore constantemente en claridad, fuerza lógica, naturalidad y persuasión. Queridos hermanos, tratad de conseguir un estilo de oratoria que se adapte a vuestros oyentes. Es mucho lo que de ello depende. El predicador que se dirigiera a una congregación educada, con el lenguaje que usaría para hablar a un grupo de vendedores ambulantes, demostraría ser un necio; y, por otra parte, el que va a estar entre mineros, y usa términos teológicos técnicos y frases de salón, obra como idiota. La confusión de lenguas en Babel fue más completa de lo que imaginamos. No dio meramente diferentes idiomas a las grandes naciones, sino que hizo que el lenguaje de cada clase variase del de las demás. Ahora bien, ya que el vendedor ambulante no puede aprender el lenguaje de la universidad, que el universitario aprenda el lenguaje del vendedor ambulante. «Usamos el lenguaje del mercado», decía Whitefield, y esto le honraba mucho; sin embargo, cuando estaba en el salón de la Condesa de Huntingdon, y su discurso fascinaba a los nobles infieles que ella traía para que le oyesen, adoptaba otro estilo. Su lenguaje era igualmente llano en ambos casos, porque era igualmente adecuado a sus oyentes; pero no usaba las mismas palabras exactamente, pues de lo contrario sus discursos habrían perdido su llaneza en uno a otro caso y habrían sido, o bien jerga para la nobleza, o griego para el vulgo. En nuestra manera de hablar, debemos aspirar a ser « todo a todos». E1 mayor maestro de oratoria es el que puede dirigirse a cualquier clase de personas de manera adecuada a su condición, y de modo que sea probable que sus corazones sean alcanzados.
Hermanos, que nadie nos supere en cuanto a capacidad de oratoria; que nadie nos sobrepase en el dominio de nuestra lengua materna. Amados compañeros de armas: nuestras lenguas son las espadas que Dios nos ha dado para usarlas para É1, como se dice de nuestro Señor: «De su boca salía una espada aguda de dos filos». Que estas espadas sean verdaderamente agudas. Cultivad vuestro poder de oratoria, y estad en primera fila en el campo de la expresión hablada no os exhorto a ello porque seáis especialmente deficientes; lejos de ello, pues todos me dicen : «Conocemos a los hombres de su Colegio por su forma de hablar, llana y atrevida». Esto me lleva a creer que tenéis en gran medida este don en vosotros, y os ruego que os esforcéis en perfeccionarlo.
III. Hermanos, debemos ser aún más fervorosos para ADELANTAR EN CUALIDADES MORALES.
Que los puntos que voy a mencionar aquí sirvan para aquellos que los necesiten, pero yo os aseguro que no tengo en mente a ninguna persona especial entre vosotros. Deseamos elevarnos hasta el tipo de ministerio más sublime; pero aunque obtengamos las aptitudes mentales y oratorias que he mencionado, fracasaremos a menos que poseamos también cualidades morales elevadas. Hay males de los que debemos desprendernos enérgicamente, tal como Pablo se sacudió la víbora de la mano, y hay virtudes que debemos conquistar a cualquier precio. La autocomplacencia ha herido sus miles. Más vale que temblemos y no perezcamos a manos de esta Dalila. Que nuestras pasiones y nuestros hábitos estén bajo el debido control; si no somos dueños de nosotros mismos no somos aptos para ser líderes en la Iglesia de Cristo.
Es preciso que también desechemos toda noción de nuestra propia importancia. Dios no bendecirá al hombre que se cree grande. Gloriarse aunque sea en la obra de Dios Espíritu Santo en uno mismo, es acercarse peligrosamente a la auto adulación. «Alábate el extraño y no lo boca», y date por satisfecho cuando ese extraño tenga el suficiente sentido común para callar.
Debemos también controlar debidamente nuestro humor. Un carácter violento no es del todo un mal. Estos hombres que son tan acomodaticios, valen generalmente poco. Yo no os diría nunca: «Amados hermanos, sed hombres de carácter» ; pero sí digo «Si lo tenéis, controladlo cuidadosamente». Doy gracias a Dios cuando veo que un pastor tiene el suficiente genio para indignarse ante la injusticia, y para ser firme en pos de la justicia; pero sin embargo, el genio es una herramienta de dos filos, y a menudo corto al que la maneja. Debemos preferir soportar el mal antes que infligirlo; éste ha de ser nuestro espíritu. Si algún hermano aquí time tendencia a indignarse con demasiada prontitud, piense que cuando lo hace no va a obtener ningún beneficio de ello.
Es preciso que, especialmente algunos de nosotros, dominemos nuestra tendencia a la liviandad. Hay una gran diferencia entre la alegría santa, que es una virtud, y la liviandad general, que es un vicio. Hay una liviandad que no time la suficiente cordialidad para reír, pero juega con todo; es caprichosa, hueca y poco real. Una buena carcajada no es más liviandad que el llanto del corazón. Estoy hablando de aquellas apariencias religiosas con mucha pretensión pero delgadas, superficiales, poco sinceras en lo tocante a las cosas de más importancia. La piedad no es una broma, ni tampoco mera apariencia. Cuidado con representar comedia. Nunca deis a las personas serias la impresión de que no habláis en serio, y que sois meros profesionales. Tener labios ardientes y alma helada es una señal de reprobación, Dios nos libre de ser excesivamente finos o superficiales; que nunca seamos las mariposas del jardín de Dios.
A1 mismo tiempo, debemos evitar todo lo que se parezca a la ferocidad del fanatismo. Hay en torno nuestro personas religiosas que sin duda nacieron de mujer; pero parecen haber sido amamantadas por un lobo. No les hago ninguna deshonra con esta comparación, pues ¿no fueron Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma, alimentados as!? Algunos hombres guerreros de este orden han tenido poder para fundar dinastías del pensamiento; pero la bondad humana y el amor fraternal armonizan mejor con el Reino de Cristo. No hemos de estar siempre yendo por el mundo en busca de herejías, como los perros que husmean en busca de ratas, ni estar siempre tan confiados en nuestra propia infalibilidad, que montemos hogueras eclesiásticas en las cuales asar a todos los que difieren de nosotros, utilizando carbones consistentes en prejuicios extremados y sospechas crueles.
Además de todo esto, hay manierismos y actitudes, que ahora no puedo describir, contra los cuales debemos luchar, pues los pequeños defectos pueden muchas veces ser la fuente del fracaso, y librarnos de ellos quizá sea el secreto de la eficacia. No tengáis por pequeña una cosa que os hace aunque sea sólo un poquito más útiles; limpiad el templo de vuestra alma de los bancos de los que venden palomas así como de traficantes en ovejas y bueyes.
Y, queridos hermanos, debemos adquirir ciertas facultades y hábitos morales, al mismo tiempo que desechamos lo que les es contrario. E1 que no tenga integridad de espíritu nunca hará mucho para Dios. Si somos dirigidos por la política propia, si hay algún tipo de acción para nosotros que no sea el recto, naufragaremos pronto. Resolveos, queridos hermanos, a pensar que podéis ser pobres, que podéis ser despreciados, que podéis perder la vida misma, pero que no podéis hacer nada deshonesto. Que la única política para vosotros sea la honradez.
¡Que también poseáis la gran característica moral del valor! Con esto no quiero decir la impertinencia, la insolencia. o la presunción; sino el valor verdadero para hacer y decir tranquilamente lo más apropiado, y para ir al encuentro de todos los peligros, aunque no haya nadie que os conceda una buena palabra. Me asombra el número de cristianos que temen decir la verdad a sus hermanos. Doy gracias a Dios de poder decir que no hay ningún miembro de mi iglesia, ningún oficial eclesiástico, y ningún hombre en el mundo a quien tema decir en su cara lo que diría a sus espaldas. Gracias a Dios, y con su ayuda, debo mi posición en mi propia iglesia a la ausencia de toda política, y al hábito de decir siempre lo que opino. El plan que consiste en hacer que todas las cosas sean agradables siempre y para todos, es peligroso y al mismo tiempo maligno. Si dices algo a un hombre, y otra cosa a otro, un día compararán notas, lo alcanzarán, y entonces serás despreciado. El hombre que tiene dos caras será, más tarde o más temprano, objeto del desprecio de los demás, y con justicia. Así pues, sobre todas las cosas, evitad esto. Si tenéis algo que creáis debierais decir acerca de alguien, que la medida de lo que decís sea ésta: « ¿Cuánto me atrevería a decir en su presencia?» Es preciso que no nos permitamos ni una palabra más de esto, al censurar a cualquiera. Si tenéis esta regla, vuestro valor os salvará de mil dificultades y os adquirirá un respeto duradero.
Teniendo la integridad y el valor, desearía que fueseis dotados con celo invencible. ¿Qué es el celo? ¿Cómo lo describiré? Poseedlo, y sabréis lo que es. Consumíos de amor por Cristo, y que la llama arda continuamente; no ardiendo en las reuniones públicas y apagándose en el rutinario trabajo cotidiano. Necesitamos perseverancia indomable, celo obstinado, y una combinación de tozudez santificada, de abnegación, de mansedumbre sagrada y de valor invencible.
Destacad también en aquel poder que es tanto mental como moral, a saber, el poder de concentrar todas vuestras fuerzas en el trabajo a que sois llamados. Reunid vuestros pensamientos, unid todas vuestras facultades, amontonad vuestras energías, y enfocad vuestras capacidades. Dirigid todos los resortes de vuestra alma hacia un canal, haciendo que fluya hacia adelante en forma de corriente unificada. Algunos hombres carecen de esta cualidad. Se esparcen, y por lo tanto fracasan. Convocad vuestros batallones y lanzadlos sobre el enemigo. No tratéis de ser grandes en esto y en aquello, de serlo « todo al principio y nada durante mucho tiempo» ; mas permitid que vuestra naturaleza entera sea llevada en cautividad por Jesucristo, y ponedlo todo a sus amados pies, ya que É1 sangró y murió por vosotros.
IV. Por encima de todas estas cosas, necesitamos ADELANTAR EN APTITUDES ESPIRITUALES, las gracias que deben ser obradas en nosotros por el Espíritu Santo en Persona. Estoy seguro de que esto es lo principal. Otras cosas son preciosas, pero ésta no tiene precio.
Primeramente, necesitamos conocernos a nosotros mismos. El predicador debe familiarizarse con la ciencia del corazón, la filosofía de la experiencia interna. Hay dos escuelas de experiencia, y ninguna de ellas está contenta con sólo aprender de la otra; dispongámonos, sin embargo, a aprender de ambas. Una de estas escuelas habla del hijo de Dios como de aquél que conoce la profunda depravación de su corazón, que entiende lo repulsivo de su naturaleza, y que diariamente ve que en su carne no mora el bien. «Un hombre no tiene la vida de Dios en su alma», dicen los hombres de esta escuela, «si no sabe y ve esto, si no lo experimenta amarga y dolorosamente día tras día». Es en vano hablarles de libertad y de gozo en el Espíritu Santo; no quieren tenerlos. Sin embargo, aprendamos de la parcialidad de éstos. Saben mucho de lo que debe saberse, y _¡ay del ministro que ignore su sistema de verdades! Martín Lutero solía decir que la tentación es el mejor maestro de un pastor. Este aspecto de la cuestión contiene su parte de verdad.
Los creyentes de la otra escuela tienen en gran estima, lo cual es justo y de bendición, la gloriosa obra del Espíritu de Dios. Creen en el Espíritu de Dios como poder purificador, beneficioso para el alma al hacer de ella un templo para Dios. Pero frecuentemente hablan como si hubieran dejado de pecar, o de ser acosados por la tentación; se glorían como si la batalla estuviera ya terminada y la victoria alcanzada. No obstante, aprendamos también lo que podamos de estos hermanos. Conozcamos toda la verdad que pueden enseñarnos. Familiaricémonos con los puntos principales de la salvación y la gloria que en ellos resplandece: los Hermones y los Tabores, donde podemos ser transfigurados con nuestro Señor. No temáis llegar a ser demasiado santos, o demasiado llenos del Espíritu Santo.
Quisiera que fueseis sabios en todo, y capaces de tener tratos con los hombres tanto en sus conflictos como en sus alegrías, siendo experimentados en ambas cosas. Conoced dónde os dejó Adam; conoced dónde os ha colocado el Espíritu de Dios. No conozcáis ninguna de estas dos cosas de modo tan exclusivo, como para olvidar la otra. Creo que, si hay hombres que hayan de clamar: «¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» serán siempre los ministros del Evangelio, porque nosotros necesitamos ser tentados en todas las cosas, para poder consolar a otros. En un vagón de ferrocarril, la semana pasada, vi a un pobre hombre con la pierna apoyada sobre el asiento. Un empleado que le vio en aquella postura, observó: «Esos cojines no fueron hechos para que usted ponga las botas sucias encima». Tan pronto como el funcionario se marchó, el hombre volvió a poner la pierna en el asiento, diciéndome: « Estoy seguro de que nunca se ha rolo la pierna en dos puntos diferentes, pues en este caso no sería tan brusco conmigo». Cuando he oído a hermanos de los que viven acomodadamente, disfrutando de buenos ingresos, condenar a otros que están pasando por grandes pruebas, porque no podían gozarse de la misma manera, he visto que no sabían nada de los huesos rotos que otros tienen que arrastrar durante toda su peregrinación.
Conoced al hombre, en Cristo, y fuera de Cristo. Estudiadle en su mejor aspecto, y también en el peor; conoced su anatomía, sus secretos y sus pasiones. Este conocimiento no podéis adquirirlo en los libros; es preciso que tengáis contaclo personal con los hombres si habéis de ayudarles en su multifacética experiencia espiritual. Sólo Dios puede daros is sabiduría que necesitaréis para tratar prudentemente con ellos, pero Él os la dará en respuesta a la oración de fe.
Entre las adquisiciones espirituales, conocer a1que es remedio seguro para todas las enfermedades humanas está por encima de toda otra cosa necesaria. Conoced a Jesús. Sentaos a sus pies. Considerad su naturaleza, su obra, sus sufrimientos, su gloria. Gozaos en su presencia; tened comunión con Él día tras día. Conocer a Crislo es entender la más excelente de todas las ciencias. No podéis dejar de ser sabios si tenéis comunión con la Sabiduría Encarnada; no podéis carecer de fortaleza si tenéis constante comunión con Dios. Hermanos, morad en Dios; no se trata de ir a Él a veces, sino de habitar en É1. En Italia dicen que donde no entra el sol, tiene que entrar el médico. Donde Jesús no resplandece, el alma está enferma. Bañaos en sus rayos, y seréis vigorosos en el servicio de vuestro Señor.
El pasado Domingo por la noche, meditamos en un texto que me había dominado: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre». Dije que los pobres pecadores que habían ido a Jesús y puesto su confianza en Él, pensaban que le conocían, pero sólo conocían un poquito de Él. Hay santos con sesenta años de experiencia y que han andado con Él cada día. que creen conocerle ; pero no están sino empezando a conocerle. Los espíritus perfectos que están ante el trono, que han estado adorándole perpetuamente desde hace cinco mil años, quizás crean que le conocen, pero no le conocen plenamente. « Nadie conoce al Hijo sino el Padre. Es tan glorioso, que sólo el Dios infinito tiene pleno conocimiento de É1, y por lo tanto no habrá límite para nuestros estudios, ni pobreza en nuestra línea de pensamiento, si hacemos de nuestro Señor el gran objeto de todos nuestros pensamientos e investigaciones.
Así que, si hemos de ser hombres fuertes, como resultado de este conocimiento, es preciso que seamos hechos semejantes a nuestro Señor. Bienaventurada aquella cruz en que sufriremos, si sufrimos por ser hechos a semejanza del Señor Jesús. Si obtenemos esta semejanza, tendremos una unción maravillosa en nuestro ministerio; y sin ello, ¿qué vale un ministerio? En resumen, debemos esforzarnos en tener santidad de carácter. ¿Qué es la santidad? ¿No es entereza de carácter? Un estado equilibrado en que no sobra ni falta nada. No es moralidad, la cual es una estatua fría y sin vida; la santidad es vida. Es preciso que tengáis santidad; y, aunque os falten aptitudes mentales (aunque espero que no), y aunque tengáis pocas facultades oratorias (aunque confío en que no), podéis estar seguros de que una vida santa es en sí misma un poder maravilloso, y compensará muchas deficiencias; es, de hecho, el mejor sermón que el mejor de los hombres puede jamás predicar. Resolvámonos a tener toda la pureza que se pueda tener, toda la santidad que se pueda alcanzar, y toda la semejanza a Cristo que sea posible en este mundo de pecado, confiando en la obra eficaz del Espíritu de Dios. Que el Señor nos levante a todos, como Colegio, hasta una plataforma más elevada, y tl tendrá la gloria.
V. Aún no he terminado mi mensaje, pues tengo que deciros también: ADELANTAD TRABAJANDO DE VERAS.
Bien mirado, seremos conocidos por lo que demos hecho más que por lo que hemos dicho. A semejanza de los apóstoles, espero que nuestro monumento sea el de nuestros hechos. Hay en el mundo muchos buenos hermanos que son muy poco prácticos. La gran doctrina de la segunda venida les hace estarse con la boca abierta, mirando al cielo, de tal modo que estoy dispuesto a decides decirles: «Varones de Plymouth, ¿qué estáis mirando al cielo?» E1 hecho de que Jesús ha de volver de nuevo, no es una razón para estarse contemplando el firmamento, sino para trabajar en el poder del Espíritu Santo. No os enfrasquéis hasta tal punto en especulaciones, como para preferir una lección bíblica sobre un oscuro pasaje de Apocalipsis a enseñar en una escuela dominical o hablar a los pobres tocante a Jesús. Es preciso que suprimamos los ensueños y nos pongamos manos a la obra. Creo en los huevos, pero hay que sacar polluelos de los mismos. No me importa el tamaño del huevo; si queréis, que sea un huevo de avestruz; pero si no hay nada en é1, os ruego que no os entretengáis con la cáscara. Si vuestras especulaciones producen algo, que Dios las bendiga; y aun si fuerais un poco más lejos de lo que creo prudente aventurarse en tal dirección, si con ello sois más útiles, ¡alabad a Dios por ello!
Queremos hechos: acciones realizadas, almas salvadas. Está muy bien escribir ensayos; pero, ¿qué almas habéis sido llevados a salvar de ir al infierno? Me interesa la excelente administración de vuestra escuela; pero, ¿cuantos niños han sido llevados a formar parte de la iglesia mediante esta administración vuestra? Nos alegramos de saber de ciertas reuniones especiales; pero, ¿cuántos han sido realmente nacidos para Dios en ellas? ¿Son los santos edificados? ¿Son convertidos los pecadores? ¡Dios nos libre de vivir en la comodidad espiritual mientras los pecadores se hunden en el infierno! Viajando por las carreteras en las montañas de Suiza, veréis continuamente las señales de las perforadoras: y en la vida de todo ministro debe haber señales de la ruda labor. Hermanos, haced algo; haced algo; HACED ALGO. Mientras las Comisiones desperdician el tiempo redactando resoluciones, haced algo. Mientras las Sociedades y las Uniones están preparando constituciones, ganemos almas. Con demasiada frecuencia discutimos, consideramos y ponderamos, mientras Satanás se ríe disimuladamente de nosotros. Os ruego a todos que seáis hombres de acción. Poned manos a la obra, y desenvolveos como hombres. Comparto la idea que el viejo Suwarrow tenía de la guerra: «Adelante y al ataque! ¡Nada de teorías! ¡Atacad! ¡Formad columna! Fijad las bayonetas, y cargad directamente contra el mismo centro del enemigo». Nuestro objetivo único es salvar pecadores, y no hemos de hablar meramente de esto, sino efectuarlo en el poder de Dios.
VI. Finalmente, y ahora voy a daros un mensaje que me abruma, ADELANTAD LN CUANLO A LA ELECCIÓN DE VUESTRA ESFERA DE ACTIVIDAD.
Hoy os estoy rogando por aquellos que no pueden rogar por sí mismos, a saber, las grandes masas del exterior, del mundo pagano. Los púlpitos existentes están ya tolerablemente bien suplidos, pero necesitamos hombres que quieran edificar en nuevos fundamentos. ¿Quiénes lo harán? ¿Somos, como grupo de hombres fieles, limpios en nuestras conciencias en cuánto a los paganos? Hay millones que no han oído jamás el nombre de Jesús. Cientos de millones han visto un misionero sólo una vez en su vida, y no saben nada de nuestro Rey. ¿Dejaremos que perezcan? ¿Podemos ir a nuestros lechos y dormir, mientras la China, la India, el Japón y otras naciones se están condenando? ¿Estamos limpios de su sangre? ¿No tienen ningún derecho sobre nosotros? Deberíamos plantearlo así: en vez de decir: « ¿Puedo demostrar que debiera ir?», decir: «¿Puedo demostrar que no debiera ir?» Cuando uno puede honradamente demostrar que no debiera ir, entonces está limpio, pero no de otro modo. ¿Qué respondéis, hermanos míos? Os lo pregunto uno a uno. No os estoy planteando una cuestión que yo no me haya planteado honradamente a mí mismo. He visto que si algunos de nuestros principales ministros dieran el paso, tendría un gran efecto como estímulo de nuestras iglesias, y me he preguntado sinceramente si yo debiera ir. Después de sospesarlo todo, me siento obligado a seguir en mi lugar, y creo que el discernimiento de la mayoría de los cristianos confirmaría mi decisión; pero confío que iría al extranjero fácil, voluntaria y alegremente si no viese que debo quedarme aquí. Hermanos, haced vosotros el mismo experimento. Hemos de convertir a los paganos; Dios tiene miles y miles de sus elegidos entre ellos, es preciso que vayamos y los busquemos de un modo a otro. Ahora han desaparecido muchas dificultades, todos los países nos están abiertos, y las distancias han sido casi suprimidas. Cierto que no tenemos el don de lenguas de Pentecostés; pero los idiomas se aprenden ahora pronto, mientras el arte de la imprenta es un equivalente completamente satisfactorio para reemplazar el don perdido. Los peligros propios de las misiones no deberían retener a ningún hombre sincero, aunque fuesen grandes peligros; pero ahora están reducidos al mínimo. Hay centenares de lugares donde la cruz de Cristo es desconocida, a los cuales podemos ir sin riesgo. ¿Quién irá?
Los hombres que deberían ir son los hermanos jóvenes, de buena capacidad que aún no han echado sobre sí los cuidados de una familia. Cada uno de los estudiantes que entra en el Colegio debe considerar este asunto, y entregarse a la obra a menos que haya razones concluyentes para no hacerlo. Es un hecho que, incluso para las colonias, es muy difícil hallar hombres, pues he tenido oportunidades en Australia que me he visto obligado a abandonar. No debería ser así. Seguramente debe haber entre nosotros todavía algún espíritu de sacrificio, y algunos de nosotros que estén dispuestos a ser exiliados por Jesús. La Misión languidece por falta de hombres. Si vinieran hombres, la liberalidad de la iglesia supliría sus necesidades ; y, de hecho, la liberalidad de la iglesia ha ofrecido la provisión, y aún no hay hombres que vayan. Hasta que veamos a nuestros camaradas luchando por Jesús en todas las tierras, a la vanguardia del conflicto, no pensaré que hemos *****plido con nuestro deber. Creo que si Dios os mueve a ir, seréis los mejores misioneros, porque haréis de la predicación del Evangelio la gran característica de vuestro trabajo, y ésta es la manera segura en que Dios muestra su poder.
Ojalá que nuestras iglesias imitaran a la del Pastor Harms en Alemania. donde cada miembro está consagrado al Señor en hecho y en verdad. Los campesinos dan del producto de sus tierras, los obreros de su trabajo; uno entregó una enorme casa para que fuese usada como Colegio misionero, y el Pastor Harms obtuvo dinero para adquirir un barco que equipó para hacer viajes a África, y entonces envió misioneros y pequeños grupos para formar comunidades cristianas entre los bosquímanos. ¿Cuándo serán nuestras iglesias así de abnegadas y activas? Fijaos en los Moravos, cómo cada hombre y cada mujer se convierte en misionero, y cuanto hacen por el Señor como consecuencia. Captemos su espíritu. ¿Es un espíritu recto? Entonces es acertado que lo tengamos. No basta decir : «Esos Moravos son maravillosos». Nosotros deberíamos ser también maravillosos. Crispo no adquirió a los moravos de manera más completa que a nosotros mismos ; no tienen más obligación de sacrificarse que nosotros. ¿Por qué entonces esta reticencia? Cuando leemos acerca de los hombres heroicos que Lodo lo dieron por Jesús, no sólo debemos admirarlos, sino imitarlos. ¿Quién loa imitará ahora? ¿Veis la importancia de la cuestión? ¿No hay algunos entre vosotros que estén dispuestos a consagrarse al Señor? ¡Adelante es la consigna hoy! ¿No hay espíritus audaces para acaudillar las vanguardias? Orad todos vosotros para que, durante este Pentecostés, el Espíritu pueda decir: «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado».
Subid y volad hacia adelante en alas del amor. Amén.
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