El mundo entero se hundió bajo sus pies. Nunca concibió el divorcio como una alternativa. Si bien admitía que las cosas no marchaban como antes, razonaba que llegarían tiempos mejores.
—Hablaré con un abogado amigo. Creo que el asunto puede resolverse sin mayores traumatismos—concluyó al tiempo que cerraba la puerta con violencia, dejando tras de sí una estela de incertidumbre y dolor.
El desayuno quedó a medio consumir. El silencio se apoderó del lugar. La mujer enfrentó una concatenación de sentimientos encontrados: rabia, desilusión, ganas de renunciar a todo.
Le parecía imposible que después de cinco años de matrimonio, con las imágenes todavía frescas del día de la boda, de pronto todo se rompiera sin mayores explicaciones. ¿Tendría su esposo una amante? O sencillamente se había cansado de ella.
Ese fue el comienzo de una intensa búsqueda de posibles soluciones.
Alguien le recomendó los servicios de una bruja; una ex compañera de estudios le aconsejó presionar jurídicamente a su marido hasta dejarlo sin un peso, y una vecina—la de enfrente de su apartamento—le sugirió buscar ayuda en Dios.
—En la congregación oramos por las necesidades. Le invito para que nos acompañe los jueves en las noches. No dudo que Dios resolverá su problema—explicó.
Aún cuando al principio dudo e incluso, fue a la iglesia con marcado escepticismo, en medio de su desesperación comenzó a creer.
Al principio nada parecía ocurrir. Todo lucía igual y pensó que empeoraba. Pero tres semanas después las circunstancias comenzaron a ceder. Por primera vez en mucho tiempo su esposo llegó a casa sin reñir. La agresividad de sus palabras disminuyó. Era menos hostil.
María Angélica persistía en la oración. Siete meses después la situación había retornado a la normalidad. Hasta tal punto fue sorprendente el cambio que su esposo insistió un jueves, recién llegó del trabajo, para acompañarla al templo:
—Quiero ver qué dicen y qué hacen allí—le dijo sonriente.
Hoy los dos representan una pareja que tiene a Jesucristo como el centro de su hogar. ¡Dios respondió a las oraciones de María Angélica!
El poder de la oración
Muchas personas desconocen el poder que se desencadena cuando oramos a Dios en procura de milagros.
Nuestro Supremo hacedor puede cambiar las circunstancias contrarias. Recuerde: El dividió el mar Rojo e hizo caer los muros de Jericó. ¿Acaso le será imposible sanar a un enfermo o quizá restablecer un matrimonio que amenaza con romper pronto?
En la Biblia leemos: “En cuanto a mi, a Dios clamaré; y Jehová me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz; El redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí, aunque contra mi haya muchos”(Salmo 55:16-18).
Tres elementos importantes
El autor revela varios aspectos interesantes: El primero, que cuando viene el problema va a Dios en clamor y oración. Segundo, que tiene la certeza –como la debemos tener nosotros—de que Dios nos escucha y responderá a las oraciones. “…y Jehová me salvará”. El tercero, la necesidad de perseverar.
Dios tiene su propio reloj y calendario, y por tanto, sus tiempos son diferentes de los nuestros. El responderá en el momento indicado. La clave es perseverar. “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz”.
Tres elementos que le invitamos a asumir bajo la convicción de que Dios se manifestará gloriosamente, obrando milagros en cualquier situación que usted lleve a Su presencia.
© Fernando Alexis Jiménez. Pastor del Ministerio de Evangelismo y Misiones “Heraldos de la Palabra”. Email: [email protected]