—Es inútil—razonó-mi naturaleza impaciente me impide seguir adelante–.
Algo similar piensa la vendedora de dulces en el centro comercial. Aun cuando todo en casa marcha bien, ha vuelto a ser amorosa con su esposo y tierna con sus hijos, la atormentan los recuerdos de una experiencia de adulterio que tuvo hace cinco años.
El pastor, después del acostumbrado proceso de consejería, la animó a emprender el sendero de vida en Cristo. Y lo ha hecho. Pero la asaltan pensamientos dolorosos. Está convencida que Dios no ha podido perdonarla. “Al fin de cuentas soy adúltera” piensa cada vez que recuerda el incidente.
Para un ex pandillero la historia es parecida. Antes de morir uno de sus amigos, después de asaltar juntos un establecimiento comercial y de ser alcanzados por las balas que disparó el propietario, juró que no descansaría hasta vengar su muerte. “Te prometo que no bajaré en paz a la sepultura hasta que acabe con la vida de ese hombre”, le dijo.
Pero no contaba con el hecho de que el negociante se mudaría de ciudad, y aunque afanosamente ha querido encontrar su rastro, está desorientado.
El muchacho asiste actualmente a la congregación. Forma parte del equipo de discipulado. Sin embargo con frecuencia llegan a su mente pensamientos de muerte. Está convencido de que si bien es cierto el Señor Jesús perdonó y rompió toda atadura en la cruz, el diablo jamás permitirá que él incumpla la promesa que hizo a su amigo moribundo.
Tres escenas diferentes de dos hombres y una mujer perdonados por la obra redentora de Jesucristo en el Calvario que aún sigue atados a su pasado…
Jesucristo cargó con nuestras culpas
Tras ser condenado a morir en la cruz en desarrollo de un proceso judicial que rompió toda lógica y en el que primaron la injusticia y los intereses de los religiosos tradicionalistas de su época, el Señor Jesús fue condenado a morir en la cruz.
“Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban allí decían: Mirad, llama a Elías”(Marcos 15: 34, 35).
En aquél momento crucial para la historia de la humanidad, el Maestro recibió sobre su cuerpo todo el peso de sus errores pasados y presentes. ¿Fue usted ladrón antes de conocer a Cristo? Ya fue perdonado. ¿Incurrió en adulterio? Su pecado fue borrado. ¿Hizo algo que le roba la paz? Pues en aquel sacrificio Jesús cargó con toda su culpa.
Esta es una maravillosa realidad que nos abre las puertas a una nueva vida. Recuerde que en la Biblia leemos que “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”(Isaías 53:4-6).
Lea el texto nuevamente. Aplíquelo específicamente a su vida. Percátese del hecho de que el sacrificio de Jesús en el Calvario no solo sentó las bases para que seamos sanados sino también –y esto reviste particular importancia para su vida—que no importa cuan malo haya sido en el pasado, tiene la oportunidad de cambiar. Es un derecho que ganó Jesucristo para nosotros en la cruz. Grábeselo en lo más profundo de su corazón: “Tengo el derecho y la oportunidad de cambiar”. Nada impide que pueda hacerlo.
Su pasado quedó atrás
Cuando hablo con quienes se sienten atormentados con el pasado, suelo llevarles a que imaginen que entran a la oficina celestial. El Señor Jesús levanta sus ojos por encima de los anteojos. Sonríe y con un gesto amable, le invita a sentarse, frente a su escrito.
—Dime, ¿qué te trae por acá?—le dice mientras sigue organizando papeles arrumados.
—Señor Jesús… —le explica usted–: Vengo porque hace algún tiempo robé en la empresa donde trabajo…—
—Ajá… y ¿qué más?—le interroga de nuevo.
—Señor Jesús, pues que una y otra vez esos recuerdos vienen a mi mente y no me dejan vivir en paz—
—Déjame buscar ese pecado—responde el Maestro mientras se dirige al computador.—Dame tu nombre completo…—teclea, y de nuevo pregunta—Tus apellidos…—después de las respuestas, escribe de nuevo. Guarda silencio por segundos que a usted le parecen eternos–. Mira, no hallo nada contra ti. Según los archivos, con mi muerte en la cruz ya no tienes pecados y menos ese que mencionas… –.
—Señor Jesús pero me siento culpable de haber robado—interviene usted reflejando angustia en el rostro.
—Déjame explicarlo ¿Tu robaste antes o después de permitirme que entrara en tu corazón?—pregunta.
—Antes de aceptarte en mi vida, por supuesto—responde usted a lo que Jesús, mirándolo con una sonrisa amplia le dice:
—Ahí está la explicación. Tus pecados fueron borrados. No existen y, por mucho que quisiera, no puedo guardarlos en el archivo porque ya fueron perdonados–.
Usted sale de la oficina celestial, se vuelve a Jesucristo y le dice:–Gracias…—
—No te preocupes, simplemente vete y no peques más… —le responde.
Esa es la descripción más sencilla y gráfica que tengo del milagro que Jesucristo obró en su vida.
En el evangelio leemos que “…Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo:–Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”(Marcos 15:37-39).
En aquel instante de suma trascendencia para la historia del hombre, el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo, donde estaba la presencia misma de Dios en el templo, se rasgó. El sacrificio del Señor hizo posible que usted y yo ahora podamos ir ante la presencia misma del Creador para hablar con El en oración y recibir perdón por nuestros pecados.
Y ¿qué pasó con lo que hicimos ayer? Quedó en el ayer. El apóstol Pablo lo explicó en términos sencillos en una carta dirigida a los creyentes de Colosas: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz…”(Colosenses 2:13, 14).
Que no le atormente el pasado
Cierto día en la puerta de ingreso a una oficina estatal, un visitante fue requerido como de costumbre por las autoridades. Un trámite normal de seguridad. Pidieron su cédula de ciudadanía colombiana. Apenas pasó el documento, lo ingresaron en el sistema de computador.
—Usted tiene pendiente una orden de captura por estafa…—le dijo el agente de policía.—Por favor acompáñenos…—le ordenó.
—Soy inocente… ya pagué esa deuda con la sociedad—argumentaba el hombre. Pese a ello fue detenido y llevado a la delegación policial. Dos horas después comprobaron que ya su deuda con la justicia estaba saldada y que todo era fruto de un error ya que los empleados asignados a esa tarea, no borraron la orden judicial de los archivos.
Eso es exactamente lo que pasa con los pensamientos de acusación que vienen a su mente. Usted ya fue perdonado. No tiene deudas pendientes con Dios. Sin embargo Satanás quiere atormentarlo… y es justamente lo que no debe permitir.
Cuando lo asalten los recuerdos que lo atan al pasado, traiga a su mente el versículo escritural de Pablo cuando escribe: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”(2 Corintios 5:17).
Desde el momento en que aceptó a Jesús como Señor y Salvador, es una nueva criatura. Lo pasado, quedó en el pasado y en el pasado debe quedar. Es hora de comenzar de nuevo. Frente a usted se despliegan las hojas en blanco de los nuevos capítulos de su vida que están pendientes por ser escritos. Y le corresponde a usted escribirlos con ayuda del Señor Jesús.
Comience una nueva vida hoy
Quizá me diga: “Fernando, quiero comenzar una nueva vida hoy, pero no se cómo hacerlo”. Es muy sencillo. Basta que le diga: “Señor Jesús, reconozco que he pecado y que, en la cruz, diste la vida por mi para traer perdón de todas mis faltas. Entra en mi vida. Te recibo como mi Señor y Salvador. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
¿Tomó esta decisión? Lo felicito. Es la mejor decisión de su vida. Ahora puede pedirle a Dios que transforme el curso de sus días. Lo hará, sin duda. Usted es hijo de Dios, y Dios ama, cuida y bendice a sus hijos.
Hay tres recomendaciones finales que le comparto. La primera, que haga de la oración un hábito diario. Hablar con Dios nos ayuda a crecer espiritualmente. La segunda, que conozca Su voluntad plasmada en Su Palabra, es decir, la Biblia. Lea como mínimo un capítulo diario. Y por último, comience a congregarse en una iglesia cristiana. Su vida será transformada.
En caso de que tenga alguna inquietud o interrogante, no pierda tiempo. ¡Escríbame ahora mismo! Con gusto responderé a sus preguntas.
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Correo electrónico: [email protected]