John Ashcroft es el «Abogado general» de los Estados Unidos, algo así como el ministro de Justicia. Debajo suyo están los jueces de los Estados Unidos, todos los que tienen que ver con la ley, como la policía, y en este momento el FBI, que lleva adelante la investigación sobre los terroristas. Es un hombre con mucha influencia en la nación. Es más que un puesto de gabinete, el departamento de justicia tiene mucha influencia y poder. Este hombre está al lado del Presidente Bush, hoy más que nunca.
1. La influencia de su papá
John Ashcroft escribió un libro muy profundo, «Lecciones de un padre a su hijo», (ahora con nombre «Sobre mi honor») donde cuenta los principios espirituales que aprendió de su papá. Capítulo por capítulo, relata lo que le dejó la vida de su padre, las huellas e impactos que influyeron en su vida.
Cuando John fue elegido senador en 1994, cuenta cómo su papá, quien estaba a punto de morir, dijo: «Dios me va a permitir ver tu ceremonia de Juramento. Después, no me quedará mucho tiempo». Sucedió que la noche antes de la ceremonia, John estaba en una fiesta privada con algunos amigos íntimos. Su papá, muy débil, estaba sentado y quiso levantarse para orar por él. John le dijo: «Papá… no tienes que ponerte de pie para orar por mi». Su papá le dijo: «Hijo, no me levanto para orar por ti, sino para ponerme de rodillas». Se quebrantaron todos. De rodillas, ungió a su hijo y le dijo: «Hijo… el espíritu de Washington es el orgullo. Yo oro que tú no tengas el espíritu de orgullo, sino el espíritu de humildad». Esto marcó la vida de John. Al otro día juró como senador. Un día después su padre partió con el Señor. Una de las muchas lecciones que Roberto Ashcroft dejó para su hijo a través del ejemplo de su vida.
2. El proceso de llegar hasta donde ahora está
No fue de un día para el otro, su carrera fue marcada por el estudio y la integridad en su trabajo. Como comentamos en una nota anterior: Primero… terminó el secundario.
3. La elección más extraña de la historia
John Ashcroft casi fue candidato para presidente. Había sido un gobernador muy popular y ganó fácilmente su primera elección como senador. Entonces sucedió algo inesperado: se postuló contra él otro gobernador popular, y de repente, estuvo metido en una elección bien peleada, bien de cerca. Esto fue en noviembre de 2000. Cuando faltaban solamente tres semanas para las elecciones, John Ashcroft iba ganando en las encuestas, no por mucho, pero con un margen manejable. Y de repente, sucedió algo que transformó esta elección en la más rara de la historia. Su rival, quien viajaba en avión a San Luis, se estrelló y murió en el accidente. Faltaba solamente tres semanas para la elección. Ashcroft paró la campaña, como respeto a su rival.
Sucedió que los demócratas, desesperados por ganar una banca, dijeron: «No podemos sacar el nombre del candidato de la balota. Pero si gana el muerto, nombramos a su viuda para tomar su lugar». Ahora ya faltaba solamente una semana para las elecciones, y el público sentimentalista simpatizaba con la viuda. Ashcroft salió de nuevo para hacer campaña, pero por haber parado dos semanas, perdió la ventaja que tenía. Debió actuar con mucho cuidado ¿Cómo hacer campaña contra un muerto y su viuda?
El resultado fue que perdió la elección, llamada por muchos la «más extraña de la historia», ante un muerto. El margen de la elección era menos de uno por ciento. Muchos le dijeron a Ashcroft que peleara los resultados. No era justa esta trampa que le hicieron.
Pero Ashcroft, con el espíritu de un cristiano, dijo: «El pueblo me conoce y no me volvió a elegir. No voy a pelear el resultado». Todos lo respetaban pero la viuda tomó su lugar en el senado. Un hombre tan santo, tan justo había perdido ante un muerto. Una ironía y paradoja, y los cristianos decían: «¿Cómo puede ser? Dios, ¿por qué permitiste eso?»
Pero Dios tenía otro plan. Dios sabía que venía el 11 de septiembre. Dios sabía la crisis que iba a pasar EE.UU. Y Dios quería a John en un puesto clave. No solamente en un puesto de mucho poder, responsabilidad e influencia, sino también al lado del presidente Bush, que iba a vivir uno de los peores momentos en la historia de su país.
Sucede que el senado estaba tan empatado que si John hubiera ganado la elección, jamás habría sido nombrado ministro de justicia, pues hubiera perdido un puesto para el partido de Bush y dado ventaja al otro partido. Pero el hecho es que Ashcroft estaba «libre» de servir en el senado y Bush también estaba «libre» para nombrarlo en un puesto tan estratégico.
4. ¿Qué podemos aprender para la Argentina?
Primero, los hijos espirituales van a hacer cosas que ahora tal vez no hacemos nosotros. Tenemos que ser buenos ejemplos a nuestros hijos. El futuro son ellos. Por años las Asambleas de Dios eran «humildes», y no gente de mucha influencia en la política. Pero la siembra dio su cosecha. Tenemos que sembrar para cosechar.
Segundo, tenemos que aprender a ser prácticos y no solamente espirituales. A veces oramos que Dios levante a personas para estar en el gobierno. Pero John, antes de todo, terminó el secundario. Oramos para que Dios levante gente espiritual para puestos en el gobierno, pero la mayoría de nuestros chicos no termina el secundario. Tenemos que ser prácticos. Hay que estudiar.
Tercero, John Ashcroft tiene 58 años. Nosotros queremos todo rápido. No se levantó un hombre espiritual y poderoso de un día para el otro. Fue un proceso de años. Lo que sembramos ahora vamos a cosechar en veinte, treinta o cuarenta años. No podemos ser impacientes. Tenemos que ser fieles.
Jóvenes: Dios quiere levantar argentinos para estar en el gobierno. ¿Tomarán el desafío? Pero, primero ¡hay que estudiar!
La Argentina pasa por momentos difíciles. Tenemos que sembrar para el futuro. No podemos cosechar lo que no sembramos. Es cierto que hay un hijo de Dios al lado del Presidente Bush. Pero también él sembró, la iglesia sembró y su papá sembró. Hoy hay una cosecha. Iglesia: no pensamos solamente en el presente: sembremos para el futuro.
Brad Walz es presidente del Departamento de Misiones de las Asambleas de Dios en la Argentina.