Judas y la turba que le prendió, representan el precio de la traición. Representa el valor que se le pueda dar a las cosas materiales antes que a Jesús. La vacilación de Pilatos, y la entrega final de Jesús al populacho para ser crucificado, nos muestra la cobardía y la indecisión que se tiene para reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. La alevosía con la que Herodes interrogó a Jesús, pretendiendo que él hiciera algún milagro para complacer su ego, nos habla de aquellos que buscan la satisfacción y el sensacionalismo en Jesús, más que la entrega y la rendición a él. Y, ¿qué decir de aquella multitud enardecida que prefirió a Barrabás por Jesucristo? La cruz tuvo sus protagonistas. La ciudad de Jerusalén estaba agitada para el momento cuando Jesús iba a hacer llevado al “monte de la Calavera”. Hubo una agitación política. Los gobernadores de ese tiempo tuvieron en sus manos a Jesús. Hubo una agitación religiosa. El sanedrín en pleno condenó a Jesús por la blasfemia que él siendo hombre, se hizo pasar por Dios. Hubo una agitación militar. Los solados fueron los encargados de ejecutar la orden de la crucifixión, y aunque aquello pudiera haber sido rutinario para ellos, la muerte de Jesús no dejó de despertar en ellos un sentimiento distinto. Pero sobre todo, hubo una agitación en la multitud. Estaban los que gritaban a favor de la crucifixión, pero también los que lloraban por la crueldad de aquella práctica pagana. Y mientras todo esto sucedía, los espectadores del cielo guardaban un profundo silencio. Muchos ángeles estarían dispuestos a venir y destruir a los que mataban al inocente, pero el mismo Padre les ordenaría permanecer callados hasta que Jesús fuera crucificado, confiando en su victoria final. Y nosotros seguimos siendo, de alguna manera, protagonistas de la cruz.
ORACIÓN DE TRANSICIÓN: ¿Quiénes son los protagonistas de la cruz?
I. LOS QUE ACOMPAÑAN A LLEVAR LA CRUZ v.26
He oído muy pocos mensajes sobre Simón de Cirene. Él, al igual que el José esposo de María, es un hombre que no habla en las Escrituras. Pero con tan corta aparición y participación, pasó a formar parte de la historia de todos los que estuvieron involucrados en la crucifixión de Jesús. Marcos nos dice que era el padre de Alejandro y de Rufo (Mr. 15:21) La mención que él hace de los dos hijos, nos muestra que ellos eran personas bastante conocidas, y hasta con algún liderazgo, en la iglesia primitiva. Pablo menciona a un tal Rufo en su largo saludo a los hermanos de Roma; algunos piensan que él pudo ser uno de los hijos de Simón de Cirene (Ro. 16:13) Simón de Cirene tuvo un privilegio muy poco concedido a hombre alguno: haber ayudado a llevar la cruz del redentor del mundo Y es cierto que a Simón se le obligó a llevar la cruz, de acuerdo al testimonio de Mateo y Marcos, pero no dudamos que después que este hombre se enteró quién era Jesús y por qué moría, su vida tuvo que ser otra. ¿Tendría que ver Simón con la conversión de sus hijos? Jesús había pasado toda una noche sin comer y beber. Había recibido seis juicios: tres de los judíos y tres de los romanos, todos ellos humillantes. Su cuerpo sentía los efectos del castigo. Coronado de espinas y con sus espaldas flageladas por los látigos, su cuerpo ya no podía arrastrar semejante peso de la cruz. Aquí entra en la escena Simón de Cirene. Él vía a ser parte del plan divino. Es cierto que venía del campo, pero fue enviado por Dios para ayudar a llevar la cruz. Su actuación nos recuerda que debemos ser parte de la cruz de Jesús. No debemos avergonzarnos de ser llamados seguidores de Jesús. El cristianismo proviene de una cruz. No hay mensaje de salvación sin la cruz. Al principio Simón llevó la cruz de Jesús sobre sus hombros, pero hay buenas razones para pensar que después la llevó en su corazón para anunciarla. De este protagonista aprendemos también, que si somos cristianos no debiéramos permitir que el mundo nos obligue a llevar la cruz. Esta es mi responsabilidad. Soy llamado a tomarla todos los días, según la indicación de Jesús (Lc. 9:23) Tomar la cruz debiera ser mi gozo continuo. No debemos dejar que el mundo nos obligue a llevarla. Tomémosla por obediencia y por amor a Cristo.
II. LOS QUE LLORAN POR CAUSA DE LA CRUZ v. 27-31
Las mujeres tienen una valentía poco común, incluso, entre los hombres. Sus sentimientos llegan a ser muchas veces tan profundo, capaces de enfrentar todos los riesgos y peligros, con tal de estar cerca del ser que aman. Eso es comprobado en el cuidado con su niño y en el amor expresado a su compañero. Era un riesgo muy grande estar en medio de una multitud enardecida que se burlaba, reía e insultaba a Jesucristo, mientras ellas iban llorando y “haciendo lamentación por él” v.27. Pero a ellas no les importó que alguno de la multitud, o de los propios soldados, las ofendiera y hasta las detuviera. Ellas hicieron lo que no hicieron los discípulos: permanecer al lado de Jesús. Ellas si vieron el rostro maltratado y vejado del salvador. Ellas si vieron la sangre que ya salía de su cabeza y de sus espaldas. Ellas lloraban a causa de la impotencia por no poder evitar la burla, el escarnio y el vituperio a los que estaba siendo sometido su Señor. Juan, el único de los doce que estaba allí, menciona el nombre de algunas de las mujeres que acompañaban a Jesús, en medio de un profundo dolor. El dice que “estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena” (Jn. 19:25) Todas esas mujeres habían sido tocadas por el amor y el poder de Jesús. Lucas habla de María Magdalena, “de quien habían salido siete demonios” (Lc. 8:2) Ella estaba, al igual que las otras, muy agradecidas por la obra de su Señor a quien habían servido de sus bienes. Pero entre esas mujeres estaba la madre de Jesús. Ninguna otra podía llorar y sufrir más que ella. María sabía que llegaría el día cuando su corazón sería quebrantado por la muerte de su hijo, de quien el ángel dijo que sería el Salvador del mundo. Y en medio del lloro incontrolable de esas fieles mujeres, Jesús hace uso de su condición de Consolador divino. Las trata con especial cariño, y les dice: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” v. 28. Jesús sabía que vendría un terrible momento para Jerusalén. La profecía que él hizo sobre la destrucción de Jerusalén aconteció en el año 70 después de su muerte. Jesús en medio de su dolor les dice que vendrán tiempos de profundo dolor, y allí tendrán que llorar mucho más. Las mujeres al pie de la cruz nos recuerdan que los sufrimientos de Jesús por nosotros fueron reales. Que el precio de nuestros pecados le costó la sangre al santo e inocente cordero de Dios. Que en la persona de Jesús, Dios se humilló a sí mismo para reconciliarnos con Él.
III. LOS QUE OFENDEN A LA CRUZ v. 35-37, 39
1. Allí están los que se burlan de la cruz v. 35. Este grupo es representado por los gobernadores. Para ellos Jesús no era más que un lunático y mentiroso que pretendió engañar al pueblo con sus señales, proclamándose como el Mesías y el Hijo de Dios. Consideraron que Jesús era tan poca cosa, y que por sus delirios de grandeza, estaba bien merecida su muerte en aquella cruz. Su argumentación era, que si él tuvo el poder para salvar a otros; si en verdad es lo que dijo ser, pues que descienda de la cruz para creer en él. La burla de ellos tuvo que ser sarcástica y e hiriente.
2. Allí están los que escarnecen de la cruz v. 36, 37. Los sinónimos de la palabra escarnecer son: afrentar, ofender, deshonrar, insultar, injuriar, agraviar, vejar, zaherir… Los soldados no hacían diferencia entre este condenado y los demás malhechores. Para ellos Jesús era otro hombre que, si estaba llegando al lugar de la crucifixión era porque se le culpaba de algo. Los soldados romanos eran por su oficio, brutales e insensibles. Seguro que tenían un repertorio de palabras que las usaban para aumentar la ofensa contra el condenado. Los golpes sobre la cara de sus víctimas revelaban la bajeza a la que llegaban. Jesús fue sometido al tratamiento que daban los soldados. Lo escarnecieron porque Jesús llegó a ser llamado Rey de los judíos. El título escrito sobre su cruz fomentaba sus ofensas.
3. Allí están los que injurian la cruz v. 39. La condición de dureza del corazón de algunos hombres ha sido manifiesta a través de la historia. Bien pudiera uno pensar que aquel dolor que causaban los clavos, sobre el cuerpo de uno de los malhechores, podía quebrantarlo, hasta el punto de pedir misericordia en lugar de exigir salvación. Pero la maldad de su corazón no le permitía ver que estaba tan cerca del Paraíso como lo estaba su otro compañero. De modo que él siguió las mismas voces que repetían los que ofendían al Señor en esos momentos. Su exigencia era igual que la de los otros, “si tú eres el Cristo…”. Y allí permaneció injuriando al Señor en lugar de reconocerle en su corazón. Hay hombres que ni la cercanía a la muerte quebranta sus corazones.
De todas estas ofensas que hicieron estos otros protagonistas de la cruz, representadas en tres grupos distintos, sacamos esta aplicación. Hay hombres que burlan, ridiculizan y hasta ofenden el mensaje de la cruz. Para ellos, lo que Pablo dijo a los Corintos, se aplica en su totalidad: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es a nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18) La ironía de los que se burlan de la cruz es, que al igual que los gobernadores, soldados y el malhechor, pudieran estar tan cerca de la salvación pero por su necio corazón escogen el camino de los que acompañarán a Satanás con sus demonios en el mismo infierno. Ellos en lugar de decir “sí, tú eres el Cristo, sálvame”, dicen “si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y sálvame”. Hay una diferencia en entre estas dos oraciones. Pero como alguien dijo “porque no descendió de la cruz ni se salvó a sí mismo, es que creemos en él». Cristo no tenía que salvarse a sí mismo. Nosotros si tenemos necesidad de la salvación. La cruz es el medio usado por Dios para esa salvación, para nuestra burla.
IV. LOS QUE SON CLAVADOS EN LA CRUZ v.33
Desconocemos el número de los hombres que eran llevados para ser crucificados cuando se daba esta pena máxima, tan cruel y tan humillante para las víctimas. Se ha sabido por la historia que Alejandro Magno hizo crucificar en un solo día unos dos mil tirios. Y en el año 7 d. C., un procurador romano en Judea hizo crucificar a un número similar de rebeldes. Siempre me ha llamado la atención por qué Jesús no fue ejecutado sólo. Fue acompañado por dos malhechores que estuvieron, uno a su derecha y el otro a su izquierda. ¿Pero por qué dos hombres y no más? ¿Qué verdades nos quería revelar Dios respecto al pecado, con estos dos hombres que morían al mismo tiempo que Jesús? Cada uno de esos tres hombres tuvo que ver con el pecado. Cada uno de ellos se enfrentó al pecado de maneras muy distintas. Por lo menos dos de ellos representan a la humanidad y la forma como ella encara la realidad del pecado.
1. Tenemos a un hombre muriendo en sus pecados. Uno de los malhechores se unió al escarnio público, y usando el mismo lenguaje que era parte de su vida, le exigía a Jesús que lo salvara de aquel terrible momento, pero sin que en sus palabras se evidenciara el más mínimo quebrantamiento de su propia condición. Ese hombre murió en sus propios pecados. Su orgullo no le permitió ver que la salvación no es algo que la merezcamos, sino algo que se recibe por gracia. El triste cuadro de nuestra humanidad sigue siendo el mismo. Muchos prefieren morir en sus pecados, aunque tengan una salvación tan cerca.
2. Tenemos a un hombre muriendo a sus pecados. Es posible que este otro malhechor en algún momento también estaba exigiendo la salvación por un derecho (Mt. 27:44), en lugar de buscarla por la gracia a través de la fe. Sin embargo, tuvo la valentía de reprender a su compañero, y de reconocer que ellos si eran culpables, pero el hombre que está en medio de ellos era inocente. En su propia condición él tuvo esta revelación: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” v.41. Esta actitud habla de arrepentimiento. Habla de lo que Dios busca en cada ser humano para salvarle. El cielo no se logra sin arrepentimiento previo. Hay que morir a los pecados. Hay que clamar, cual ladrón arrepentido, “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” v. 42. Este hombre representa a esa gente que reconoce sus pecados y se arrepiente. Que no espera, que por ser «buena gente», el cielo le pertenece por herencia.
3. Tenemos a un hombre muriendo por los pecados. Por supuesto que este no puede ser otro sino Jesús. Todo los testimonios acerca de su persona coinciden: el no hizo maldad ni había razón para morir de esta manera. Entre esos veredictos, el del soldado que participó de la crucifixión, es elocuente: “Verdaderamente este hombre era justo” v. 47. Pero, ¿por qué lo están matando? ¿Por qué tenía que morir si él era inocente? En estos dos mil años no se ha podido encontrar verdaderas evidencias para justificar la muerte de Cristo. Por lo tanto, su muerte tiene una solo explicación. La muerte de Cristo fue la voluntad divina; esa fue la primera batalla que Jesús libró en el Getsemaní. Jesús estuvo de acuerdo con ello. Cuando aceptó la voluntad divina de “tomar la copa amarga”, había estado de acuerdo con su Padre que esta era la única manera para salvar a la humanidad. El pecado no podía ser borrado y limpiado de otra manera. Todo lo hecho anterior a él, no fue sino sombra de lo que ahora Cristo es su realidad presente. El pecado corrompió lo que fue creado a “imagen y semejanza” de Dios. Sólo la sangre de Cristo podía limpiar y quitar la culpa del pecado. Jesús murió por nuestros pecados. Esta es la revelación del plan eterno de salvación. Su muerte nos asegura eterna salvación. Usted no tiene porque morir en sus pecados, pero si tiene que morir a sus pecados, para que aquel que murió por sus pecados, un día él le lleve al paraíso donde está el ladrón arrepentido, el primer fruto de la cruz.
CONCLUSIÓN: Es cierto que nosotros no tuvimos en el momento cuando crucificaron al Señor. Pero las actitudes de aquellos protagonistas, los representamos en cualquier momento de la historia. Hemos hablado de aquellos que ayudan a llevar la cruz; de los que lloran por causa de la cruz; de los que ofenden la cruz y de los son clavados sobre la cruz. Entre los que fueron clavados sobre la cruz hay las dos representaciones de la humanidad. Están los que aún teniendo la salvación tan cerca, prefieren morir en sus pecados. No admiten la necesidad de un Salvador, mucho menos la necesidad de arrepentirse. Hay una inmensa mayoría que cree que no tiene nada de que arrepentirse. Pero está la otra parte. Aquellos que con humildad de corazón reconocen que son pecadores, y en total arrepentimiento, deciden rendirle su corazón a Jesús. ¿Con cuál de estos grupos nos identificamos? La muerte de Jesús fue la expresión más sublime del amor de Dios por tu vida y la mía. ¿Cuál será tú respuesta frente a todo esto?