Ahora bien, supongo que estamos de acuerdo en que un buen ejemplo es importante, pero Dios no prepara a tu hija para ser una mujer espiritual como premio a tu devoción, sino que exige, además, un proceso largo de enseñanza justa, de tiempo, de ejemplo y de oración. La Biblia y la historia nos ilustran sobre cuántos hombres y mujeres de Dios ejemplares no lograron formar bien ejemplares no lograron formar bien a sus hijos e hijas. Y si bien los riesgos siempre existen. Dios ha dado hermosas promesas para quienes trabajan formando hijos.
Déjame proponerte caminar juntas por algunas de las preguntas claves. Veamos:
¿Ve tu hija al Señor Jesucristo como su propio Salvador y Señor?
Discúlpame que comience por aquí. Sin duda, pensarás que es irrisorio preguntar eso a alguien que quiere hacer de su hija una buena hija del Altísimo, pero sé por qué hago esta pregunta. Trabajamos mucho con mi esposo entre la juventud y nos encontramos muy a menudo con hijos de creyentes que esconden serias dudas sobre su salvación personal y efectiva. Es más, muchos aseguran no haber tenido nunca la experiencia de la conversión. Entre las muchas cosas que algunos padres dan erróneamente por sentado en cuanto a sus hijos, ésta suele ser una. Y es fundamental, por eso hago la pregunta: ¿Ha nacido de nuevo tu hija?. ¿Ve en Jesucristo su personal Señor y Salvador?.
Estoy segura de que te has preocupado por enseñarle todo acerca de nuestro querido Salvador, pero si tu hija es muy pequeña aún y no lo ha hecho, o si ella no tiene la seguridad de haber hecho una entrega de su vida a Cristo… ¡hoy es el día!. ¿Qué mejor experiencia que hacerlo tú misma?. Guíala a un encuentro con El y estará lista para comenzar ese camino largo, trascendente y vital, el camino para llegar a ser una mujer de Dios.
¿Ve tu hija en ti a una fiel administradora de tus palabras y de tu vocabulario en cualquier circunstancia?
Siempre son necesarias las palabras en el momento justo. Quizá hemos fallado y lo mejor es una buena charla con ella para dejar todo en claro y aun, si hace falta, pedir perdón… ¡y hacerlo YA!. ¿Qué crees? ¿que perdemos o que ganamos autoridad si nos disculpamos delante de nuestra hija?.
Por otro lado, ¿cómo te escucha hablar y reaccionar cuando ocurre algo inesperado y molesto?.
¿Sabe tu hija que la amas?
Me dirás: «¡Por supuesto que la amo! ¡Ella se debe dar cuenta que la quiero! «¡Hago tantas cosas para día…!». Y lo creo, pero quizá en este momento está necesitando algo más. Tómala en tus brazos, no importa la edad, y dile cuánto las amas y cuan importante es ella para ti. ¡Te sorprenderás por los resultados!
¿Ve tu hija en ti a “Su mamá” o a la “Sierva del Señor”?
Hace algunos años asistí al sepelio de una gran sierva del Señor. Junto al féretro, su hija, entre lágrimas repetía: Fue una gran sierva de Dios pero yo nunca tuve mamá.
Deseo contarles algo íntimo que me ocurrió con mi hija Elizabeth. Debía viajar a una ciudad del interior de mi país. Argentina, para hablar en unas conferencias. Al salir de mi hogar ella me entregó una carta para que la leyera estando ya en viaje. Al abrirla recibí uno de los mejores regalos de mi vida de madre y sierva del Señor. »Gracias por ser mi mamá, gracias por… gracias porque cuando… gracias porque…» e iba describiendo distintos momentos en la vida nuestra, y finalizaba diciendo: «pero ahora me doy cuenta que el Señor te ha hecho una sierva de Dios».
Ocupémonos de demostrarle que somos la mamá que ella necesita. Lo demás se lo va a declarar el Señor.
¿Ve tu hija cuan agradecidas estamos por ser mujeres?
Dios nos ha dado el privilegio y la responsabilidad de ser mujer y corno tales debemos volcar ese sentir en nuestra hija. Conozco una madre que cuando su hija «se convirtió en mujercita», se encerró en su habitación a llorar dejando a su hija tremendamente sorprendida. Su hija pasaba por la rara y difícil experiencia de su primer período menstrual, y al contárselo a su madre, ésta llora encerrada en un cuarto. ¿No hubiese sido una excelente idea cambiar sus lágrimas por una pequeña fiesta al ver que su hija «se recibió» de señorita?
Hablemos con nuestra hija para que, como madres, sepamos volcar en ellas todos los privilegios que enmarcan la vida de mujer. Charlemos de cuántas ventajas Dios nos ha dado y de la hermosura de ser mujer.
Cuanto más se acepte a sí misma, tal como Dios la ha hecho, tanto más fácil le será convertirse en una mujer de Dios, y mientras más alta estima tenga del rol femenino que le ha tocado vivir, más amará a Aquel que la hizo mujer.
¿Te ve tu hija como una mujer llena de encanto, coquetería y pulcritud?
¡No le confundas! ¡Ella quiere una mamá de quien estar orgullosa! Alguien dijo: «Qué lástima da ver a una mujer que ha crecido en belleza interior pero que no ha hecho nada por proveer un marco adecuado para albergarla».
A nuestras hijas les agrada que mamá, aunque sea en forma sencilla, mantenga su encanto. El arreglo personal es bien visto en todas las personas, pero en la mujer cobra un sentido especial. Por el hecho de que muchísimas mujeres sólo dan importancia a su apariencia y hasta hay quienes se exceden en ello, muchas mujeres creyentes piensan que dar lugar al arreglo personal y a la coquetería es todo frivolidad y no hay provecho en ello, pero no es así. Nuestra vida no debe depender de ello, pero es parte de ser mujer. La coquetería en una mujer es parte de sí misma, no es algo cultural. Lo cultural es el cómo.
¿Ve tu hija que te esfuerzas por darle el tiempo en que te necesita?
Muchas veces decimos: «Más vale la calidad del tiempo que la cantidad». ¡Cuidado! Esa puede ser una excusa para non darle lo que ella necesita. Quizás pasamos mucho tiempo escuchando a tantas otras mujeres que nos cuentan sus problemas y por ellas estamos orando…. y nuestra hija esperando…
Cuando fuimos al seminario, compartimos con mi esposo el tiempo de estudio junto a otros matrimonios que también se entrenaban para salir de misioneros. En ese entonces, cierta mañana sentí que alguien golpeaba a la puerta de nuestra sala. Al abrir vi a una de mis queridas compañeras. Con lágrimas en sus ojos me contó su experiencia: «Anoche hablé con mi hija de 11 años y le dije que quería mantener con ella una buena conversación. Su respuesta fue: ‘Encantada mamá, pero primero tengo algo que decirte a Dios’. Y con palabras entrecortadas por la emoción, su hija oró:
‘Gracias Señor, gracias porque hoy mamá, después de tanto tiempo de espera, tiene tiempo para mí’.
Con lógica preocupación, esta preciosa madre me siguió diciendo: «Yo quiero ir a ganar a los niños de la China y aquí, en mi casa, se perdía mi propia hija.»
La comunicación que se corta es muy difícil recuperarla. Si somos conscientes que no andamos bien en esto y hace tiempo que nuestra comunicación es débil, ¡dejemos todo!. ¡Ahora es el momento!. Busquemos la mejor forma de iniciar el diálogo.
Una idea práctica seria fijar una cita semanal para que ella sepa que su mamá es toda para ella. Quizá puedan jugar, salir y divertirse juntas. Les puedo asegurar que da grandes resultados a cualquier edad y aun con nuestras hijas casadas.
¿Ve tu hija cómo amas y respetas a tu esposo, su padre?
Un famoso escritor narra, en uno de sus libros, que cuando era pequeño vivió algo que nunca pudo borrar de su mente. Estaba él jugando con sus hermanitos y su papá regresaba del trabajo. Abría la puerta y se dirigía directamente a buscar a su esposa para darle un abrazo y un largo beso. Y comenta el autor:»… nosotros nos poníamos a mirar y al ver a mamá y a papá que se amaban, eso nos daba seguridad».
No puede mi hija tomarme como ejemplo si no llevo una vida cercana a mi marido. ¿Es posible transmitirle mi romanticismo y mi deleite como pareja?. Mi sujeción amorosa como esposa será modelo para cuando Dios le dé su propio hogar, y pueda decir «Me lo enseñó el Señor a través de mi mamá».
¿Ve tu hija que amas a Dios?
«¡Por supuesto!». «¡Le estamos sirviendo!», dirás. Sin embargo, quizá haga falta que nos hagamos algunas preguntas. ¿Cuántas veces te encontró de rodillas? ¿Cuántas veces tuvo que medirte por tus reacciones?
¿Cuántas veces te oyó decir «Antes de decidir debo consultarlo con el Señor?». En este aspecto, puede asaltamos la gran tentación de hablar y actuar para que nos vean y eso es lamentable. Cuando oramos de rodillas con las puertas abiertas esperando que alguien nos vea, podremos lograr conseguir esa imagen delante de los nuestros pero Dios ha dado vuelta su cara, porque así El no escucha. Pero la vida devocional constante y genuina de una persona trasciende a la intimidad; va más allá de lo físico. Y no es en la «pompa espiritual» donde demostramos nuestro amor a Dios, sino en los más pequeños y cotidianos detalles.
Si quieres que tu hija sea una mujer de Dios, ella debe ver que funciona, debe verte como una mujer que convive con Dios.
¿Sabe tu hija que oras por ella?
Algo práctico podría ser que ella supiera que a determinada hora estaré orando por ella. Una señora me decía que cada vez que hacía la cama de su hijita se tiraba de rodillas sobre ella para orar por su pequeña. Estar pendiente de cómo sucedió aquello por lo que ella pidió oración, etcétera, es completar su pedido de oración e interés por sus cosas.
¿Te ve tu hija recorrer paciente y maduramente el camino del calvario?
Esto es el saber humillarse frente a las circunstancias adversas o las injusticias, las críticas, y esperar en Dios. Es saber perdonar. Es lograr que cada atardecer no se ponga el sol sobre mi enojo, (ni con mi hija ni con otra persona).
Otras preguntas para pensar:
¿Ve tu hija tu actitud agradecida ante toda circunstancia? ¿Ve cómo santificas el día del Señor?. ¿Ve que hay valores más importantes que «las cosas» y que te esfuerzas por mantener una escala de valores?
¿Percibe ella tu amor y respeto por los hermanos en Cristo y las actividades de la iglesia?. ¿Levantas manos limpias y las apoyas sobre ella firmemente y le dices, mirándole a los ojos, «¡ Dios te bendiga, hija mía!».
Frente a estos interrogantes quizá exclamemos: ¡Qué difícil es poder transmitirle a mi hija toda esta riqueza!. Pero, gracias a Dios, a través de los tiempos bíblicos hubieron mujeres que, aun en su imperfección, supieron dar hijos que fueron hombres de Dios. O también las madres que en todos los tiempos de la iglesia tuvieron la firme determinación y el coraje necesario y santo para lograr hacer un impacto en la vida de sus hijos y mostrarles la perfección y el carácter de Cristo. Madres que supieron mantener el no cuando era no y el sí cuando era sí. Que supieron tener diálogo diario con Dios y con sus hijos.
Hubo madres que fueron honestas cuando fallaron. Madres que pusieron vallas cuando el pecado quiso tomar a sus hijos, que supieron abrir su boca con sabiduría (Prov. 31.26). Madres que tuvieron al Señor como Rey y Señor de sus vidas, orando y derramando su alma por su hijo (1Sa. 1.15) y que fueron capaces de tomar la promesa del Señor del Salmo l44.12b y reclamársela al Señor para que las hijas fueran como «esquinas labradas»; toda una belleza para el evangelio glorioso.
Para que mi hija llegue a ser una mujer de Dios, debo tratar de hacer las cosas cada vez mejor y corregir lo que haya hecho mal. ¡Pero gracias a Dios que su poder no está limitado por nuestras fallas!
¡Avancemos!. ¡La Iglesia, la sociedad y tu familia necesitan que nuestras hijas lleguen a ser mujeres de Dios!