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1ª CRONICAS: DAVID Y EL ARCA DE DIOS

Estos tres son paralelos unos de otros y en general cubren los mismos incidentes, con frecuencia desde el mismo punto de vista general, pero el evangelio de Juan es algo bastante diferente. Cuando Juan se sentó a escribir su evangelio, el último libro del Nuevo Testamento en ser escrito (probablemente alrededor del 90 ó 95 A.D.) se valió de un proceso selectivo deliberado. Juan nos dice «…Jesús hizo muchas otras señales…las cuales no están escritas en este libro. Pero estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios… (Juan 20:30, 31) No hizo el menor esfuerzo por abarcar todo el ministerio del Señor. En lugar de ello, Juan escogió con todo cuidado ciertos acontecimientos del ministerio de Cristo que sirviesen como ejemplo del punto tan importante que él deseaba enfatizar, es decir, que allí estaba Aquel que era el *****plimiento de las grandes profecías acerca de la venida del Mesías, el Cristo, y además él es el Hijo del Dios viviente. Los libros de 1ª y 2ª de Crónicas son semejantes en su proceso de selección.

Los temas centrales alrededor de los cuales gira todo el libro son el rey y el templo. El rey era David. En cierto sentido es el único rey que aparece en estos libros y es el rey nombrado por Dios. El primer libro se centra en él por completo. El segundo libro de Crónicas trata acerca de la casa de David hasta el momento de la cautividad, haciendo prácticamente caso omiso del reino del norte, porque este es el libro del rey y del templo de Dios.

Es claramente evidente que el libro de 1ª de Crónicas fue escrito después de los setenta años que estuvo Israel cautiva en Babilonia. Posiblemente fuese escrito por Esdras, el sacerdote, que también escribió el libro que lleva su nombre. Esdras fue una de las grandes figuras que regresó con los cautivos para volver a establecer el templo y la alabanza a Jehová en Jerusalén. Este libro ha sido escrito enfatizando el que se estableciese de nuevo la alabanza a Jehová, así como con el propósito de cubrir los acontecimientos históricos.

El carácter selectivo de 1ª de Crónicas resulta evidente desde los primeros capítulos. Los nueve primeros capítulos se dedican a una larga lista de genealogías, pero no son, sin embargo, el enlace de una larga lista de nombres, sino que estas genealogías tienen una gran importancia. Para empezar, forman parte del material de mas ayuda que hay para cualquiera que intente estudiar la genealogía bíblica. Si está usted interesado en este aspecto pasará usted, sin duda, mucho tiempo en estos primeros capítulos de Crónicas, pero son mucho más que eso. Sé que en ocasiones nos sentimos tentados a pasar rápidamente por encima de estas largas listas de nombres en la Biblia. Nos sentimos en gran manera como se sentía un amado predicador escocés, que estaba leyendo del primer capítulo de Mateo. Comenzó leyendo: «Abraham engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; y Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. (Mat. 1:2) Entonces dijo: «y continuaron engendrándose unos a otros bajando hasta el final de esta página hasta la próxima y continuó con su predicación.

A algunos de nosotros también nos gustaría dejar de lado estas genealogías, pero son demasiado importantes como para hacerlo. Si las leemos de prisa y corriendo, nos perderemos el mensaje de todo este pasaje. Si se fija usted bien se dará cuenta de que Dios está escogiendo y seleccionando, excluyendo e incluyendo, realizando un trabajo con una meta muy concreta. Ha quedado constancia de esta genealogía para que entendamos tanto la meta hacia la cual se dirige el Señor en la historia humana como el principio del que se vale para incluir o excluir ciertos acontecimientos. Vuelve claramente al amanecer de la historia humana y nos ofrece una lista de los hijos y de los descendientes de Adán, Set. Enós, Cainán, Mahalaleel. Sabemos que los hijos de Adán eran Cain, Abel y Set, pero aquí de momento, se excluyen a Cain y a Abel, sin que se les mencione para nada. Se centra sobre los descendientes de Set, porque de él habría de venir la familia de Abraham y los israelitas. Aquí vemos en acción el principio de la exclusión. A continuación se sigue la línea de Set por Enoc a Noé. Se menciona a los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, pero Cam y Jafet son descartados tan solo con una breve mención y se centra la atención sobre la línea de Sem. Desde Sem seguimos hasta Abraham y su familia. Existe este constante proceso de ir reduciendo que luego excluye a Ismael, el hijo de Abraham, y Esaú, el hijo de Jacob, y se centra en los doce hijos de Isaac, que se convirtieron en los padres de las doce tribus de Israel. Al continuar la genealogía, selecciona las tribus de Juda y de Leví, es decir las tribus del rey y la línea sacerdotal. Sigue la tribu de Judá hasta llegar a David, a Salomón y luego a los reyes de la casa de David hasta la cautividad. La tribu de Leví se sigue hasta Aarón, el primero de los sacerdotes, y luego a los sacerdotes que se destacaron en el reino durante el tiempo de David. En todas estas genealogías existe un incidente muy especial que sobresale y se encuentra en el capítulo 4, versículos 9 y 10, en donde leemos acerca de Jabes:

«Jabes fue más ilustre que sus hermanos. Su madre le llamó Jabes, diciendo: Porque lo di a luz con dolor., Y Jabes invocó al Dios de Israel diciendo: ¡Oh, si realmente me dieras bendición y ensancharas mi territorio y tu mano estuviera conmigo y me libraras del mal, de modo que no tuviera dolor!, Y Dios le concedió lo que pidió.»

Este incidente se menciona en medio de una larga lista de nombres, como si fuese una especie de luz concentrada sobre esta persona en concreto.

Ahora bien, hay un principio que siempre sigue Dios en este proceso de selección. Incluye a un hombre siempre y cuando se encuentra con un corazón obediente. Toda la incapacidad innata del hombre es eliminada y se convierte de inmediato en un instrumento para que Dios haga su obra en la historia humana. Cuando Dios excluye a un nombre, cuando deja a un lado una línea o una familia, es siempre debido a la desobediencia de un corazón. Dios le excluye siempre sobre esa base, sea cual fuere su categoría, su linaje o privilegio de cualquier clase. Dondequiera que haya un corazón obediente Dios comienza una nueva línea con esa persona. Dondequiera que se manifiesta la desobediencia, ese nombre queda eliminado. Este principio lo puede usted hallar a lo largo de toda esta genealogía.

Esto marca el modelo que ha de seguir todo el libro. En el capítulo 10 hay un breve relato que cubre totalmente la vida del Rey Saúl, el primero de los reyes de Israel. Saúl es descartado en solo catorce versículos y el motivo se menciona en los versículos 13 y 14:

«Así murió Saúl por la infidelidad que cometió contra Jehová, respecto a la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a quien evoca a los muertos pidiendo consejo, en lugar de pedir consejo a Jehová. Por esta causa le hizo morir y transfirió el reino a David hijo de Isaí.»

El resto del libro es acerca de David, que era un rey conforme al corazón de Dios, un rey con un corazón obediente. El libro sigue todo el curso de la vida de David desde el momento en que es ungido rey. En otras palabras, este es el libro que enfatiza el rey de Dios. Lo primero que hace David al ocupar el trono de Israel es apoderarse de la fortaleza pagana de los jebusitas, la ciudad de Jerusalén, la ciudad de Dios. Aquel era el lugar donde Dios había decidido poner su nombre entre las tribus de Israel. Inmediatamente después de esto encontramos una retrospectiva acerca del tiempo durante el cual David estuvo exiliado y los hombres poderosos que se reunieron a su alrededor. Estos eran hombres de fe y pasión, que se sentían atraídos a David por su manera de ser. (Uno de mis relatos favoritos en la Biblia es el que se menciona en el capítulo 11, versículo 22.

Esta es la historia de Benaías, hijo de Joyada que, entre otras cosas, mató a un león en una cisterna en un día de nieve. Estos hombres poderosos que se reunieron alrededor de David y que compartieron su exilio llegaron a convertirse en dirigentes de su reino. Todo esto es una imagen del reino del Señor Jesús cuando regrese de nuevo al mundo. Nos ha sido prometido que nosotros, los que compartimos sus sufrimientos, también compartiremos su gloria cuando vuelva a gobernar sobre la tierra y a establecer su reino de justicia. Entonces la justicia de Dios cubrirá la tierra como las aguas cubren la mar. En el lenguaje, maravillosamente descriptivo, de los profetas: «…convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas…ni se adiestrarán más para la guerra y «no harán daño ni destruirán en todo mi santo monte… (Isa. 2:4, 11:9) Esta es una imagen que se nos ofrece a fin de que veamos la magnifica gloria y la majestad del reinado de David, al reunir a sus poderosos hombres y llevarlos consigo a su corte para que compartan su poder y su gloria como rey.

La segunda cosa que enfatiza este libro es el arca de Dios. En el capítulo 13 se nos cuenta cómo David fue a la ciudad de los filisteos, donde tenían el arca en su poder, la llevó sobre una carreta e intentó traerla de nuevo a Jerusalén. Aquí ha quedado constancia de la inconsciente desviación, por parte de David, del principio de la obediencia, pues él sabía que la ley mandaba que el arca solamente la debían transportar los levitas, pero en la exuberancia de su gozo y su celo por la causa de Dios, pensó que a Dios no le importaría que el arca fuese transportada de otra manera. ¿Y cuál fue el resultado? Cuando Uza, que caminaba junto al arca, vio que se meneaba al pasar sobre un bache del camino, extendió su mano para estabilizarla. Pero al tocar su mano el arca, cayó muerto de inmediato. David se sintió profundamente conmovido por este suceso, pero al meditar acerca de él y orar, se dio cuenta de que todo había sido culpa suya. Había desatendido la palabra del Señor. No hay ningún otro incidente del Antiguo Testamento que enseñe más claramente la importancia que tiene la obediencia cuidadosa y exacta a lo que dice la palabra de Dios. Creo que nos enseña además que Dios es capaz de cuidar de su propia causa. Hay muchos hoy en día que, al igual que le sucedió a Uza, intentan estabilizar el arca de Dios. Creen que va a ser derrotada por algún desafío en su contra y se convierten en defensores, nombrados por sí mismos, de la fe, sin darse cuenta de que Dios es perfectamente capaz de defender su propia causa.

Pero David aprendió la lección. Volvió a la obediencia y pidió a los levitas que trajesen el arca según lo que dictaminaba la ley y entonces pudo ser trasladada el arca a Jerusalén. He aquí un punto extraordinario y altamente significativo: el tabernáculo, que había albergado el arca durante todos los viajes por el desierto, y el lugar central de la adoración de Israel durante el tiempo de los jueces y del reinado de Saúl, no se encontraba en Jerusalén, sino que se encontraba en la ciudad de Gabaón. Hubiera sido de esperar que el arca fuese devuelta a ese tabernáculo, puesto que había sido llevada de allí y el lugar donde le correspondía estar el arca era en el lugar santísimo.

Pero cuando David trae de nuevo el arca, no la lleva al tabernáculo, sino a la ciudad de Jerusalén, la ciudad del rey y, bajo su propia autoridad, establece un centro de adoración en el lugar mismo donde más adelante se construiría el templo. De este modo, devuelve a los sacerdotes la autoridad conferida por el propio rey.

Estos libros del Antiguo Testamento han sido maravillosamente designados por el Espíritu Santo para ser algo que apliquemos a nuestra propia vida espiritual. Abarcan la lucha con la que nos tenemos que enfrentar nosotros y los principios espirituales por medio de los cuales se obtiene la victoria. Estos sucesos son muy importantes para nosotros. Como es lógico, el tabernáculo era algo que podía moverse y que, de hecho, seguía al pueblo por dondequiera que este iba en su deambular por el desierto. Es una imagen de la gracia de Dios, que está dispuesta a seguir al creyente a pesar de que esté deambulando a veces por un desierto, a veces por tierra, en ocasiones sintiéndose animado y en otras desanimado. La gracia de Dios está dispuesta a seguir, a apoyar, a ministrar por medio del ministerio sacerdotal de la confesión y del perdón de los pecados. Se producen inevitablemente, en la experiencia de todo cristiano, esos altibajos, esos momentos de prueba y de equivocarse, en los que nos sentimos agradecidos por el ministerio sacerdotal de la confesión, de la limpieza y del perdón, pero somos, por fin, llevados por el Espíritu de Dios, y llega un momento en que reconocemos el problema. El motivo de que se produzca esta experiencia de altibajos es que nos hemos negado a permitir que el Señor Jesús ejercite su señorío real en nuestra vida. Pero cuando por fin somos guiados por el Espíritu, vence nuestra voluntad obstinada y dejamos, de una vez por todas, de empeñarnos en ocuparnos de nuestros propios asuntos, reconocemos que este es el principio de Dios conforme al cual debemos vivir. Es posible que no siempre lo sigamos fielmente a partir de ese momento, pero al menos somos conscientes de que Dios es el que gobierna nuestras vidas y que Jesucristo es el Señor. En otras palabras, «por precio fuisteis comprados no sois vuestros (1ª Cor. 7:23) Su vida ya no le pertenece a usted para que planee usted, para que la programe o para que decida usted por adelantado. Usted le pertenece al Señor y el se convierte en el rey en su vida.

En ese mismo momento se hace realidad la imagen que encontramos aquí. Cuando viene el rey, el arca ha quedado fija en el templo y a partir de ese momento ya no se puede mover. Todas las bendiciones de Dios fluyen al corazón que se ha sometido por completo al señorío de Cristo. El resultado es que el templo es un nuevo comienzo y ha dejado de ser una continuación del tabernáculo, aunque una gran parte del templo es como el tabernáculo en su plan y diseño. Al hacer David los muebles nuevos para el templo, los hizo diferentes, en muchos sentidos, a los del tabernáculo. Este es un nuevo comienzo, un cambio total de gobierno, produciendo un cambio absoluto de comportamiento. Comenzando en el capítulo 18, donde se trae de nuevo el arca y se coloca en el lugar que le corresponde en el templo, queda inmediatamente constancia de la conquista de David sobre todos sus enemigos por todo el reino de Judá. Los capítulos 18, 19 y 20 están dedicados a las victorias del rey David, describiendo de manera maravillosa lo que sucede en el corazón si Cristo es coronado rey.

El único punto oscuro del libro se encuentra en el capítulo 21. Se nos presenta un interludio acerca del pecado cometido por David: el de hacer un cómputo del pueblo de Israel. Es asombroso que el doble pecado cometido por David, al quedarse con la mujer de Urías el hitita, estableciendo una relación adúltera y los arreglos para que muriese su marido, enviándole a la primera línea del campo de batalla, son cosas acerca de las cuales se guarda silencio porque esos fueron los pecados personales que cometió David como hombre. Ese pecado fue el resultado de su propia debilidad, de su insensata obstinación como persona y no tenía nada que ver con su gobierno como rey, pero su pecado en cuanto a hacer un cómputo de Israel es una repentina desviación del principio de la dependencia, de la fortaleza y la gloria de Dios. ¿Por qué tuvo que hacer un cómputo del pueblo? Porque quería sentirse orgulloso y presumir del número de personas que tenía a su disposición como rey. Quería averiguar cuál era su fortaleza.

Ese es siempre el problema en cualquier círculo cristiano cuando los hombres empiezan a depender de los números. Uno de los grandes principios con el que nos encontramos en la Biblia, de principio a fin, es que Dios no consigue nunca la victoria en sus batallas gracias al voto mayoritario. Cuando pensamos que la causa de Cristo está perdiendo porque está disminuyendo el número de cristianos en proporción a la población del mundo, hemos su*****bido a la falsa filosofía de que Dios gana sus batallas gracias a los números, pero él no tiene necesidad de números, lo que necesita es calidad. Eso es algo que nos enseña muchas, muchas veces la palabra de Dios. Treinta y dos mil hombres responden al llamamiento de Gedeón a que vayan al ejército. Cuando Gedeón los ve dice: «Esa es una buena cifra. Creo que con ella podremos hacer algo. Pero Dios dice: «Lo siento Gedeón, hay demasiados. No puedo trabajar con tantos. De modo que Gedeón manda a casa a aquellos que hace poco que se han casado y a los que tienen miedo. Ninguno de ellos le sirve para nada en la batalla. Se marchan veintidós mil hombres. ¡Habían tenido una gran cantidad de enlaces matrimoniales! Debió de ser mediados de Junio o Julio en Israel. Entonces Gedeón le dice a Dios: «está bien, me he quedado reducido diez mil hombres. Supongo que con eso será suficiente. Pero Dios le respondió: «No Gedeón, todavía son demasiados. Fueron puestos a prueba hasta que el ejército quedó reducido a trescientos hombres. Y con solo trescientos hombres Dios liberó a la nación. (Jueces 7:2ff). Con cuánta frecuencia nos enseña Dios esto. En una ocasión todo el ejército de Israel estuvo desalentado y desesperado ante la burla y los pavoneos del gigante Goliat, que iba de un lado a otro del campamento, burlándose de los soldados de Israel, pero un pequeño pastorcillo vino con su tirachinas y con una sola piedrecilla del arroyo, Dios libró a su pueblo. Con la mandíbula de un asno en las manos de Sansón, Dios mató a los filisteos. En todas las Crónicas se repite este mismo principio una y otra vez. El método del que se vale Dios es la calidad, nunca la cantidad.

Como resultado de que David se alejase de este principio y debido a que toda la nación tenía puestos sus ojos en él como rey para que les sirviese de ejemplo para aprender los principios de Dios, siendo el juicio de Dios sumamente severo para con él. A David le fue enviado un profeta (21:10-17) y le dijo: «Tres cosas te propongo: escoge para ti una de ellas y yo te la haré…elige para ti tres años de hambre; o ser derrotado durante tres meses ante tus adversarios y que la espada de tus enemigos te alcance; o tres días de espada de Jehová, es decir, que haya epidemia en el país y el ángel de Jehová cause destrucción en todo el territorio de Israel. David hizo lo más sensato y dijo: «quién soy yo para decidir algo así. Me pondré sencillamente en las manos del Señor. Dios es un Dios de gran misericordia, que haga lo que considere justo. El ángel del Señor vino en medio del pueblo durante tres días y mató con pestilencia por toda la nación. David vio al ángel con su espada sacada sobre la ciudad de Jerusalén dispuesto a matar allí también, pero David le suplicó a Dios diciendo: «Es mi culpa. ¿Por qué te vengas de esta otra gente? Yo soy el que tiene la culpa. Entonces Dios le instruyó que comprase ganado y la era de Ornan y que erigiese allí un altar para adorar a Dios. El templo fue construido después en aquel emplazamiento y fue colocado el altar donde se detuvo la mano del ángel de continuar con el juicio. De modo que la gracia de Dios, como ve usted, se manifestó incluso en un tiempo de desobediencia y convirtió el juicio al que había sido sometido David en gracia y en bendición.

El resto del libro nos habla acerca de la pasión que sintió David por construir el templo. Debido a que entendía que una nación sin un templo no podía considerarse nunca como tal, anhelaba ver el templo construido. Una persona sin Dios en su medio no será nunca nada, pero David era un hombre de guerra y Dios deseaba un hombre de paz para gobernar sobre las naciones de la tierra. (22:6-19) De modo que Dios le dijo a David: «No, será tu hijo el que construirá el templo. El será un hombre de paz y él lo edificará. David había aprendido tan bien el principio de la obediencia que dijo: «sí, Señor, si es lo que tú deseas. Por muy decepcionado que me sienta, lo aceptaré.

Pero a pesar de todo, Dios permitió a David, por su gracia, hacer todo lo necesario para que el templo fuese construido y trazó los planos, diseñó los muebles, recogió los materiales, hizo los arreglos, estableció el orden y el ritual. Trajo los postes de cedro del Monte Hermón y del Monte del Líbano, en el norte. Mandó cavar en la roca y sacar piedras de la cantera. Hizo que reuniesen el oro, la plata y el hierro. Lo reunió todo y el libro termina cuando el ungido Salomón y David reinan uno junto al otro, que es una escena completa del ministerio del Señor Jesúcristo. Cristo es al mismo tiempo David, el poderoso guerrero y Salomón, el hombre de paz.

¿Cuál es el mensaje que nos transmite este libro? La suprema importancia que tiene el templo en nuestras vidas, la autoridad de Dios. Sobre las tres grandes puertas de la catedral de Milan, Italia, hay tres inscripciones. Sobre la puerta de la derecha está grabada una corona de flores y sobre ella está escrito «Todo lo que complace no dura más que un momento. Sobre la puerta de la izquierda hay una cruz y sobre ella está escrito «Todo el sufrimiento no dura más que un momento. Sobre la entrada principal hay unas sencillas palabras «Nada es importante, más que lo que es eterno. Esa es precisamente la lección que nos da el libro de Crónicas y es además la lección de toda la Biblia. «Y todo lo que hagáis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre [por la autoridad y la capacidad que nos confiere] del Señor Jesús [rey en su templo].» (Col. 3:17)

Oración

Padre nuestro, haz que aprendamos la lección de este libro del Antiguo Testamento, para que quede grabado en nuestros corazones. Ojalá reconozcamos que la maravilla de este libro es que transmite en lenguaje humano y mediante las instituciones humanas, la revelación de tu obra en la historia, en las vidas de las personas y en la nuestra. Haz que también nosotros, como David, seamos reyes sobre nuestro propio corazón, que estemos dispuestos a andar en obediencia a las palabras de las escrituras para que podamos demostrar, como lo hizo él, la gloria del reino sobre el cual Jesucristo es rey. Lo pedimos en su nombre, amen.