Organizaba la boda. Tenía que repartir las invitaciones. Presidía en todo el banquete nupcial. Tenía que estar pendiente que no faltara nada. Una vez concluida la celebración tenía que dirigirse hacia la cámara nupcial. Estando allí debía asegurarse que todo estaba en orden. Y muy importante, su trabajo de vigilar la presencia de algún intruso cerca de aquel lugar, era una tarea que la hacía con mucha precaución. Sólo abría la puerta cuando escuchaba la voz del esposo quien se anunciaba en medio de la oscuridad. Cuando la voz era identificada, él se llenaba de mucho gozo pues sabía que su trabajo estaba terminando. Lo último que hacía era cerrar la puerta para que los amantes entraran en su luna de miel. Él no envidiaba al esposo o la esposa. Esta era su tarea y ahora su gozo era *****plido. Juan el Bautista aparece en esta hermosa escena como el «amigo del esposo». El vino para unir a Jesús con su iglesia. Para enlazar a Jesucristo con el reino que instauró al comienzo de su ministerio. Aquí encontramos el más sorprende ejemplo de humildad que nos invita para imitarlo. Veamos el gozo de su oficio que debiera ser el nuestro también.
I. ES UNO QUE SE GOZA AL SABER QUE SOLO HA SIDO ENVIADO v. 28
El «amigo del esposo» era una persona de estricta confidencia y confianza para que el novio. Juan el Bautista entendió esto y consideró su tarea bajo esta figura. De una manera categórica que él solo había sido «enviado delante de él» v.28. Aquí hay algo que debemos decir para hacer justicia a este singular profeta. Uno de los propósitos del libro de Juan es destacar la labor del «amigo del esposo» en la preparación para la llegada del Mesías. Juan tenía las características propias de un Mesías. De allí que no fue extraño que sus contemporáneos pensaran en proclamarlo como el ungido esperado por todos. Sin embargo, aun cuando este «profeta del Altísimo» ocupaba un lugar muy elevado de acuerdo a la opinión de la sociedad, él más alto honor estaba reservado para Jesús. Él no era el esposo. Por eso dijo, «yo no soy el Cristo». Con Juan el Bautista tenemos un gran modelo de humildad. La manera cómo interpretó su servicio sorprendió a su generación, y ahora habla y desafía a la nuestra. Estamos en presencia de una reconocimiento extraordinario de anularse a si mismo para que el otro sea levantado. De un categórico «yo no soy», pero de un fuerte y seguro, ¡él si es! Juan, al igual que Luzbel, estuvo delante de Dios. Ambos tuvieron privilegios muy pocos otorgados a criatura alguna. Pero mientras el uno dijo, «yo no soy»; ya el otro había dicho en el cielo, «yo quiero ser». Qué fácil hubiera sido para Juan el Bautista ceder a la tentación de ser proclamado como el Mesías. Sin embargo, se apresuró y dijo, «yo no soy». En todo caso él fue «la voz», pero él no era el Cristo. Él había venido para ser oído, no para ser visto. Es un hecho indiscutible que uno de los asuntos más difíciles al que nos enfrentamos en la vida cristiana es el que tiene que ver con la muerte de mi ego. Llegar hasta el punto de decir con Juan, «yo no soy» debiera ser una alta aspiración cristiana y una gran señal de madurez. El orgullo y la soberbia tienen a muchos creyentes fuera de combate. No es fácil doblegar el orgullo. No es fácil seguir el ejemplo de Juan el Bausita
II. ES UNO QUE SE GOZA AL VER QUE LA NOVIA SIGUE AL NOVIO v.26c
De acuerdo al v. 26, los discípulos de Juan estaban consternados frente a algo que parecía inevitable. La gente lo estaba abandonando por seguir a Jesús. Este era un momento de prueba crucial para el carácter humano. ¿Qué hubiésemos hecho nosotros? ¿Habríamos «soltado» a los que estaban con nosotros para que siguieran a alguien que a penas comenzaba en el ministerio? Pero aquí tenemos otra actitud que debemos imitar de parte del hombre con las «vestimenta rústica del desierto». Su vida, privada de tantas cosas materiales, asi como su intimidad con el Señor no le permitió conocer la envidia. El había «muerto» en el desierto para esto. Note que no reaccionó por lo que estaba pasando. No se quejó ante otros ministros. No convocó a una asamblea extraordinaria para exhortar a Jesús porque no detenía la avalancha de aquellos que le estaban siguiendo, entre los que se contaban sus propios discípulos. No se puso triste, melancólico o criticón por lo que no podía detener. Mas bien dice la escritura que estaba feliz. Considere su declaración, «así pues, este mi gozo está *****plido» v. 29c. La envidia hace infeliz al individuo. El querer llegar a ser como el otro, es pertenecer al mundo de la competencia, más que al mundo espiritual de la iglesia. Afuera los hombres pasan por encima de los otros sacrificando toda clase de principios. Esta actitud no acepta la superación de otro. Pero esto no es parte de la vida de la iglesia. Pablo nos recomendó este principio, «en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros» (Ro. 12:10b). Por otro lado, Juan nos dice que la labor más importante del creyente, de la iglesia, de todos los que anuncian el reino de Dios, es permitir que la gente se vaya con Jesús. Que la «novia se vaya con el novio». Muchos de los discípulos de Juan el Bautista se fueron con Jesús y el no lo impidió sino que se gozó grandemente. El vino a prepararle el terreno. Bautizó en agua para arrepentimiento, pero Jesús lo haría en el Espíritu para la salvación eterna de todos los que a él le siguieran. Los fariseos tuvieron gran celo y envidia; por eso dijeron: «Mirad, el mundo se va tras él». Pero ese debe ser nuestro trabajo, dejar que otros se vayan tras Jesús. No ganamos a la gente para presentarlas como trofeos o estadísticas que hagan cierta competencia con otras iglesias. Los ganamos para traerlos a Cristo y esto se constituye en el mayor gozo. Juan comprendió que esta era su labor y por eso desde el principio habló bien de Jesús, según el relato de Juan 1:39-44. El se gozó al ver que la novia estaba siguiendo al novio.La gente debe venir a Cristo, no a nosotros. El es su salvador y Señor.
III. ES UNO QUE SE GOZA AL MENGUAR MIENTRAS EL OTRO CRECE v. 30
¡Qué admirable conclusión para un siervo de Dios! ¡Qué manera de cerrar una carrera ministerial! Estamos en presencia de una expresión conmovedora que la dijera el más grande de los profetas. Jesús tiene que crecer. Su reino debe extenderse por todo el mundo. A él se le ha dado «toda autoridad en los cielos y la tierra», y también se le ha dado «un nombre que es sobre todo nombre». Y la verdad de los siglos es que Jesús sigue creciendo. Miles le siguen y le conocen cada día. Las estadísticas que nos vienen de tantos países del mundo, tales como las de Korea del Sur, China, Brasil, Argentina, para mencionar algunos, son elocuentes testimonios de como Jesús está creciendo en tales lugares. Aun aquellos países donde era prohibido hablar de Cristo, el número de seguidores crece, hasta el punto de dar su vida por él. Los imperios con sus reyes han pasado. Los grandes monarcas con sus poderes han venido y se han ido, pero el reino de Cristo sigue creciendo. Juan sabía que Cristo tenía que crecer y el menguar. El no había venido para establecer el reino de Dios sino para ser un «allanador» del camino al reino. En esta actitud Juan nos reveló otra de sus grandes virtudes: él había muerto a toda pretensión de egoísmo. Como «amigo del esposo» sabía que quien tenía que crecer era el novio. El era la persona más importante de la boda.. Su muerte absurda y prematura comprobó su propia declaración: «Es necesario que el crezca y que yo mengue». Todo esto me dice que para que Cristo crezca debemos dejar de pensar más en nuestros éxitos. La gloria, los trofeos y los placeres que el mundo tanto busca no pueden hacerse presente en la vida de alguien que ha decidido que Cristo crezca en su vida. Esto significa que si Cristo va crecer debo dejarlo sentar en mi trono, debo estar dispuesto a la gran renuncia de lo que más amo por amarle a él. El «amigo del esposo» no era el centro de atención. En la medida que se aproximaba la unión matrimonial él iba desapareciendo. Ahora él estaría en el anonimato mientras los aplausos, las felicitaciones, los regalos, los reconocimientos y los ¡vivas!, eran para el novio. Hemos sido llamados para ser «amigos del esposo». De esta manera nos llamó Jesús: «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi padre, os las he dado a conocer» (Jn. 15:15) Seamos dignos amigos suyos.
CONCLUSION: Alguien parafraseó todo lo que hemos dicho del Bautista, de esta manera: «Yo hago mi obra prescrita por Dios y esto me basta. ¿Quisieras que yo subiese al lugar de mi Señor? ¿No os dije, yo no soy el Cristo? La Esposa no es mía, ¿por qué se quedaría conmigo el pueblo? Mío es dirigir a los cargados al Cordero, decirles que hay bálsamo en Galaad, y un médico allí y, ¿a mí me disgustaría verlos en obediencia al llamamiento, volando como nubes y como palomas a su ventada? ¿De quién es la novia sino de su Esposo? A mi me basta ser amigo del novio, enviado por él a tratar el enlace, privilegiado en unir al Salvador y a los que él vino a buscar y salvar, y gozándome con gozo indecible. Si puedo estar y oír la voz del novio haciendo de testigos en los benditos esponsales. ¿Decís, pues, que me están dejando para ir al él? Me traéis nuevas de gran gozo. Él tiene que crecer, mas yo menguar. Este mi gozo se *****ple ahora. Me conformo con lo que recibí del cielo».
Aplicación: ¿Somos nosotros «amigos del esposo» a tal punto de decir «es necesario que él crezca y que yo mengue»?