Hay una competencia que no se da tregua hasta lograr su propósito en el consumidor. El mundo para el tiempo de Jesús tenía características similares, con la diferencia que no había los medios de comunicación moderna para consumir el producto. A Jesús no le tomó por sorpresa esa tendencia de la humanidad. Él sabía que muchos se movían más por la vista que por el creer. Muchos habían visto cómo él cambió el agua en vino, su primera señal de acuerdo a lo que nos dice Juan. Pero querían seguir viendo antes de creer. Fue por eso que Jesús les reprochó su actitud, diciendo: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis” v. 48. La situación no ha cambiado desde el tiempo de Jesús para acá. Hoy estamos asistiendo a un “evangelio de ofertas”. El gancho para atraer a la gente es “ven para que seas prosperado, para que seas liberado, para que seas sanado”; y por allá en alguna parte se coloca algo que al lo mejor dice, y “para que seas salvado”. El resultado es que en efecto la gente acude, pero se encuentra con una gran frustración pues sus anhelos y deseos no siempre son satisfechos. Pero la verdad es otra. Jesús rechazó tener seguidores que fueran tras él más por las cosas que hacía que por lo que decía. Hasta llegó el punto de decir a sus discípulos, “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Jn. 6:67b) El no quiera a nadie que le siga por las señales sino por su palabra. Debemos unirnos a lo que dice Juan al final de su libro: “Bienaventurados los que no ven y creen” (Jn. 20:29b) ¿Por qué esto?
I. CREER LO QUE JESUS DICE NOS EVITA SEGUIRLE SOLO POR LO QUE ÉL HACE.
La fe de muchas personas se está construyendo sobre una montaña de emotividad. Hay una dependencia más sobre los sentimientos que sobre los hechos o la palabra revelada. De modo que no es extraño que nuestra gente ande en este tiempo, buscando más la experiencia que deseando la palabra. Nadie puede negar que las emociones son parte de nuestra naturaleza, pues por eso lloramos, nos reímos y nos entristecemos. Pero las emociones no son la base de nuestra fe. No puede ser la roca donde se construye el edificio de lo que creemos, porque esto es arena movediza que cuando llega cualquier tempestad se derrumba. La razón es porque las emociones son cambiantes. Un día estamos de un ánimo y el siguiente podemos estar muy distintos. Un día cantamos pero el otro día lloramos. Un día nuestra esperanza toca la cúspide y hasta contagiamos a otros con ella, pero el siguiente día estamos abatidos al ver que todo cambia. Un día nuestros sentimientos hacia alguna persona se elevan hasta convertiros en los mejores poetas y románticos, pero al siguiente día podemos estar inundando la almohada de lágrimas y de decepción por la ruptura con la persona amada. Y así vamos viviendo. Jesús sabía que si él dejaba que la gente le siguiera sólo por los milagros, pronto le abandonarían porque él no había venido para que la gente creyera solo por las señales sino por la fe en él y su palabra. Un oficial del rey sabía muy bien del milagro que Jesús hizo al convertir el agua en vino. Su hijo estaba a punto de morir. A lo mejor se preguntó —si él pudo hacer aquello en una boda—, ¿no podrá hacerlo con mi hijo que tiene más valor? Pero Jesús cambió su búsqueda. Le hizo ver que lo más importante era poner su confianza en él. Él estaba allí y su palabra haría la diferencia. Amados hermanos, esta verdad no debemos pasarla por alto. A Jesús debemos seguirlo por lo que dice su palabra. Las obras o milagros que él hace son extraordinarios, pero ellos pasan mas la palabra “permanece para siempre” (Is. 40:8) Es muy curioso que otro oficial en quien Jesús descubrió una fe inigualable se adelantó para decir al Señor, no vayas a casa, “di la palabra y mi hijo sanará” (Lc. 7:7) Este acontecimiento fue en Capernaum de donde venia este otro noble. Ante la fe en su palabra más que en los milagros, Jesús le dijo: “Vé, y como creíste te sea hecho” (Mt. 8:13) Esta es la hora de volver a la palabra y creer a su mensaje. Recordemos lo que Pablo nos ha dicho: “Por fe andamos, no por vista” (2 Co. 5:7)
II. CREER LO QUE JESÚS DICE ES SABER QUE ÉL TIENE CONTROL DE TODO v. 49
Este angustiado y desesperado padre esperaba que Jesús descendiera lo más antes posible porque su hijo tenía “contadas las horas”, según el v.49. Con mucha frecuencia las emociones nos dominan y hasta nos desesperan a tal punto de olvidarnos de las maravillosas y contundentes promesas que nos han sido dadas a través de la palabra. Hay un sólo médico en el mundo que no tiene necesidad de ir y tocar al enfermo. Hay un sólo médico que conoce toda enfermedad, dolor y tristeza y sabe que debe hacer antes que nosotros le demos órdenes. Jesús tiene control sobre lo que él sabe que debe hacer según su tiempo y no el nuestro. La historia de la muerte de Lázaro nos ilustra lo que aquí estamos diciendo. Las hermanas de Lázaro, Marta y María, enviaron una comisión especial para notificarle a Jesús que su hermano, a quien él tanto amaba, estaba muy enfermo. ¿Qué habría hecho otra persona frente a la gravedad de tan grande amigo? ¡Inmediatamente hubiese descendido! Sin embargo, Jesús se quedó dos días más (Jn. 11:6) ¡Eso era una locura! Pero aquí vemos la seguridad que infunde Jesús al saber que él tiene control de todas las cosas. No es cuando nosotros queremos sino cuando nosotros creemos que vemos la actuación del Señor. Suponemos que a Marta y María le extrañó que Jesús no viniera de inmediato a su llamado. Es muy probable que los discípulos se quejaron entre ellos al ver que Jesús no fue a socorrer a esta amada familia. Sin embargo aquí Jesús sigue mostrándonos que él tiene control de todo. Él busca que la gente despierte su fe en lo que él es y lo que ha dicho. María le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn. 11:21) Pero Jesús le respondió: “Tu hermano resucitará” v.23. A María le costó al principio aceptar las palabras de Jesús de modo que él tuvo que decirle: “¿No te dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” v. 40b. Y ya sabemos lo que finalmente pasó. La verdad fue que Lázaro había muerto, pero Jesús tenía control de la situación y en su tiempo obró el milagro. No es cuando nosotros queremos sino cuando Cristo decida. Su palabra es verdad. Algo parecido sucedió con Naamán y su lepra (2 Reyes 5:1-14). Fue hasta donde Eliseo para que lo tocara y le sanara. Sin embargo este le ordenó que fuera a zambullirse siete veces en el río Jordán. A Naamán le pareció esto ridículo; protestó y hasta se enojó pues él quería ver más que creer. La historia dice que creyó “forzadamente” y fue sanado. En el caso del noble, Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vive” v. 50a. Y él “creyó la palabra que Jesús dijo, y se fue” v.50b. Cristo tiene control de cada situación. A él no se le escapa ninguna cosa para hacer. Esta palabra debiera animarnos para cuando vengan los momentos más adversos, donde no se ven salidas posibles, confiemos que el Señor está en control de todo. Que no es en el tiempo nuestro, sino en el tiempo del Señor que hará las cosas.
III. CREER LO QUE JESUS DICE NOS LLEVA ACETAR LO QUE ÉL HACE.
Cuando nosotros le creemos a Dios y a su palabra no habrá mucho inconveniente en aceptar y entender lo que él hace. En esta historia, el noble no se enojó como en el caso de Naamán con Eliseo. Mas bien pensamos que él descendió con la seguridad de la palabra que Jesús pronunció: “Tu hijo vive” v. 50. La credibilidad en lo que había dicho el hombre de Galilea le sostenía, mientras emprendió su camino de retorno a casa. Note que cuando sus siervos vinieron para darle la noticia que su hijo estaba vivo, no quedó sorprendido, sino que se limitó a preguntar a qué hora su hijo había sido sanado. A las siete de la noche Jesús había pronunciado su palabra de sanidad y a esa misma hora el hijo del noble fue sanado v.52. Desde el punto de vista geográfico, Capernaum distaba de Galilea unos 32 kilómetros. Todo ese recorrido lo hizo aquel hidalgo por el amor que le dispensaba a su hijo enfermo. Pero a él no le importó cuánto tuvo que caminar. No le importó su rango ni su orgullo. No le importó si tuvo que pagar por eso. Y aun más, no le importó regresar sin Jesús. Le bastó creer y obedecer lo que Jesús dijo, pues Juan nos dice que él “creyó la palabra… y se fue” v. 50. En este milagro a la distancia se comprueba que el creer viene antes que el ver; que el obedecer precede a la experiencia de la bendición. La verdad de esta historia es, que cuando los hombres reaccionan a la palabra del Señor, están abriendo el camino para que el poder del Cristo resucitado obre de una forma extraordinaria en sus vidas. Cuando fue, pues, comprobada la hora de la palabra pronunciada por Jesús, entonces no sólo hubo el milagro de la sanidad divina en el cuerpo del infante, sino que sucedió el milagro de la salvación de toda la familia, porque dice: “y creyó el con toda su casa” v. 53b. Ningún milagro tendrá la corana del éxito sino termina en la salvación de las personas. Son muchos los que hoy buscan un milagro para sanar el cuerpo, pero son muy pocos los que buscan al Señor para salvar sus almas. Muchos son como los diez leprosos que Jesús sanó. Todos recibieron la bendición de la cura, pero solo uno, un samaritano, regresó para dar la gloria al Señor (Lc. 17:17, 18) La palabra del Señor es la misma y nunca cambia. Ella tiene la eficacia para cambiar las vidas y traer bendición a toda la familia. ¿Se ha puesto a pensar cuántas personas fueron alcanzas para Cristo por el testimonio de aquella noble familia? El creer en la palabra de Jesús nos conduce a aceptar lo que él puede hacer todavía. ¿Cómo se fundamenta nuestra fe? ¿Estamos buscando más la experiencia, el milagro, el ver más que el creer o la aceptación de la palabra de Cristo que nos conduzca para ver su obra?
CONCLUSION: Estamos viviendo tiempos donde cada vez la palabra revelada está siendo puesta a un lado por la mera experiencia personal. Hay una tendencia a alejar la palabra de Dios para dar cabida al sensacionalismo y a todo aquello que despierta más la vista que la fe. La historia presentada nos emplaza a evitar seguir a Jesús sólo por lo que él hace, pero sí a confiar que él tiene control de todas las cosas. Nos confronta sobre la verdad que todo lo que él dice debe producir en sus seguidores una gran confianza en todo lo que él hace. Este orden no puede cambiarse. La fe precede a la vista. Jesús no está tan interesado en una multitud que le sigue por las señales y prodigios que hace, en lugar de creer en lo que su palabra dice. La fe de este noble es digna de tomarla en cuenta a la hora de presentarle al Señor nuestras necesidades. De él se dice que “creyó la palabra, y se fue” v.50. El Señor nos ha dejado su palabra. Ella es tan poderosa como cuando Jesús la pronunció. Ella tiene el mismo poder para salvar, sanar y restaurar en el día de hoy como lo hacía antes. ¿La creemos hoy?